Me siento inspirada para hacer algo de Drama/Romance
=)
Aquí vamos.
Solo… no se espanten por las relaciones entre la familia que van a encontrar. Por eso el fic es T+,
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Como Agua para Chocolate
Capítulo 1. Enero
By. Enkelii Chan
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MeronPan/Pan de Melon
Ingredientes.
Para el pan:
140 g de Harina de Trigo
25 g de azúcar
1/3 de cucharada de sal
5g de leche en polvo
3g de levadura
1 cucharada de huevo batido
70 ml de agua caliente
15 gr de mantequilla
Para la Costra:
25 gr de Mantequilla
35 gr de Azúcar
25 gr de Huevo batido
80 gr de Harina de trigo
¼ de cucharada de polvo para hornear
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La harina con el polvo para hornear se ciernen dos veces en un traste aparte para evitar que se formen esas horribles bolas de aire al momento de meter el pan al horno. Es mejor evitarlas, ya que cuando uno se encuentra con una de esas bolas de aire mientras come, piensa en cosas horribles y muy desagradables.
Esas molestas bolas de aire y harina son del desagrado de todo el mundo, es un sabor a vacío y a aire enviciado que se quita con pocas cosas, y es peor cuando esas bolas de aire se encuentras por todo el alrededor de nuestro Meronpan.
Esa amargura cuando saborean los panes en una tarde de invierno, interrumpe la dulce y sabrosa masa de pan con la asquerosa harina cruda. A nadie le agrada, de pasar de una increíble combinación de sabores a una crudeza de comida… es algo que nadie quiere.
Todos hacemos unas muecas muy graciosas cuando probamos algo crudo, muchos gritan y se exaltan, pero otros empiezan a hacer caras de dolor y asco. Mis padres dicen que yo hago la misma cara que hacía mi tía Abuela Kushina cuando le tocaba un Meronpan mal hecho.
Ella sabía muy bien cómo evitar esa desagradable situación. Es una lástima que solo haya dejado algunos cuantos tips de recetas para evitarse esos amargos y desagradables sabores dentro de la cocina.
Dicen que cuando aún estaba en el vientre de mamá Senju, lloraba con tal fuerza que mamá Senju, hacía las caras de asco típicas de alguien que prueba un trago amargo de comida. Seguramente, Kushina sabía con anticipación lo que se le avecinaba cuando naciera, un mundo como un pan mal hecho, dulce en muchos aspectos pero lleno de aire y harina mal preparada y cocida.
Y así fue, nació en el medio de la cocina, entre los gritos y de asco y dolor de mamá Senju que aún tenía el sabor contagiado de su bebé en la boca, y los gritos de Mito, la cocinera oficial del rancho mientras ayudaba a mamá Senju a traer a Kushina al mundo.
— ¡Es una niña señora Senju! ¡Una hermosa niña pelirroja como su padre!— gritó Mito cuando tuvo a la pequeña Kushina en sus brazos por primera vez, esa pequeña criatura lloraba con tanta intensidad, que despertó a toda la aldea alrededor de la granja con sus gritos. Para ser un bebé tan pequeño tenía pulmones de acero. Jamás se enteraron de la razón por la que Kushina nunca se enfermó de gravedad, pero todos lo atribuían a esa fuerza en los pulmones con la que vino al mundo.
Kushina Uzumaki, el apellido de un Clan muy reconocido, una familia que gozaba de muchos prestigios y una calidad humana increíble, además del ardiente cabello rojo con el que se le distinguía a cada uno de ellos. La pequeña había heredado el vivaz rojo de su padre, Satoru Uzumaki, que era un hombre grande y bondadoso, pero había heredado las redondas facciones de su madre Mamá Senju.
Kushina tenía dos hermanas mayores, la mayor era Mikoto, una dulce y adorable hermana que gustaba de la música a pesar de que sus padres eran pésimos para todo que implicara ritmo, además no parecía en NADA una Uzumaki. Mikoto a pesar de tener la piel muy blanca tenía un cabello lacio negro muy oscuro, y unos ojos igual o más negros que eso. Mamá Senju, que tampoco era una Uzumaki, lo atribuía a sus abuelos que solían tener esos rasgos tan curiosos.
Pero en muchas ocasiones fue comidilla del pueblo, hablaban en rumores de que Mikoto, era hija de alguien más… Y sobre todo cuando, la segunda hija de Satoru y Kushina eran auténticas Uzumakis con el pelo colorado.
La segunda hija, tenía un cabello corto y rizado, siempre atado en un chongo muy alto en su cabeza, rojo como era de esperarse, se llamaba Anzu.
Mama Senju era una mujer sumamente orgullosa, muy digna y disciplinada, desde que nació Mikoto, se dedicó a su casa y las grandes fiestas a las que la invitaban, le gustaba arreglarse para que todos alabaran lo bien que se veía, incluso aun, después de haber dado a luz.
Pero un golpe de mala suerte acompañó a la familia cada que un momento feliz se avecinaba, cuando Kushina nació, estalló una gran revolución en el país del Remolino, que era donde vivían, y en uno de esos momentos, los participantes de la guerra, ninjas y samuráis muy experimentados pasaron por el rancho donde estaba la familia Uzumaki y le prendieron fuego. Satoru Uzumaki logró sacar cargando a sus dos hijas mayores, Mikoto y Anzu, pero mamá Senju tropezó en las escaleras mientras corría con Kushina en los brazos.
Apenas y pudo contener a Kushina de que se golpeara y saliera volando hacia el fuego, pero no pudo levantarse. El susto que le estaba dando por que podía irse al otro mundo con su hijita hizo que se desmayara ahí mismo.
