Los personajes utilizados en este fanfic son propiedad de CLAMP y Ohtaka Shinobu.

Aclaraciones y Advertencias: Los personajes no me pertenecen. OC. OOC. Una historia random con sus debidos momentos serios. (?)

Summary: Kinomoto Sakura, como muchas chicas de su edad en plena flor de la adolescencia, tenía su propio significado sobre la juventud. Éste no incluía ser transportada a otro mundo con propósito desconocido junto a sus mejores amigos. Menos descubrir que no eran tan ajenos a él como parecía.


Prólogo

«El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos».


Kinomoto Sakura, como muchas chicas de su edad y en plena flor de la adolescencia, tenía su propio significado de la juventud.

Para ella, la juventud estaba en esos pequeños detalles sencillos, pero significativos, que plagaban las diversas etapas de su vida: los festivales acordes a los cambios de estación, el refrescante placer de tomar ramune en el verano, el sabor del mochi en año nuevo.

Después estaban las cosas que más amaba, el tipo de cosas que mantendría en su memoria con el paso de los años: la cálida sonrisa de su padre cada mañana, acompañada por sus ojos amables con un perpetuo brillo curioso y jovial, pero aun así con un subyacente deje de sabiduría en ellos; la excentricidad de su mejor amiga, quien en más de una ocasión le había causado extrañeza y asustado a partes iguales; los gloriosos momentos en los que la seriedad y carácter arisco de Li Shaoran se venían abajo, exponiendo simplemente a un chico honesto de nobles sentimientos; el retintín misterioso y sabelotodo de Eriol, el cual sorprendentemente extrañaba escuchar, pese a que Sakura ciertamente podía vivir sin sus crípticas tendencias.

Y, por supuesto, su surrealista experiencia como Card Captor, que, aunque trajo pesares y catástrofes en su vida, también muchas alegrías y bendiciones.

—¿Estamos filosóficas hoy?

La melodiosa voz de Tomoyo le sacó del caudal de sus pensamientos, algo que más que molestar a la castaña, la hizo sonreír. Daidouji siempre parecía llegar en el momento adecuado.

Sakura soltó una risita ante éste pensamiento fugaz, el viento haciendo bailar los pétalos de la flor que llevaba su nombre, algo perfectamente normal dada la temporada.

—Podría decirse —comentó—. No lo sé, todo es… tan increíble, supongo. ¡No pensé que pasaría el examen de ingreso!

La ceremonia para aquellos de nuevo ingreso en la Escuela Superior local había concluido hace diez minutos, pero Sakura, extrañamente, todavía se encontraba reacia a salir del campus. Era como si quisiera guardar cada detalle del mismo en su mente; tal vez para recordar lo maravilloso que le pareció en ese instante, antes de estar plañendo al plantel a mitad de semestre. No sería el primer año escolar que tal cosa ocurriese.

Por otra parte, tampoco es que tuviera la opción de abandonar el lugar. Bueno, la verdad es que Sakura tenía plena libertad para decidir, pero también tenía razones de peso para no hacerlo: su padre prometió que llegaría a la ceremonia, así fuese para tomarle una foto conmemorativa junto al letrero de la entrada. Por lo mismo, la Maestra de Cartas quería esperar al menos veinte minutos más, antes de decidir que la conferencia en la Facultad de Arqueología de la Universidad de Tomoeda se alargó lo suficiente para impedirle a su progenitor arribar en lo absoluto.

En cualquier caso, siempre preparada, su mejor amiga se había asegurado de sacarle por lo menos veinte fotos diferentes junto a dicho rótulo; si su padre no se daba el gusto, al menos tendría el consuelo de que Tomoyo podía pasarle más material del esperado.

La azabache le sonrió.

—Yo sabía que lo lograrías ―no había ni una pizca de duda, mentira o superioridad en su tono. Era la forma Daidouji para afirmar las cosas, otra de las características que la de ojos esmeralda encontraba fascinante sobre su compañera; sus argumentos, más seguido que no, solían ser respaldados por una certeza que danzaba entre la fe ciega y la confianza absoluta, que no daba espacio a la discusión. Como si sus palabras hubieran sido talladas en piedra.

