Disclaimer: los personajes utilizados son propiedad de la mente prodigiosa de J., yo solo los tomo prestados.
Capítulo 1: Olvidé olvidarte.
"El sol se colaba a través de las ventanas sin cortinas. Sus rayos robando destellos dorados a los cabellos castaños y pelirrojos. La habitación era pequeña, y apenas disponían de muebles. Una gran cama de madera con dosel, como los que tenían en el colegio, un par de mesitas de noche, una cómoda y un armario. La cosa no daba más de si, a pesar de que trabajaban los dos. Y a menudo bromeaban con que su casa se mantenía a base de amor. Un amor que se había forjado durante una guerra y había sobrevivido a ella.
Con sus cuerpos entrelazados en el centro de la cama y sus cabezas muy juntas, no dejaban de mirarse a los ojos y prodigarse caricias. Ron Weasley acercó su rostro al de su novia y la besó. Fue un beso prolongado, de aquellos que servían para saborearse el uno al otro. Era la primera vez que despertaban en su nueva casa y se merecían aquella pequeña celebración íntima.
- Te quiero. –dijo el pelirrojo apartando un mechón de cabello del rostro de Hermione.- Voy a grabar este momento en mi memoria para no olvidarlo nunca.
- Jamás podría olvidar lo que siento ahora. –contestó Hermione mirando los únicos ojos azules en el mundo que la hacían estremecer de aquella forma.- Te quiero. –añadió, y lo besó a su vez.
- Mmm…Hermione…-susurró Ron aun contra sus labios y atrayendo su cuerpo para que se pusiera sobre el suyo. A ella le encantaba cuando pronunciaba su nombre con aquel ronco gemido.- Hermione…Hermione…"
- Hermione, cariño, no me estás prestando atención. –la voz de su madre sonaba disgustada, y sus ojos le enviaron una mirada de reproche.- Cielo, ¿dónde tenías la cabeza? Llevo diez minutos intentando que decidas donde sentaremos al tío Sócrates y a la tía Erica.
Hermione Granger pestañeó varias veces antes de poder centrarse en la conversación. De nuevo había estado soñando con él. A pesar de que ya habían pasado cinco años; a pesar de que se había prometido que nunca más lo haría. Pero nunca nadie pudo poner barreras al corazón. Era el único órgano del cuerpo que funcionaba como quería. Y el suyo, sabiamente, apuntaba en la dirección contraria a la que ella se dirigía. Porque Hermione estaba preparando su boda, si, pero no con Ron Weasley.
Eran la pareja perfecta: amigos primero, amantes después.
Hermione ladeó la cabeza para mirar a través de la ventana. Su casa actual nada tenía que ver con la que había compartido con Ron durante su primer año de relación. En el amplio salón no faltaban muebles, ni elementos decorativos, incluso contaba con una biblioteca al otro lado de las puertas de cristal. Notó la mano de su madre sobre la suya propia, un gesto que durante los últimos años se había hecho muy habitual entre las dos. Se aclaró la vista y miró a la otra mujer que estaba sentada con ellas. Era la madre de su prometido; su futura suegra.
Faltaban apenas once días para la boda.
Para el día en que se convertiría en la mujer de Cormac McLaggen.
Y aquel era el día de atar los últimos detalles.
Había sido idea suya, reunir a las dos madres y contar con su apoyo y sus consejos. Pero no había contando con que Él se colaría en su mente. Y era curioso, porque desde que se separaron, no había dejado de soñar con Él ni un solo día, ni una sola noche. De nada habían servido los autoreproches, las promesas que se había hecho a si misma, las amenazas… Él siempre encontraba una forma de colarse en su mente. Y no sabía como, pero aquel día, su recuerdo le había afectado más de la cuenta.
Miró el reloj que había sobre la reprisa de la chimenea.
Cormac no tardaría en volver de trabajar. Siempre era muy puntual. Y en parte eso era lo que más le gustaba de él. La seguridad que hallaba junto a él. Con Cormac no había sorpresas de última hora, ni malas caras o contestaciones infantiles. La suya era una relación de adultos en la que la sinceridad era casi plena.
Casi.
Porque no podía contarle que todavía no había olvidado a Ron.
Porque no podía decirle que sin importar que ella le quisiera, en su corazón aun había sitio para el pelirrojo.
- ¡Hermione! –gritó de nuevo su madre y soltó una carcajada nerviosa.- Cariño, estás en Babia.
- Lo siento. Yo…-se sonrojó al mirar a su madre y a su suegra.
- Déjala, Amelia. Seguro que estaba pensando en Cormac. –la señora McLaggen le dio unos suaves golpecitos en la mejilla.- Es normal, querida, estamos ya muy cerca de la boda.