Fue la sirvienta, Mito, una valiente anciana de cabello castaño deslavado (por que alguna vez también lo tuvo rojo) quien se atrevió a entrar a la casa en llamas para ayudar a sacar a la pequeña Kushina y a mamá Senju.
Una vez que estuvo toda la familia a salvo, empezó a llover, el cielo les hizo el inmenso favor de apagar el fuego que consumía su adorable casa. Pero por culpa de eso, mamá Senju perdió la leche con la que alimentaba a la pequeña Kushina, fue tal el susto que cayó enferma por todo. Y lo que más le molestaba era no ser capaz de poder alimentar a su bebé con su leche materna.
Mito, era más que una sirvienta, era parte de la familia, Satoru la contrató cuando supo que no tenía nada más que un cuarto donde dormir donde se colaba el agua por todas partes. Y fue como una bendición para los Uzumakis, era médico, cocinera, y todologa. Mito, alimentó a Kushina con algunas raras infusiones de hierbas y tés para solucionar el hambre de la pequeña bebé pelirroja.
Así fue como Kushina vivió desde bebé en la cocina, creció entre el olor a pan recién hecho, arroz cociéndose en el fuego, infusiones de té verde, y olorosas especias para los caldos que Mito preparaba. Era una bebé feliz, comía solo cuando empezaba a oler sus tés preparados con amor de Mito, dormía cuando escuchara como burbujeaba la leche al hervir, y reía con el sonido trepitante de un asado sobre la estufa.
Era feliz, si… hasta que llegaban esos tragos amargos de la vida que la condenaban a algo que no era nada agradable…
— Te vas a poner hermosa mi niña— decía Mito mientras cantaba una canción de cuna para Kushina antes de su té. — El primer hombre con el que te cruces va a morir por ser tu novio.
— No vuelvas a decir eso Mito— mamá Senju apareció en la cocina como por arte de magia, entró cual gato sigiloso hasta quedar atrás de la niñera, tenía a Mikoto y Anzu de las manos y las sentó en la mesa con malos modos — Kushina nunca se casará, ni tendrá novios. Es una costumbre de mi familia, al ser la más pequeña de mis hijas, está destinada a cuidarme hasta que yo muera.
Mito no dijo absolutamente nada, frunció los labios y agachó la cabeza ante las órdenes de mamá Senju. Pero en el fondo, pensaba que esa idea de no dejar a la pequeña Kushina tener novio, era una idea espantosa y sumamente desagradable.
— Espero que ya esté lista la comida, las niñas tienen hambre.
— Si señora, como usted diga…
Satoru Uzumaki desconocía esta tradición dentro de la familia de mamá Senju, él se había casado con una elegante y prepotente mujer, que le gustaba tener todos los asuntos de la casa en perfecto orden. Que gustaba de las grandes fiestas donde podía arreglarse a su gusto y pavonearse entre las demás Uzumakis, jactándose de no tener el cabello rojo, pues claro, ella no pertenecía al clan directamente, solo se había casado con uno de los miembros más poderosos entre ellos… Por qué claro, mamá Senju, era sumamente hermosa.
Anzu desarrolló esa peculiar manera de andar de su madre, sus finos gustos y cualidades banales, por lo que, a diferencia de sus hermanas Kushina y Mikoto, creció alejada de la cocina, encerrándose en su cuarto para jugar a ser una dama, siendo educada para sentarse como una señorita, a andar en altos tacones y a caminar con ellos y una gran pila de libros en la cabeza. Y eso le fascinaba, estaba siendo entrenada para ser una novia, y una esposa perfecta… Anzu sabía el destino de su hermana menor, así que aprovechaba cada instante posible para ser una mujer libre, y perfecta. Pero conforme fue creciendo… creció con una envidia, los halagos a su belleza fueron apagándose poco a poco, porque… a lado de Kushina, toda chica se marchitaba. No había una niña más adorable que la pelirroja consentida de Satoru.
Mikoto por su parte, a pesar de recibir todas esas aburridas lecciones de elegancia y modales, disfrutaba estar en la cocina con Kushina, esas dos niñas, crecieron como uña y mugre, siendo mejores amigas en todos los sentidos, iban de un lado al otro juntas, incluso en la escuela cuando molestaban a Kushina llamándola "cabeza de tomate" se unía a las peleas por defender a su hermana menor… aunque bueno, Kushina hacía picadillo a todo aquel que la llamara por ese absurdo sobrenombre. Mikoto consiguió algo que era nuevo en los Uzumakis, tomar clases de danza. Mamá Senju odiaba bailar, y Satoru era un desastre cuando lo intentaba, nadie se explicaba cómo era que esa pequeña niña de pelo negro se movía con tanta gracia mientras bailaba, era un don muy fino… razón única por la que mamá Senju accedió a pagar esas clases.
Kushina, era todo lo que mamá Senju no quería.
Era contestona, grosera y golpeadora.
Era rebelde para su edad, y aprendía solo cuando se le daba la gana.
Era un milagro que fuera la más pequeña de sus hijas, así tenía que pelear con Kushina para que se sentara como una dama y caminara con tacones.
La pequeña niña, pasó de ser un bebé remilgoso, a una niña contestona y consentida por su padre. Aunque a pesar de eso era adorable. Solo… no le gustaban mucho las reglas.
Si mamá Senju decía:
— Kushina arréglate ese cabello de estropajo
Kushina se dejaba el cabello suelto y con un almohadazo en la coronilla.
— Kushina, tráeme mi té bien caliente
Kushina llevaba agua hirviendo apropósito para hacer saltar a su mamá quemándole la lengua.
Era adorable…
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Si había algo que Kushina adoraba, y era una de sus partes favoritas del día, era la hora de cocinar.
Amaba cocinar.
