Saludos, este fic participa en el reto temático de febrero: "Johniarty" del foro: 221B de Baker Street, ni los personajes o la serie me pertenecen, todo es propiedad de su legítimo autor, lo único enteramente mío es esta historia que como siempre espero que sea de su agrado.


JM


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Con andar suave y paso elegante el detective se adentra en el recinto, a una inclinación de su mano uno a uno el resto de comensales imitan la acción pero en sentido contrario, abusar del dinero o la posición de su hermano no es algo que tenga por costumbre efectuar más sin embargo, no puede soportarlo más.

Él está ahí, enfundado en la misma casaca verde con los cabellos desaliñados y el fiel bastón a su lado, hace caso omiso de todo, de los sonidos a su alrededor, de las personas escapando como si el que entrara no fuera otro más que la mismísima muerte aunque de hecho para él, lo es.

Inclina su cuerpo sobre la barra en una posición complicada pero que le permite hacerse con la botella que el bartender ha dejado sin mayor pena ni gloria. Jack Daniels —oh si— este si que era un buen mejor amigo, el aroma perfecto, el cuerpo ideal, el sabor deseado y no solo eso, Jackie si venia con una letanía que anunciaba la venidera y futura muerte.

No había medias tintas, ni sorpresas con Jack.

—John…—su voz— hacía días que había dejado de ser un bálsamo para él.

Si aun fuera el de antes, justo ahora estaría suspirando, sonriendo, reaccionando cálida o como mínimo humanamente pero de eso ya no quedaba nada, lo único que hizo como señal de que lo había escuchado fue carraspear, destapar la botella y beber de la misma hasta casi perder el aliento.

Sherlock se colocó en la silla alta a su lado, viéndolo beber como lo había visto hacer la noche anterior y la anterior a esa, las marcas de golpes aún surcaban su piel, el ojo derecho parecía del doble de su tamaño, el hematoma seguía presente y del resto de golpes, ni se quería acordar, John, soltó la botella para tomar un poco de aire y volver a encerrarse en ese ensordecedor mutismo que lo estaba comenzando a aterrar, advirtió un tic nervioso en él, síntoma de que efectivamente estaba empeorando, su mano derecha temblaba, los dedos anular y meñique para ser más precisos, él lo intentó otra vez, pronunció su nombre pausadamente, quedamente, como una disculpa, un susurro, un suplicio, el temblor en la mano de John se detuvo por espacio de dos segundos pero no lo suficiente como para que lograra colocar la mano sobre la de él y compartir así su calor, la pena, el duelo.

En el último par de semanas apenas si habían cruzado palabra y sobre la última vez que lo hicieron solo una frase quedó en el aire, una que le heló el alma y consumió su labia.

—¿Tú lo sabías? —¿Cómo podía creer John que él lo sabía?, ¿Cómo asumir que él, quien lo consideraba algo más que un amigo, camarada o hermano, hubiera podido traicionar su confianza de una manera tan desalmada y sobretodo cruel— permaneció en silencio, mirando el fulgor en sus ojos, uno que había consumido del todo la luz y bondad que antaño habrían podido dar buena cuenta y fe del espíritu noble del doctor y John interpretó su acción como solía hacer, erróneamente, caóticamente y el resultado era este.

John buscando la muerte en el cuello largo de una botella o en los implacables puños de una pelea. Las primeras veces se había defendido, necesitaba golpear algo, matar algo, aunque claro está, eso de matar, simplemente no iba con él.

—No lo sabía —pronunció fuerte y claro— la respuesta del otro, cómo no, fue volver a empinar la botella y beber como si el líquido ambarino pudiera llenar el vacío que las acciones de Moriarty habían dejado en su corazón.

—¿En serio supones que aún me importa lo que puedas saber o ignorar de su hija? —el veneno en su voz, la indiferencia, el gesto altivo e irreverente— eran más de lo que podía soportar, pero lo haría.

Con Dios de testigo que él, lo soportaría.

—Escucha…—intentó proseguir con una nueva inflexión en la voz— el mayor se aclaró la garganta, intentando recordar los buenos modales, no iba a romperle la cara o al menos eso era lo que el menor de los Holmes se había aferrado en creer.

