Todos los personajes de la serie y el manga de Inuyasha pertenecen a Rumiko Takahashi.
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¿Quién es realmente afortunado?
Kami, como había maldecido su suerte. Justo ahora. Miró a Miroku de soslayo notando como el monje sonreía, alucinado por las luces y eventos del festival.
"No te preocupes mi amigo, ahora disfruta de las bendiciones de Buda", había dicho el monje cuando se dieron cuenta que no podrían irse de la aldea hasta el siguiente día.
Luna Nueva, su maldito problema de siempre. Llegar a su aldea estaba a medio día de distancia. Claro, con él cargando las cosas como era costumbre y Miroku caminando campante a su lado, con esa sonrisa que solía desesperarlo en antaño, pero que ahora disfrutaba en silencio, porque por supuesto, él nunca le diría al monje algo como eso.
"Nunca habías estado en un festival antes, ¿no es así?, bien, es mi deber como amigo guiarte en esta experiencia divina".
Sus palabras le habían sonado como si esto fuera un ritual de esos que los monjes practicaban, la verdad, no le interesaba en absoluto, y así mismo se lo había dado a entender a Miroku junto con un sonoro bufido.
Demasiados humanos juntos, demasiada bulla. Todos sonriéndole e invitándole a probar lo que se servía, como si él fuera uno de ellos, y él lo sabía bien, no lo era. Seguro estando en su forma de siempre no le invitarían, ni siquiera le mirarían demasiado tiempo, quizá lo suficiente para notar que era un yokai, y si algunos se aventuraban más tiempo, para notar que era un hanyo. Pero hoy, hoy se veía como un humano y todos parecían aceptarle por eso.
Los odió en silencio por unos momentos, mirándoles de la misma forma que había aprendido a hacerlo durante sus años de soledad, hace ya tanto.
Se sintió engañado, por todas esa luces, esos olores, mascaras y arreglos. Se sintió de alguna y ridícula forma traicionado.
"ya Inuyasha, no estés molesto, la señora Kagome estará esperándote. No querrás que le diga lo aguafiesta que eres o ¿sí?
Kagome…
Se sonrojó, aún no podía evitar hacerlo y menos cuando Miroku había comenzado a llamarla "señora". Desvió su rostro fingiendo ver hacia otro lado, no iba a permitirle al monje verlo de esa forma, aunque supiera que se había dado cuenta, tenía que guardar algo de orgullo. Algo.
Él quería irse, quería irse ahora y llegar a su casa, aquella cabaña que compartía con Kagome. Se sonrojó más furiosamente cuando se dio cuenta la dirección que sus pensamientos habían tomado. Él quería regresar, no por las luces, el humo, la bulla, los humanos o el escándalo. Él quería regresar porque sería la primera noche que pasaría sin Kagome, desde que esta había regresado.
Caminó más rápido intentando alejarse del bullicio, se sentía preocupado, ¿cómo estaría ella? ¿Qué estaría haciendo ahora? Levantó su vista al cielo y suspiró.
Kagome. Kagome. Kagome.
Debió haberse quedado, debió haberse ido o terminado más rápido el estúpido exorcismo. Pero no, estaba atrapado ahí, con Miroku regateando objetos con los mercaderes, con toda esa peste y ruido rodeándoles.
Se volteó mirando a su alrededor, todo parecía de mentiras, parecía ficticio. Se preguntó si a Kagome le gustaría estar ahí. Recordaba cómo había asistido a algo parecido en su época, cuando eliminó a los yokai de comida seca.
Caminó unos pasos dejando la voz del monje atrás, los puestos parecían acabarse ya, y las luces disminuir por dónde él avanzaba. Los humanos seguían hablándole, sonriéndole. Se asqueó. Fui ahí que la vio. Lo más hermoso que había visto durante toda la noche. No pudo evitar compararla con Kagome. Caminó hasta ese puesto casi por inercia, sus pies simplemente se movieron hacia ella, como si le atrajera de forma irremediable.
Era hermosa, frágil y sintió el extraño deseo de tocarla, para comprobar si era tan suave como se veía a simple vista.