Tal vez era por el hecho de que nació en esa cocina llena de condimentos y verduras siempre frescas, ó tal vez era solo que disfrutaba más estar en compañía de Mito que de los demás miembros pomposos de la casa.
— Son muy aburridos dattebane… — decía ella.
No era berrinchuda, solo no le gustaban demasiado las reglas. Era muy vivaz y habladora, y también muy amable cuando quería. Cada vez que se sentía segura, o se emocionaba por algún tema en particular salía a relucir esa curiosa muletilla al final de sus enunciados.
— Pareces una lombriz dattebane — le decía a Anzu cuando su hermana salía del baño envuelta en una toalla y con una mascarilla verde por todo el rostro.
Enserio, era muy amable y encantadora…
Cuando quería.
Por ejemplo en la cocina, no había nada más emocionante que jugar con la masa de su Meronpan, probar la dulzura de la costra de su pan, y rallar la superficie haciendo dibujitos tiernos en ella. Desde pequeña, le encantaba ayudar en la cocina, amaba lanzar gotas de agua a la sartén caliente para ver como las gotitas se movían en el centro de calor y bailaban haciéndose cada vez más pequeñas hasta desaparecer.
Todo era fantástico para ella. Era muy feliz.
Feliz, hasta que llegaba ese momento en su vida, donde tenía que dar una probada de pan crudo del destino…
El peor fue cuando tenía un poco más de 5 años…
El señor Satoru se encontraba en una reunión muy alegre con sus amigos, compartiendo la dicha de tener una pequeña más en su familia, que tenía un apodo que causaba furor entre las masas, otra con ese hermoso cabello rojo intenso digno de un Uzumaki.
— Me encuentro tan feliz — decía Satoru.
— Tres bellísimas hijas Satoru — decían sus amigos — ¿Por qué no un hombre? Alguien tiene que mantener la fuerza en tu casa.
— Mis hijas serán fuertes, estoy seguro de ello.
— No como su madre — interrumpió una voz ajena a la conversación, — ¿No te has preguntado por que Mikoto no heredó el cabello rojo de tu clan?
— ¿De qué hablas?— dijo Satoru con incredulidad..
Uno de sus amigos se acercó lentamente y colocó las manos en los hombros de Satoru intentando apartar al Uzumaki de esa persona entrometida y sizañosa.
— A lo que se refiere ese hombre — dijo en un susurro— es que los rumores dicen, que Mikoto… no es hija tuya, si no de ese hombre moreno.
"Ese hombre moreno"
Un dolor punzante empezó a apoderarse del brazo izquierdo de Satoru. Las ideas de "ese hombre moreno" daban vueltas por toda su cabeza, recordaba a ese hombre… Mikoto, su hija, su preciosa hija… ¿No era hija suya?
El dolor avanzó de su brazo hasta llegar al lado izquierdo de su pecho, justo en el corazón. Lamentablemente, nadie se percató de que Satoru estaba sufriendo un infarto en ese momento gracias a la impresión de pensar que su pequeña hija, no era su hija, y que ese "hombre moreno", del cual hablaremos más adelante, le había arrebatado algo muy preciado a Satoru.
Y así, quedaron huérfanas de padre las tres pequeñas niñas Uzumaki.
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Todas amaron a su padre profundamente. Y cuando se fue, Mikoto y Kushina se unieron mucho más que antes, ese hombre adoraba las travesuras de las dos pequeñas niñas, se fascinaba con los inventos que hacían juntas y las aventuras que conseguían vivir.
Fue un golpe muy duro…
Durante el funeral del señor Satoru, se presentó gente de muchas aldeas, muchos Uzumakis llenaban la reunión, lo que resultaba muy chistoso pues tantas cabezas de diversos rojos reunidas hacían que el lugar pareciera todo menos un velorio.
Entre toda la gente llegó un hombre y su pequeño hijo, eran conocidos del señor Satoru, sus contactos más cercanos en la aldea de la Hoja, se acercaron con caras tristes hasta mamá Senju que miraba a todo el mundo y recibía los pésames de cada persona tratando de no llorar.
— Nuestras condolencias, — dijo el hombre, y el pequeño hizo una reverencia con la cabeza.
— Mami, ¡¿que está haciendo él aquí?!— gritó Kushina, que estaba sentada junto a su madre, se puso de pie sobre la silla y señaló con un dedo acusador al pequeño niño— ¡Fuera de este lugar Namikaze! ¡No eres bienvenido!
El hombre era el señor Namikaze, y su hijo Minato. Este último se ruborizó cuando Kushina empezó a armar el alboroto donde él era el centro de atención.
No, Minato no había hecho absolutamente nada malo. Pero tampoco había hecho nada bueno, lo cual era algo malo.
Cuando los niños en la escuela molestaban a Kushina, llamándola "Cabeza de Tomate", y Mikoto no estaba cerca para ayudarla a patear los traseros de los pobres ingenuos. Siempre había estado alguien, mirando desde la lejanía todas las peleas de Kushina. Ese era Minato Namikaze.
Un chico muy delgado de cabello alborotado amarillo y grandes ojos azules.
— Te crees la gran cosa — le decía Kushina.
— No es verdad… — contestaba Minato con cara de terror. Y era cierto, él había sido un modelo a seguir en clase, siempre con una conducta impecable, buenas notas y el favorito de todos los maestros. Cosa que a Kushina le molestaba, además Minato siempre se le quedaba mirando sin decir ni –mu- y nunca ayudaba en las peleas, solo miraba y a veces se reía de todo lo que Kushina hacía.
Aunque la pelirroja pensaba que se reía de manera prepotente, no era así, Minato era un chico muy sencillo y le parecía de alguna manera, tierno, como Kushina se defendía.
¿Por qué no tenía el valor de hablarle?
