Disclaimer: No soy japonesa, no tengo pene y, al nacer, mis padres no me pusieron de nombre Okubo. Por lo que Soul Eater no me pertenece. Kick-Ass pertenece a Mark Millar y John Romita Jr. Lo único que es mío es la trama (o intento de ella).

(*)Editado el 23 de julio del 2014.


Chemical Kids—

I: The story about the kids who wanted to be villains


Y, mientras tanto, en el sótano de alguna casa de Londres...

«A la joven doncella se le anegan los ojos de lágrimas mientras se tapa la boca con una mano, impidiendo que un gemido de emoción escape de sus labios. Las mejillas sonrojadas, en parte por el llanto y en parte por la vergüenza que siente, le dan un toque de lo más adorable. Aparta las manos de la boca y se acaricia su larga melena rubia, sin dejar de contemplar al joven caballero que está arrodillado frente a ella.

Él alza la mano y le regala una sonrisa deslumbrante que hace que su corazón salte en su pecho. La doncella mira su mano y contempla maravillada la rosa de un color profundamente rojo para, después, cogerla.

Habéis vuelto dice con voz entrecortada.

Como te prometí contesta él, poniéndose en pie.

La doncella se coloca la rosa en su pelo y da un paso hacia su caballero. Ambos, sin apartar la mirada de sus ojos, se toman de las manos y se sonríen.

Entonces, el caballero, se inclina hasta rozar los labios de su joven enamorada y susurra:

Mi amor, quiero que...»

—...follemos.

Como si se hubiera despertado de un profundo sueño, Maka parpadea varias veces y despega los ojos de la pantalla del ordenador, clavándolos en mí con una de esas miradas asesinas que pueden dejarte tieso en el sitio. Me permito esbozar una media sonrisa, saboreando por unos segundos su cabreo, para, luego, volcar toda mi atención en un test sobre «Cómo sería tu pareja ideal». Eh, no creáis que a mí me van estas cosas. Pero te llama poderosamente la atención ver un artículo escrito en negrita y en mayúsculas con un título como ese.

No os vayáis a pensar que soy uno de esos tíos a los que les gustan las revistas de quinceañeras con problemas hormonales.

—«En tu primera cita, ¿adónde llevarías a tu chica: a un restaurante italiano o a un indio?» —leo en voz alta. Maka frunce el ceño y sigue tecleando—. ¿No hay una tercera opción?

—¿Cómo cual?

—Un McDonald's, por ejemplo.

—Claro, no hay nada mejor que llevar a la chica que te gusta a comer una grasienta hamburguesa y unos nuggets —la peliceniza pone los ojos en blanco y bufa—. Qué romántico.

—Es barato —protesto, y marco la casilla de comida italiana—. Ayer, Liz me prestó ese libro tan «guarro» que os gusta tanto a las tías de hoy en día —la siguiente pregunta es acerca de qué haría con mi novia un sábado por la noche: si ver una película romántica o llevarla a la playa. No hay una tercera opción que ponga «sexo salvaje y desenfrenado», así que marco la segunda—. La protagonista se pasa la saga entera decidiendo si le iba más la necrofilia o la zoofilia.

—¿Qué libro es ese?

—Crepúsculo.

—Crepúsculo no va de eso, Soul.

—Entonces, no he entendido bien el libro —murmuro—. «¿Tu pareja ideal sería pelirroja, rubia o castaña?» «¿Sería una persona dulce o atrevida?» —leo, riéndome entre dientes—. Mi pareja ideal, según esta revista, es una Mary Sue.

—No sé qué haces leyendo esa revista —Maka se coloca un mechón de pelo detrás de su oreja y suspira—. Es una pérdida de tiempo.

Me encojo de hombros y sonrío.

Tiro la revista al suelo el resultado del test es que mi chica ideal sólo existiría en los libros, con suerte y me doy palmaditas en la tripa, mientras miro el techo del sótano de Maka. Tiene varios pósteres de animes yaoi que oculta con algunos de Paramore y de Blink 182.

—No consigo terminar el cuento —gruñe la peliceniza, mordiéndose las uñas.

—Mejor.

Maka me lanza un cojín que impacta dolorosamente contra mi cara. Auch.

