¡Hola a todos! Sé que he estado desaparecida, hm, durante bastante tiempo, la verdad, más o menos desde el año pasado. Así que ahora vuelvo con un drabble de un fandom en el que nunca he escrito antes, espero que les guste, corazones.
El cielo no existía. El cielo era una ilusión humana. El romance era un capricho. La vida era un parpadeo. La memoria un cigarrillo. Nada existía realmente, todo era una invensión del ser humano en busca de seguridad, gente que no iba a aceptar que la vida era un gran nada totalmente vacío, negro, desganado.
Ib lo había asumido bastante bien, sin embargo.
Era capaz de fumar su propia vida a sus veinte años de edad, Ib solo era imaginación, nada de cordura, nada de realidad. Amnésica, artista, ella.
Una persona puede existir y no hacerlo. Una persona puede ser y no ser, la muerte era una metáfora y la vida una paradoja.
Se despertaba por las noches, dibujaba cada sueño que tenía, susurraba lo divertidas que habían sido sus aventuras en la galería, las aventuras que todos negaban, las suaves mentiras que generaba una mente rota como la de una castaña amnésica y quebradiza, armada solo con pegamento.
— Él tiene mi pañuelo. — Aseguró un día, escupiendo vocablos al azar, sin saber con exactitud de quién hablaba, pero sabiendo todo su pasado a la vez. Como si se bloqueara.
Cada noche, un pétalo caía a su lado, y un chico le gritaba que le rescatara en sus sueños. Otras noches, una rubia aclamaba ayuda entre llamas de agonía. Ib se iba deslizando por cada sueño, como si ellos tuvieran las respuestas a lo que había olvidado.
Pero con exactitud, ¿qué había olvidado? ¿A ellos?
Una parte suya, se sentía culpable. Por ser amnésica, por no recordar nada, porque quería conocer a quienes aparecían en sus sueños, pero no podía. Se limitaba al igual que el lenguaje.
Así que cambió sus pinturas de exhibiciones, glamurosas y aclamadas, por dibujos de ambos, todo aquello que en un momento le hizo saborear la cima se había desvanecido como el humo de un cigarrillo, y en su lugar, solo una mentalidad disturbia, irregular, cambiante, todo lo que se le venía a la mente. Solo pensaba en ellos.
Se iba perdiendo a si misma, una pizca, otra, su cordura se iba cayendo, se rompía como sus pinturas al finalizarlas.
Sus ilusiones parecían tan reales. Guertena. Leyó su biografía, porque navegando entre párrafos cuyo sentido era tan simple, se sentía en casa, como si sus aventuras en la galería, aquellas que todos desmentían, fuesen reales al leer sobre aquel artista.
Cuando enloqueció, dejó de salir de su casa. Todo lo tenía dentro, todo lo necesario, su esencia olvidada.
Pero estaba vacía, aún siendo la número uno. Porque no sabía qué había olvidado.
Acomodó su vestido, riendo suave pero desganadamente. Arrastraba sus pies en una caminata fúnebre, miraba repetidas veces hacia los lados y sus ojos yacían apagados. Solo mirando un cuadro, y otro más, su cabello despeinado y todas las miradas sobre ella.
La galería Guertena, los dos chicos.
Y la gente se retiraba poco a poco, menos ella, conversando animadamente con pinturas. Y la noche la abrazó, las tinieblas. Ib quería estar junto a ellos. Tocó los cuadros, sonriendo ligeramente, y de su delicado vestido sacó una pistola, llevandola a su cabeza.
— Él es Garry. Ella es Mary. — Como si alguien fuera a escucharla, dijo. — ¿Que qué había olvidado? A ellos, por supuesto, pero ya no más.
Disparo.
Noche fría.
Y al mes, un nuevo cuadro era exhibido en la galería, justo al medio de los otros dos.