Por qué pensaba que terminaría en el médico si se acercaba durante una de las furias destructoras del "Habanero Sangriento".
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Bajo la mano dura y nada modesta de mamá Senju, tuvieron que acatar todas y cada una de las reglas de su hogar, no fue nada agradable, una reverenda paliza le esperaba a cualquiera de las dos que hacía algo incorrecto o desafiante al sistema que su madre había impuesto.
Pero gracias a eso vivían muy cómodamente en su rancho. Su casa era una enorme mansión con habitaciones individuales para cada uno de los habitantes de las casas, era de dos pisos, en la planta baja había un inmenso comedor con grandes alfombras y una mesa gigante, una sala muy mona pintada de rosa, la enorme cocina donde Kushina pasaba la mayor parte de sus días, otra sala para fiestas, un gran baño y un almacén para la comida. En la parte de arriba las habitaciones eran muy grandes, incluso aunque Mito tenía una de las más pequeñas, podía tener cómodamente cama, escritorio, armario, tocador y dos buró.
Encima del último piso estaba un palomar, a un costado de la casa había un establo donde tenían un par de caballos. Un gallinero lleno de aves, unos cuantos cerditos, una cabra, y por supuesto una casa muy grande para el perro.
También había una habitación especial que era del uso exclusivo de mamá Senju, una vez a la semana se encerraba en ese cuarto con Mikoto para hacer menjurjes para su cara y cuerpo y evitar (en la medida de lo posible) las arrugas que delataban su edad. Era como un mini spa por decirlo así… aunque el lugar no tenía más que una bañera, una enorme cama, y miles de aceites de nombres extraños y perfumados.
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Kushina creció siendo educada para cuidar a mamá Senju, ya se le había advertido que no podía casarse, que estaba destinada a cuidar a su mamá por siempre. No le parecía muy correcto, Kushina tenía aires de grandeza y aventura. Cada que podía se escapaba de los deberes de su madre y corría en los pastizales que había alrededor de su casa.
Dejaba su largo cabello rojo ondear con el viento mientras se reía y corría por el pasto, dejaba que el cabello se le enredara alrededor del cuerpo mientras rodaba cerca del río y sobre todo le gustaba verlo casi tocar el suelo cuando se subía a un árbol y se colgaba de cabeza en una rama.
Casi siempre traía ese hermoso cabello suelto, salvo cuando estaba en la cocina con Mito, entonces se lo amarraba en una alta coleta dejando dos mechones a cada lado de su cara. Mamá Senju amenazaba con cortarle ese cabello, odiaba ver a Kushina con el cabello hasta los codos, Anzu también lo odiaba, como era posible que a Kushina no se le cayera la cabeza por tanto cabello, era tan abundante y siempre lleno de tierra:
— Tienes cabello de estropajo Kushina — le decía Anzu.
— Al menos no es un nido de aves como el tuyo'tebbane. — y es que Anzu pasaba horas frente al espejo cuidando su cabello, peinándolo y usando cremas y menjurjes para su cuidado, y aun así, el cabello de Kushina le parecía más bonito que el suyo mismo.
Lo curioso del caso, es que Kushina odiaba su cabello. Si, le gustaba jugar con él, pero lo odiaba por ser objeto de sus sobrenombres en la escuela. Y lo disfrutaba suelto solo por el hecho de desafiar a mamá Senju. De ahí en fuera detestaba el cabello rojo, no lo cuidaba, no hacía demasiado por él.
Ese largo cabello, fue el responsable de otro de los tristes eventos en la vida de Kushina, triste y luego feliz.
Ya tenía más de 12 años cuando un día, se quedó sola en la casa haciendo la comida. Mito había ido a Konoha a comprar algunos aceites importantes para mamá Senju y no regresaría hasta el siguiente día, y sus hermanas estaban de paseo con mamá Senju comprando tela para nuevos vestidos de fiesta. Los otros sirvientes no estaban, tenía la casa para ella solita…
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— ¡Kushina! ¿Dónde demonios estas? — gritaba mamá Senju, ya habían regresado de compras la señora y sus hijas, pero cuando entró a la casa se percató de que no olía a nada.
Si, la casa no olía a nada.
Por la hora del día, la casa debía estar inundada de olor a caldo de Ramen, tal vez a Melonpan recién salido del horno, incluso un chocolate caliente. Pero no.
"Mendinga escuincla… seguramente se la pasó jugando todo el santo día… Ya me las pagará" — pensaba mamá Senju, mientras dejaba sus compras en la sala.
Corroboró su idea cuando se asomó a la cocina y no vio ninguna cabellera roja frente a la estufa. La niña seguramente había disfrutado a sus anchas estar sola sin nadie que la mandara…
"En cuanto regrese… "pensaba mientras subía las escaleras por una larga vara que usaba a veces para reprimir a sus hijas.
Pero pasaron cerca de dos horas, y Kushina no daba señales de regresar.
— ¡Anzu! ¿Dónde está tu hermana? — gritó mamá Senju haciendo que la pobre chica saltara del susto.
— No lo sé mami, yo he estado aquí desde que llegamos.
— ¡MIKOTO! — gritó de nuevo, seguramente Mikoto sabía dónde se había escondido Kushina, era demasiado sobreprotectora con su hermana menor— ¿¡Donde diablos esta tu hermana?!
— No lo sé mami, — contestó Mikoto con una cubeta de comida para palomas en las manos, iba camino al palomar. — No la he visto en todo el día.
¡ZAS!
Mamá Senju le lanzó una bofetada a Mikoto. Tan fuerte que la pobre tropezó y cayó al suelo regando la comida de los pájaros.
— Te he dicho MIL VECES, que no cubras a tu hermana y sus travesuras MIKOTO. DEJA DE ESTAR DE MENTIROSA. ¡¿Dónde demonios esta tu hermana?!