—Y tú no me ayudas para nada, Soul.

—Porque estoy en contra de todas las historias que te hacen vomitar arco-iris —replico—. Crea falsas esperanzas en las mentes infantiles de miles de mea pañales y saca-mocos. Porque, cuando esos niños crezcan, tendrán en sus cabecitas un modelo de tío y tía perfectos, para luego llevarse el mayor chasco de sus vidas al ver que esas personas no existen más que en esos cuentos.

—Dijo el tío que hasta hace cinco minutos estaba haciendo un test sobre «su chica ideal» —ironiza Maka.

Me incorporo y echo una rápida ojeada a los cómics de la estantería de la peliceniza. Paso el dedo por los lomos de todos los tomos, intentando encontrar alguno que resulte interesante. Pero está claro que Maka sólo colecciona mangas shojos y cómics de chicas emos que están secretamente enamoradas de los guaperas de sus clases.

—Si no me hubieras desconcentrado, Soul, ahora mismo habría terminado el cuento.

—No te he desconcentrado. Te he dado una idea, querida.

—¿Llamas idea a que el caballero le diga a la doncella «follemos»? —cuestiona.

—Es una buena idea, admítelo —digo, poniendo mi mejor cara de cachorrito abandonado.

—¿Hace falta que vuelva a decirte que los lectores de este cuento tendrán entre cinco y ocho años?

—Ya es hora de que sepan cómo se hacen los niños.

Un nuevo cojín se estampa contra mi cara.

Y duele más que el anterior.

—Deja de decir chorradas, Soul. Dime una cosa, ¿has venido a mi casa únicamente para molestarme?

—Expresamente por eso. Y porque aún no he merendado.

Maka vuelve a levantar un cojín por encima de su cabeza con intención de arrearme con él no sé de dónde cojones saca tantos cojines. Sin embargo, cambia de opinión y vuelve a centrarse en su cuento.

Arqueo una ceja desconcertado y ella contesta:

—No tienes remedio, Soul.

«No sabes cuánta razón tienes en eso —pienso para mis adentros».


En realidad, todo empezó cuando Black Star nos preguntó:

—¿Por qué no existen los superhéroes en la vida real?

La típica pregunta que les planteas a tus amigos cuando tienes un cómic de Superman entre las manos. La típica pregunta que se te escapa cuando estás viendo un anime de acción y te dan ganas de tener una katana entre tus manos.

Esa pregunta. Esa estúpida pregunta.

Aquel día, cuando Black Star soltó aquello, estábamos en el sótano de Maka. Ella aún no había empezado a escribir esa cursilada de cuento para el concurso literario. Tampoco habíamos encontrado por aquel entonces al bajista de nuestro grupo... Fue mucho antes de que todo eso ocurriera.

—Porque es prácticamente imposible —contestó la peliceniza.

En la vida real no vas a sufrir una radiación gamma y vas a sobrevivir a ella, transformándote luego en un tío verde de muy mal genio. Ja, ja, ja, no. En todo caso, debido a las altas energías que posee este tipo de radiación ionizante...morirías. Explotarías. Finito.

Tampoco te va a morder ninguna araña que te vaya a transmitir poderes. Todo lo contrario: te dejará una bonita picadura que te escocerá durante unos cuantos días.

¿Por qué no existen los superhéroes en la vida real? Porque todas esas cosas que suceden en los cómics son imposibles. Pura ficción. Y, a no ser que seas un friki multimillonario y tengas en tu poder una empresa de armas militares, no puedes realizar ese sueño.

—Pero sería increíble que algo así pasara —añadió Black Star, con la boca llena de patatas fritas y kétchup.

—No hables mientras comas —gruñó Maka, haciendo una mueca de asco.

—¿Y qué hay de los villanos? —pregunté.

Maka y Black Star intercambiaron una mirada, totalmente descolocados.

Cuando eras pequeño, soñabas con ser un idiota enmascarado y con capa. Soñabas con salvar el mundo. Pero nunca se te pasaba por la cabeza ser el malo de la película. Porque estaba mal.

O eso te habían hecho pensar tus padres.

