Todos tenemos un límite. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, y realmente lo es, ¿pero cuando la perdemos? Cuando aceptamos que no hay nada que podamos hacer para obtener lo que deseamos, cuando abandonamos la incertidumbre y dejamos paso a la certeza y esta cae sobre nosotros como un cubo de agua fría: nos paraliza al principio, se nos cala el frío en los huesos, pero nos acabamos resignando a él.
Ruby lo sabía: ya no tenía nada que hacer. Lo sabía desde el momento en que Bella recuperó la memoria y no la fue a buscar. Fue a despedir a Gold. Todas esas tardes juntas en la biblioteca, leyendo, charlando, riendo. Aquella complicidad que destilaban sus momentos juntas, esas miradas profundas que se dedicaban mutuamente, las amplias sonrisas que se robaban la una a la otra… Nada de aquello había significado nunca nada, al menos no de la misma manera para ambas.
Mientras Ruby hacía la maleta, decidida a dejarlo todo atrás (incluso a su Abuela), pensaba en todo esto. Pensaba que, sorprendentemente, ahora se sentía mucho más relajada que cuando aún creía que estaba abriéndose camino hacia el corazón de Bella y veía cómo Gold se interponía entre ellas, siempre utilizando a la bibliotecaria a su antojo para sus propósitos y sin pensar en el bien de ésta. Eso cabreaba a Ruby sobremanera. No soportaba ver cómo ese vejestorio trataba a Bella como si fuera un objeto, como si fuera "suya". ¿Qué cojones se había creído? –Ya te estás alterando, Ruby…- Es cierto, pero ese hombre había llegado al punto de seguirle el juego a su alter ego Lacey, que nada tenía que ver con Bella, en vez de intentar traerla de vuelta –Ruby, tienes que admitir que la tal Lacey tenía su punto…- No. Eso no importaba. Lo importante era que NO era Bella, era otra persona, y Gold no había luchado por Bella, se había conformado con aquella versión grunge de ella. Ruby había intentado hacerla volver, no por ella, sino por Bella, porque sabía que ella querría volver del lugar en el que estuviera. Tenía que hacerlo por Bella, pero Gold se interpuso una vez más…
Ya no servía de nada pensar en ello, daba igual, Ruby se marcharía. No sabía dónde, pero se marcharía. Estaba recogiendo unas camisas de cuadros de su armario cuando alguien llamó a la puerta de su habitación. Extrañada, Ruby abrió la puerta, y cuál fue la sorpresa cuando se encontró a Bella al otro lado.
-Hola Be…
-No. No digas nada. No me puedo creer que estuvieras pensando en irte sin decirme nada.
-Verás…
-¡No! – La bibliotecaria entró en la habitación como un remolino, nunca antes Ruby la había visto así. La camarera cerró la puerta tras ella y esperó pacientemente a que Bella se diera la vuelta y la mirase a los ojos.
-No puedo creerme que fueras a hacerlo de verdad… A dejarme aquí tirada, ahora que …
-Pffffffft. Déjalo, no sigas por ahí.
-¿Perdón?
-En serio, déjalo, no quiero oír hablar más de ese hombre. Se ha ido, ¿no? Pues muy bien, ¡adiós muy buenas! No me digas que te voy a dejar sola ahora que él no está. Ya sé que el que yo me vaya te importa bastante menos pero…
-¿Bastante menos? ¿Pero tú te estás escuchando, Ruby? ¡He venido aquí precisamente para hacerte cambiar de opinión!
-Claro, porque ahora te sientes sola porque se ha ido tu "novio", sino de qué…
-Pareces una niña pequeña, Ruby, de verdad. Pensaba que eras un poco más madura. Además, ¿a qué viene esto ahora? Ya sé que nunca ha sido santo de tu devoción, pero este ataque de celos repentino…
-¿Celos? Mira, déjalo, en serio, no tengo ganas de discutir. – Ruby estaba muy cabreada, no tenía intención de soltar todo lo que había soltado, Bella podía darse cuenta de que había algo que no encajaba, y no quería tener que darle explicaciones. Se pasó una mano por la cara, intentando pensar en alguna excusa que decir, cuando la bibliotecaria se echó a sus brazos de repente, abrazándola.
-Lo siento, Ruby, no quería hablarte así… Es solo que no quiero que te vayas, no quiero perderte, de verdad…
En ese momento toda la determinación de Ruby se esfumó de golpe. El mero hecho de sentir el cuerpo de Bella contra el suyo, el calor que desprendía, su olor… -Dios, huele tan bien… No la sueltes Ruby, no la sueltes nunca…- Y no podía soltarla, no quería. Qué ilusa había sido al pensar que podría mantenerse en su propósito de alejarse de ella, de dejarla ir, de desaparecer de su vida. Todos tenemos un límite, es cierto, pero hay personas que irremediablemente nos arrastran más allá de él.
