Situaciones atípicas para fechas repletas de tópicos.

Bueno, he aquí la primera de las muchas demostraciones de mi fuerte sentido de la puntualidad. La semana pasada dije que comenzaría a publicar esa misma semana. Qué fallo. En realidad no sé si alguien leerá esto algún día, pero hace menos de una semana me aceptaron en Derecho, y desde entonces no he parado. Además, mi horario es de tres a nueve de la noche, y eso rompe bastante con el esquema de mi vida. Sea como sea, siento no haber publicado antes.

Advertencias: Primer año de Shindou, Kirino, Hamano, Hayami, Kurama, Ichino y Aoyama en el Raimon. Sí, es yaoi, pero en esta primera parte de las tres que pienso subir las cosas irán despacio.

Disclaimer: Inazuma Eleven no me pertenece. Su conjunto global pertenece a Level 5. Ya, es una pena.


Prólogo. Skelleton Dance.

"Me siento anónimo, anónimo, anónimo aquí. En esta conspiración, conspiración, conspiración de miedo. Quiero ver el techo, quiero que pares."

—I feel anonymous, anonymous, anonymous in here. In this conspiracy, conspiracy, conspiracy of fear. I wanna see the top, I want you to stop…—entonaba distraídamente un chico de camino al instituto.

En realidad, a pesar de las seiscientas cincuenta y dos canciones que convivían ajustadamente en su pequeño mp4 azul, cantar era de esas cosas que a Kurama le avergonzaba hacer. Al menos en público. Fuera de la seguridad de su habitación podía conformarse con mover los labios de manera imperceptible, acariciando con un inglés fluido la letra de cualquier canción al azar. Toda una lástima que además de Skelleton Dance no hubiese dado con más canciones de Children Collide. Era lo que tenía la falta de tiempo; los exámenes a mitad de la segunda evaluación, las presentaciones en PowerPoint que lo perseguían incansables desde inicios de curso y los entrenamientos al atardecer ocupaban gran parte de él. Si se había empeñado de una manera tan atípica en él en entrar al Raimon había sido mayormente por el aliciente de su equipo de fútbol.

"Eres sólo una gota de agua en el océano, pero aspiras a ser una estrella en el cielo."

—You´re just another drop in the ocean, but you wanna be a star in the sky…"—el ritmo de la canción le recordaba a esas que sonaban de fondo en los insufribles reportajes de surf que Hamano se empeñaba en hacerle ver desde su móvil cuando bostezaba en clase. Qué tipo de obsesión podía tener Hamano con cualquier cosa salida del mar, dejando atrás el simple interés y su completo anti-sentido del tan requerido equilibrio, eran cosas que Kurama había desistido de intentar comprender. A Hamano no le importaba el hecho de que quizá Kurama no estuviera aburrido, sino cansado y esforzándose por entender los logaritmos, que en el fondo no eran nada del otro mundo, pero que a él personalmente le resultaban todo un misterio. Era un desastre en la materia. A veces temblaba cuando Minamisawa abría su cuaderno y se ponía a hacerse el "soy-el-puto-rey-de-todo-este-reinado-de-números-y -demás-inutilidades-varias" resolviendo mil y una derivadas sin esfuerzo, para luego ayudarle a él. Porque si en ese momento era bastante pésimo, Kurama era consciente de que durante su último curso en Raimon las iba a pasar putas.

—Buenos días, rey del Pop—saludó una voz a su lado. Kurama cerró la boca y lo miró. "Menta al diablo, y el diablo aparecerá."

— ¿No tendrías que estar en una cumbre del G20 o algo así, pijales?

—Muy agudo Kurama-kun. Cuando se acaba el caviar en palacio me apetece venir a mezclarme con la plebe—respondió colocándose el pelo de aquella manera tan característica de la que hacía gala Minamisawa Atsushi.

A Kurama le costó no reírse. Pijales o no, el tipo manejaba los juegos de palabra.

