Disclaimer: Todos los personajes y contexto pertenecen a George R.R. Martin. Este fanfic participa del desafío del mes de noviembre del foro "Alas negras, palabras negras".
N/A: Uh, sí... No tengo mucho que decir acerca de esto, para ser honesta. Lo más probable es que haya un OOC que vuela, pero honestamente, no pienso cambiarlo. Viendo el lado positivo, las clases terminaron, así que en nada voy a tener más tiempo para (y menos excusas para no) escribir.
—Sabía que estarías aquí.
Loras no se dio vuelta. Sólo se quedó en su lugar, y contuvo un suspiro. Quizá, si tenía suerte, podía fingir que no había oído la voz de su hermana.
—Entiendo que estés cansado, pero ¿la perrera? Loras, mírame.
No quería. Mirarla significaba rendirse, admitirlo. Pero Margaery seguía suave y firme a sus espaldas y, al final, volteó.
Ella estaba hermosa, como siempre. Su figura delicada estaba cubierta por un vestido color verde que era suave sólo a la vista, y sus rizos, largos y castaños, parecían moverse un poco cada vez que respiraba. Sin embargo, la sonrisa de su hermana brillaba por su ausencia, y los amables ojos marrones parecían tristes.
—Siempre me gustaron los perros, ya sabes… Con el pelo y la baba y todo eso. —A pesar de todo, ella sonrió, y Loras casi pudo sentir un pequeño peso levantarse de su pecho con esa sonrisa. Si ella era feliz, entonces estaba bien. Tenía que estar bien.
Sólo que no lo estaba.
Margaery no dijo nada. Se sentó a su lado en el banco de madera, probablemente tratando de ignorar el nada ideal entorno. Puso su mano sobre la de él, y Loras se dijo que todo iba a estar bien, que tenía que estar bien.
—Loras, él… Ya no está con nosotros. —Las palabras de Margaery fueron acompañadas por un apretón, pero él ya no quería esto. No necesitaba escucharla, aunque ella lo creyera así—. Sé que te está costando mucho, pero por favor, estoy aquí. Tenemos que superar esto.
—Estoy haciendo lo que puedo, ¿vale? —Su tono de voz lo sorprendió hasta a él, sonaba tan… harto—. Joder, él era… Era mi primavera, ¿entiendes? Era las flores, y el calor, y todas esas cosas dulces y suaves. Cuesta un poco que te la arranquen de las manos.
Ella no dijo nada, y así, con esa nada, él supo que entendía. Demasiado. Ojalá no lo entendiera. Ojalá pudiera protegerla de todo lo que la pudiera lastimar alguna vez.
Hubo un silencio en el que ella estuvo ahí, tomándole de la mano. Loras no tenía que mirarla para saber cuál era su expresión. La conocía muy bien. Y su mano estaba temblando.
—… Pienso en casa a veces, ¿tú no? —dijo ella al fin, sobresaltándolo. Al voltear a mirarla vio que tenía los ojos cerrados.
Pasó un momento, luego Loras rio.
—No hay un día que no piense en casa.
—Me acuerdo de nosotros —siguió ella—. De cuando corríamos por el castillo. A veces nos metíamos en la perrera, ¿no? Aunque a mí nunca me gustó demasiado… Cuánto daría por poder volver a ver esa perrera.
Ella lloraba y él se contenía, ahí sentados, tomados de la mano. Ahí, en el silencio pretendido (el mundo a su alrededor era ruidoso como siempre), Loras pensó en Renly, en el Dominio, en los hogares que había perdido.
