Renuncia: los personajes de Capitán Tsubasa le pertencen a Yôichi Takahashi y a quien él le haya cedido sus derechos de autor. Yo sólo los uso para pasar el rato.

Nota: Sí, sí, ya sé que debería estar actualizando CN o LLNT en vez de publicando esto, pero... la carne es débil, ¿no? En fin, espero que os guste.


Ôzora, estás fuera del equipo.

- Ôzora, estás fuera del equipo. -la voz impertérrita de su antiguo entrenador dejó a Tsubasa congelado en el despacho.

¿Qué es lo que se siente cuando la única persona amiga que te queda en el lugar extraño, la persona por la que has renunciado a todo (a tus amigos, a tu familia, a tu adolescencia, a tu país... incluso a tu sueño) te echa fuera de su vida? ¿Qué es lo que se siente cuando te das cuenta de que la vieja ilusión infantil de levantar la Copa del Mundo entre tus manos ya jamás se hará realidad? ¿Que murió en el momento en que renunciaste a tu nacionalidad japonesa, exhortado por ese hombre sentado detrás del escritorio, al que le confiaste tus sueños, tu alegría, tu fútbol, tu vida entera? ¿Qué es lo que se siente?

Que tu mundo se derrumba.

El joven asiático apretó los puños, la mirada fija en las tablas del suelo, luchando con todas sus fuerzas por no llorar, por no manifestar delante de ÉL toda su rabia, su frustración, su dolor, su pena... Por no dejar que todas sus esperanzas rotas se escaparan goteando por sus mejillas.

Tsubasa sólo fue capaz de asentir antes de dar media vuelta y salir por la misma puerta por la que, hacía apenas veinte segundos, había entrado como siempre, optimista e ilusionado.

Maldito Santana. Maldito Naturezza. Malditos todos ellos, pero, sobre todo, Maldito Roberto. Por romperle de la manera que lo había hecho, sin piedad, y por arrojarlo lejos de sí cuando ya no le servía. Por haber pagado su fidelidad y confianza ciegas con una indiferencia rayana a la crueldad. Maldito mil veces por matar sus sueños.

Cuando el joven salió de la Sede de la Selección Brasileña, seguido de cerca por las miradas curiosas de sus ex-compañeros, se sintió libre de dejar por fin que las lágrimas fluyesen a su gusto. Después de todo, ¿qué importaba? Era Tsubasa Ôzora, un chaval de escasos diecinueve años fracasado y solo. Poco se advertía en él de la estrella del São Paulo, o del chico que hizo furor en ese lejano Campeonato Nacional, del que hacía ya casi siete años. Qué idiota había sido al largarse con Roberto a un lejano país, del que no conocía ni el idioma, para lograr su sueño. Qué idiota había sido al renunciar a su nacionalidad japonesa en favor de la brasileña sólo porque él se lo había pedido. No había excusas para su comportamiento; ni que en aquel entonces tenía doce años recién cumplidos, ni que estaba lejos de su hogar, ni que idolatraba a aquel hombre que lo había usado y traicionado, que se había aprovechado de sus sueños en su propio beneficio... No había excusas.

Una vez sus hombros dejaron de sacudirse, y mientras sus sollozos se calmaban poco a poco bajo el tórrido sol brasileño, el chico se restregó los ojos con el puño izquierdo, en un vano intento de borrar los signos de su debilidad, de su derrota, de la influencia que Roberto aún tenía, sin que pudiera hacer nada por evitarlo, sobre él.

Unos minutos después, cuando se hubo calmado por completo, Tsubasa Ôzora respiró hondo y alzó la vista, algo de la determinación perdida de vuelta en su mirada.

Era hora de tragarse el orgullo y volver a Japón de una vez por todas.


No me preguntéis de dónde ha salido esto, porque ni yo misma lo sé (bueno, sí, de mi loca cabecita, ¿de dónde más?).