Os pondré un ejemplo para ilustraros: cuando eras un niño, tus padres se inventaban una serie de personajes que se dedicaban a juzgarte: Papa Noel o Santa Claus un gordo vestido de rojo que extrañamente guarda muchas similitudes con el hombre del saco, el ratoncito Pérez ¿hace falta que explique que las ratas son las mayores portadoras de enfermedades de la historia?, el coco que tenía hasta su propia canción. Todo un éxito, por cierto, y un largo etcétera.

Tus padres te contaban las historias de cada uno de esos personajes con un: «Si te portas bien durante todo el año, Santa Claus te traerá regalos». «Si se te caen los dientes, el ratoncito Pérez te dará dinero». Y mi favorito: «si no te duermes, el coco vendrá y te comerá». ¿Qué clase de imbécil creyó que eso ayudaría a que los niños se durmieran antes? ¿No llegó a pensar que eso crearía traumas infantiles a una infinidad de niños?

Como sea.

El propósito de todos esos personajes sigue siendo el mismo: «Sé bueno y no te pasará nada malo». Pero pararos a pensar en eso. Si eras bueno todo el año y tu deseo era tener un caballo por Navidad, Santa Claus te traía en su lugar una miniatura de ese caballo y, además, de plástico. O si pediste uno de esos muñecos que estaban tan de moda por aquel entonces, era posible que Santa te trajera otro juguete totalmente diferente con la excusa de «lo siento, no me quedaban más en el taller». Hijo de puta, eres un gordo mágico al que sirven miles de enanitos igual de mágicos que tú, no me jodas con que «no me quedaban más en el taller» y ponte a fabricar más, cacho de vago rompe sueños.

No obstante, si eras malo, Santa Claus cumplía su palabra y te traía carbón o, simplemente, nada.

Si eras bueno y se te había caído el diente de leche que tanto te molestaba, el ratoncito Pérez te ponía la misma cantidad de dinero que si hubieras sido un niño malo. Y el coco se te aparecería en tus sueños seas bueno o malo.

¿Lo pilláis? Ser bueno es un asco. Y no tiene muchas distinciones de comportarse de mala manera, prácticamente ninguna diferencia. Son lo mismo, obtienes los mismos resultados. Es lo que el resto dice lo que nos hace pensar que hacer esto o lo otro está mal.

Por eso, cuando éramos niños, queríamos ser superhéroes y no villanos. Porque papá y mamá nos habían dicho qué estaba bien y qué estaba mal. «Los superhéroes hacen el bien, nos decían; los villanos, no».

Mentira.

En realidad, héroes y villanos juegan el mismo rol. Ambos destrozan ciudades enteras, matan personas y sufrieron algún tipo de trauma... entonces, ¿cuál es la diferencia?

—Creo que habéis leído los dos muchos cómics por hoy —anunció Maka. Se levantó de su silla y dio un sorbo rápido a su batido de chocolate—. Vamos, pronto empezará la película.

— Eres una mandona, Maka —gimoteó Black—. Y te saldrán más arrugas por eso.

—Cállate, Black Star.

Sólo fue esa simple pregunta, «¿por qué no existen los superhéroes en la vida real?», la que me hizo tomar, en aquel momento, esa estúpida decisión.


—¿Te vas ya?

Me pongo la chaqueta y me llevo otro dónut a la boca. Asiento.

—Esta noche tenemos ensayo con el grupo —me recuerda la peliceniza.

—No se me ha olvidado —digo con el dónut todavía en la boca.

Busco mis vans por todo el sótano, y encuentro al gato gordo y feo de Spirit Albarn el padre de Maka mordiendo mis zapatillas en un rincón.

—¡Eh, bola de pelos, no hagas eso! —lo chillo. El gato me dirige una mirada, como si quisiera decir «déjame en paz, humano», y sigue mordisqueando mis zapatillas—. ¡Largo de aquí, Croqueta!

Sí, habéis leído bien: un gato que se llama «Croqueta». Sólo dos clases de persona pondrían un nombre así a su mascota: un niño y una persona que sufre algún trastorno mental. Spirit Albarn entraría en el segundo grupo.

Croqueta suelta mis vans y huye a esconderse debajo de uno de los sillones zarrapastrosos del sótano. Suelta un bufido y se hace una bolita. «Gato estúpido y orgulloso — pienso». Me pongo mis zapatillas a pesar de que están algo rotas y babeadasy recojo mi mochila.

