bueno, esta es una continuación de mi songfic sos un caramelo, así q si no lo leyeron vayan a hacerlo... no les va a llevar mucho... es cortito...

en fin, por las dudas se los resumo, habla del amor que Sokka jamás se atrevió a confesar y que recién covalenciente en una cama de un hospital se atreve a decirselo, y no llega escuchar la respuesta de Toph de que ella también lo ama...

espero q les guste... si les parece triste esta bien xq es mis historias romanticas son tirando a tragicas y damaticas siempre...

no se olviden de dejar reviews!!

Volver a vivir

El funeral

-Ella siempre te amó-le dijo una voz conocida.

Las imágenes del hospital se le mezclaban con las del hombre que le habló. De vuelta, su cuerpo inerte en una cama y una Toph llorando sobre él. Otra vez, un hombre gordo y barbas grises. Ambas imágenes se le entrelazaban impidiéndole saber dónde se hallaba.

-Ella siempre te amó-repitió el hombre gordo.

-¿Iroh?-preguntó Sokka confundido.

El mencionado sonrió a medida que sus contornos se iban haciendo más claros.

-¡Iroh!-exclamó nuevamente Sokka pero esta vez con alegría.

Su viejo amigo había muerto hace varios años, la vejez le había llegado. Recordó el funeral, Zuko llorando desconsoladamente, recordó la lluvia que caía. Él también había necesitado de su viejo amigo. Lo abrazó y al abrazarlo se dio cuenta.

-¿Pero Iroh? ¿Cómo?-dijo Sokka separándose nuevamente.

La imagen de su cuerpo y de Toph volvió a su mente, pero esta vez como un recuerdo. El recuerdo de toda una vida perdida, de un amor guardado. Las lágrimas comenzaron a formarse en los ojos de Sokka.

-Así es mi amigo, moriste-le dijo Iroh adivinando sus pensamientos-. Bienvenido al Mundo de los Espíritus.

Sokka miró a su alrededor, un mundo diferente al que estaba acostumbrado, pero vagamente familiar. En un rincón, pudo divisar a Hei-Bai lamiéndose las patas y ahí recordó aquella vez que fue secuestrado por el espíritu y traído al mundo de los espíritus. Luego Sokka vio a dos personas acercarse, una que había dejado de ver hace unos diez años y la otra desde que era un pequeño niño.

-¡Mamá! ¡Papá!-gritó Sokka y fue corriendo hacia ellos.

Su padre lo alzó en brazos, mientras su madre lo abrazaba. De golpe, se dio cuente, tenía el cuerpo de un niño pequeño, al hacerlo volvió al cuerpo que tenía al morir y su padre tuvo que soltarlo.

-Verás-dijo su padre adivinando sus pensamientos-, en el Mundo de los Espíritus adoptas el cuerpo de cualquier edad que tuviste según cómo lo desees.

Sokka sonrió y volvió a abrazar a sus padres. La madre le acarició el rostro.

-Mi dulce niño, mi pequeño, siempre quise que fueras feliz.

-Lo sé, mamá-dijo Sokka sosteniendo la mano de su madre en su cachete, reteniéndola-. Pero ya no puedo volver atrás en el tiempo.

-No-dijo su madre-. Tienes razón pero puedes esperar así como yo esperé a tu padre, a ti, y como espero a Katara.

-Tarde o temprano, todos vienen para acá-dijo su padre.

-¿Y ahora que puedo hacer mientras la espero?-preguntó Sokka a sus padres en busca de consejo.

-Cuídala-dijo su madre-. Cuídala para que no sufra, cuida de que no se dañe demasiado, vela por ella.

-Eso haré-dijo Sokka y volvió a abrazar a su padre.


Toph lloraba desconsoladamente. Desde que lo vio por primera vez lo amaba prácticamente. Aunque al principio le pareció un perfecto idiota, un estúpido, un día descubrió que no podía dejarlo de "mirarlo". Él fue el único capaz de ablandar el fuerte témpano que era la bandida ciega. Jamás se atrevió a decirle lo que sentía, primero por temor y luego porque el tenía novia, luego mujer e hijos. Y ahora que por fin sabía que él siempre la había amado, se había ido. Se había ido a un lugar donde ella ya no podría seguirlo.

-¿Toph?-preguntó Suki, al entrar a la sala.

La bandida ciega giró su cabeza hacia ella, y con aquellos ojos ciegos pero llenos de lágrimas se lo dijo todo. La guerrera Kyoshi miró el cuerpo de su marido, y rompió en llanto. Toph se dirigió hasta la puerta, quería largarse de ir, quería explotar todo ese dolor que le quemaba el pecho.

-Toph quédate-le pidió Suki, pero la bandida no podía permanecer allí.

Se fue a su casa, dónde por suerte Theo, su marido, no estaba. En el medio del llanto comenzó a descargarse, con su tierra control destruyó todo lo que pudo, hasta que finalmente su casa quedó convertida en un montón de añicos y maderas rotas. Tenía una mejilla lastimada pero no le importaba, simplemente quería acabar con ese dolor que le apretaba el pecho. Era como si le hubieran clavado un cuchillo en el corazón y lentamente se lo estuvieran retorciendo. Toph se quedó llorando, acurrucada en un lugar del suelo hasta que se durmió.

Al día siguiente, se corrió la noticia de la muerte de Sokka. A los pocos días comenzó a llegar la gente que venía a asistir al funeral. El cuerpo se trasladó a Ba Sing Se, dónde sería enterrado en una tumba especial, una tumba junto con los grandes, una tumba digna de un héroe de guerra como él.

En el funeral se encontraban la familia de Sokka, su esposa, hijos y nietos, y sus amigos de la vida, Aang, Katara y Zuko. También había otros como Haru, Duque, Smellerbee y Longshot, ahora casados y con nietos. Varios habían sido los que vinieron en honor del aquél que ayudó a traer la paz al mundo, aquél que sin ningún poder participó.

Fueron amargas las lágrimas que derramó Toph. Se quería quedar hasta el anochecer allí, a solas con Sokka pero Suki no se iba. Es qué acaso esa maldita perra no tenía suficiente con habérselo robado en vida qué ahora también, incluso ya muerto se lo iba a sacar.

Toph fue hasta el monumento que se les había erguido en Ba Sing Se, una estatua de los seis jóvenes y el viejo sabio que impidieron el fin del mundo. Toph se sentó debajo de la estatua de Sokka, a lado de él se encontraba la de Suki, y en el otro extremo estaba ella. Con bronca y con su metal control destruyó la cabeza de la estatua de Suki, le quitó esa sonrisa del rostro que ahora estaba en pedazos en el suelo. Sí, ahora estaba más bonita. Toph lloró hasta que con los ojos secos, se quedó dormida esperando soñar con su amado.