Ocasionalmente, dicha cualidad en el pasado hizo a Sakura sospechar seriamente de su amiga poseyendo algún sentido extrasensorial, que en nada tuviera que ver con una magnifica intuición. De no ser por las reiteradas afirmaciones de Kero de: «no, Sakurita; Tomoyo no posee poderes mágicos. Tú magia proviene tu lado paterno la familia, de todas formas», hasta el sol de hoy la más joven de los Kinomoto seguiría viéndolo como una posibilidad.

Tomoyo tenía los ojos de alguien con décadas de experiencia; no sólo eso, sino que estos daban la impresión de ser capaces de vislumbrar cada parte de tu alma. Lo cual no ayudaba mucho a desmentir la loca teoría de Sakura. Especialmente, no cuando estos ocelos lucían tan sinceros y tranquilos, como si no hubiese forma existente en el universo de contradecir las palabras de su dueña.

Kinomoto rió con cierto nerviosismo.

—A veces creo que me tienes mucha fe, Tomoyo.

Dicho sea de paso, aquella forma de mirarla la hacía sentir incómoda y avergonzada, aunque al mismo tiempo especial. Qué extraño.

Las cejas de la amatista se juntaron de forma apenas perceptible, una leve señal de desaprobación ante la falta de confianza de Sakura en sí misma.

—Eres el tipo de persona que puede lograr cualquier cosa si se lo propone, Sakura-chan. Ten un poco de seguridad en ti misma.

—Ella tiene razón, confía un poco más en tus capacidades y aptitudes.

El corazón de la castaña casi se le sale del pecho por el sobresalto que le provocó aquella voz inesperada.

—¡Shaoran! —jadeó Sakura, posando su mano sobre su pecho en un inútil intento de calmar los latidos de su acelerado corazón—. ¿Cuántas veces te he dicho que no hagas eso?

Si Daidouji Tomoyo era su mejor amiga, Li Shaoran era su mejor amigo. Un mejor amigo con un complejo de ninja, a quien a veces quería ahorcar por provocarle arritmias y pseudo-infartos, pero mejor amigo a fin y al cabo.

—Es divertida la forma en que saltas cuando está asustada —ofreció el varón como excusa, el muy desgraciado.

La castaña trató de darle una mirada letal, en serio. Dio su mejor esfuerzo para hacerlo. Los resultados, sin embargo… daban qué desear. Kinomoto difícilmente podía enojarse con alguien que no fuera su hermano mayor, y ni siquiera con Touya iba en serio la mayoría del tiempo.

—Los años te han vuelto algo descarado, Li ―terminó por acusarlo.

El castaño se encogió de hombros.

—Fue culpa de Daidouji, su presencia me corrompió ―y así de fácil se lavó las manos.

―¿Cómo te atreves a sugerir algo así de mi persona, Li? ¡Me ofendes! ―la azabache fingió indignación.

Tras semejante número, los tres compartieron una mirada cómplice antes de estallar en carcajadas, riendo de aquella forma despreocupada y ligera, solo posible para los amigos de la infancia.

Cuando el instante de risas cesó, la conversación se reanudó:

—Entonces, ¿por qué tan pensativa?

La esmeralda nuevamente se encontró admirando la agudeza de Tomoyo, quien siempre parecía saber cuándo Sakura atravesaba alguna diatriba interna, incluso en los momentos en los que la principal involucrada todavía no se percataba de que tenía un problema.

―Dudo sinceramente que sea algo relacionado con la escuela ―teorizó la japonesa más joven―. Quiero decir, sé que estás emocionada por lograr entrar, pero…

—No eres el tipo de persona que se queda pensativa por cosas tan superficiales —completó el chico nativo de Hong Kong. Cabe destacar que Shaoran también era un sujeto perceptivo, aunque con él la regla aplicaba para, irónicamente, casi todo lo que no tuviera relación con él mismo—. Una vez ese tipo de problemas se desvanece, sueles celebrar y volver al mismo comportamiento alegre y despreocupado habitual. Y no puedes refutarlo, fue exactamente lo que pasó cuando ingresamos a secundaria.

