Capítulo 1. Destino.
Mientras caminaba por las calles de Chinantown el detective León Orcot no era feliz, y esta vez su infelicidad no se debía a no poder comprobar la conexión del "Conde" D con los casos más misteriosos de ataques animales que continuaban sin resolver sobre su escritorio desde hace más de año y medio; tampoco se debía a las montañas de papeleo atrasado que no había tenido tiempo de llenar. No. León Orcot no era feliz porque hacían ya tres los días que no tenía el tiempo de visitar la tienda de mascotas, y ya no digamos entonces su propio departamento.
Ahora, noches de desvelo, desgaste físico y mental y visitas nocturnas a escenas del crimen no era nada nuevo para el joven detective, pero en otras ocasiones las malpasadas arrojaban por lo menos algo de luz sus investigaciones. ¿Esta vez? No. Esta vez León se había enfrentado a cinco perturbadoras escenas del crimen en un espacio de sólo tres días y, fuera de que al parecer todos los crímenes se habían cometido con la misma arma homicida, no había nada que conectara a las víctimas entre sí, y ya no digamos que sugiriera de cualquier forma el móvil del asesinato.
Si el detective caminaba a paso lento por entre los negocios coloridos del Barrio Chino no era porque no tuviese deseos de ver a Chris – por el contrario que extrañaba a su hermano menor y tenía un buen tiempo considerando llevarlo de compras – ni por querer evadir al Conde D – con enfado que reconocía para sí mismo que estaba deseoso de una muy buena taza de té – sino más bien porque cada vez que cerraba los ojos veía en sus parpados las fotografías de las escenas de los crímenes, y sólo digamos que pisos cubiertos por litros y litros de sangre derramada por cuerpos a los que se les había apuñalado el corazón o cortado la cabeza no era… ¿cómo decirlo? No eran el tipo de recuerdo que uno quisiese llevar cuando saludaba a la familia.
¡Pero bien! Al final del día la vida no podía ser labrada mediante deseos ni caprichos y sólo por eso León llevaba como regalo al Conde un pastel adornado con Kiwi, mora azul y otra gran variedad de frutas entre las que el rojo brillaba por su ausencia con el único motivo de no recordar a León la sangre.
-¡Mi querido detective! – no había terminado de atravesar la entrada de la tienda cuando D lo interceptó con una de sus sonrisas habituales – pero mire que coincidencia ¡llega justo a tiempo para la hora del té!
-Para ti es siempre la hora del té – medio gruñó León fingiendo no ver la mueca en el rostro del Conde mientras se dejaba caer pesadamente en el sofá – pero no estoy aquí por eso ¿En dónde está Chris?
-Por ahora Christopher se encuentra jugando en la parte de atrás con T-chan y el resto de los animales. Debo decir sin embargo que las atenciones que usted ha tenido para con nosotros en los últimos días deja realmente mucho que desear.
En contra de lo que el Conde esperaba, León soltó un largo suspiro y encorvándose en el sillón hundió el rostro entres sus manos.
-Sí D, no puedo negar que he descuidado a Chris mucho estos días pero – hizo una breve pausa que al Kami lo hizo ponerse alerta – no he tenido tiempo libre. Algún loco asesinó a doce personas en cinco lugares distintos y, tan humillante como eso es, la verdad es que no tengo una idea de cómo detenerlo.
-¿Doce homicidios en tres días? No puedo negar que esa es una cifra un tanto exagerada pero si hay tantos cuerpos sería algo lógico pensar algún indicio debe quedar en alguno de ellos.
-Los forenses hacen lo que pueden pero Dios sabe que jamás en mi vida había encontrado escenas tan intrincadas como esas, es decir, sé por la sangre que todos los homicidios se han cometido en el mismo sitio en que los cuerpos son encontrados, pero fuera de eso no hay una sola huella que delate al asesino… ¡peor aún! No sé si me enfrento a una persona o a una banda, ni si todo esto es por motivos ideológicos o cada víctima fue atacada al azar. La verdad es, que no sé qué pensar.