Así era mamá Senju; no había nadie más que pudiera cubrir a Kushina que no fuera Mikoto. Así que a fuerza, Mikoto tenía que saber dónde estaba su hermana.
Anzu espantando por la reacción de su mamá, huyó de puntitas de la escena a esconderse en un lugar donde no pudiera ver la pelea que se avecinaba entre su mamá y su hermana. Así que bajo corriendo las escalera y entró a la cocina. Se cubrió la cabeza para no oír la reprimenda que le daban a Mikoto.
Había algo muy extraño en el ambiente, por más raro que fuera… hacía frío en la cocina.
La cocina nunca estaba fría, siempre era cálida, aún en invierno. Se quitó las manos de la cabeza para darse cuenta de que la puerta que daba hacia el patio estaba abierta. La puerta se movía mientras el aire se colaba por ella… Caminó por la cocina recorriendo con la vista todo lo que había. Había comida, cebollas picadas, fideos batidos en la estufa, una tabla con un cuchillo sucio, agua recién hecha… y la leche hervida se había regado por toda la estufa.
Normalmente hubiera pensado que a Kushina le esperaba una reprimenda enorme por todos los errores que ahí había.
Pero, a Kushina nunca se le iban cosas así… era como si, Kushina hubiera desaparecido de la nada.
— ¡MAMI! — gritó entonces. Mamá Senju escuchó el grito de su hija y salió corriendo como alma que lleva el diablo hasta donde encontró a Anzu.
— ¿Por qué gritas?— aún tenía la vara en la mano.
— Kushina nunca deja que la leche se riegue, ni deja que se batan los fideos… Dejó la puerta abierta.
Mamá Senju solo frunció el ceño. Eso era completamente cierto, la única parte donde Kushina no desafiaba a su madre era cuando estaba en la cocina…
Así que revisó la cocina y encontró algo que no se esperaba. La estufa estaba encendida, solo que el fuego se había apagado por el viento que entraba por la puerta. Por eso se había regado la leche, había hervido demasiado, y los fideos nunca fueron apagados… por eso se batieron.
A todo esto ¿Por qué estaba la puerta abierta?
Caminó con paso decidido hacia la puerta, ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Toda la cocina estaba a medio hacer, la comida nunca fue terminada. ¿Qué había pasado?
En la entrada de la puerta había unas pequeñas huellas de zapatos, los zapatos de Kushina, las huellas iban camino al gallinero. ¿Por qué no lo pensó antes? Esa maldita escuincla debía estar jugando con las gallinas.
Así que dirigió allí con Anzu pisándole los talones. Pero a mitad del camino, encontraron otras huellas, grandes y robustas.
Mamá Senju temió lo peor.
— Anzu, regresa a la casa y ve a tu cuarto con Mikoto. No salgan hasta que yo vaya.
La pequeña corrió sin entender lo que pasaba, solo sabía que era algo muy malo.
Y lo era.
Mamá Senju encontró el gallinero abierto, sin gallinas como era de esperarse, toda la paja regada por el lugar y algo que no debía estar allí…
Kunais y Shurikens.
Una batalla se había librado en el gallinero,
— No puede ser, — dijo cuando encontró una shuriken clavada en una de las paredes de madera, tenía envuelto un mechón muy largo de cabello rojo. Era el cabello de Kushina.
Se habían llevado a Kushina.
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Pasaron varios días sin saber de ella, la misma mamá Senju había salido a buscar a su hija por todo el prado, pero nunca pudieron dar con una pista que les dijera donde podía estar Kushina.
Mikoto salía todos los días a los lugares que Kushina frecuentaba para averiguar si podía verla ahí. Pero nunca pasó, incluso Anzu se atrevió a recorrer el prado con Mikoto para buscar pistas de Kushina, pero nada ocurrió.
A Mito casi le da un paro cardiaco cuando regreso de la Aldea de la Hoja y descubrió que su adorada Kushina había sido secuestrada. Toda la casa se pintó de negro, al parecer ya no había solución a eso. Kushina había desaparecido para siempre.
Mito caminaba triste un día por la cocina, estaba sola con las niñas, pero ellas estaban en la parte de arriba de la casa jugando, mamá Senju las tenía lo más protegidas que se pudiera. No quería perder a ninguna de sus otras hijas.
Estaba amasando con tristeza la masa de un Meronpan, pero no podía concentrarse en la receta, solo pensaba en lo mucho que Kushina disfrutaba jugar con la harina, haciendo figuras y luego rompiéndolas con los puños para mezclar.
Un golpe seco en la puerta la distrajo.
— Mito-san — dijo el visitante desde la puerta — He traído estas esencias de parte de mi padre, se las ha encargado la señora Senju hace un par de semanas.
— Ah, Minato, no te escuché llegar — contestó Mito limpiándose las lágrimas.— Déjalas en la mesa por favor. Y agradécele a tu padre de nuestra parte.
— Por supuesto— dijo el joven, porque ya era un jovencito y no un niño, dejó las cosas en el lugar indicado y luego se quedó mirando la olorosa masa del Meronpan que Mito estaba trabajando — Me preguntaba si podía quedarme aquí un rato, quisiera probar de nuevo el Meronpan que usted y la señorita Kushina hacen.
Alguna vez Minato probó el Meronpan de Kushina y había quedado encantado de la consistencia y delicia del pan, pero en realidad, no solo se quedaba por el pan. Quería esperar el pan mientras observaba a Kushina hacerlo…
— Por cierto, ¿Dónde está Kushina-san? — finalizó Minato.