- Si, pero tenemos que terminar de colocar a la gente. –insistió su madre colocándose bien las gafas de leer.- Aun no entiendo como habéis reunido a más de trescientas personas. Si solo conocemos a unos veinte.
- Mamá…-replicó Hermione cruzando los brazos encima de la mesa.- Ya te lo he dicho. Cormac y yo conocemos a muchas personas en el mundo mágico. No podemos descartar a nadie así como así.
- Lo sé, lo sé. Lo que me lleva a una pregunta. –asió la lista de los asistentes y vaciló antes de proseguir.- ¿Han confirmado todos su asistencia? Porque a ver si estamos aquí haciendo malabares para que todo cuadre y resulta que vamos a tener algunos huecos de última hora.
- Umm...
- Oh, eso lo controlo yo. Aquí tengo la lista de las personas que aun no han confirmado su asistencia. –dijo la madre de Cormac.- A ver… Son solo tres: Elephteria Granger…
- Puedes tacharla, Eleanor. La tía abuela Elephteria no viene. Es un largo viaje desde Grecia para una mujer de noventa y dos años. –informó la señora Granger.- Tendría que haberlo dicho antes, pero se me fue de la cabeza.
- No pasa nada. Umm, el siguiente es Draco Malfoy.
- ¿Has invitado a ese chico? –replicó su madre sorprendida.- Pero si…si fuisteis enemigos desde pequeños, si dejó que te torturaran delante suyo y no hizo nada. –añadió indignada.- ¿Por qué lo has invitado, Hermione? ¿Lo sabe Cormac?
- Claro que lo sabe. Fue idea de los dos. –se removió incómoda en su asiento. No quería rememorar la noche en que había sido torturada en la mansión Malfoy. Aquella noche en que los brazos de Ron se habían convertido en su protección. Se masajeó los ojos con los dedos de la mano derecha y suspiró.- Pero tranquila, Draco no viene, se lo dijo ayer a Cormac, antes de marcharse al extranjero.
- De verdad que no entiendo nada. –dijo la señora Granger, que al ver la cara de su hija, se decidió por no añadir nada más.
Después de la guerra, Draco Malfoy se había esforzado por desvincularse de su familia y por limpiar su propia imagen. Hacía años que no tenía contacto con sus padres y trabajaba como enlace de comunicaciones dentro del ministerio de magia. La relación con Hermione distaba de ser normal, y mucho menos cordial, pero los dos habían llegado a una tregua mutua. Si lo había invitado a la boda, había sido más por Cormac que por otra cosa.
- Bien, pues quitando a la tía abuela griega y a este chico, solo nos queda una persona. –continuó leyendo la señora McLaggen.- Ron Weasley.
- ¿Qué…qué ocurre con Ron? –preguntó Hermione con un tic nervioso en su voz y un molesto sonrojo subiendo a sus mejillas. No podía ser cierto que no fuera capaz de olvidar sus besos y sus caricias y que si hubiera olvidado que estaba invitado a la boda. Ni siquiera sabía porqué lo había hecho.
- ¿Va a ir a la boda?
- Pues no lo sé. Hace…bastante tiempo que no hablo con él. –admitió sin atreverse a mirar a ninguna de las dos mujeres. Estaba segura de que con su experiencia, adivinarían los sentimientos encontrados que se reflejaban en sus ojos.
- Lo dejamos en interrogante entonces.
- Hoy cenamos con Harry y Ginny. Les preguntaré a ver si ellos saben algo.
- Bien. Lo que nos lleva a la cuestión final. El vestido de novia. –dijo la señora McLaggen con entusiasmo. Cormac era su único hijo y estaba encantada con la elección que había hecho. Le tenía mucho cariño a Hermione, y la castaña a ella.- Han llamado para decir que estará listo el próximo lunes. ¿Podrás ir?
- ¿El lunes? Si, claro. –contestó Hermione sin pensar. Quería terminar lo antes posible con todos aquellos preparativos. Nunca pensó que organizar una boda fuese tan complicado. Tan solo se trataba de que dos personas se declarasen su amor mutuo y firmasen unos papeles, en el caso de la boda muggle. En la boda mágica, no había papeles oficiales.
Se encontró sonriendo ante el recuerdo de la solución de Ron. Cuando todavía eran felices y estaban enamorados, más de una vez había salido a colación el tema de casarse. Y el pelirrojo lo tenía claro: tan solo ellos dos, en una playa desierta, al atardecer. No necesitaban nada más para decirse que se amaban.
Ambos los sabían.
Hermione sintió ganas de gritar.
Allí estaba Él de nuevo, dentro de su cabeza.
- ¡Hermione! Estás hoy muy distraída, chica. –rió la señora McLaggen. Se había levantado y tenía el bolso en la mano. Las libretas con las cuestiones de la boda habían sido cerradas.- Bueno, yo ya me marcho, que he de hacer unos recados de camino a casa. ¿Vienes, Amelia?