Normalmente, a Minamisawa lo traían al instituto en un humilde Porsche negro, aunque había días en los que el mayor hacía excepciones. Kurama cruzó los brazos tras la cabeza, quitándose los auriculares con forma de monstruo de las galletas.

—Pues hoy vas a pasarlo de perlas. "Feliz San Valentín, Atsushi-kun"—dijo burlonamente. Cada catorce de febrero seleccionaban a cinco personas, en su mayoría chicas a falta de chicos que se ofrecieran, que se encargaban de recorrer el instituto entregando dulces, tarjetas y alguna que otra particularidad entre el alumnado. Todas esas cursiladas se depositaban en las urnas opacas colocadas convenientemente en los pasillos el día anterior. Por ello, se rogaba escribir el nombre del destinatario en cualesquiera de las esquinas del papel que envolvía el regalo, y como las urnas se recogían el día trece y las chicas operaban con el colegio casi vacío, todos debían etiquetar su pupitre correspondiente con el suyo para facilitarles la tarea. Sorpresivamente, el año pasado Kurama había recibido en su colegio, que seguía el mismo sistema, dos cajas de bombones que se tornaban diminutas ante la montaña de chocolate que según le habían contado había acumulado Minamisawa. Por lo visto el fuego de la hoguera que habían encendido en una excursión campestre el fin de semana posterior había estado nutrido por todas las cartas y tarjetas que había recibido. Kurama podía imaginarse a alguna de las chicas que había reunido el valor suficiente para darle su regalo de San Valentín a Minamisawa personalmente. Hechas un amasijo de nervios, temblores y sonrojos le entregaban chocolate o cualquier papelucho, suspiraban atropelladamente "F-feliz San Valentín, A-atsushi-kun" y salían corriendo como alma poseída por el mismísimo Lucifer. Minamisawa siempre usaba su encantadora sonrisa para recibirlas, sonrisa que se truncaba en una de superioridad en el momento en que se daban la vuelta. Era divertido. Espeluznantemente divertido.

—Oh, respecto a eso… deberíamos tomar medidas este año.

— ¿"Deberíamos"? Yo he conseguido pasar medio desapercibido, el problema es todo tuyo. Te pasa por ser de la realeza—siguió Kurama, encantado con la perspectiva de un día repleto de agobio para Minamisawa.

—Cierto, no posees mi atractivo ni mi desparpajo, deberías considerarte un privilegiado por permanecer en la sombra del anonimato—admitió.

—Lo tendré en cuenta—cedió sarcásticamente.

—Aunque bien pensado, podemos hacer algo para cambiar la situación…

— ¿Algo como qué?

—Pequeñeces, pequeñeces. Ya te irás percatando de mi plan—a Kurama le daban muy mala espina los planes de Minamisawa. Era completamente imprevisible. Ya estaban llegando al Raimon, podía incluso atisbar la cabellera rosa de Kirino cerca de las rejas de la entrada—por cierto, ¿tienes algo que hacer esta tarde?

—Debería estudiar para el examen del viernes, pero estoy empezando a saturarme.

—Déjalo para mañana y me comprometo a echarte una mano. En lo que llevamos de semana únicamente conmigo has estudiado dos tardes enteras. Por tu cuenta ni me imagino, así que déjalo o conseguirás el efecto contrario—Kurama pensó que de vez en cuando Minamisawa tenía razón. Solo de vez en cuando—. Aún te quedan dos días.

—Vale, ¿y qué sugieres que hagamos hoy? Porque si me estás vendiendo la moto supongo que querrás que salgamos—la idea no le parecía tan mala. Tenía ganas de despejarse un rato, y no había salido con Minamisawa ni con nadie desde la semana pasada. Eran las delicias que tenían Biología e Historia.

—Estás muy pagado de ti mismo Kurama-kun, empiezo a replantearme lo de pasar tanto tiempo contigo.

—Sí bueno, todo lo malo se pega—corroboró—. ¿Tienes algo en mente?