—Al final, no he terminado el cuento —susurra Maka, tumbándose en su cama.

—Eso te pasa por meterte en tumblr y en los foros de anime mientras escribes —la regaño.

Maka me saca la lengua y cierra los ojos.

—¿Has acabado el trabajo de biología, Soul?

—¿Qué trabajo?

—El que hay que entregar mañana.

—Ah, ese trabajo. No. Ni lo he empezado.

—Vago.

Me encojo de hombros y la sonrío de medio lado.

—Me copiaré del tuyo y arreglado.

—Ni lo sueñes, Evans.

La puerta del sótano se abre y Croqueta sale disparado de su escondite a recibir a su dueño. No puedo evitar dar un paso hacia atrás al ver a Spirit con el uniforme de policía y la porra entre sus manos. No me malinterpretéis, el padre de Maka no me da miedo. Lo que me da miedo es su trabajo.

Y, más aún, teniendo en cuenta lo que he estado haciendo todas las noches desde hace varios meses.

—¡Maka, cielo mío! ¡He vuelto!¿Me has echado de menos? Porque yo sí. ¿Has estado bien sin mí, hijita? —anuncia a gritos, mientras baja las escaleras de dos en dos. A esto es lo que llaman «amor paternal». Yo prefiero denominarlo «sobreprotección enfermiza paternal».

Maka aprieta los parpados y se tapa la cara con uno de sus cojines, en un claro gesto de «tierra, trágame». Sonrío e intento huir a hurtadillas del sótano antes de que su padre capte mi presencia.

Pero no lo consigo.

—¿Llegará el día en que vuelva a casa y no te vea en ella, Evans? —cuestiona Spirit, lanzándome una mirada de desaprobación.

—Algún día, quizás —contesto.

Spirit frunce el ceño y aprieta los dientes.

—Era una pregunta retórica.

—No lo parecía. —Antes de que el padre de Maka pierda los estribos, me escabullo por las escaleras y cierro la puerta.

Oigo los gruñidos de Spirit al otro lado de la puerta y me lo imagino como si fuera un neandertal, dando golpes y protestando porque no ha conseguido atraparme. «Que pringado...». Cierro la mochila y estoy a punto de irme cuando me llega la voz preocupada de Maka, al otro lado de la puerta:

—¿Papá? ¿Ocurre algo?

—¿Eh? No, nada, Maka.

—Es que te noto preocupado...

Se oye un suspiro.

—Es sólo que no sé cómo lo vamos a hacer para llegar a fin de mes, Makita —dice finalmente Spirit.

Cierro los ojos y me apoyo en la puerta unos segundos antes de salir de la casa de la familia Albarn.


Trabajo en una de esas tiendas que se pasan abiertas las veinticuatro horas del día, y a la que sólo van los mismos clientes de siempre. Así que no esperéis que reciba un buen sueldo. Tampoco le caigo del todo bien a mi jefe para que haya decidido aumentármelo.

—Alguien ha vomitado en el pasillo dos, Evans —me espeta mi amadísimo jefe—. Ve a limpiarlo.

En momentos como este, es cuando te sale esa vena asesina en la que te dan ganas de decir «límpialo tú y con la lengua», como en las películas. Lo que pasa es que en las películas da resultado y el protagonista sale victorioso de su trabajo, aplaudido por el resto de empleados que han sido sometidos al duro trabajo de su jefe. Si lo hago yo, es posible que mi jefe me despida y me meta la fregona por el culo, como moraleja de «si contestas de malas formas a tu superior, éste te las hará pagar bien caro».

—Ahora mismo —canturreo.

Corro hacia el pasillo dos y, muerto del asco, limpio los restos de un perrito caliente.

—Evans —Stein llega hasta el pasillo dos y se cruza de brazos—, cuando termines, ve a comprarme un café y unos dónuts.

Y aparte de recoger vómitos, soy el chico de los recados. Mi jefe adora hacerme sentir como su mayordomo personal.

Soy su putita particular.

—En seguida, jefe.