- Si, enseguida voy. –dijo la señora Granger y esperó a que su consuegra arribase a la puerta de la calle y la abriera.- Cariño, ¿estás bien? Te noto…diferente.
Hermione se obligó a mirar a su madre a los ojos.
- Estoy bien, mamá. Es solo que…no sé, estoy nerviosa. Pero es normal ¿no? Seguro que tú también estabas nerviosa cuando te casaste con papá.
- Si, lo estaba. Hecha un autentico flan, la verdad. Pero…-subió una mano hasta la mejilla de su hija y con dulzura añadió.- ¿Estás segura de que estás nerviosa por las razones correctas?
- ¿Qué quieres decir? –la castaña frunció el entrecejo.
- No me entiendas mal, cariño. Yo solo quiero asegurarme de que vas a ser feliz.
- Voy a ser feliz, mamá. Soy feliz, quiero a Cormac. –dijo Hermione con convicción y sinceridad.
- Lo se. Pero…
- ¿Qué es lo que te preocupa, mamá? Tú no eres amiga de los 'peros', y ya has dicho media docena.
- ¿Por qué has invitado a Ron? –preguntó finalmente.
- ¿A Ron? Fuimos amigos, durante mucho tiempo, y…vendrá toda su familia, y…
- Pero todo eso fue antes de que te rompiera el corazón. Hermione, no quiero que hagas nada porque pienses o sientas que es lo correcto.
- ¿A qué viene todo esto, mamá?
- Se que quieres a Cormac. Pero no se si tu corazón continua roto por causa de Ron Weasley. Son dos sentimientos muy distintos, hija.
- No estás siendo justa, mamá. –Hermione se apartó de su madre, herida por la sombra de verdad que teñía aquellas palabras.
- Lo siento, cariño, no pretendía disgustarte. –la señora Granger dio un paso hacia delante y atrajo a su hija hacia sus brazos.- Sé que quieres a Cormac, lo sé.
- Hablamos mañana, mamá.
- Está bien. –le dio un beso en la mejilla.- Te quiero, cariño.
- Y yo a ti.
Cuando Hermione se quedó sola, se dejó caer en el sofá y enterró el rostro entre sus manos. El recuerdo de Ron había hecho estragos en su corazón. Y las palabras de su madre no habían hecho más que agravar su sentimiento de indefensión. No quería pensar que era injusta para con Cormac, porque no se lo merecía. Después de todo lo que había ocurrido con Ron…el castaño se había convertido en su tabla de salvación. Cormac había esperado a que el dolor la abandonase, a que recuperase la sonrisa. Siempre sin pedir nada a cambio, siempre a su lado.
El Cormac McLaggen del colegio se había quedado en los muros caídos de la última batalla.
Una lágrima solitaria rodó por la mejilla izquierda de Hermione.
- No puedo mentirle a mi corazón. –dijo en el silencio que la rodeaba.
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- No puedo creer que le dijeras a Kingsley eso. –rió Cormac y se sirvió un nuevo vaso de cerveza de mantequilla.- A mi me sigue pareciendo tan intimidante como cuando era un crío. El único que parecer no tenerle miedo eres tú, Harry. Bueno, y Hermione. –añadió pasándole un brazo por los hombros a su prometida.
- Kingsley es un amigo, Corm. Te lo he dicho miles de veces. –replicó la castaña con una sonrisa y bebió de su propio vaso de refresco. La cena con Harry y Ginny estaba siendo estupenda; hacia tiempo que no se lo pasaba tan bien en compañía de sus amigos.- Pero Harry juega con la ventaja de que todos le debemos la vida.
- Vas a hacer que me suban los colores. –dijo el aludido.- Kingsley es un buen hombre, aunque su trabajo hace que todo sea más complicado. Y su juicio no es infalible, por eso no me amedrento si tengo que decirle que se ha equivocado.
- Bueno, sea como fuere, te felicito por ello. –insistió Cormac.
- Ya no queda nada para la boda. –dijo Ginny, que había estado bastante callada durante la cena, algo inusual en ella. Hermione la observaba de cerca, como esperándose…algo.- ¿Estáis nerviosos?
- La verdad es que no. –Cormac se volvió para mirar a Hermione a los ojos.- Supongo que cuando uno está muy seguro de que lo va a hacer, el miedo desaparece. Y yo no tengo miedo.
- Yo…yo tampoco. –convino Hermione, aunque apartó la mirada azorada.- Si acaso ando un poco nerviosa porque todo salga según lo previsto. Ya sabéis, que estén las flores en su sitio, que lleguen los invitados y encuentren su asiento…
- Ah, pero eso son cosas menores, Hermione. –dijo Harry con una sonrisa.- Tú solo tienes que preocuparte de llegar a la iglesia y de que Cormac esté en su lugar.