—Nada importante, pensaba que podrías acompañarme a dar un paseo por ahí.

— ¿Jardines palaciegos?—Minamisawa le revolvió el pelo, molestándolo.

—Algo como una simple heladería para mortales. ¿Te queda demasiado grande?

—Por qué no. Pero tienes que acompañarme a la biblioteca antes—recordó Kurama.

— ¿Culturizándote para los próximos premios Príncipe de Asturias?

—Todavía no. A diferencia de ti utilizo el papel para algo más que para alimentar hogueras.

—Me ofendes, Kurama-kun—suspiró con un gesto dramático. Habían atravesado la verja principal. Alguna que otra mirada empezaba a posarse sobre ellos.

—Quiero leerme "Sleepers", de Lorenzo Carcaterra. Hace días vi una adaptación al cine. Normalmente sucede al revés y entonces uno suele llevarse un chasco, así que tengo la esperanza de llevarme una alegría esta vez.

—Entiendo… ¿cuál es el reparto? Sleepers significa algo así como hijos de la calle, es una jerga si no me equivoco.

—Exacto; participan Robert De Niro, Brad Pitt, Kevin Bacon…

—Tengo un ultimátum para ti; tienes el fin de semana ocupado—sentenció Minamisawa al llegar a la escalera interna del primer piso. Ahora debía subir a segundo, mientras que Kurama seguiría recto hasta la siguiente esquina.

—Fantástico. El mujeriego del Raimon no puede vivir sin mí—suspiró.

—Hoy los tiros irán precisamente por ahí, Kurama-kun.

Pero antes de que al susodicho le diese tiempo a procesar las palabras de Minamisawa, una chica rubia y menuda se acercó a ellos. No venía sola; la acompañaba un séquito de cinco prepúberes de su misma edad. Parecían bastante risueñas y vacilantes, y Kurama creía saber por qué. Le hizo un gesto con la mano a su interlocutor y levantó levemente el mentón en dirección al grupo frente a él, con la intención de marcharse a clase antes de tener que oír la primera declaración del día. Los actos "cursis" como él los llamaba, solo le divertían cuando se los contaban ya vividos. Presenciarlos en primera persona era algo un poco distinto.

—H-hola Atsushi-kun, he hecho esto para ti—dijo la chica manteniendo el tipo lo mejor que podía. Se había preparado mentalmente para el momento, repitiendo su complicada oración un par de veces frente al espejo. Le tendió un paquetito amarillo pálido de forma rectangular, que Minamisawa aceptó sin prisas.

—Gracias por pensar en mí—respondió con una leve sonrisa. La chica pensó que podría sobrevivir otro año entero al amor platónico que evocaba en ella el mayor tan solo gracias al recuerdo de esa sonrisa. Una de sus amigas habló con un poco más de soltura.

—Hey, Norihito-kun, yo no he dedicado mi tiempo a estar haciéndote chocolatitos, pero la intención es lo que cuenta ¿no?—dijo avanzando hasta él, que había dado poco más que tres pasos. Le lanzó con presteza una sencilla caja de Mikados que Kurama casi dejó caer. Tenía toda la pinta de proceder de una de las máquinas expendedoras de fuera. Aún así se hizo cargo de ella ligeramente cohibido.

Hizo memoria de su precaria experiencia en recibir regalos de San Valentín y respiró hondo.

—C-claro. Muchas gracias—articuló en un murmullo intentando no mirar a la chica. Se sentía muy tonto.

Minamisawa rió a su lado.

— ¡Ohhhhhhhhhhhh, es monísimo!—dijeron todas a una. Kurama pensó que si existía la más mínima posibilidad de que la tierra tuviera la capacidad de tragar personas espontáneamente, ese era el momento adecuado para constatarla.

— ¿No son tus favoritos, Nori-kun? Después de todo no vamos a tener que esperar a la tarde para tomarnos algo dulce— dijo Minamisawa quitándole la caja con sorprendente facilidad.