Si quisiera rompérsela, aplastar sus huesos y arrancar el corazón de su pecho frío y muerto, lo haría y como es natural él lo dejaría, pues tan pronto como juró el día de su boda que, de ahora en adelante lo protegería, eso los incluía a todos. Protegerlo de todo lo malo y caótico de este mundo, incluyéndolo a él.

—¿Cual es el veredicto, genio? —comenzó a recriminar, mirándolo a los ojos con la botella en la mano y el gesto exagerado— ¿Cuál es la explicación, la gran señal, el secreto, la palabra, la mota de polvo? Qué es lo que no vi pero que como siempre, tú si. —esto último lo dijo, incrustando la locura de sus ojos en los transparentes de él— el detective se sintió agraviado, no por la violencia en su voz o lo exagerado de los movimientos, sino porque era la primera vez que él lo veía como hacían los demás.

Como si no fuera otra cosa más que un fastidioso y maldito sabelotodo, el jodido bastardo que les arruinó la obra a todos al hacerles notar el arnés del cual colgaban Peter Pan, los niños perdidos y hasta la jodida y nada diminuta hada.

—¡No están volando de verdad! ¡Es mentira! ¡Todo es una mentira! —había dicho entonces con el corazón arrobado y el rostro impregnado en llanto a la tierna edad de seis años y sus padres junto con Mycroft habían tenido que salir del teatro tan pronto un coro indefinido de niños comenzó a llorar al caer en la cuenta de que lo que decía era cierto.

La escena se había repetido ahora, porque en la obra de John, dirigida por Moriarty, no había habido hadas encantadas o doncellas virtuosas, tampoco había existido un caballero de cabellera ondeante y armadura inquebrantable. Tan solo estaba él, quien en un principio se consideró escudero pues el caballero, como era natural debía ser él.

Sir Sherlock Holmes y John Watson, ¿A caso no lo había dicho antes Magnussen? que él era el caballero y John, su damisela en apuros.

—¡Vamos! —apremió John— colocando la boca de la botella contra su pecho de manera acusadora, él se inclinó levemente hacia atrás, jamás creyó que lo vería así, que se verían así, dentro de este contexto, aunque tampoco creyó que llegaría el momento en el que él, no pudiera ofrecer una explicación.

Se llevó las manos al nacimiento del cuero cabelludo, John resopló pues conocía ese gesto, lo exasperaba a sobremanera pero al igual que solía hacer con muchas otras cosas simplemente se quejó en silencio, dio otro sobro a la botella, había ingerido en menos de veinte minutos cerca de tres cuartos. No estaba seguro de cuál era su tolerancia a Jackie, suponía que podía beberse otra botella más antes de alcanzar la inconsciencia. Ese delicioso estado de duermevela donde podía regresar al punto en que todo a su alrededor estaba bien.

Donde él pertenecía a un hogar con una puerta blanca y lo recibía su siempre fiel y encantadora esposa, ella besaba sus labios con ensoñación, con la misma pasión con que justo ahora besaba a Jackie, el sabor de Mary no era así de amargo pero el pensar en ella, sabiendo lo que ahora sabía de ella, hacía que el recuerdo de esos besos se volviera peor que el infierno.

Su Mary lo había besado a él,
Su Mary se había acostado con él,
Su Mary había conocido al demonio antes de conocerlo a él y firmó un trato.

Uno para destruir a Sherlock Holmes utilizándolo a él.

—Oh, Mary, mi dulce Mary, eres tan cruel —esto lo pronunció para él, pero el otro también lo escuchó— no estaba enterado del contexto entero, tan solo tenía los resultados finales, no sabía lo que pasó entre ellos porque Mycroft le dijo que había habido un encuentro entre ellos, sus cámaras los captaron juntos en un bodegón abandonado a las afueras de la ciudad pero cuando él llegó ya todo se había terminado.

Mary se iba junto con Moriarty con la recién nacida en brazos y John solo estaba ahí, roto, devastado, hueco, la sombra del hombre que alguna vez fue y que ahí había perecido.