- Allí estaré. –Cormac hizo un gesto como de saludo militar y los cuatro se echaron a reír.
- Más te vale. –le advirtió Hermione en el mismo tono jocoso, se inclinó y le dio un beso en los labios.- Traeré el postre.
- Voy contigo. –dijo Ginny levantándose de un salto y siguiéndola hasta la cocina.
Una vez allí, Hermione cogió la tarta de queso y fresa y la cortó en varios pedazos. Con la ayuda de Ginny, los distribuyó en cuatro platos. Se dio la vuelta para abrir el frigorífico y sacar del congelador una tarrina de helado de vainilla. Ginny apoyó la cadera en el mármol y se cruzó de brazos mientras miraba a la castaña. Tenía el ceño fruncido, debatiendo si hablar o no hablar.
Pero era Ginny, así que habló al final.
- Parece que Cormac y tú estáis muy seguros del paso que vais a dar. –observó con suavidad.
- Ginny, vamos a casarnos, claro que estamos seguros.
- Si, lo se. Pero… ¿no te has arrepentido en ningún momento de haber contestado que si a su pregunta?
- No, no, claro que no. –Hermione levantó la cabeza para mirar a la pelirroja.- ¿A qué viene esto, Ginny?
- A nada, a nada. Solo quería asegurarme de que lo has pensado bien.
- ¿Qué tengo que pensar, Ginny?
- Vas a casarte con Cormac, Hermione.
- Ya lo se. –contestó Hermione entre dientes.- Soy perfectamente consciente de con quien me caso, Ginevra.
Guardaron silencio durante unos segundos, mientras la castaña colocaba una bola de helado en cada plato. El corazón le latía con fuerza y no veía el momento de salir de la cocina y reunirse con los chicos. Sentía que había caído en la trampa de la pelirroja y no le gustaba sentirse así con respecto a Ginny. Pero lo cierto era que nunca había llegado a saber la opinión de Ginny sobre su ruptura con Ron. Era un tema que ninguna de las dos había sacado nunca.
- Todavía llevas su anillo. –observó la pelirroja mirando las manos de su amiga.- ¿Sabe Cormac que te lo regaló para celebrar que había firmado con los Cannon's, por fin?
- No significa nada, Ginny. Solo es un anillo.
- ¿Entonces por qué no te lo quitas?
"- Serás mi talismán de la suerte. Así sabré que piensas en mí, aunque esté lejos de ti.
- Lo llevaré siempre, no me lo quitaré nunca."
- ¿Hermione?
La castaña volvió al presente, aun con la voz de Ron resonando en su cabeza. Meneó la misma con fuerza, como si fuera la única manera de olvidar. Dejó caer la cuchara con la que había traslado el helado y suspiró.
- Fue una promesa que no tengo porqué romper.
- Pero le vas a prometer amor eterno a otro. –Ginny sabía ser insidiosa cuando quería.
- ¿Adonde quieres llegar con todo esto, Ginny? Llevas toda la noche comportándote de forma extraña. Suéltalo ya.
- A que no puedes casarte con Cormac si no lo amas. Aun no es tarde para…
- Amo a Cormac. –la cortó Hermione. Empezaba a dolerle la cabeza.- ¿Quién te ha dicho lo contrario? ¿Ron?
- No, Ron no está. Tenía partido en Rusia, no viene hasta dentro de unos días. Además, creo que soy lo bastante inteligente como para darme cuenta de las cosas yo solita. –su tono de voz fue subiendo a medida que hablaba.
Hermione, por miedo a que Cormac descubriera lo que estaba sucediendo, hizo un movimiento con la mano para insonorizar la cocina.
- Pues tu inteligencia te ha fallado. Amo a Cormac, y durante estos tres años se ha ganado un hueco en mi corazón.
- No te brillan los ojos como cuando estabas con Ron. No le sonríes del modo en que le sonreías a mi hermano. ¡Ni siquiera le besas con pasión!
- Ginny, no sigas, por favor. –Hermione se dio la vuelta y apoyó las manos en la mesa. No había calculado que la conversación siguiera por esos derroteros. Era la primera vez que Ginny le presentaba su visión de su relación con Cormac. Y a su modo de ver, la pelirroja no podía estar más equivocada.
- No lo hago para fastidiarte, Hermione.
- ¿Enserio? –Hermione tomó impulso para darse la vuelta.- ¿Entonces por qué lo haces?
- Por que no quiero que cometas el mayor error de tu vida. –Ginny chasqueó la lengua al final de la frase y se quedó mirando a la castaña a los ojos.
- Ese error lo cometí hace muchos años, pero Cormac es diferente. Él no me romperá el corazón.
- No puedes estar segura de ello.