D reflexionó por un momento.
-Comprendo su frustración detective pero tenga en cuenta que usted no es el único responsable de la investigación y no debe cargar el peso de la incógnita sólo sobre sus hombros, además – añadió en un tono más grave – tanta tragedia si bien es lamentable deriva sólo como resultado de la destructiva naturaleza humana siendo dañarse unos a otros el aparente propósito de la especie.
-Dado que eres mi principal sospechoso en varias muertes sin resolver no pienso que te corresponda opinar al respecto, después de todo un homicidio es un homicidio sin importar los motivos tras él.
Sólo porque notó en las ojeras del detective que este necesitaba un descanso D se abstuvo de responder. Aun así la dureza de esas palabras no le gustaba y no porque aparentemente él era su blanco, sino porque León – que tenía sus propias manos bañados en la sangre de delincuentes que habían olvidado su esencia de "personas" – se medía sí mismo con la misma vara con la que medía a sus sospechosos… algo que era una auténtica tontería desde el momento mismo en que los actos que motivaban al joven detective a jalar el gatillo no se encaminaban al egoísmo sino a la protección desinteresada de otras personas.
Y sin embargo cualquier intento que hiciera ahora para demostrar su punto ante el humano terco conduciría a discusión y no hacía falta ver 2 veces al detective – aspecto demacrado y ojeroso, ropa que se había mudado tal vez una sola vez en los últimos tres días y cabello desarreglado y opacado por la falta de aseo – para saber que por ahora eso era lo último que necesitaba.
-El almuerzo estará listo en un par de minutos, si quiere puede esperar aquí mientras dispongo de la mesa… estoy seguro de que a Chris le gustará su compañía.
-Sí. Gracias.
D se levantó y dejó completamente sólo al detective dando a sus animales una mirada de advertencia. Cuando regresó unos cuantos minutos más tarde para informarle que la comida estaba servida se encontró con que el rubio estaba ya profundamente dormido en la comodidad de los cojines y el sillón.
Una semana después la ciudad templaba al pensar en los – ahora – veinte cadáveres víctimas de los que la prensa había denominado "caballeros rompecorazones" debido a que mataban casi siempre introduciendo lo que el forense especulaba era una espada en el corazón de la víctima, después giraban la hoja en 180° y desgarraban así el músculo de manera irreparable y dramática… cuando por razones desconocidas la muerte de la víctima no podía ser dada de esta forma entonces separaban la cabeza del tronco con un golpe limpio dado casi seguramente por el mismo tipo de arma.
Se sabía ahora que en cada crimen intervenían entre dos y cuatro asesinos por los diferentes ángulos en que se habían producido las heridas y algunas pisadas parciales que ni siquiera estaban seguros que correspondieran del todo al momento en que los crímenes fueron perpetuados, pero fuera de eso no tenían nada más. Sin patrones en las horas fijadas de muerte, sin indicadores de las identidades o posibles motivos de los perpetradores y, por eso y por otros pormenores del caso es que el departamento se aferraba a los detalles más insignificantes que surgían durante la investigación. Así, en ese "aferrarse" a los detalles León Orcot se encontraba de pésimo humor al pensar en que una de las chicas más calientes que había visto en su vida insistía en acercarse a él y ofrecerle más que una copa de licor, y él se viera obligado a rechazarla.
Desde su perspectiva era más que un poco injusto que la chica coqueteara con él justo cuando estaba encubierto, pero el sello de acceso a este antro en particular había sido encontrado en tres de los cuerpos y si bien eso no había sido suficiente para convencer al capitán de solicitar una orden de cualquier cosa el instinto del detective gritaba que eso era una pista. Aquí estaba ahora: sentado en una barra mal iluminada sosteniendo entre sus manos lo que sin duda era un vaso de alcohol adulterado y negándose la compañía de una chica sensual sólo para buscar a alguien que casualmente hubiera notado algo "sospechoso" respecto a las víctimas de los rompecorazones.