—No es un gran misterio, ¿Sabes? —prosiguió John— como si no hubiera explotado hace un momento, dio un nuevo sorbo y cuando la botella se secó simplemente se inclinó sobre la barra y tomó otra, abrirla le estaba costando trabajo, el temblor de su mano se había agraviado, la respiración ralentizado, el ojo sano bailaba en el interior de su párpado, lo intentó unas tres veces antes de cansarse y estrellar el cuello de la botella contra la barra a fin de poder abrirla, perdió poco menos de la mitad del líquido en el proceso pero no importaba a John Watson ya nada le importaba, tomó el vaso esta vez, vertió la cantidad de líquido deseada y hasta le colocó un poco a él en otro vaso de vidrio cortado.

—Teníamos la puesta y todos los actores en escena, así fue como lo dijo Jim, te narraré exactamente, palabra por palabra, lo que ese bastardo, maldito entre todos los malditos me dijo.

—El primer acto, naturalmente fue separarte de mi, crear un caso. Una nueva serie de asesinatos ya que la vida en este país está infravalorada, no solo por él, sino por ti, que lo tomas más como un reto personal. Un endemoniado juego y como no iba a ser así, si son el uno para el otro. —John apuró su trago, lo obligó a él a beberse el suyo y acto seguido volvió a llenar ambos vasos.

—El segundo acto, fue convencerme de que sería padre, lo teníamos todo, ¿sabes? la mantita, el ropón, los calcetines, el moño, todo lo que entre tú, Molly y la Señora Hudson nos regalaron para recibir a la niña, Mary interpretó también su papel, podría darte detalles, pero si lo hiciera terminaría vomitando y de momento, creo que ya no tenemos la misma intimidad de antes como para que me veas a cuatro patas y vomitar. Entonces, bebe tu trago Sherlock y por el amor de Dios deja de mirarme así, no soy el cráneo de tu chimenea o la cabeza de la nevera, no soy nada que hayas visto en tu puñetera vida y con el Diablo de testigo que si sigues mirándome así, te enterraré esta botella cortada en la maldita cara. Perfecto, así me gusta. —John volvió a llenar los vasos, aclarar su garganta e intentar mantener el equilibrio sobre la diminuta silla antes de continuar con su narración.

—¿Has visto los payasos en las películas? o ¿Los mimos? Espera, ahora recuerdo, a ti te encantaban los piratas cuando eras niño. ¿Recuerdas la sonrisa torcida de Garfio cuando le quita a Campanita toda su magia y esta ya no puede volar? ¿Tienes la imagen? porque Jim Moriarty tiene la misma maldita cara, sonríe de esa manera que te hace estremecer y pensar que está desnudando tu alma porque de hecho, lo hace.

Él me miró entonces, cuando yo ya estaba suponiendo lo obvio, no soy tú. Jamás lo he sido, no tengo esa capacidad para ver el interior de las almas o suponer lo peor de cada persona, de modo que cuando Mary dio a luz y los doctores se llevaron a la niña para limpiarla y me pidieron de favor que esperara afuera porque como habrás de saber hay algunas vacunas y exámenes médicos que se efectúan inmediatamente después de nacer, yo lo hice, me quedé ahí a mitad del pasillo, detrás de la gran puerta, enviando mensajes de texto a todo el jodido mundo.

—¡Era padre!, ¡Era padre!— todos estaban detrás del asesino en serie pero hasta Donovan se tomó la molestia de responder a nombre de Lestrade ¡Felicidades! e insertar quince emoticones que obviamente son mucho más sencillos y van al grano. De ti no llegó nada, ni siquiera sé porque me extraña. ¿Dónde estabas a todo esto? ¿En otro tejado? ¿Esperando que acribillaran a otra anciana? no importa, él punto es que tú no estabas, pero él si.

El tercer acto, era su entrada triunfal, ataviado de negro en su totalidad, ausencia de guadaña aunque ahora que lo pienso quizá la muerte está siendo mal juzgada ¿Por qué iba a arrastrar un arma, cuando todo lo que precisa es al igual que él, de una mirada? —John hizo otra pausa para rellenar los vasos, Sherlock bebía ahora en igualdad de celeridad y ansia— no daba crédito a lo que escuchaba, las recriminaciones bañadas de verdad, lo que desde siempre había pensado pero por respeto, caballerosidad o ¿amistad? se callaba.