Kinomoto se resignó al hecho de que, para sus amigos, ella no era más que un libro abierto. Al mismo tiempo, prefirió a jugar con el broche que le fue otorgado en la ceremonia junto a todos los de primer año.

—No estoy segura —admitió después de un rato—. Me siento nostálgica por alguna razón, como si en el fondo mi mente me estuviera diciendo que debo apreciar las cosas alrededor de mí. No lo sé, de repente siento que es la primera vez que veo Tomoeda.

Esas fueron sus palabras, aunque por alguna razón estas le generaron una sensación amarga, como si no fuera eso lo adecuado para decir. O lo que quería decir, fuese lo que fuese.

El ceño del joven chino no tardó en fruncirse, pensativo.

—Tiene que significar algo.

Por las malas, Shaoran obtuvo la experiencia y aprendió que las coincidencias no existen en el mundo. Mucho menos en el mundo que giraba en torno a Sakura, el cual casi siempre parecía fríamente calculado… que, pensándolo bien, técnicamente lo estaba, pero el muchacho decidió obviar ese detalle por el momento. Por no mencionar, siempre que la Maestra de Cartas tenía algún tipo de sueño o presentimiento extraño, éste acababa volviéndose realidad, de una u otra forma.

—¿Un nuevo cabo suelto del mago Clow? —sugirió Tomoyo con cierta reticencia.

Era obvio que, si iban a señalar culpables o males del pasado, ese sujeto ocuparía el puesto número uno en la lista de posibles sospechosos. No sería la primera vez que algo relacionado con él aparecía para darles problemas. Ya habían hecho frente a sus creaciones, al fantasma de su amante, a su reencarnación, ¡incluso al poder ancestral sellado en las ruinas de su antigua casa!

A éste punto, lo único que no habían enfrentado era a sus descendientes– Oh, esperen, Shaoran técnicamente contaba, ¿cierto? Cuando todavía era un mocoso sin experiencia, con el orgullo y deber de su Clan nublando su juicio, cuya única solución lógica y 'pacífica' fue llegar y exigir lo que por derecho de sangre le pertenecía. Vaya que era un idiota en ese entonces.

Sorprendentemente, el castaño descartó a su ancestro con una leve negación de cabeza.

—Hiiragizawa ya habría llamado para molestar si ese fuera el caso —afirmó.

Shaoran era una persona rencorosa y, aunque ahora calmado la mayoría del tiempo, cuando se le provocaba tendía a perder el control de su temperamento. Eso no había cambiado. Seguía siendo difícil para él no tomarse a pecho ciertas cosas, pero tampoco se encontraba en el mismo extremo de la subjetividad que su yo de hace cinco años atrás; su aversión hacia otros no nublaría su juicio tan fácilmente, a menos que dichas personas llevaran a cabo actos imperdonables, al menos en sus estándares.

Y es que, si bien Eriol no era su persona favorita en el planeta tierra– tampoco el ente más comunicativo, y también poseía el irritante hábito de omitir detalles importantísimos, con el fin de que las personas a su alrededor se devanaran los sesos tratando de descifrar el significado de sus palabras… bueno, el punto es que no era una mala persona. Y, al menos desde que terminó la misión que se le encomendó, por lo menos ahora tenía la decencia de no hacerse el tonto cuando las cosas iban a ponerse feas. Por supuesto, por razones confucianas y la invaluable oportunidad del impartir una lección, el bastardo continuaba escondiendo cosas y seguía su propia agenda secreta, pero al menos se molestaba en brindarles ayuda cuando tenían problemas.

―Dudo sinceramente que después de cuatro años gratamente privados de su molesta presencia, venga aparecerse de la nada informando de un nuevo predicamento que pone en peligro el mundo, el cual convenientemente fue dejado en stand by por mi ancestro irresponsable ―el «otra vez» iba implícito en su declaración.

—Creo que esa es la frase de odio más larga que le has dedicado en toda tu vida —señaló la amatista con tranquilidad.