"¿Nori-kun?" Dudaba entre la magnífica idea de salir corriendo o montarle una escena con público incluido a Minamisawa cuando este lo levantó del suelo, pasando las manos bajo las axilas del pequeño hasta dejarlo a su altura. Tenía un Mikado entre dientes.

— ¿Vais a compartirlo?—preguntó atenta la responsable del lío en el que se había metido Kurama. Intentó darle un manotazo al mayor, que fue más hábil y entrelazó ambas manos mientras le pasaba la otra por la espalda. Habrían podido parecer una pareja de baile si Kurama hubiera llegado al suelo y no hubiera tenido cara de espanto.

Empezaban a escucharse cuchicheos en el vestíbulo. Los jóvenes que entraban al Raimon miraban la estampa con curiosidad.

—Vamos Nori-kun, compórtate como un buen actor y no defraudes a tu público—susurró Minamisawa con un acento peculiar, producto de la barra de chocolate bizcochado que aún sostenía contra sus labios, curvados en una sonrisa. Así que en eso consistía el plan. No es que Kurama fuese un mal amigo, pero prefería con creces que lo acosaran un día entero a metralla romántica a ser el protagonista de una secuencia fácilmente malinterpretable con medio instituto delante.

—Deja de hacer el imbécil, que me las tengo que pirar a clase ipso facto—susurró en el mismo tono mientras se intentaba desasir el agarre del chico.

—Ah, no. No te irás de aquí hasta que te tragues la mitad de esto—respondió con la amenaza de una carcajada traviesa en la cara—. Después de todo la culpa es tuya por suscitar tanta ternura entre las chicas, "Norihito-kun."

—Me tragaré los que me dé la gana cuando me sueltes y me devuelvas mi caj…—pero no le dio tiempo a terminar. Minamisawa aprovechó su respuesta para meterle el Mikado en la boca y ladear la cabeza hasta partirlo. Todo en un santiamén. Se oyeron silbidos burlones y aplausos entre la multitud.

— ¿Kurama?

— ¿Minamisawa?

Shindou y Sangoku contemplaban los ojos entrecerrados de Kurama, que despedían un brillo asesino y contrastaban con el furioso sonrojo de sus mejillas. Parecía la clase de persona predispuesta a hacerte escoger los tres órganos en los que te gustaría recibir una puñalada mortal antes de asestarte el golpe de gracia.

—Ahora sí que te la has cargado… ¡Te vas a enterar, animal enfermo!—vociferó atragantándose con los restos del Mikado, moviendo brazos y piernas, cualquier cosa que pudiera alcanzar de mala manera al idiota frente a él. Pero Minamisawa no era tan, "tan" idiota, y lo mantenía lo más alejado de él que sus brazos podían permitirle sin llegar a soltarlo. Le dirigía una de sus irritantes sonrisas sin alterarse. Kurama no entendía por qué demonios lo había involucrado precisamente a él en sus tonterías con las chicas. ¿No tenía más amigos pringados a los que putear?

—Nori-kun… ¿por qué no dejamos las peleas para mi habitación?

—Minamisawa, d-deberías soltarlo antes de que se enfade de verdad…—intervino dubitativo el portero titular del Raimon.

—Oh, pero es tan…—divagó en busca de la palabra adecuada para cabrearlo más—mono cuando se pone así…

— ¡Eh Kurama! No sabía que te dejaras manosear por tíos—rió un chico de pelo negro al que el propio Kurama no reconocía entre la marea de estudiantes. ¿Quién se había creído ese desagraciado?

— ¡Tú so capullo, yo no me dejo manosear por nadie, ¿te enteras?—espetó el menor.

—Minamisawa, ¡suelta al niño!—Kirino había salido de su propia clase, atraído por el barullo que se había armado fuera—. ¡Shindou! ¡Actúa como el Capitán que eres y sepáralos!