Mito rompió a llorar como si la estuvieran torturando, sus alaridos hicieron que el pobre Minato casi saliera huyendo de la cocina espantado. Pero cuando se dio cuenta de que eran gritos de llanto y no de enojo, se acercó a Mito para consolarla y pedir perdón por haber dicho algo malo.
— Mi niño… — dijo Mito entre sollozos — hace un par de días vinieron unos hombres y se llevaron a Kushina — lloró la cocinera.— Ya no está… ¡Kushina ya no está! ¡Se fue para siempre!
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No, para siempre no.
No si Minato podía impedirlo.
En cuanto asimiló las palabras de Mito frunció el ceño y preguntó por todos los detalles que supiera la cocinera. Cuando llegó al momento en que encontraron un mechón de cabello de Kushina en el gallinero, Minato salió disparado hacia el lugar, aún estaba desierto y lleno de armas como prueba de una batalla pequeña.
— Estos kunai… — dijo para sí mientras examinaba las armas. Eran diferente a las armas que usaban en la aldea de la Hoja, las conocía a la perfección. Después de unos minutos salió corriendo en dirección al bosque, si había estudiado bien sus lecciones de aldeas ninja, esas armas eran de la Aldea de la Nube.
Su alegría se intensificó cuando a mitad de camino encontró cabello rojo en el suelo, y a pocos metros había otros cuantos cabellos rojos. Lo reconoció de inmediato, Kushina había dejado un rastro para que la encontraran… Tenía que darse prisa, esos sujetos le llevaban dos días de ventaja.
Y los encontró, tardó menos de un día en alcanzarlos, al anochecer emboscó al grupo de ninjas para poder recuperar a Kushina, que caminaba atada de manos, estaba sucia y hambrienta, apenas pudiendo sostenerse en pie ella sola…
— He venido a salvarte
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Al día siguiente en la tarde, Mikoto estaba sentada en la puerta del palomar mirando al horizonte. Las palomas hacían su típico escándalo peleándose por la comida. El señor Namikaze estaba en la sala con mamá Senju hablando de la repentina desaparición de Minato. Llevaba más de 24 horas afuera de su casa sin dar una sola señal de estar vivo…
Mikoto culpaba a la guerra, culpaba a las aldeas ninjas por hacerles tanto daño a las familias normales, ¿Por qué no simplemente los dejaban en paz? ¿Para qué demonios querían a Kushina?
Era común, en tiempos de guerra… que los hombres, a falta de un hogar, a falta de una mujer que los consintiera, robaran chicas jóvenes, chicas no tan jóvenes e incluso mujeres. Solo para complacer sus deseos carnales.
Aventó la cubeta que tenía en las manos del enojo que sentía de pensar en eso. No era justo.
Y de repente, a lo lejos, bajo el árbol sobre el que Kushina solía colgarse de cabeza vislumbró un cabello rojo ondeando en el viento; pensando que era su imaginación se talló los ojos y volvió a mirar.
Ahí estaba, era el rojo y largo cabello de Kushina ondeando en el viento, Minato la traía cargando en la espalda.
— Ha vuelto… ¡KUSHINA HA VUELTO! ¡MAMI! ¡ANZU! ¡Kushina volvió!
Todos salieron atropellándose entre ellos mismos cuando escucharon los gritos de Mikoto, la chica había casi saltado desde el palomar y corría al encuentro con Minato y Kushina.
Todos estaban muy felices de que ambos chicos estuvieran bien, mamá Senju estaba inmensamente agradecida de que Minato hubiera recuperado a su hija, tanto que le ofreció cualquier cosa que pudiera estar en la casa. Pero humildemente Minato no pidió nada.
— Guárdemelo como un favor especial señora Senju— dijo Minato mirando a Mito y a Mikoto mientras abrazaban a Kushina y lloraban en ella.
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Mamá Senju tenía fama de ser una mujer impresionantemente lista. Muy perspicaz. Y pasados varios años después de ese evento se dio cuenta del gran error que había cometido al aceptar que Minato tomara algo que estuviera en su casa.
Minato y Kushina, aún no se hablaban, ella se volvió algo tímida con lo que respectaba a todo él, a pesar de que Minato hacía el intento de encontrarla a solas en algunas ocasiones, siempre se veía interrumpido por alguien. Eso era muy frustrante.
En las fiestas que organizaban en casa de mama Senju, siempre eran invitados Minato y su padre, ellos y muchas personas más, como las chismosas vecinas del pueblo, una prima borracha de mamá Senju llamada Tsunade. Y personajes varios de esa índole.
Estar entre tanta gente dificultaba la oportunidad de Minato de iniciar cualquier conversación con Kushina. Además, ella lo evitaba de cualquier manera. Iba a la cocina, ella repartía los pasteles y platillos de la comida, ella se encargaba de esos detalles que tenían que ver con la comida en pocas palabras. Así que no había tiempo para hablar con Minato.
Pero si había tiempo para algo más…
Para mirarse.
De esquina a esquina de la mesa, dedicarse una sonrisa tímida el uno al otro. De contemplarse mutuamente mientras comían un mango y se llenaban la cara de fruta, de reírse uno del otro cuando tiraban un cuchillo o un tenedor por error. De que Kushina se ruborizara cada vez que Minato le guiñaba un ojo…
Nada de eso pasaba desapercibido para mamá Senju, pero no iba a ceder.
Kushina no podía casarse jamás.
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Fue en una de esas grandes fiestas, muchos años después del incidente.
Kushina ya era toda una mujercita, aún era rebelde con su madre, aun amaba cocinar, pero ahora lucía a los cuatro vientos su esplendoroso cabello rojo. Todo el mundo alababa su belleza, porque de ser una niña chistosa con cara muy redonda y cabello llamativo, pasó a ser la envidia de todas las chicas de la aldea. Y por supuesto, Minato no pasaba desapercibido, codiciado por muchas, envidiado por todos. Pero no tenía ojos más que para su Kushina.