No es como si Li llevara la cuenta, ni tampoco es que se pasara demasiado tiempo pensando en la reencarnación de Clow. Tenía cosas más importantes y menos estresantes sobre las cuales reflexionar.

Aun así, se permitió comentar:

—No sé cómo es que , particularmente, no puedes odiarlo. Fuiste su víctima en varias ocasiones para hacer que Sakura cambiara las cartas.

Por supuesto que ella ya estaba preparada para el argumento, de alguna manera siempre lo estaba, así que le respondió inmediatamente:

—Comprendo las circunstancias tras esos incidentes y no le guardo rencor.

—De cualquier forma, no podemos especular demasiado por un presentimiento tan ambiguo —el eje principal de las cosas, Sakura, intervino para dar fin al asunto—. Creo que es mejor esperar. Si realmente existe un asunto que debamos tratar, lo sabremos con el tiempo; en éste momento no tiene caso ponernos a pensar sobre maquinaciones a largo plazo de Clow.

Ninguno refutó, pero tampoco es que hiciera falta; el silencio era la forma en la que llegaron a un mutuo acuerdo.

—Entonces, Sakura, ¿crees que tu padre llegará pronto? —inquirió su mejor amiga, cambiando el tema de conversación—. Podríamos ir a comer un helado saliendo de aquí.

—Déjame ver… —ésta observó la pantalla de su celular nuevamente: cero e-mails entrantes—. Todavía tiene diez minutos antes de que lo declare perdido en acción, ¿podemos comprar paletas? —preguntó esperanzada.

—¿Eso no es algo para la playa o el verano? —el único muchacho presente arqueó una ceja.

—Dame el gusto de vez en cuando, ¡no todos tenemos paladar de octogenario! —espetó la hechicera de la manera más maduramente madura en la escala de la madurez: sacando la lengua como niña de cinco años.

—Eso aplica más para la señorita té verde, senbei y alimentos secos que para mí, ¿no crees?

Los labios de Tomoyo se fruncieron ligeramente hacia abajo, pues no le gustaba que se metieran con su dieta.

—Me gusta comer saludable, es diferente.

A diferencia de la Maestra de Cartas, ella no tenía un metabolismo acelerado que controlara su subida de peso, por lo que entrada la pubertad descubrió vergonzosamente que su cuerpo podía cambiar de tallas de forma tan alocada como el de Christina Aguilera, razón por la cual desde que cumplió los catorce estaba intentando disminuir su consumo de azúcar.

Así que la propuesta de comer un helado era una especie de sacrificio, aunque tampoco para lamentarlo; no iba a lloriquear por romper su régimen un par de veces, no era de piedra y la tentación a veces era demasiada para ignorarla.

Shaoran dejó su broma hasta ahí. Cuando la azabache se mostraba siquiera levemente ofendida era momento de tirar la toalla, pues sus intenciones no eran lastimarla; simplemente le parecía estúpido que su compañera hiciera dieta, incluso si se trataba de una efectivamente saludable y no de esas locuras que la mayoría de adolescentes sacan de las revistas.

La razón por la cual molestaba con eso se debía a que no podía concebir el hecho de que Daidouji fuera insegura respecto a su cuerpo; a fin de cuentas, siempre le pareció una chica que desbordaba confianza en sí misma.

—No vendrá —anunció Kinomoto repentinamente.

Para evadir el campo minado que se formó al quedarse sus amigos en incómodo silencio, la castaña desvió su atención a la pantalla de su celular. Afortunadamente, el plazo recién expirado para el arribo de su padre le dio una excusa para abrir la boca de nuevo, dejando el atisbo de tensión en el aire como cosa del pasado.

―¿De qué van a pedir sus paletas?

Dicho esto, las cosas volvieron a la normalidad, con los tres amigos de la infancia y cómplices en aventuras sobrenaturales encaminándose hacia la entrada de la que, ahora, oficialmente era su institución, dispuestos a pasar la tarde como adolescentes del montón.

De saber lo que se avecinaba, tal vez habrían apreciado más esa efímera paz.