- ¡Mierda, Ginny! ¿No puedes simplemente alegrarte por mí? Soy feliz y me voy a casar con alguien a quien quiero y que me quiere. –controló el temblor de su labio inferior, pero no podía mantener a raya los desbocados latidos de su corazón.- Tú más que nadie sabes lo mucho que sufrí hace cinco años. No puedo pasarme la vida esperando a una persona que no existe y que no vendrá. ¿Acaso no tengo derecho a ser feliz?
- Claro que si, Hermione. –Ginny dio a un paso hacia delante, pero se detuvo.- Pero…lo siento, sigo pensando que Cormac no es esa persona para ti. Ambas sabemos que Ron era tu alma gemela.
- Basta ya de hablar de Ron, por favor.
- Como quieras. Pero las dudas y las certezas que hay ahora en tu cabeza, no te abandonarán nunca.
Hermione tomó aire antes de contestar.
- Que quede clara una cosa: Ron es la persona a la que más he querido en mí vida y eso no cambiará jamás. Hice todo lo que pude porque nuestra historia funcionara, pero él lo tiró todo por la borda y pisoteó mi corazón. No pienso pedir disculpas por intentar ser feliz de nuevo.
Ginny guardó silencio.
No había nada más que añadir.
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Mientras fregaba los platos, a solas en la cocina, Hermione se vio invadida por una profunda sensación de vacío. Las palabras de Ginny aun resonaban en su cabeza. Desvió la mirada hacia el anillo que había iniciado la discusión. En esos momentos descansaba sobre la encimera de mármol. Le había mentido a la pelirroja. Aquel anillo significaba mucho más de lo que se atrevía a reconocer para si misma. Constituía el recuerdo de lo que podía haber sido y nunca fue. Porque Ron había faltado a su promesa y le había fallado a su amor.
No tenía dudas con respecto a Cormac y lo que sentía por él.
Por supuesto que no lo quería como había querido a Ron. Pero eso no evitaba que hubiera otras muchas formas de amar. Y si con Ron había sido todo intensidad, pasión y derroche a raudales, con Cormac era todo más tranquilo y discreto. Estaba cansada de que todas las personas que la conocían pusiera en duda su relación con Cormac. Ella lo quería, a veces incluso pensaba que lo amaba. Él se merecía todo lo que ella pudiera darle, se lo había ganado durante los últimos tres años.
Cuando terminó su relación con Ron, el mundo se le vino abajo. Pensó que nunca más podría volver a sonreír. Se había sentido tan traicionada, tan dolida… Pero Cormac había cogido toda su tristeza y la había envuelto de ternura y comprensión. En sus brazos se sentía cómoda y protegida.
Terminó de fregar el último plato y lo colocó en el armario de arriba. Podría haber usado un hechizo para que todo se limpiase solo, pero necesitaba esos minutos para pensar y calmarse. Cormac siempre había sido muy perceptivo y no quería que adivinase la tensión en sus gestos y en su mirada. El regusto amargo del queso aun le quemaba en la boca. Al fin y al cabo, la cena no había terminado como ella se había imaginado. No habían hecho partícipes a Harry y a Cormac de su pequeña conversación en la cocina.
Se limpió las manos con un trapo y se apoyó contra la encimera. De sus labios salió un suspiro cansado. Tenía ganas de echarse a llorar. No, quería echar a correr, salir a la calle, ir donde quiera que estuviera Ron y preguntarle por qué.
¿Por qué no se había conformado con lo que tenía?
¿Por qué había tenido que caer en los brazos de aquella…?
La humillación volvió a aflorar en su corazón y ya si que no pudo evitar las pequeñas lágrimas de rabia que acudieron a sus ojos. Se llevó una mano a la boca para ahogar el gemido que ardía en su garganta. Y no se dio cuenta de que Cormac había entrado hasta que no se colaron en sus oídos los acordes de una canción que estaba sonando en el salón. El castaño era un diestro utilitario de los aparatos muggles y disfrutaba, en particular, de la colección de música de Hermione. A aquellas horas de la noche, la voz de Brenda Lee sonaba apaciguadoramente con su famoso I want to be wanted. Desde siempre, a Hermione le habían encantado las cantantes de los años cincuenta y sesenta, y tenía una amplia colección de cd's.
Los brazos de Cormac envolvieron la cintura de su prometida y enterró el rostro contra el cabello castaño. Aspiró el aroma dulzón de su perfume y esperó, como siempre hacía, a que ella diera el primer paso. Pero cuando aquello no sucedió y los segundos pasaron sin que ella se moviera o hubiera algún indicio de intención, Cormac deslizó sus manos por la espalda de Hermione y le dio la vuelta suave y lentamente. Ella mantuvo la cabeza baja, avergonzada por aquellas lágrimas y por los sentimientos que las habían producido. Sentía que caminaba sobre una cuerda floja y que en cualquier momento podía caer. La fiabilidad de su corazón ya había quedado en entredicho una vez, y no quería cometer el mismo error de nuevo.
