La primera bala la impactó por detrás, donde su máscara no cubría, y ella empezó a tambalearse. La segunda la alcanzó antes de que cayese y pudiese sentir cualquier dolor. Las lentes de su máscara, que estaban graduadas de forma que no necesitase llevar gafas cuando la tenía puesta, seguramente le provocarían mucho dolor cuando su cara chocase contra el suelo y se rompiesen.
Su último pensamiento antes de caer inconsciente era un agradecimiento a su asesina porque sus acciones la estaban salvando de convertirse en un monstruo. Ahora iba a estar otra vez con sus padres...
Desgraciadamente, las cosas nunca eran tan simples para ella.
Taylor miró a la mujer, Helen Magnus, mientras reflexionaba sobre su propuesta.
Habían pasado casi un año desde que había llegado a ese mundo. Y ella lo odiaba.
Odiaba ser registrada como una Jane Doe con la policía tras ella pensando que era una inmigrante ilegal porque literalmente no había nacido en ese mundo. Odiaba comer basura con un solo brazo y no poder estar más de una semana en el mismo lugar mientras se moría de frío. Odiaba no tener familia o amigos a pesar de sus muchos intentos. Odiaba haber perdido todo lo que quería y deseaba porque alguien creía que había sobrevivido a su utilidad o, tal vez, porque esta era la recompensa que Contessa pensaba dar desde el principio a la persona que hiciese lo necesario para salvar al mundo. Lo peor, sin embargo, era el vacío.
Su cuerpo entero se sentía como un miembro fantasma, sobre todo su cabeza. Sabía que debería conocer la posición, controlar, saber cosas sobre su biología y ver a través de los sentidos de sus pequeños amigos, pero lo único que sentía era un hueco antinatural, algo que no debería estar ahí. En sus peores momentos podría haberse consolado con ellos, notando como se subían encima suya para confortarla. Pero ahora no podían hacerlo y eso la angustiaba terriblemente. Tras tantos meses estaría planteándose suicidarse para escapar de su sufrimiento si no fuese porque le daría la razón a personas como Sophia Hess o su antigua amiga Emma Barnes, algo que no estaba dispuesta a tolerar. Eso y una noticia imposible que había leído en un periódico unos meses antes, un artículo sobre un megatsunami que debería haber destruido todas las masas de tierra que rodeaban el océano Índico, pero cuyos efectos fueron limitados por la repentina aparición de una gran cantidad de algas rojas y un terremoto en Pakistán que convenientemente había disuelto parte de las olas.
Se parecía demasiado a una noticia de Tierra Bet, particularmente las que hablaban del último ataque de un endbringer, como para ser casualidad.
Con eso en mente, había empezado a seguir cualquier rumor de la presencia de parahumanos en esa Tierra, finalmente cruzándose dos semanas antes con un grupo conocido como los hombres plegables en una ciudad cercana a Vancouver llamada Old City.
Estos no eran parahumanos, sino una subespecie humana con articulaciones particularmente flexibles. Fueron quienes la introdujeron a la comunidad anómala, formada por los mutantes, las subespecies humanas, otras especies inteligentes que compartían el planeta con los humanos y animales, plantas, hongos y microorganismos capaces de hacer cosas que la ciencia afirmaba que eran imposibles.
Y, por supuesto, el Santuario, la organización que se encargaba de mantener su existencia en secreto y que, de acuerdo con sus nuevos amigos, posiblemente podrían devolverle sus antiguos poderes.
Mientras esperaba a que la directora local de la organización, la doctora Helen Magnus, le diese permiso para entrar en su despacho de forma que pudiesen discutir su situación, ella empezó a conversar con los empleados que pasaban a su lado.
El primero había sido el psicólogo, Will Zimmerman, quien se dio cuenta muy rápido de que estaba evadiendo ciertas preguntas pero aceptó que ella no era su paciente por el momento, por lo que lo dejó pasar.
Henry Foss, el informático, que había vuelto recientemente de Inglaterra, donde había pasado un tiempo con su prometida, estuvo más que dispuesto a hablarle sobre algunas de las especies anómalas que conocía. Había sido una sorpresa descubrir que era un hombre lobo, solo porque estaba segura de que le encantaría conocer a su antigua amiga Rachel Lindt.
Kate Freelander, que había sido una estafadora y mercenaria antes de trabajar para Magnus, le recordó un poco a su antiguo novio, Brian Laborn, cuando comentó que tenía un hermano menor al que tenía que ayudar y proteger todo el tiempo.
Finalmente, tras casi tres cuartos de hora de espera, la doctora la permitió entrar y preguntó por qué creía que podían ayudarla. Ella explicó que deseaba sus poderes de vuelta y le mostró las cicatrices de los balazos que había recibido. Helen pidió que le explicase todo lo que sabía sobre sus habilidades.
No sabía si la creía o no cuando le habló sobre Tierra Bet, los parahumanos, Scion y los endbringers, pero aparentemente la doctora había decidido que su historia era demasiado detallada, coherente y ridícula como para ser una invención, algo que confirmó cuando una prueba de resonancia magnética mostró que tenía algo de más en su cerebro que otras personas no tenían y que alguien había dañado esa porción hasta cierto punto.
Helen le reveló que conocía a un cirujano que podría ser capaz de reparar esa parte inusual de su cerebro, o corona pollentia como Taylor la había denominado, aunque, debido a la posición de la misma, la operación era extremadamente arriesgada y ella podía morir si se cometía un solo error. A Taylor le pareció que, a pesar de riesgo, valía la pena intentarlo.
Una semana más tarde Taylor entró en el quirófano, de donde no salió en quince horas. Aproximadamente una semana después, al igual que la primera vez, ella volvió a ser capaz de controlar el flujo de información que sus pequeños amigos, incluyendo algunos que solo podían ser anómalos, le ofrecían, lo que la hizo más feliz que nunca. A los otros pacientes y a los trabajadores, incluyendo a Magnus, les parecía algo espeluznante ver a sus insectos moverse sincronizadamente con ella, algo que no mejoró cuando descubrieron que podía hablar a través de los mismos y que su rango se extendía a aproximadamente tres manzanas.
Una vez que Taylor recibió el alta dos semanas después, Magnus la había contratado como especialista en artrópodos, y algunos tipos de gusanos, anómalos y estaba dispuesta a pagar su educación universitaria para que pudiese hacer mejor su trabajo. No solo eso, sino que la permitía dormir en las instalaciones hasta que consiguiese una vivienda propia y le dio un teléfono para llamarla directamente si necesitaba cualquier cosa.
Unos días después Taylor Hebert se dirigió a conocer a su primer paciente sabiendo que, aunque nunca se olvidaría de los amigos, familia y vida que había dejado atrás, era hora de empezar un nuevo capítulo de su vida. Sus compañeros de trabajo y su jefa se convertirían con el tiempo en su nueva familia y, aunque sabía que el futuro era incierto y terrorífico, juntos confrontarían todo lo que la tierra en la que se encontraba les lanzase encima.
Después de todo, ellos habían pasado por situaciones peores antes de que sus caminos se cruzasen.