—¡Oh!, por fin te estás animando, eso me gusta Sherlock —volvió a llenar los vasos, dos veces más antes de tener la fuerza para proseguir.

—No dijo nada en el hospital, cuando hace sus grandes entradas, normalmente no dice nada pero hace mucho. A un chasquido de dedos, sucedió lo mismo que acabas de hacer, el personal médico que pululaba por los pasillos salió de la habitación y yo me quedé como pasmarote, destruyéndolo con la mirada al tiempo que él simplemente tomaba asiento, sacaba un libro y proseguía con su lectura, me invitó a sentarme junto a él, me negué a hacerlo pero entonces vi una luz roja apuntando directo a mi pecho, me senté a regañadientes frente a él, el pulso acelerado, el celular bailando en el interior de mi mano, no sabía a quién hablar, de hecho tampoco sabía si me dejarían intentar hablar, de modo que simplemente me quedé ahí contando los minutos hasta que Mary apareció vestida, pálida y hermosa. Las malditas arpías, siempre son hermosas ¿no lo crees? —ja— para qué te pregunto, sabes bien a lo que me refiero, Mary estaba ahí con la pequeña en brazos que bebía de su seno, Moriarty hizo algo entonces, algo que debí captar pero el simple hecho de verlo cerca de las dos mujeres que creí podría proteger y amar hasta el último de mis días, me dejó sin defensas, fue como un corto circuito dentro de un sistema por demás caótico.

Caminó hacia ellas y yo por acto reflejo me coloqué en el medio, de la misma forma que en su momento habría hecho por ti, los puños cerrados, el ceño fruncido, el pecho en alto, Moriarty aplaudió mi apremio y dijo que no pasaría nada malo, al menos no ahí, ni de manera inmediata. Nos condujo a su auto, Mary permaneció en silencio, nos dedicábamos miradas que yo creí identificar como de angustia pero que ahora sé que eran de arrepentimiento. Ella sabía lo que pasaría, siempre lo supo. ¿Crees que Magnussen lo supiera también? lo he estado pensando estos últimos días. Cuando hizo ademán de leer su expediente y todo lo que hizo fue sonreír y decir —Oh, mala chica, eres una muy mala chica. ¿Lo crees Sherlock? ¡Respóndeme o besarás la botella!

—Yo…—el detective negó con la cabeza, tenía las manos pegadas a la altura de la barbilla cubriendo sus labios— no podía creer que todo eso era lo que había pasado mientras él estaba corriendo por todo Londres persiguiendo fantasmas.

La red criminal de Moriarty evidentemente no conocía límites puesto que todas las víctimas que intentó salvar, murieron tan pronto como llegaron a escena, varios homicidios a la vez, es decir, uno moría en tal distrito y al minuto exacto caían dos más en polos opuestos de la ciudad. No había pistas, no había llamadas, ni acertijos como la primera vez y eso lo había estado volviendo loco hasta claro está, justo ahora que escuchaba el verdadero motivo de cada uno de sus siniestros actos.

—¿Lo sabía y por eso lo mataste? —preguntó John con ese maldito tono militar en la voz— él iba a soltarse a llorar. ¡No podía estar pensando eso! ¡No podía! Si él mató a un hombre fue para protegerlos a ambos —John y Mary— se suponía que iban a sacarlo del país, esta vez para siempre, Mycroft ya se lo había advertido, una tontería más y esta vez ya no volvería.

Y el problema con eso es que él amaba hacer tonterías. Amaba enfrentarse a su enemigo jurado pese a las vidas perdidas, pese a la seguridad de los suyos puesto que John estaba en lo cierto y era lo suficientemente engreído como para creer que tenía la capacidad de proteger a los suyos, él lo mató y se atrevió a confiar en Mary, en la versión de vida que les vendió Mary, él creyó que esa mujer era lo mejor para él, estaba entrenada, era lista, podía proteger a John en ausencia de él.

—¿Estás volviendo a hablar con la maldita boca cerrada, Sherlock? —él asintió— pero procedió a explicar rápidamente lo que había pensado.