Termino de limpiar el vómito y salgo de la tienda hacia la cafetería que hay enfrente. Si no fuera porque necesito desesperadamente el dinero, habría dejado este trabajo hace mucho. Y creedme: con dieciséis años no se puede encontrar un buen trabajo. Dejad de fantasear con trabajar en una librería donde conoceréis al amor de vuestra vida. Eso no va a ocurrir y si ocurre, seguro que tiene novia o novio, quién sabe.

Entro en la cafetería y pido un capuchino y unos donuts de canela. Mientras espero, echo un vistazo a la tienda: Stein no para de gritarle a uno de los empleados y el pobre desgraciado sólo asiente y contesta con monosílabos. Suspiro. «Menudo día...».

—Aquí tiene su café y sus donuts —me dice el camarero, poniendo una bolsa encima de la mesa.

—Gracias.

Pago todo y estoy a punto de irme cuando pasa una idea por mi cabeza. Saco de mi mochila un bote de laxantes y echo el contenido en el capuchino de Stein. El abuso de laxantes no sólo puede provocarte hemorroides, sino que también puede originar algo conocido como «síndrome irritable de intestinos», lo que viene a causar estreñimiento o diarrea, entre otras cosas.

Os preguntaréis por qué llevo laxantes en la mochila. Bueno, no soy una buena persona. Y no es la primera vez que hago algo como esto.

Vuelvo a la tienda y le entrego el capuchino y los donuts a Stein. Mientras ordeno las estanterías del pasillo cuatro, Stein da varios sorbos a su café y hace muecas con la cara.

—Evans, este café sabe mal —me chilla.

Me encojo de hombros y continúo trabajando.

—Evans, te estoy hablando y...—mi jefe se abraza a sí mismo y me lanza una mirada de furia. Al ver que estoy sonriendo, frunce el ceño y sale corriendo hacia los baños.

Diez minutos después, asoma su cabeza por la puerta del baño y me busca con la mirada. Y, cuando nuestros ojos se encuentran, algo me dice que este mes no veré ni una mísera moneda.


Black Star suelta una carcajada y da un manotazo a uno de los platillos de su batería.

—¿Stein te ha despedido? —me vuelve a preguntar entre risas.

—Sí, bueno...no le caía muy bien —me limito a contestar, afinando las cuerdas de mi guitarra.

Maka y Kid dejan de hojear la revista y niegan con la cabeza.

—Te lo mereces, Soul —murmura la peliceniza.

—¿Y eso por qué?

—Desde que te contrató, no has parado de gastarle bromas.

En eso, Maka tiene razón. Desde que Stein me contrató gracias a la ayuda de mi hermano, Wes, no hemos parado: él de esclavizarme, yo de gastarle esas «bromitas» tan pesadas. Era el equilibrio perfecto hasta hoy.

—¿Y Wes lo sabe, Soul? —pregunta Kid.

—No. No sé cómo decírselo.

—Si tanta falta te hacía el dinero, no deberías haberle hecho eso a Stein —me regaña Maka—. Además, pobre Wes. Le costó mucho conseguirte ese trabajo.

Black Star suelta un silbido.

—Es verdad lo que dice Maka, tío. ¿Ahora qué vas a hacer?

Paseo mis dedos por los trastes de la guitarra y suelto un suspiro.

—Ya veré —digo de forma desinteresada.

Pero sé perfectamente lo que tengo que hacer.


A las once de la noche, yo soy el imbécil que camina por los callejones disfrazado. Aunque, mi disfraz, más bien parece mi pijama. Sigo sin entender qué tipo de satisfacción sienten Spiderman o Deadpool al ir así vestidos. A mí me resulta de lo más incómodo.

«Por lo menos, no llevo los calzoncillos por encima de los pantalones, como sale en algunos cómics —pienso para mí mismo».

Eh, no llevo este disfraz y las lentillas azules por placer. Es por eso de «proteger tu identidad». Además, tuve que pasarme tres semanas pensando en cómo hacer el dichoso traje y, después, otras tres semanas más para hacerlo.

Me quito la mochila de los hombros y la escondo entre los cubos de basura. Luego, cojo el espray anti-violadores de Maka y para que engañaros, también es de Black Star. Ella se lo presta a veces, y saco el revólver. La pistola se la robé hace cuatro meses atrás al padre de Maka y, sí, aún no se ha enterado de que tiene un arma de menos. Recemos porque siga sin enterarse.