Ojala tuviera el valor de hablarle… ya estaban grandecitos para ese tonto juego de miraditas que habían sostenido por tantos años.
Así que en esa fiesta, estaba decidido, el momento no podía esperar demasiado tiempo más, tenía que hablar con ella, confesarle el inmenso amor que sentía por ella.
Kushina iba de un lado al otro con la comida, repartí té y Meronpan a todos los presentes en esa fiesta, era amable con todos y contaba chistes a todo el mundo, hablaba hasta por los codos. Cuando llevó la bandeja a la mesa donde el anciano Señor Namikaze y Minato estaban, sonrió un poco apenada y tratando de no ruborizarse mientras ofrecía la comida.
— Te ves maravillosa Kushina-chan — dijo el anciano. — Y toda la comida es maravillosa.
— Se lo agradezco señor Namikaze, — contestó tímida y luego se percató de algo. Con una media sonrisa y los ojos fijos en ella Minato rozó sus manos delicadamente haciendo que sintiera una descarga eléctrica por donde sentía el contacto con las manos de él.
¿Qué clase de sentimiento era ese? Al parecer el lo disfrutaba por que no dejaba de mirarla y de sonreír tan extrañamente.
Cuando se alejó lo suficiente volteó a ver a Minato de nuevo, ahí seguía mirándola con confianza y sin la más mínima duda de lo que quería: a ella.
"Deja de mirarme dattebane!" intentó decirle con los ojos. Minato adivinó las intenciones de Kushina y negó con la cabeza.
Así que huyó. Por el miedo que sintió de que todo su cuerpo, sus hombros, su pecho, sus brazos y cuello empezaran a burbujear del inmenso calor que sentía correr dentro de sus venas. Cuando sintió la ardiente mirada de Minato sobre su cuerpo, supo exactamente lo que sentía la masa de un Tempura helado al entrar en contacto con el aceite.
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— Estoy perfectamente, ¡Tienes unas hijas maravillosas! — gritó Tsunade que hablaba borracha con mamá Senju.
Mamá Senju le ordeno a Kushina que fuera a la cocina por unos dangos para repartir entre los invitados de la fiesta. Minato, que en ese momento pasaba por ahí, no por casualidad, se ofreció a ayudarla. Kushina caminaba apresuradamente hacia la cocina, sin pronunciar una sola palabra. La cercanía de Minato la ponía muy nerviosa.
"Esto solo me pasa a mi dattebane"
Entró a la cocina y se dirigió con rapidez a tomar una de las bandejas con deliciosos dangos que esperaban pacientemente en la mesa de la cocina.
Nunca olvidaría el roce accidental de sus manos cuando ambos trataron torpemente de tomar la misma charola al mismo tiempo.
Fue entonces cuando Minato le confesó su amor.
— Kushina-san, quisiera aprovechar la oportunidad de poder hablarle a solas para decirle que estoy profundamente enamorado de usted. Sé que esta declaración es atrevida y precipitada, pero es tan difícil acercársele que tomé la decisión de hacerlo esta misma noche. Solo le pido que me diga si puedo aspirar a su amor.
— No sé qué responder dattebane, ah…— dijo nerviosa, no debía tutearse con el, así que intentó corregir su descaro hablando formalmente— deme tiempo para pensar.
— No, no podría,— dijo Minato con una mirada suplicante— necesito una respuesta en este momento el amor no se piensa: se siente o no se siente. Yo soy hombre de pocas, pero muy firmes palabras. Le juro que tendrá mi amor por siempre. ¿Qué hay del suyo? ¿Usted también siente lo mismo por mí?
— Si.
Sí, y mil veces sí.
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Mucho tiempo después, cierta relación entre una pelirroja y un chico rubio creció. Creció mucho en verdad, lo suficiente para que Minato se animara a enfrentarse a mamá Senju para pedir la mano de Kushina en matrimonio.
Pero esa regla que no permitía a Kushina casarse, era algo que atormentaba a Kushina cada noche que pensaba en el hecho de que Minato en verdad la amaba.
¿Quién había inventado esa tonta tradición? ¿Por qué decidieron que la hija menor era la indicada para cuidar a su madre hasta el día que ésta muriera? ¿Quién la cuidaría a ella cuando envejeciera si no tenía hijos? ¿Alguna vez le preguntaron a alguna hija menor si estaba de acuerdo en ese trato?
No era justo.
Pero tenía que intentarlo.
— Mami,— dijo un día Kushina mientras estaba en la cocina picando verduras para hacer Nikuman.
— ¿SI?
— Minato Namikaze quiere venir a hablar contigo. — Mamá Senju lo sabía, intuía que ese momento llegaría, pero su respuesta era siempre la misma.
— ¿Y de que me tiene que venir a hablar ese señor?— dijo enojada advirtiendo con la mirada a su hija, que no continuara con la petición.
— Ae…. No lo sé mami — dijo Kushina intentando sonar amable y diciendo la verdad. Tal vez hacerse la tonta y decir que no tenía idea de que hablaba funcionaría.
— Pues más vale que NO venga a pedir tu mano en matrimonio — Kushina abrió mucho los ojos, no esperaba que mamá Senju adivinara la razón de la visita de Minato— Dile que no lo haga, que ni lo intente. Perdería él su tiempo y me haría perder el mío. Sabes bien, que por ser la más pequeña de mis hijas, a ti te corresponde cuidarme hasta el día de mi muerte.
Con esas palabras, mamá Senju se levantó de la mesa y dejó las verduras cerca de la estufa. Estaba furiosa por el atrevimiento de Kushina a intentar romper la tradición de su familia. Pero la pelirroja, no estaba de acuerdo, siempre desafiaba a su mamá, esta vez, aunque sabía que no era correcto, y se lo habían dicho desde que nació. Iba a ir en contra de ella.
