Disclaimer: Saint Seiya The Lost Canvas, así como sus personajes, pertenece a Masami Kurumada y Shiori Teshirogi. Esto sólo es para pasar el rato, y porque uno siempre busca excusas para escribir...
Hooooola!
¿Me extrañaron? Ya sé, nadie extraña a Liara *cries*
Bueno, sea como sea, es genial estar de regreso. Este fue un laaargo año, en el que estuve casi segura de que no regresaría a Fanfiction.
Pero bueno, no quiero aburrir con eso. La cosa es que, el último long fic que escribí tuvo cierto aprecio por ustedes, bellos lectores y amigos, a quienes les doy las gracias por haber hecho de un fic cualquiera, una gran historia.
Y ahora, creyendo que Minos y Agasha se quedarían en el baúl de los fics-terminados, surgió algo. Un regalo, para ellos y para ustedes, un breve fic de tres capítulos donde sabremos qué ha ocurrido con la "feliz pareja" y si realmente ameritan el término.
¿Que cómo vamos a lograr conocer su futuro en tan sólo tres capítulos? Eem, estoy a punto de descubrirlo también xD
Y, al igual que en el inicio de "El negocio perfecto", empiezo este trío de shots con temor porque, sinceramente, no sé qué pensarán, o si querrán matar a alguien (o sea, a mí) por escribir esto. Créanme que esto de publicar fics está tan lleno de adrenalina como esos parciales a mitad de semestre xD
Basta de bla-bla-bla! ¿Quieren leer? ¿Quieren saber qué ocurrió con nuestra parejita crack?
Pues no me queda más que decir...
ENJOY!
Una buena canción para este fic: Be my forever de Christina Perri y Ed Sheeran.
~oOo~
.
Un buen presente
"Ir sin amor por la vida es como ir al combate sin espada, como emprender un viaje sin un libro, como ir por el mar sin estrella que nos oriente".
Stendhal
Capítulo 1: El mundo sigue girando
.
.
Doce de la noche.
Viernes, la última semana de noviembre estaba por terminar. Mis padres habían llamado, estaban entusiasmadísimos por lo cercano que estaba de nosotros Navidad. Todavía recordaba la voz jolgoriosa de mamá, canturriando lo bien que la pasarían en sus vacaciones.
¡Y claro que lo pasarían de lo mejor! Todos se marcharían a un crucero, directo a alguna playa bonita del Pacifico luego de dar un tour completo en el océano y playas mexicanas.
¡Todos! ¡Todos menos yo!
Aah, se nota que me extrañaban, que todavía resentía el hecho de que ya no vivía más con ellos. Y pensar que mamá había llorado tanto en la boda… Ahora podrían salir felizmente, gracias a que tenían una boca menos que alimentar.
Boca que por cierto ahora sólo mordía la pluma, esta condenada pluma con la que llevo escribiendo las últimas notas de mi investigación final. Porque mientras toda mi familia salía a divertirse felizmente, a disfrutar sus próximas vacaciones, yo me devanaba los sesos con las labores de fin de año. Universidad… Después de dos años sin padecer tu crueldad, ahora estabas de nuevo aquí.
Suspiré, recordando la alegría de mis papás, del malvado de Pefko.
Bueno, admito que aún los extrañaba. Al principio, había agradecido las mañanas sin gritos, sin las locuras adolescentes de mi hermano. Pero ahora, cuando la escuela se volvió más demandante, era como si el silencio se hubiese convertido en un enemigo. Y aunque amaba la escuela porque finalmente estudiaba por placer propio y no por agradar a otros, aún sentía esa espinita de nostalgia cada vez que colgaba el teléfono luego de hacer mi llamada semanal a mamá.
Pensar que ellos se sentían tan tranquilos como para viajar por el mundo, no era muy buen consuelo de cualquier forma…
¡Vaya tonta! Cómo podía culparlos. El mundo no debe detenerse, menos por una hija que ya ha dejado el nido paternal para volar y hacer el suyo.
Me erguí en la silla y arqueé la espalda contra el respaldo. Estiré los brazos tan alto como pude, ladeé la cabeza, escuché el chasquido de mi cuello luego de un momento. Me tallé los ojos hasta que me ardieron, un poco más y tendría que usar los lentes que había comprado hacia años para jamás usarlos. La abuela tenía razón; la luz del monitor siempre será más letal que los rayos UV.
Eché una mirada al reloj en la pantalla.
2:40 am. ¿Soy yo, o el tiempo conspira cuando debes desvelarte? Esa era mi quinta semana durmiéndome después de las 3. De repente, el centello desprendido de mi dedo anular izquierdo me distrajo de todas mis quejas mentales. Siempre brillaba así gracias el contraste de la oscuridad del estudio y la luz del computador. Me tranquilicé y acaricié el anillo cuidadosamente…
Cuántas cosas habían cambiado en menos de un año. Mi familia apareció de nuevo en mi cabeza, recordé a mamá otra vez, en aquella época estudiando Comercio Internacional, tantos esfuerzos por una carrera que detesté hasta el último instante. La voz de mamá fuera de mi antigua habitación, "¿A qué hora piensas dormir, niña?"… Un padre a veces no entiende lo que significa ser universitario, ¿no? Peleé con ellos miles de veces para hacerles entender que ciertos sacrificios, desvelos en particular, no son masoquismo ni placer propio. Son una necesidad. Y cuántas veces persistieron por hacerme desistir. Siempre fallaron.