¿Cómo podía mirar a la cara a aquel hombre tan dulce y obviar que había estado pensando en el pelirrojo? Cada vez se sentía peor consigo misma. No quería engañar a nadie y que pensaran que se casaba con Cormac por las razones equivocadas. Tal y como no se cansaba de repetir, quería al castaño, lo quería mucho. Nunca habían discutido seriamente en los tres años que llevaban juntos. Los besos de Cormac eran sinceros, y los suyos también. Había crecido como persona a su lado, había aprendido a sobreponerse del pasado y encontrar la felicidad en pequeños momentos compartidos. Pero no había aprendido a olvidar, y eso era lo que la concomía y la revelaba como una mala persona.
Cormac estaba empezando a preocuparse. Aunque Hermione se había esforzado mucho por ocultarlo, había notado que al salir de la cocina, su prometida estaba más tensa que de costumbre. Algo debía de haber pasado con Ginny, pero si la castaña no se lo quería contar, él no insistiría. La quería más que a nadie, más que a si mismo. Pero Cormac no era tonto, y nunca había albergado esperanzas de que ella se olvidase por completo del pelirrojo. Lo sabía, lo sentía, lo leía en sus ojos. Pero aun así no le importaba. Hermione era lo mejor que le había pasado en la vida, y se conformaba con el amor que ella pudiera darle.
- Hermione, ¿estás bien? –dijo cuando ella se aferró al silencio y enterró su rostro en el antebrazo de él. Hermione habría deseado que en aquel momento no hubiera dicho nada.
- Si, si. No pasa nada. Estoy bien. –contestó sin mucha convicción.
El sonido de la música dulzona los envolvía del mismo modo que una nube cubría la tormenta.
- ¿Entonces por qué lloras? –Cormac llevó su mano derecha hasta la barbilla de ella y la levantó para que lo mirase. Y se quedó prendado de la belleza de aquellos ojos del color del ámbar cuando le da el sol y del brillo que las lágrimas proyectaban en sus pestañas. Quería besarla y no soltarla nunca jamás.
- Te quiero, Cormac. –dijo Hermione eludiendo su pregunta conscientemente.- Has sido muy bueno conmigo todo este tiempo, y no se si te lo he dicho las veces suficientes. No quiero que te quepa la menor duda de que te quiero…mucho. –volvió a esconder su rostro en el cuerpo de él.
- Vale. –Cormac vaciló en su respuesta.- Me alegro de que lo veas así. –besó el cabello castaño y la estrechó con más fuerza.- ¿Estás nerviosa por la boda?
- Si, un poquito. –aceptó ella. Era mejor aceptar aquello que pensar que tenía dudas. Que el fantasma de Él se había colado una vez más en su corazón. O quizás que nunca lo había abandonado.
- Es normal ¿no? –poco a poco, Cormac se fue meciendo al ritmo de la música, de manera muy lenta y muy sensual. Hermione casi no se daba cuenta del pequeño balanceo.
- Tú no estás nervioso. –le reprochó ella.
- Bueno, antes he mentido. –Hermione levantó la cabeza sorprendida.- Si, la verdad es que yo también estoy un poco nervioso.
- ¿Por qué? –le preguntó con dulzura.
- Porque todavía no puedo creerme que vayas a casarte conmigo. –dijo con una sonrisa de auténtico enamorado.
- Estoy aquí, Cormac. Soy real. –para reforzar sus palabras, Hermione cogió el rostro del castaño entre sus manos y le dio un beso lento en los labios.- Dentro de diez días vamos a casarnos.
Se quedaron en silencio durante unos segundos, acoplándose a la nueva canción que había comenzado a sonar en la cadena musical. El ritmo era el mismo, y la voz de Brenda también, preciosa, poderosa. Solo la letra era diferente…If you really love me.
- Y pensar que todo empezó porque quería fastidiar a…-Cormac reflexionó en voz alta sin contar con las consecuencias. Por eso se detuvo antes de decir el nombre de Él. Hacía mucho tiempo que no hablaban de Él, porque ella así se lo había pedido. Y Cormac no quería hacer más honda una herida que distaba mucho de haberse cerrado.
- …a Ron. –terminó Hermione por él. El nombre del pelirrojo abandonó sus labios como un susurro pronunciado en una noche sin luz.- Lo se. Pero éramos unos niños; no sabíamos lo que el amor era realmente. Lo que podía hacer y deshacer.
Cormac asintió en silencio.
- Y luego vino la guerra, tú desapareciste y, cuando todo terminó, eras la novia de Él. –sonrió con nostalgia. Estaba muy guapo cuando lo hacía.- Me puse muy celoso, tengo que reconocerlo. Porque ya entonces, yo había dejado de ser un capullo y me había enamorado de ti.