Sakura apretó el omamori que adquirió en el templo Tsukimine seis meses atrás, el cual supuestamente le conferiría buena suerte en los estudios, y que definitivamente dio resultados, mientras tarareaba alegremente y daba vueltas sobre sí misma a los pies de su cama.

Kero se limitó a ignorarla, sus prioridades claramente en otro lugar en ese momento, su mirada se encontraba fija en la pantalla del televisor y su partida de Melty Blood. Pese a no ser de sus favoritas, el personaje de Akiha Tohno le estaba dando una pelea decente a Red Arcueid.

No es como si el guardián fuese indiferente a las tonterías de su ama, pero sabía por experiencia que no tenía sentido cuestionarse por las acciones irracionales de su dueña en plena pubertad. A veces la jovencita llegaría deprimida, por razones que su mente simplista de macho que se respeta no entendería, en otras estaría haciendo la danza de la lluvia mientras destilaba felicidad, justo como en ese momento.

Con el tiempo, Kero aprendió que a esos cambios se les debía dar un lugar para ser y, por ende, otorgarle algo de espacio a la muchacha. He ahí el motivo por el cual no se giraba a preguntarle por qué efectuaba semejante número ridículo.

No es que existiese una razón en particular, Kinomoto estaba simplemente feliz. Pese a que su padre faltó a la Ceremonia de Bienvenida, lo compensó con una cena deliciosa. Plus: Touya no estaba para molestarla ni llamarla glotona; su hermano ya había abandonado el nido para estudiar Medicina en Tokio, y actualmente estaba tan ocupado con las prácticas que a veces pasaban hasta dos semanas enteras sin saber de él.

No es que no le preocupara, simplemente disfrutaba por fin estar viviendo la gloria de ser 'hija única.'

El único aspecto negativo era que ya no tenía con quién dividirse los quehaceres. Pero no todo puede ser miel sobre hojuelas, ¿no?

La tarde con sus amigos fue divertida, aunque no hicieron gran cosa. Simplemente instalarse en el Parque del Rey Pingüino tras comprar las paletas heladas en un Combini que quedaba de camino, sentándose en los columpios y desperdiciando el tiempo de manera tonta y, dependiendo del punto de vista, hasta irresponsable. Desde la perspectiva adulta, debieron verse como unos chiquillos inmaduros; no solamente compitiendo para ver quien se balanceaba más alto, sino que también rememorando experiencias vergonzosas y se riendo sin pudor alguno.

Tuvieron uno de esos momentos de «¿Recuerdas cuando…?» que raramente se daban entre ellos, pero que al surgir se extendía hasta que las estrellas se vislumbraban en el cielo.

¿Recuerdan cuando Shaoran quedó de princesa para la obra escolar?

¿Recuerdan cuando Sakura llegó apenas unos segundos antes que Terada-sensei al salón?

¿Recuerdan cuando a ustedes dos les gustaba Tsukishiro-san y competían por sus afectos?

Quizá perdieron el tiempo haciendo preguntas con respuestas que ya conocían y riéndose del pasado, pero aquello era algo que poca gente podía hacer, y la castaña se alegraba de ser una de esas personas.

Se dejó caer en su cama con un ruido sordo, suspirando.

«¿Por qué?» Pensó con la incertidumbre creciendo en su corazón. «¿Por qué siento tanta nostalgia por algo que pasó hace unas horas?»

Antes de percatarse de ello, Sakura se quedó dormida.

Sus sueños solían ser breves, al menos ella lo sentía de aquella manera. Por lo general, estos mostraban esporádicas escenas, las cuales al despertar Sakura no sabía cómo entrelazar. Éste sueño fue distinto. Tan irreal como los que ya había tenido anteriormente, pero la duración del mismo ligeramente prolongada y con un significado un tanto… diferente. Aunque no podía identificar la razón que la llevaba a creer tal cosa.

Sakura se vio a sí misma, quizá con unos años menos y su cabello más largo, a los pies de una cama en la cual yacía sentada una fémina de edad que a simple vista no podía calcular.