En un día normal este tipo de búsqueda sería igual de molesta que buscar una hebra de paja en un montón de agujas pero, por casualidad o por destino justo cuando la chica dio media vuelta ofendida por el rechazo de León, el detective vio como dos chicos jóvenes tomaban a una muchacha aparentemente ebria con sus brazos y la empujaban torpemente hacia la salida de emergencia.
Una alarma se encendió en su cerebro: ¿Por qué llevar a la chica por la salida de emergencia?
No lo pensó dos veces y se deslizó entre la multitud tratando de llegar a ellos zigzagueando entre la gente y, aunque le tomó un par de minutos, logró llegar a la salida de emergencia y salir del establecimiento justo en el momento en que los muchachos empujaban a la chica contra la pared al tiempo que ella intentaba desesperadamente atinar en ellos golpes sorprendentemente bien dirigidos.
-¡Aléjense de ella! – gritó León asumiendo la mejor postura de combate que tenía y preparándose mentalmente para sacar su arma y disparar si es que algo sucedía.
-No te metas en esto idiota – replicó uno de los muchachos sacando descuidadamente una pistola plateada de entre sus ropas y, por la forma descuidada en que le apuntó, León supo que el imbécil basaba su técnica en las películas de Hollywood y en las series de la BBC.
-Te lo advierto – amenazo León – no me provoques.
-¿O qué?
-Soy policía – decidió jugar la carta de intimidación – sueltan a la chica y reciben cargos menores o tratan de molestarme y salen perdiendo.
-¿Policía? – la declaración pareció tener el efecto deseado en el más bajo de los muchachos.
-Calla Miguel, podemos con este ca… - el grito del muchacho se interrumpió cuando una pierna firme y femenina se impactó contra su estómago; antes de que su compañero reaccionara León llegó hasta él y lo inmovilizó con una de sus mejores llaves.
-Tú y tu amigo están detenidos por acoso sexual y por intento de agresión contra un policía – les informó mostrando su placa.
Aproximadamente tres horas después en las oficinas policiales resultó que el ADN de los chicos correspondía con los dos violadores en serie responsables de siete atracos en los últimos dos meses. Increíblemente, el modus operandi era siempre el mismo: enfocaban a la víctima, deslizaban inadvertidamente algo en su bebida y después esperaban a que la droga comenzara a hacer efecto, una vez sucedido esto la sacaban del antro por la salida de emergencia llevándola hasta algún rincón obscuro…
-Una vez dicho eso – continuó Jill – sólo resta decir que tuviste mucha suerte: un trago más a ese baso de brandy, un detective menos en la escena y…
-Y las cosas habrían terminado muy mal para mí – completó la chica con voz grave – es un poco irónico porque suelo tener cuidado con lo que me llevo a los labios pero a pesar de mi descuido tuve suerte y salí muy bien librada de todo esto. Debo darle las gracias al detective Orcot ahora ¿no es así?
-En parte soy yo quien debe agradecerle a la forma en que golpeaste a esos idiotas – agregó León con ese tono entre malhumorado y amable que empleaba sólo con sus compañeros más cercanos – sin ánimo de ofender pero cuando vi que te estaban arrastrando no sospeché que supieras artes marciales.
-Combinación de suerte, técnica y adrenalina. No habría podido defenderme si usted no hubiese llegado detective, pero me alegra haber podido hacer algo.
-Como sea – intervino Jill – en este momento los agresores están siendo procesados y con las coincidencias de ADN que obtuvimos lo único que resta es esperar la fecha del juicio, en tanto – miró a la muchacha – lo mejor es llevarte a casa. Si esperas un minuto llamaré a un coche patrulla.
-O puedo llevarte yo – se adelantó León – ahorrarías tiempo.