- Parece todo tan lejano ahora.
- Y tú solo tenías ojos para él.
- Ahora te estoy mirando a ti, Cormac.
- Lo sé. –dijo con convencimiento de causa. Acarició la mejilla de Hermione y la besó como siempre hacia, con mucho amor, mucha paciencia y mucha sabiduría.
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"Hermione llegó al piso después de una larga jornada de trabajo en el ministerio de magia. No tenía ganas de hacer nada ni de hablar con nadie. Tan solo quería quitarse los zapatos y tumbarse en la cama. Y lo peor de todo, era que ni siquiera Ron estaría para abrazarla mientras descansaba. El pelirrojo se hallaba fuera de Londres, aunque no le había dicho el motivo. Últimamente andaba muy misterioso, cosa que solo divertía a la castaña. Pero cuando abrió la puerta de la calle, su sorpresa fue mayúscula cuando se encontró de sopetón con él al otro lado.
- ¡Ron! ¿Qué haces aquí? ¿Cuándo has llegado? –gritó echándole los brazos al cuello y dándole un beso. Era como si todo su cansancio hubiera desaparecido de un plumazo.
- Las cosas han ido mucho más rápido de lo que esperaba. –comentó él con una sonrisa infantil. Era tan maravilloso poder estar entre sus brazos.
- Pero…
Hermione no pudo seguir hablando, porque Ron le quitó el bolso y el archivador que llevaba en la mano y los dejó sobre la mesa del comedor. Ella aprovechó, para al menos zafarse de los zapatos. Ron regresó con una cinta de seda negra y se la puso alrededor de los ojos. A continuación, la empujó levemente hacia delante y lo único que Hermione escuchó fue la puerta cerrándose. Las manos de Ron la guiaron por la cintura, andando por el rellano y subiendo por las escaleras que llevaban al último piso, a la azotea.
- ¡Ron! ¿Dónde me llevas? –preguntó extendiendo las manos a tientas para evitar tropezarse. Pero los brazos de Ron eran fuertes y la agarraban sin titubear. El corazón le latía apresuradamente, como la noche de su primera cita oficial.
- Shh, es una sorpresa.
- No veo nada, me voy a caer.
- No te caerás, yo te cojo.
Y eso hizo, los últimos escalones la llevó en brazos. Hermione rodeó con sus brazos el cuello de Ron y pegó su cabeza contra la de él. La vida con Ron estaba llena de sorpresas y momentos especiales como ese. Hermione estaba locamente enamorada de él, vivía por él, respiraba el aire que emanaba de él. Y nunca se había sentido más feliz en la vida. Cuando estaba con Ron, todo lo que habían dejado atrás en el pasado cobraba sentido. Movió la cabeza al sentir el azote del viento. Habían salido a la azotea del edificio. Hermione sonrió al imaginarse esos ojos azules mirándola con el mismo amor que ella le profesaba. Ron la dejó sobre una silla de hierro, y Hermione agradeció no haberse desprendido también de la chaqueta.
- ¿Puedo quitarme ya la venda?
- No, aun no. –dijo el pelirrojo mientras trajinaba por los alrededores. Encendió la vela que había sobre la mesa, así como el aparato musical que le había prestado Harry. Se había dejado aconsejar por el moreno en cuanto a música muggle se refería. Él no tenía ni idea. Pero tenía que reconocer que la cantante que Harry había elegido cantaba fenomenal. Se llamaba Adele y la canción era una versión deBaby It's you.Era una melodía cadenciosa, que hacía que sus pies se movieran con facilidad.
- ¿Ron? –dijo Hermione enarcando una ceja. Se estaba poniendo nerviosa.
Ron miró a su alrededor por última vez.
Todo tenía que estar perfecto.
Y lo estaba.
Sobretodo ella.
- Ya puedes mirar. –dijo él aguardando su reacción.
Hermione se quitó la venda y quedó maravillada. No por la imagen que tenía delante, sino por el esfuerzo que se había tomado el pelirrojo para crearla. La insulsa azotea de paredes y suelo grises, se había convertido en un espléndido jardín con suelo de piedra y madera. Las paredes eran de un color amarillo pálido, perfecto para atraer la luz del sol. Y plantas. Había plantas y flores por doquier. Estaban todas sus favoritas: orquídeas, dalias, margaritas, rosas, lirios…Todas. Como en una explosión de color. Y justo en el centro, Ron había colocado una carpa con una mesa y sillas cómodas.
A Hermione se le llenaron los ojos de lágrimas.
Desde hacia seis meses, cuando cogieron el piso, habían soñado con transformar la azotea.
Eran los únicos inquilinos en la parte de arriba, así que los vecinos le habían cedido el uso de la misma.