Pero ahora…
3:00 am.
Ya no había un llamado a la puerta. Sólo eran los suaves pasos, caminando desde la otra habitación para venir a buscarme, luego sus pies descalzos contra la alfombra del estudio, su presencia cruzando la puerta y posándose a mi espalda. Sus manos en mis hombros, el desliz de sus dedos hasta encontrar los míos. Miré el par de sortijas, cerca una de la otra, con su mano sobre la mía.
Su voz…
—Ve a dormir, Agasha.
Entre adormilado y demandante. Siempre demandante. Me estremecí, no podría superar nunca esa forma que tenía para susurrar mi nombre. Me quedé mirando a la pantalla, la luz se había nublado para guardar energía.
Pero aún no terminaba mis tareas.
—Quince minutos más, lo prometo.
Sus dedos se aferraron aún más a los míos.
—Puedes terminar mañana. No tienes clase sino hasta las 12.
Había comenzado a hacer ese ritual de convencimiento, ocultar su boca contra mi cuello. Distinguí sus cabellos, aún más blancos contra el brillo del computador. Su aliento golpeteó contra mi piel. Pero no cedería, no cedería…
—No quiero entretenerme con tareas. Quiero levantarme temprano para estar con usted. Hace tiempo que no desayunamos juntos…
Escuché su risa, o eso me pareció el temblorcillo sobre mis hombros descubiertos.
—Mi esposa es una mujer muy responsable…
Lo sentí erguirse de nuevo. A punto de creer que desistiría por esa noche, su mano haló de mí suavemente hasta hacerme virar en la silla giratoria. Antes de poder hacer nada, me tuvo de pie, apretada entre la inocente computadora y su cuerpo. Había mentido, no lucía nada adormilado. Sus ojos adoptaron ese brillo malicioso que todavía me ponía a temblar.
—¿Sabes que cada vez que te pones difícil para venir a la cama me llenas de recuerdos?
Tragué hondo, abochornada—: ¿Habla de…?
—Sí… —asintió, acariciando mis mejillas—. Esa luna de miel en la que podrías haber ganado el premio a la inocencia más pueril. Casi dudé en consumar nuestro matrimonio, pensando que te haría perder ese lado tan… puro.
Comencé a reír, con una risita estúpida entre nervios y burla en mi contra. ¡Recordar esos días era realmente bochornoso! Sobre todo la segunda noche, donde mi propuesta de dormir, sólo dormir, abrazados, pasó a segundo plano para dejar eso que él había llamado "consumar". Una noche donde había descubierto cosas que ni siquiera imaginé que existirían.
¡Ah, debía ser una idiota si todavía me estremecía por eso! Sólo era un acto físico, lo habíamos repetido más de lo contable, tendría que estar acostumbrada a esas insinuaciones. ¿Por qué seguía poniéndome nerviosa, entonces? ¡Por qué me temblaban las rodillas ahora que nuevamente él me veía con esa expresión!
—¿Y sabes qué es lo más incitante, pequeña…? —obligó a mis ojos a encontrar los suyos—. Que a pesar de los meses, de las veces en las que te he hecho temblar bajo mi cuerpo, aún conservas ese lado puro. Nada, ni siquiera yo, parece ser suficiente para arrebatártelo. Y es por eso que también yo me pongo a temblar cada vez que tengo esta clase de deseos.
Terminó su voz en un susurro que se apagó lentamente, hasta tocar mis labios. Sí, él también temblaba, no era una novedad. Había notado que decía la verdad aquella noche, cuando admitió frente a mí tener miedo por tocarme, por "mancharme" como había declarado. A un hombre como él, luego de haber enfrentado a tantos demonios y haber salido herido de muchas batallas, a él también le asustaba un acto como este. Quizá porque había entendido, tal como yo, que el peligro de unir dos cuerpos no está en el hecho en sí. Sino en el miedo a que un día, ese otro desaparezca.
Pensar que este hombre al que un día llamé "jefe" y al que ahora amaba tanto, pudiera marcharse, voluntaria o involuntariamente, era tal vez una de las muchas razones por las que ahora, saboreando sus labios, temblaba y temía.
Afiancé mis manos tras su nuca cuando acortó más la distancia. Sentí sus dedos, apretándose a mis caderas, alzando el camisón de mi bata satinada, y tuve que sentarme sobre el escritorio para no caer cuando su cuerpo me empujó. Su mano descendió, rodeando mi costado, hasta mi vientre, y bajar más, más…
Un sonido vergonzoso salió de mi garganta. Era inevitable cuando me tocaba de forma tan inesperada. Casi odié la enorme sonrisa en su rostro; aunque decía temer cuando lo hacía, estaba segura de que nada le complacería tanto como verme estremecer cada vez que me acariciaba de esa forma.
