Graduación
—Buenos días, chico.
Esa voz tan peculiar me despertó en la mañana. La gran diferencia, en cuanto al resto de veces que la había escuchado en mi vida, es que ahora sonaba tersa. Como un ronroneo.
—Buenos días, Luna. ¿Despertaste hace mucho?
Así es. Se trataba de Luna, quien estaba sentada a la orilla de la cama, y con el cuerpo girado hacia mí. Su bonito rostro pecoso me observaba muy de cerca, y ver sus ojos maliciosos me recordó en buena parte el motivo de que ella estuviera en mi apartamento, vistiendo solamente unas bragas estilo bikini color rosado intenso.
Me respondió: —Acabo de despertar, pero no quería pasar un minuto más viéndote dormir. Te prefiero despierto.
Sonreí al escuchar eso. Cuando intenté sentarme, logré sentir un ligero dolor en las piernas y el abdomen que me hizo emitir un quejido. Desistí de esa posición.
—¿Adolorido? —preguntó ella, con una sonrisa maléfica.
—Y mucho, Luna… Imagino que estás contenta.
—Tanto como tú. Debiste ver tu sonrisa anoche… No has dejado de ser un lindo niño aún a tu edad.
No pensaba decir nada al respecto, pero decidí hacerlo.
—Lo admito. Fue la mejor noche de mi vida. Así como lo oyes.
—Exageras.
—¡No! En verdad, me maravillé de todo lo que sabes hacer. Eres una experta. Si no es mucha molestia, podrías decirme... ¿Cómo has aprendido? No diré nada a nuestros padres si los veo. Lo prometo.
Ella no dudó en contestar mi atrevida pregunta.
—En parte por Chunk, y por otra parte gracias a Sam. Pero tú has sido mi graduación, Linky.
—Espera… ¿Yo? ¿De qué hablas? —pregunté, sentándome en un segundo e ignorando los dolores.
Ella se limitó a ponerse encima mío, y en lo que yo me distraje contemplando sus senos, pequeños pero redondos, me estampó un beso breve y fuerte en la boca.
Al separarse, respondió: —Dejaré que lo adivines. Eres un chico listo, ¿O no?
La vi salir hacia la puerta, meneando sus caderas con malicia y luciendo un trasero muy lindo, adornado por un pequeño tatuaje de rosas con espinas al final de la espalda. Mientras la admiraba, el sabor en mis labios se sentía cada vez más dulce.
Jugo
Abrí la hielera, y todavía quedaba una lata de jugo. Era justo lo que yo necesitaba en ese soleado día de paseo en la playa.
Lola apareció detrás de mí, escudriñando lo que restaba dentro de la caja.
—Ese es mi jugo, ¿verdad, Linky?
—De hecho es mío, Lola.
Mi hermana frunció el ceño.
—Creo que no comprendiste lo que dije. Ese jugo que está ahí me pertenece. ¿No es así, hermano?
Y su rostro furioso quedó justo frente al mío. Llegó el momento de resignarme.
—Seguro. Cómo digas, Lola.
—¡Gracias, Lincoln! —fue su nueva reacción, con una sonrisa elegante, pero carente de cualquier tipo de burla.
El tiempo pasa y hay cosas que siguen siendo iguales. Claro está que algunas cosas sí llegan a ser diferentes, como el aspecto de Lola, ahora que ya tiene doce años. Por eso, mientras yo me sentaba en la toalla y ella se recostaba a mi lado, me vi obligado a preguntarle:
—¿En verdad no te prohibió Mamá que usaras ese traje de dos piezas?
—No —respondió de forma instantánea, aunque todos en la familia sabemos que eso no es garantía de sinceridad. El que usara esas prendas, minúsculas y de color rosa, era algo que no me dejaba descansar tranquilo. Ella prosiguió: —Tú sabes lo importante que es para mí el lograr un bronceado perfecto.
—Cualquiera que te conozca sabe que tú has sido siempre perfecta.
—Eso fue muy dulce. Pero ni en sueños te librarás de aplicarme la loción bronceadora.
—Rayos —comenté, mientras ella giraba su cuerpo, quedando con la espalda hacia arriba y meneando un poco sus anchas caderas. Al hacerlo, agitó un poco su cabellera dorada.
—No es motivo para que te quejes, Lincoln. Es más… Prometo que para compensarlo, dejaré que… Me tomes de la mano el resto del paseo.
Ella sonrió, con un ligero rubor en sus mejillas. Supongo que las mías tenían ese mismo tono de color.