-Le interesa algo de mi "mercancía"- La voz del hombre sonó enigmática en medio de esa oscuridad que le rodeaba. ¿Qué si le interesaba? La miró de nuevo no estando seguro, es decir, ¿cómo se sentiría Kagome si él llegaba a pagar por algo así? Era definitivamente hermosa, tanto como Kagome lo era y por un instante realmente la quiso. Quiso pagar por ella.
-Inuyasha, amigo, ¿Qué haces?- Pero la voz del monje había muerto cuando le vio indeciso. Frente a ese hombre de aspecto lúgubre y de reputación dudosa, observando lo que él llamaba "mercancía". Desvió el rostro de Miroku y quiso huir. El bonzo lo había descubierto, sabía que el monje le veía entre extrañado y confuso. Los minutos parecieron eternos en ese momento, pero finalmente Miroku había dejado una bolsa de monedas en su mano.
-Haz lo que creas conveniente con él- Eso había sido todo lo que el monje le dijo y luego se fue. Miró las monedas sintiéndose culpable unos momentos y lo decidió. Al menos por esta noche, se dejaría llevar por sus instintos más profundos y pagó por ella. Sólo por esta noche, se repitió.
El hombre había recibido las monedas gustoso, contándolas con sus grasientas manos. Le vio mirar su "mercancía" con una especie de deseo repugnante en sus ojos y acercar su mano para tocar lo que se supone sería suyo.
Le detuvo, no pudo evitarlo, no podía permitir que ese hombre la tocara. Ya no.
-Amor ¿qué sucede?- Una mujer se había acercado al mercader observando cómo él le sostenía el brazo al hombre. Tuvo que soltarlo, no quería problemas, menos cuando ya había pagado. -Déjame a mí, yo me encargo- le sugirió ella a su esposo.
Aquella mujer era hermosa, ¿cómo alguien como ella podía siquiera estar casada con un hombre como él?, no pudo evitar preguntárselo más de una vez mientras la veía tocar con sumo cuidado su mercancía. Entonces pensó en Kagome, cuánta gente, humanos, no pensaban lo mismo de ella cuando la veían con él. Junto a un hanyo. Una mujer hermosa, acompañada de un mitad bestia.
No pudo evitar sentirse miserable, pero es que, cuando estaba a su lado lo olvidaba. Todo parecía ser olvidado. Kagome lo hacía sentirse como si no hubiesen diferencias y él se maldecía por eso, porque él no podía olvidarlo, mejor dicho, no debía hacerlo y aún así no podía evitarlo.
-Debe ser muy afortunada- Las palabras de la mujer del mercader lo hicieron mirarla- me refiero, a la mujer a quién usted le compró esto, acaso ¿una novia?- Pero él recibió el paquete en silencio, sin poder dejar de mirarlo.
-"Mi… mujer"- dijo casi en un murmullo. Porque aquello sonaba irreal, sonaba como una cruel mentira. Que él alguna vez pudiese decir aquellas palabras. "Mi mujer" "mía"
-Su mujer, debe ser muy afortunada de estar al lado de un hombre como usted- Pero no le oyó terminar, porque él no lo creía así.
¿Kagome, afortunada por estar junto a él? no, Kagome no era afortunada por eso. Nunca lo sería.
Pero ¿y él?, miró el pequeño paquete que sostenía en sus manos. Observó como Miroku le sonrió cuando se lo encontró guardándolo en la manga de su haori. No, Kagome no era afortunada por estar a su lado, pero él sí. Sí, era afortunado de tener a un monje caminando junto a él sin querer purificarlo en el acto. De conversar con un Taijiya sin que ésta quisiera exterminarlo. De pasearse en una aldea como hanyo sin que le persiguieran para matarlo. Sí, pensó, mirando de reojo el objeto bajo su manga, él si era afortunado de que Kagome quisiera estar a su lado. Él si era afortunado de poder tener un lugar a donde regresar, de tener a Kagome y de que gracias a ella tuviese lo que tenía ahora. Por eso haría todo lo que estuviera a su alcance para que ella sintiera esa fortuna también, para que no lo olvidara. Así como él no lo olvidaba jamás, lo afortunado que era, de que Kagome se hubiese enamorado de un hanyo. De que se hubiese enamorado precisamente de él.
Mientras viajaba, una travesía de cuatro horas, y estudiaba para mi examen, de pronto nació esta historia. La escribí y pues me gustó así que se las dejo. Espero que les guste. Saludos ;)