—No sé si lo sabía él pero sabía algo y quería amenazarlos, quizá no ese día o al siguiente pero eventualmente llegaría a amenazarlos y yo no podía vivir con eso, Mycroft ya había dicho que me sacaría del país, inclusive si yo no lo hubiera matado, iba a sacarme, me necesitaba para otro trabajo encubierto, los detalles no los recuerdo ahora, así que yo lo maté porque era la única forma de cumplir mi promesa y protegerlos a ambos.

—Oh, muy noble de tu parte, pensar en nosotros en momentos de necesidad, aunque ahora me gustaría saber si lo harías de nuevo cuando escuches como termina este cuento.

John, miró el vaso a medio llenar, el líquido ambarino bailando en el interior del vaso, Sherlock, sintió la boca seca, quería el siguiente trago y el que siguiera a ese y otro más, hasta ahogar su conciencia, mutilar sus pensamientos, hasta llevarlo a ese estado cansino y despreocupado que muy seguramente había estado alcanzando John en el ultimo par de semanas.

—Nos llevó a ese lugar al que tú llegaste. No había mucha gente, además de nosotros y sus matones, Mary se fue con ellos, les mostró a la niña y cuando yo estaba por ponerme a gritar y soltar golpes, Moriarty me entregó un expediente en las manos, era el de mi —su— hija. ¿Qué como lo supe? con la misma facilidad con que tu deducción de embarazo me tomó por sorpresa.

No es que no lo hubiéramos hecho pero hasta donde yo sabía nos habíamos estado cuidando, queríamos planearlo, construir una familia una vez estuviéramos seguros de que tendría éxito el matrimonio —vaya mentira— cuando tú lo dijiste y estuvimos a solas, ella confesó haber estado mintiendo, dijo que las pastillas que tomaba no eran anticonceptivas que solo eran vitaminas, de modo que habíamos estado retozando como cerdos y el resultado fue ese engendro. —John arrojó el vaso contra la pared frontal de la cantina— rompió junto con él una considerable hilera de botellas y el espejo que le servía de reflejo y que justo ahora mostraba una imagen desfigurada de él.

Sherlock aguardó en silencio, creía conocer el resto pero necesitaba escucharlo.

El tiro de gracia, la actuación final.
La muerte de John Watson a manos de Jim Moriarty,

—Ese expediente incluía en notas finales una prueba de paternidad que tomé con celeridad, todas estaban ahí, las líneas de gametos burlándose en mi cara, las de Moriarty y las de Sher…olvida el nombre, dudo que vaya a conservar el mismo, yo lo veía como el idiota que soy, mientras él desfilaba ante mi y me decía.

—Cada vez que tú te ibas con él —refiriéndose a ti, claro está— yo me metía en su cama.
—Cada vez que le hacías el amor, eran mis labios los que la besaban, el recuerdo de mis manos, mis piernas. ¡Esa mujer es mi esclava, muñeca y amante! —yo miré a Mary que temblaba de la cabeza a los pies con la niña pegada en su seno— vi el terror en sus ojos y pensé que Moriarty estaba redomadamente loco, pateado de la cabeza, perteneciente a otro mundo pero eso duró solamente un segundo, Mary me miró a mi y su mirada se transformó en otra, la sonrisa se ensanchó, los rasgos se endurecieron y entonces supe que lo que decía era cierto.

—Debiste leer los archivos que te ofrecí, conocer mi pasado, mi verdadero nombre, no soy, ni nunca he sido agente de la CIA, soy mercenaria, una asesina. Aunque esto último si te lo dije, Sherlock lo confirmó a su vez, soy la segunda mejor tiradora que tiene Moriarty

—También la segunda mejor amante pero no vamos a entrar en detalles molestos —contestó el aludido— Ahora, si tuviera la bondad de devolverme eso Doctor Watson, los expedientes médicos son importantes, usted mejor que nadie debe saberlo —yo le devolví el archivo o quizá fuera mejor decir que él lo tomó de mis crispadas manos— ellos dieron la media vuelta y comenzaron a salir al momento exacto en que tú llegaste.