—Dentro del contrato que define mi labor de Capitán no figura meterme en este tipo de cosas… Además, dos no se pelean si uno no quiere; y esto viene a ser más o menos lo mismo—parloteó con ansiedad mientras Kurama calentaba motores y salía disparado como una flecha de su arco hacia el chico que había lanzado la pulla.

— ¿Cuántas veces te he dicho que te leas la letra pequeña de las cosas?—resopló Kirino cruzándose de brazos.

— ¡En Gelizia a las cinco y media, Nori-kun!—le despidió Minamisawa, pañuelo en mano.

Kurama desapareció tras una nube de polvo levantada por su presa, que huía en dirección a los jardines.

— ¡No creas que saldrás impune de esta, gilipollas!—gritó sin volverse.

En unos segundos, el tráfico en los pasillos volvía a funcionar con normalidad, un poco más fluido que de costumbre por la prisa estudiantil en llegar a clase tras el breve espectáculo. Kirino miró con disgusto a Minamisawa mientras volvía a su aula semivacía en silencio. Shindou disculpó al defensa con torpeza y un "os veo en el almuerzo" dirigido a los mayores antes de seguirle.

Sangoku empezó a subir las escaleras a paso ligero mientras intentaba escapar de las miradas furtivas y no tan furtivas que se centraban en el colega que iba a su lado, muy orgulloso de sí mismo. Algunas chicas escondían algo a su espalda, avergonzadas.

Finalmente, al doblar la esquina para acceder al pasillo de segundo, pasando el aula de música, se decidió a hablar.

—Algún día nos daréis un disgusto. Los dos. Tendremos que traerte flores a la tumba y a Kurama se las llevaremos al trullo.

—La verdad es que es enternecedor. Tan pronto se las da de culto leyendo libros y cantando todas las de Jagger de memoria como se pone en plan Freddie Kruger con la motosierra y todo—suspiró abstraído mientras jugueteaba con el paquetito amarillo, lanzándolo al aire para que girase sobre sí mismo una vez y cayera nuevamente en la palma de su mano. Se había llevado los Mikados de Kurama. La verdad es que ahora que se le había pasado la tontería del momento no le apetecía cargar con peso extra, aunque fuera poco. Ese día había traído varias bolsas de tela en la mochila, y al final de cada clase llevaría una o dos de ellas (que según sus previsiones estarían llenas) a su taquilla, donde el día anterior había colocado estratégicamente tres dobles bolsas de basura resistentes, preparadas para soportar el tonelaje de chocolate. Después, a las dos almorzaría en la cafetería, adelantaría su redacción sobre dictadores de la Europa de la primera mitad del siglo XX y abandonaría la recolecta en el vestuario antes del entrenamiento.

—Mierda, el entrenamiento—chasqueó la lengua. Después de todo no podría salir a respirar un poco de aire libre de avatares y chocolates caseros con Kurama esa tarde.

—Es hoy a las cuatro en punto. ¿Tenías algo que hacer?—preguntó Sangoku mientras tocaba dos veces en la puerta cerrada de su clase.

—Había quedado con el enano para ir a tomar algo y acompañarlo a la biblioteca. Genial—suspiró ciertamente desganado. Habían llegado a la puerta de 2º C. Antes de que los nudillos de Minamisawa rozasen la madera la profesora de Historia, Cheché, abrió la puerta manos en jarras y los recibió amistosamente con su característica cara de frustrada vital, haciéndose a un lado para dejarlos pasar en silencio. A pesar de haber llegado solo unos veinte segundos tarde, toda la clase escribía ya con la fruición típica de un examen. Sobre las mesas les esperaba un cuestionario sobre la relación y puntos clave entre el ataque a la flota de Pearl Harbour y los bombardeos atómicos sobre las ciudades de Fukushima y Nagasaki. Sangoku vio una caja de bombones Milka sobresaliendo de la rejilla de Minamisawa, bajo el tablón de su pupitre.

Se avecinaba un día intenso.