Ésta tenía el cabello dorado, largo y ondulado; su tez nívea y lozana a la vista, y sus ojos eran dos lagunas serenas que permanecían entrecerrados. Su físico parecía el de una jovencita de grado menor al de la Maestra de Cartas, pero el aura de sabiduría y poder a su alrededor desmentía eso. Ella era muchísimo más longeva de lo que aparentaba, aunque Kinomoto no tenía claro cómo es que lo sabía, simplemente sabía.

De repente, la mujer habló:

¿Estamos filosóficas hoy?

Era la misma voz, el mismo tono que Tomoyo solía emplear, por no decir que la pregunta era exactamente la misma que le había hecho su mejor amiga en la mañana. Fue bastante raro de escuchar.

Pero en lugar de sobresaltarse, su pequeña-yo hizo un puchero.

¿Cuándo podré salir al exterior, Lady Scheherazade? —había una nota de esperanza en su voz, evidenciando que aquella no era la primera vez que realizaba dicha cuestión.

Pese a lo obvio que resultaba lo mucho que se había repetido aquella situación, la mujer de cuerpo menudo no mostró signos de exasperación.

En unos años más —respondió tranquilamente—. Por el bien del Imperio Reim, algún día saldrás y vivirás tus aventuras, pero aún no es el momento. Debes esperar a crecer un poco más, pequeña dama. Eres una persona especial destinada a grandes cosas.

¡Siempre dice eso! —la niña hizo un puchero—. ¿Exactamente cuánto más tengo que crecer para poder salir?

Un poquito más —contestó la otra, ligeramente divertida ante su impaciencia—. Infortunadamente, las grandes cosas también tardan en ponerse en marcha, pero, una vez empiezan, solamente el flujo natural de las cosas puede detenerlas.

Entonces sucedió algo extraño. La mujer —Scheherazade, si no recordaba mal—, le miró; no a su pequeña versión de cabello largo, el cual nunca en la vida había lucido, sino a la verdadera Sakura que admiraba aquella escena.

En sus ojos claros había un mensaje implícito: «las grandes cosas empiezan ahora».

Por más paradójico que suene, un vacío extraño llenó por completo su cuerpo, similar a la sensación cuando caes sin saber el momento en que tocarás fondo. La escena oscureció, llevándose todo trazo de la misteriosa mujer y esa peculiar versión infante de sí misma.

Sakura despertó.

Le dolía la cabeza y todo le daba vueltas, como si estuviera recién bajada de una montaña rusa. Quería continuar acostada y enterrar la cara en su almohada hasta que el malestar se le disipara, pero no podía, principalmente porque no tenía una almohada. No estaba en su cama.

El descubrimiento desencadenó un Efecto Domino.

Se incorporó con la expresión más desconcertada que alguna vez en su vida pudo poseer (y vaya que pasó cosas que le sacaron buenas expresiones de ese estilo). Lo primero que pudo divisar fueron otras personas, a quienes no conocía de ningún lado y quienes llevaban atuendos que se le hacían extraños: algunos iban muy cubiertos y otros muy expuestos, además de estar confeccionados en un estilo que, vagamente, le recordaba a la película de Disney: Aladdín.

Si ella fuera Tomoyo, estaría deleitada ante el exótico panorama.

Pero Sakura no era su mejor amiga, así que estaba a nada de imitar El Grito de Munch, cuando una voz infantil interrumpió a la castaña poco antes de que pudiera perder la cabeza y dejarse llevar por el pánico.

—¡Señorita!

En su campo de visión entró un niño de baja estatura. Su cabello era azul real, tan largo como el de la tal Lady Scheherazade de su sueño, e iba trenzado. Sus ojos eran celestes, e irradiaban curiosidad y energía. Tenía el pecho vendado y la única prenda encima que cubría la parte superior de su cuerpo era un chaleco sin mangas; como accesorios destacables, llevaba un turbante con una joya roja coronando su cabeza y atada alrededor de su cuello se encontraba una flauta dorada. Por lo demás, el muchacho portaba pantalones de estilo salwar y se encontraba descalzo.