Miles de cosas pasaron por mi cabeza entonces, la primera de ellas fue que debí haber muerto en Afganistán, una bala sonaba piadosa, morir junto a mis compañeros, honorable, digno del apellido de mi padre que ya jamás podré suceder. La segunda cosa fue que quizá debí haberte dejado morir a manos del taxista, tú estabas más que dispuesto a tomar la pastilla, sin saber si era la buena o la mala, solo querías entrar en el juego, morirías contento, hasta imaginé la sonrisa sobre tu pálido y perfecto rostro. Luego pensé que ya que te había dejado vivir, tú debiste dejarme morir a manos de aquella bomba, Moriarty solo probó nuestro calibre entonces, probó mi lealtad como el perro faldero que todos dicen que soy. Si en verdad te hubiera significado algo, en ese entonces debiste dejarme morir pero estoy siendo injusto contigo, jamás me dejarías morir. Ni yo a ti y por eso estamos aquí.

Porque puedes salvarme de todos, menos de mi.

—John…—la voz de Sherlock ahora estaba un poco ronca, rota, desalmada— tomó la botella que de pronto había dejado el otro y maldijo su incapacidad motriz para abrirla apropiadamente, tenía ganas de empinársela de un trago y no de varios cortos con el sucio y maloliente vaso—

—¿Sí? ¿Te vas a poner dramático ahora? Te vas a atrever a decir que no tengo derecho a llorar mi duelo porque sabes bien que lo tengo. La última cosa que pensé, cuando te vi detrás de mi con la respiración agitada y los cabellos alborotados, mirando la escena a tu alrededor, intentando deducir algo pero sin llegar a ninguna conclusión. Fue que jamás debiste ceder.

—¿Qué?

¿Tú lo sabías? ¡NO ERA UNA PREGUNTA SINO UNA MALDITA AFIRMACIÓN! él te ofreció un trato, ¿no es cierto? alcanzar la muerte o sus asesinos nos harían pedazos a todos, ¿Sabes qué habría sugerido yo de habérmelo dicho? ¿Lo qué habría sugerido Lestrade? ¡Puedes entender una mierda de lo que te digo! —Sherlock volvió a mirarlo como a un extraño porque de hecho, ante sus ojos lo era— la ferocidad en su voz, lo irritado del gesto, su apuesto rostro desfigurado por los designios depravados que tanto se ufanaba en perseguir.

—¿Lo entiendes? —Sherlock negó y entonces el otro se levantó— ¡YO SOY EL QUE NO VE PERO TÚ ERES EL QUE NO OBSERVA! nos salvas a todos pero jamás cuentas con nosotros. Si nos hubieras dicho algo yo te habría ayudado, soy ex-militar por el jodido amor de Dios y esto es una guerra. No es una pelea entre dos Príncipes sin corona que desean conquistar el mismo podrido Reino, tú no eres dueño de nada, ni él tampoco. Tú no debiste fingir tu muerte, ni él planear todo esto. —Sherlock asimiló sus palabras, convencido de la grandeza de su error— Mary llegó a su vida en un momento de debilidad y John la dejó entrar, construir una mentira, piedra por piedra mientras él ¿dónde demonios estaba él? esquivando la muerte, pasándola de largo para así poder volver junto a él.

—Lo siento —fue lo que por fin emanó de sus labios— una disculpa sincera, verdadera, no como aquella otra cargada de júbilo y pretensión, el Doctor la aceptó de buena gana, volviendo a tomar la botella que para su sorpresa se había terminado, giró sobre sus tacones dispuesto a tomar otra pero cuando lo intentó Sherlock se le adelantó.

Ahí estaba también el fantasma de lo que había sido él.

Pálido, demacrado, más delgado de lo humanamente posible, el abrigo parecía bailar en torno a su cuerpo, los cabellos deslucidos, los rizos apenas vivos. El jodido bastardo se veía peor que si lo hubieran metido a rastras en otra institución de desintoxicación y solo habían pasado un par de semanas. Sonrió para sus adentros, procurando extender un poco más la puesta en escena. Moriarty quería verlos a ambos, rotos, devastados y él le daría lo que quería.

Aún si significaba hacer sufrir a Sherlock Holmes, pues después de todo.

Mary no fue la única que conoció a un demonio.
Él también conoció a uno y firmó un trato.

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:..FIN..:


.Violette Moore.