Y, por si os estáis preguntando sobre cómo sabe un chico de dieciséis años utilizar un arma: los videojuegos enseñan mucho (ya podéis darle la razón a vuestras madres: los videojuegos son abominaciones creadas por Satanás). Aunque tengo muy mala puntería.

Me guardo el espray en el bolsillo de mi disfraz y salgo del callejón hacia la tienda de Stein. A estas horas, solo hay tres personas trabajando: mi jefe, que estará viendo su serie de policías, y dos trabajadores más que estarán en el almacén, por lo que no se darán cuenta de mi presencia.

Entro en la tienda y miro de reojo las cámaras de seguridad mientras me acerco a la caja, donde está Stein cómodamente sentado. Aún se abraza a sí mismo.

«Te jodes».

Cuando me acerco, aparta la vista del televisor y me mira de arriba a abajo. Parpadea y se frota los ojos, totalmente patidifuso.

—No fastidies...—dice, conteniendo la risa—. Chico, aún no estamos en Halloween.

Pongo los ojos en blanco.

—¿Qué te pasa? ¿Ibas de camino a una de esas convenciones frikis y te has perdido? ¿Es eso, verdad? —pregunta, ya riéndose—. Estos jóvenes...cada vez son peores...

¿Qué esperabais? ¿Qué Stein se cayera de su silla y me señalara asustado?¿Qué me dijera un «llévate todo y no me hagas daño»?

Si ves a un tío disfrazado así, sólo puedes llorar de la risa. O llamar a la policía, preocupado de que sea un loco.

—Si has venido a comprar algo, cógelo rápido y lárgate —me espeta, volviendo a concentrarse en su serie.

Odio que no me tomen en serio a la primera.

Saco la pistola y pego un tiro al techo, sobresaltando a Stein. Él se echa hacia atrás y me mira con los ojos abiertos como platos. Y, ahora, sí tiene miedo.

Sonrío para mis adentros.

—Bien, capullo. Quiero que saques todo el dinero que tengas en la caja y lo pongas en la mesa —le ordeno. Él asiente, vacilante—. Y no se te ocurra llamar a la poli. Porque, si lo haces, no dudaré en apretar el gatillo y volarte la tapa de los sesos, ¿entendido?

Siempre he querido decir eso. Todas esas horas de ensayo delante del espejo dan sus frutos.

Stein abre la caja registradora y empieza a sacar todos los billetes y monedas. Sin dejar de apuntarle con el revólver, guardo todo en una bolsa y, cuando termina, le sonrío ampliamente.

—Así me gusta —le digo. Y le doy dos palmaditas en la cabeza, como si fuera un perro.

Aparto la pistola y disparo contra una de las cámaras de seguridad para, después, salir corriendo de la tienda y esconderme en la oscuridad de la noche.


A las once de la noche, yo soy el imbécil enmascarado que sale a patrullar las calles, y al que la prensa y la televisión llaman «Red Mask».

Desde hace unos meses, salgo disfrazado y atraco varias tiendas. A veces, incluso, robo en medio de la calle. Depende.

Nadie sabe quién soy. Y mientras que unos les parece alucinante la idea de tener un asaltante que parece un superhéroe, a otros les desagrada el hecho de que se puedan encontrar conmigo en medio de la noche y les robe. O algo peor.

Todo esto surgió a raíz de lo que os dije antes. La estúpida pregunta de Black Star. Pero se desarrolló cuando la familia Albarn empezó a tener problemas económicos, cuando mi grupo necesitaba nuevos instrumentos y no podíamos pagarlos. Cuando el dinero se convirtió en un grano muy molesto dentro de mi no-tan-normal vida.

Si esperabais encontrar la historia de un chico que quería ser un héroe para ser amado por todo el mundo, os habéis equivocado. Dejad de leer esto, buscad otra historia, ya sabéis, una con personas más cuerdas y que tienen un final feliz.

Aquí sólo vais a encontrar a un idiota que juega todas las noches a ser el malo de la historia.

Continuará...


Nota de la autora:

Sólo para que conste: cuando sea mayor, tendré un gato y lo llamaré Croqueta. O Albóndiga, uno de esos dos nombres.