-Después de todo lo pasado esta noche sería mucho si dijera que no confío en el detective Orcot, así que gracias por todo, detectives.
Ni León ni la muchacha – que se identificó oficialmente como Leticia Brown – cruzaron palabra mientras se preparaban para partir pero una vez que ambos estuvieron al interior del auto del oficial fue la chica la que rompió el silencio sacando un cigarro de su bolsa.
-¿Importa si fumo?
-Siéntete a gusto – respondió bajando el vidrio de la ventanilla.
-Gracias – aspiró un par de bocanadas de humo, recogió ligeramente su pelo esponjado y se recostó después contra el asiento tratando de ignorar el dolor de cabeza y el sueño que la droga tenía como efectos secundarios.
-Si necesita algo más sólo tiene que pedirlo.
-Gracias pero estoy bien… dentro de lo que cabe. Tan sólo por curiosidad ¿Usted cree en el destino detective?
-¿Disculpa?
-Es una pregunta tonta pero… mi madre solía hablarme mucho del destino y yo solía ignorarla y decir que el destino no existe, pero ahora que lo pienso todo esto… yo… hace sólo unos días que me mudé desde Virginia. En realidad no me gusta salir y sola mucho menos pero el cabrón con el que salía me abrió los ojos sobre lo incompleta que me sentía en realidad y después de considerar muchos bares por primera vez me decidí en ir a ese estúpido antro en el que usted estaba, según entendí, por un caso diferente al de las violaciones en serie. No suelo creer en el destino pero sería una necedad pensar en esto sólo como en una coincidencia.
-No estoy seguro de que puedo creer en el destino – admitió León.
-A veces no hace falta creer.
Unos minutos de silencio.
-¿Dices qué acabas de mudarte desde Virginia?
-Sí.
-Entiendo que pasaste por un susto muy grande esta noche ¿alguien vive contigo? ¿Tienes a quién llamar?
-Como usted lo dijo no pasó de un susto, además todos mis amigos están a varias horas de distancia así que no quiero preocuparlos.
Sin desviar la vista de la carretera León sacó su tarjeta del bolsillo de la chaqueta y se la tendió a ella.
-¿Detective?
-Por ahora lo mejor que podrías hacer es tratar de instalarte y conocer gente nueva, hasta que hagas amigos puedes llamarme si es que te sucede algo.
-¿Gracias por eso? – susurró Leticia tomando la tarjeta.
-Perfecto. Llegamos ya ¿necesitas algo más?
-Todo lo contrario detective, estoy en deuda con usted.
-Sólo cumplí con mi deber. Mejor de hoy en adelante tenga cuidado con lo que bebe, Leticia.
-Lo tendré… hasta otro día, detective Orcot.
Con esa despedida Leticia Brown bajó del auto a las afueras de una de las casas más antiguas de la ciudad. Ya sin su pasajera León condujo directamente en dirección a su departamento. Se sentía frustrado porque había tenido la intención de terminar el trabajo temprano y cenar con Chris y D pero no podía negar que la sensación de frustrar un crimen antes de que se cometiera era reconfortante.
En tanto, la muchacha de cabello castaño, ojos de gato, rostro de muñeca y cuerpo de modelo que había sido rescatada por el detective esa noche contemplaba meditativamente el auto que se alejaba por la avenida. Por fuera Leticia era innegablemente una muchacha atractiva pero si bien se dice siempre que lo verdaderamente valioso de una mujer es lo que lleva por dentro, en esta ocasión en particular se debe decir que efectivamente esta bella mujer era mucho más de lo que aparentaba, porque los ojos humanos suelen ser ciegos y sus capacidades limitadas; por esa ceguera y esas limitaciones es que en el antro, en las oficinas y en el auto nadie fue capaz de ver más allá de la mascarada que la mujer que se hacía llamar Leticia Brown utilizaba, y por tanto, nadie notó la verdadera naturaleza de su ser.