—¡Por fin despierta! Qué bueno, ¡estaba preocupado!

Lo siguiente que supo Sakura es que el chiquillo estaba con el rostro enterrado en su pecho.

Naturalmente, ella gritó y le pegó una cachetada por el atrevimiento mientras retrocedía hacia el fondo de la carreta, en la cual de alguna forma apareció. Ahí fue cuando, en lo que su cuerpo temblaba más que chihuahua empapado, su mente empezó a procesar lo que estaba pasando:

No es que ayer se sintiera como si fuese la primera vez que veía Tomoeda; su nostalgia repentina era probablemente un presagio de que, tal vez, aquella sería la última vez que la vería.

En el nombre de Clow, ¿qué había pasado?


Continuará…


Nota de la Autora:

Esto no estaba planeado, pero no me arrepiento.

Lo que deben saber del universo en el que se ambienta el fic:

Por el lado de CCS: no es totalmente un AU, pero la línea argumental de los Card Captors es una mezcla entre lo que recuerdo del manga y lo que vi en el anime (películas incluidas). No se preocupen que explicaré lo pertinente en mis divagaciones entre diálogos. Lo único relevante que cambié de aquí fue el factor SakuraxShaoran, no sé, desde hace tiempo ando en una campaña crack y creo que ya les toca a ellos ya que siempre los veo emparejados (no niego que hacen una de las OTP's más hermosas que hay, pero la variedad no me va a matar). Así que aquí esos dos no quedaron como tortolos enamorados, sino como buenos amigos.

Por el lado de Magi: bueno, si no lo sospechaban o ya lo dedujeron, vengo a confirmar teorías. Sí, estamos apenas en el inicio del manga, ¿por qué? Porque así fue como me vino la línea argumental del fic, en vez de sacarme toda una trama de la manga para meterla en no sé dónde, decidí hacer lo que mejor se me da: What if. Dije «Si voy a cambiar algo, lo haré desde el principio». Afecta a los personajes, la trama y el desarrollo de la historia, pero no al universo de Magi. ¿Cambios trascendentales? Hay muchos, pero los irán descubriendo a medida que avance el fic.

Mención de Honor va para Ren Hakuyuu, quién en este fic está vivo y coleando, lo que significa que Koutoku no es emperador y verán al Imperio Kou arder más pronto de lo pensado; también significa que Kougyoku no es princesa —no la llevaron al castillo porque su padre nunca la mandó a traer, porque no es Emperador y ya me entienden el rollo—, aunque tenga sangre real. Igual la integraré, pero no de la forma que esperan.

Ah, Sakura no fue la única que terminó de forma bizarra en el mundo de Magi, of course. Me concentré en ella porque… no sé, simplemente salió, pero Tomoyo, Shaoran y Kero también andan confundidos por ahí.

By the way, como dije, ando en una campaña crack. Y aunque bien podría usar el randomnizer para armar ships locos y emparejar a los chicos de CCS, prefiero que los usuarios que lean esto me tiren sugerencias; las más populares quedan, el resto de sugeridos igual tendrán su debida cuota de interacción antes de ser friendzoneados o hacer estallar una guerra. (?)

| Datos frikis |

Ramune: es una bebida carbonatada, tipo refresco, que viene en varios sabores. El sabor original era limonada, por eso se llama así.

Mochi: es un pastel de arroz japonés. El arroz se machaca hasta convertirlo en una pasta y se moldea con la forma deseada. Aunque también es comido durante todo el año, el mochi es un alimento tradicional para el año nuevo japonés y comúnmente se vende y se come durante esa temporada.

Omamori: es un popular amuleto japonés, una especie de colgante hecho de tela que se vende particularmente en —pero no limitándose a— los templos y santuarios japoneses. Su objetivo fundamental es, como buen amuleto, proteger y dar fortuna a los que lo llevan.

Ya sin más que agregar, excepto que en serio me voy a fumar este fic, pues está en ustedes mostrarme apoyo o no con un comentario, follow, sugerencia, MP spamero.

Dew.