Hermione no sabía qué decir. Desvió la mirada hacia donde estaba Ron, con aquella sonrisa resuelta que hacía que ella se derritiera. Eran tan especiales todos los momentos que pasaba con él.
- Ron…es precioso. –se llevó una mano al rostro para apartar las lágrimas.
- ¿Te gusta?
- Es tal y como lo imaginaba. –hizo ademán de levantarse, pero él se acercó antes y se besaron.- ¿Cuándo? ¿Cómo?
- Bueno, se puede decir que ha sido todo con un toque magia. –se sentó en la silla de al lado, aquellas viejas sillas de hierro oxidado que estarían allí por última vez, y cogió las manos de ella con las suyas.
A Hermione enseguida le entraron los remordimientos.
- Pero Ron, todo esto habrá costado un dineral.
- No ha sido tan caro como creía. –dijo él quitándole importancia.- Tengo una noticia, Hermione. Una gran noticia, la verdad.
- ¿Si?
- Si. Voy a dejar mi trabajo como auror.
- ¡¿Qué?! Pero Ron…-el pelirrojo le puso un dedo en los labios para que no le interrumpiera.
- Los dos sabemos que no es una profesión para mí.
- Pero era tu sueño.
- No. Mi sueño era estar contigo, y hace tiempo que se hizo realidad.
- Oh, Ron…
- He estado en Devon. Verás, hace un par de semanas me llegó una carta. Era de los Chuddley Cannon's, necesitaban un nuevo guardián. –apretó con más fuerza la mano de ella.- Y ya sabes que los Cannon's para mi… Bueno, el caso es que fui, hice la prueba y… ¡Me han dado el puesto! Soy jugador de los Chuddley Cannon's, Hermione.
- ¡Wow, Ron! –la castaña abrió los brazos para abrazar a su novio. Estaba muy contenta por él.- Me alegro tanto por ti.
Ninguno de los dos mencionó que los Chuddley Cannon's hacia más de cien años que no ganaba ningún título.
- ¿Te parece bien? Porque si no, puedo desdecirme y…
- ¿Qué? Ron, yo solo quiero que hagas aquello que te haga feliz. –se levantó y se sentó en las rodillas de él.- Mi novio el jugador de Quidditch. Suena muy bien. –sonrió antes de besarlo.
- Hay algo más que he comprado. –sacó una cajita del bolsillo del pantalón. Hermione enarcó una ceja y se lo quedó mirando largamente.- No es lo que piensas, aun no.
Ya más tranquila, abrió la cajita y se encontró con un precioso anillo en forma de flor entrelazada. Era de oro blanco, simplemente precioso.
- Ron…
- Serás mi talismán de la suerte. Así sabré que piensas en mí, aunque esté lejos de ti. –le dijo él con su cara de perpetuo enamorado.
- Lo llevaré siempre, no me lo quitaré nunca. –se besaron con intensidad y pasión, embriagados por aquel momento de felicidad.
- Te quiero, Hermione.
- Yo también te quiero, Ron."
Hermione se despertó atolondrada por los sentimientos que recorrían su cuerpo en aquellos momentos. Abrió los ojos y se quedó mirando al techo, escuchando el martilleo de su propio corazón contra su pecho. Había vuelto a soñar con Él. Con uno de los muchos recuerdos que aún guardaba en su interior. Pero lo peor era sentir que estaba traicionando a Cormac. Volteó la cabeza para mirar a su novio, acostado a su lado, con el rostro vuelto hacia ella. Aquel rostro que había contemplado tantas veces mientras dormía, mientras sonreía, mientras contaba un chiste del que solo él sabía el final. Tal vez Cormac no fuera su media naranja, su alma gemela. Pero si que era un buen compañero y amigo.
Cierto que no volvería a sentirse nunca como en aquel momento, como en el día de su sueño.
La felicidad que experimentó aquel día se había vuelto esquiva.
Todo había terminado con Él.
Y era inútil recordar otra cosa.
Porque con cada recuerdo feliz que la llevaba hasta Él, venía el recuerdo de su último día juntos. Y eso la alejaba inexorablemente, impidiendo que la herida en su corazón cicatrizase algún día.
Hermione se dio la vuelta en el colchón, no podía soportar seguir viendo la cara de Cormac. Escondió el rostro en la almohada casi al mismo tiempo que a través de la ventana se colaba la luz de un rayo. Eran las cuatro y media de la mañana, el mundo estaba a oscuras y la tormenta se sentía la reina. Una reina que podía hacer y deshacer con la fuerza de sus gotas de lluvia. Hermione respiró hondo y ahogó un sollozo.
Todo habría sido mucho más fácil si lo hubiera olvidado.
- Pero el problema es que olvidé olvidarte. –le susurró a su recuerdo.