— Yo pienso que no es jus- — mamá Senju conocía el carácter de su hija menor, y antes de que terminara lo que iba a decir, le propinó una bofetada a Kushina
— TU NO PIENSAS NADA, ¡Y SE ACABÓ! — Kushina se levantó de la mesa para poder encarar mejor a su mamá. La bofetada le había dolido, tenía sus propias manos encima de la marca roja en su mejilla.— Por generaciones esta costumbre se ha mantenido dentro de mi familia, y nadie jamás ha replicado ante ella. Y NO SERÁ una de mis hijas quien desobedezca.
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Era un 10 de julio.
El cumpleaños de Kushina, en la casa se estaban apresurando para terminar un delicioso Ramen de Sal, la comida preferida de la pelirroja, todas las mujeres estaban en la cocina, Mikoto estaba feliz de la vida riendo con Kushina acerca de cosas que veían en la aldea, Anzu estaba en una esquina lejos de la estufa haciendo algo de agua con sabor, Mito y mamá Senju estaban cortando y preparando la pasta para el Ramen.
Cuando de repente, los perros en el patio empezaron a ladrar avisando de la llegada de alguien a la casa.
— Ve a ver quien es— le dijo mamá Senju a la nueva muchacha de la casa, una pequeña joven de cabello castaño y grandes ojos cafés. Su nombre era Rin, y se encargaba de cuidar de las aves del rancho. — Kushina, espero que no hayas invitado a nadie sin avisarme.
— No sé quien sea mami— respondió Kushina intentando disimular su sonrojo. Sabía bien quien era, era Minato que tenía todas las intenciones del mundo de pedir su mano. Le había advertido ya que su mamá no iba a ceder ante la petición, pero Minato insistió en hacerlo
— Señora Senju— dijo Rin con su dulce voz, entró corriendo a la cocina— El señor Namikaze y su hijo, dicen que vienen a hablar usted.
Mamá Senju solo miró a Kushina con odio y repulsión, se quitó su delantal de cocina y salió al encuentro de los Namikaze.
Mikoto dio un brinquito y luego abrazó a Kushina muy animada. Estaba feliz de que lo intentaran, TODO el mundo estaba convencido de que Kushina y Minato estaban hechos el uno para el otro.
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— Por los motivos que le he expuesto— dijo Mamá Senju dejando una taza de té en la mesa de la sala— Kushina no puede casarse. Ni ahora ni nunca.— hablaba con política, y miraba con desdén a Minato, lo conocía perfectamente bien.
— Usted me debe un favor muy especial señora Senju, con todo el respeto, quiero casarme con Kushina.— dijo Minato haciendo uso de su último recurso, sus ojos azules estaban desesperados, habían estado una hora intentando convencer a mamá Senju, pero nada daba resultado. Ya no sabía que hacer…
— No.
El padre de Minato también estaba cansado y desesperado. Sabía el inmenso amor que su hijo le tenía a esa pelirroja, pero la señora se mostraba reacia a la petición de Minato. Se quedaron en silencio un largo rato, nadie más sabía cómo continuar la plática.
— Pero…— dijo de repente mamá Senju— Si lo que le interesa— se dirigía a el padre de Minato— es casar a Minato con una Uzumaki, pongo a su disposición a mi hija Anzu, solo dos años mayor que Kushina y completamente disponible y preparada para el matrimonio.
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Rin era la chica nueva de la casa, y cometió la atrocidad de resbalar en la sala y derramar sobre uno de los invitados una jarra completa de té hirviendo. Salió como alma que lleva el diablo del lugar hasta la cocina para refugiarse en los brazos de Mito y Kushina.
— Tranquila Rin— intentó calmarla Kushina— Ya, dinos que dijeron, ¿Por qué tardan tanto?
Todas estaban ansiosas de oir el veredicto de mamá Senju, Minato había seguido insistiendo, estaban todas completamente seguras de que no se rendiría.
Y de repente mamá Senju entró a la cocina y dio a conocer la decisión que habían tomado entre los tres.
Kushina sintió como inmenso frío empezaba a crecer desde el fondo de su corazón, como cada vena en su cuerpo se detenía y se marchitaba, sus órganos se pudrían, y su piel se hacía pequeña y delgada como papel…
— Quiero que vengan a saludar al Señor Namikaze y a su hijo Minato. Y a brindar por la boda de su hermana.
— ¿¡Dejo a Kushina casarse con Minato?! — saltó Mikoto llena de felicidad.
— No. Minato se va a casar con Anzu.
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Continuará…
Hola!, soy fan de Como agua para Chocolate, y no pude evitar querer hacer una adaptación (o al menos creo que eso es) con la idea. Descuiden, no va a ser idéntico al libro o a la película. Tengo mis propios planes =)
Es creo que mi libro de Amor y drama preferido de todos los tiempos 3
Ah, y las partes en cursiva, las he sacado del libro. así que como bibliografía: Como Agua para Chocolate, Laura Esquivel.
Y Satoru Uzumaki, ha venido de colado porque adoré el personaje, que NO ES MIO, si no de ERZA UCHIHA, en su fanfic Love Kidnap. Que si no has leído, tienes que ir a leerlo JUSTO AHORITA. Anda, ve, no te arrepentirás.
Se que lo de Mikoto en los Uzumakis suena muuuuy raro, pero no, descuiden, todo se arreglará =).
Y… ya =) Espero no haberlos aburrido. Y que sepan que es Meronpan, nikuma, tempura helado y ramen.
Reviews?
Saludos.
Enkelii Chan.