—¿Y…? —detuvo su toque, dejando su mano entre mis muslos—. ¿Vendrás a la cama?
Meneé la cabeza, crispando los ojos para verlo. Este hombre era realmente malvado.
—Es un tramposo y lo sabe —lo rodeé del cuello, brincando a sus brazos abiertos que me recibieron.
Aferró mi cuerpo, alzándome del piso.
—Ya conoces esa frase estúpida: en la guerra y en el amor…
—Todo se vale —alcé la ceja, imitando su sonrisa.
Tal vez lo único que quedaba de su antigua vida era esa cualidad en particular. Esa donde con palabras, trampas y artimañas, podía manipular cualquier situación hasta lograr lo que deseaba.
Pero creo que tengo que admitirlo, aunque los cambios ocurridos en menos de un año fueran tan radicales, aunque mi familia se sintiera feliz incluso sin mí, y las tareas hogareñas y escolares no me dieran tregua…
Amaba esta forma de vivir.
Nos llevó hasta la puerta, rumbo a nuestra habitación, dejando atrás el monitor ya en reposo y mis cuadernos con hojas escritas hasta la mitad. Desde hacía tiempo me había percatado que sólo el Señor Minos podría hacerme desistir de continuar. Porque era precisamente él mi motivo para persistir.
~O~
A la mañana siguiente, desperté en nuestra habitación…
Mis ojos se abrieron para encontrarme con una imagen a la que poco a poco me acostumbré. Las cortinas de los ventanales, ondeando suavemente, pálidos por la luz de afuera. Incluso con el frío, el señor Minos insistía en dejar abiertas las ventanas. Decía que era para recibir la brisa fresca de cada mañana, al parecer en su antigua morada era un lujo que no podía disfrutar.
Me giré bajo las sábanas, palmeando el lado vacío junto a mí. Aunque había algo de luz, sabía que no podía ser demasiado tarde. Estiré el brazo al burocito cerca de la cabecera, en lugar de tomar el reloj, mis dedos rozaron un objeto aterciopelado. Eso me obligó a quitar la cara de la almohada y trata de desamodorrarme. Aquel objeto lo consiguió. Tomé la flor en mi mano y la giré entre mis dedos una vez que me senté sobre el colchón. Un tulipán, pequeño y no abierto del todo aún. Había plantado algunos en el jardín recién llegamos a instalarnos hacía varios meses. Esperaba que crecieran después del invierno.
Acerqué el botón purpura a mis labios. El señor Minos siempre me sorprendería, con alguien así era difícil intuir el siguiente movimiento. Contemplé la nota que había estado sobre la flor momentos antes y mi sonrisa desapareció.
"Algo surgió en la oficina. No quería despertarte luego de hacerte dormir tarde.
Cenaremos juntos.
Disfrute su día, mi preciosa enfermera…
M. S.
PD: Cada día me vuelvo más cursi, siéntete responsable".
Sonreí de nuevo, fue inevitable.
Pero me dolía perderme otra mañana con él. Aunque habíamos prometido cuidar nuestro tiempo juntos, el trabajo y la escuela estaban ganando esa batalla. Él lo había asimilado con mayor facilidad, solía darme espacio si no estaba demasiado deseoso por pasar la noche conmigo. Me dejaba estudiar los fines de semana si era necesario, y aprovechaba mis estudios para realizar su propio trabajo. La firma de abogados iba viento en popa como Lune me había informado antes de marcharse a un viaje sabático por los países nórdicos de Europa, lugar de sus antepasados maternos a los que quería conocer para un libro que deseaba escribir.
Así que todo el mundo estaba ocupado. Saber que desayunaría de nuevo sola, volvió a confirmarlo.
Pero no había tiempo de frustraciones. El reloj rebasaba las ocho y aún me quedaba una larga lista de tareas por hacer. Me duché y me vestí antes de desayunar. Me serví una taza del café que el señor Minos había preparado (al fin se había acostumbrado a algo más "inferior" que un espresso recién hecho) y regresé al estudio a terminar mis deberes académicos. En medio de mi repaso diario de articulaciones, glándulas y sistemas, escuché el tintineo de un cascabelito paseando por el pasillo. Lucky asomó la tupida cabecita por la puerta, ladró dos veces en cuanto me vio. El aviso para su propio desayuno.
Regresó por donde vino cuando se percató de que lo seguía. Llegamos hasta la entrada del jardín. Lucky desapareció a través de la portezuela hecha a su tamaño y medida, y yo tuve que abrir para continuar mi camino tras él. Nuestro jardín no era demasiado grande, era incluso más pequeño que el de la casa de mis padres. Pero había espacio suficiente para mis flores, y una cosita para perros que Lucky aprovechaba bastante bien.
Le dejé su dotación de carne al horno de un sobrecito que alguna compañía perruna vendía y rellené su charola de agua. Esperé a que terminara de comer para enjuagar los restos de comida con la manguera, a veces los gatos de las casas vecinas bajaban a devorar lo que mi perro no comía. Polizones era lo que menos queríamos, ya había tenido muchos problemas con mi antiguo jefe para convencerlo de dejar a su contraparte canina a quedarse en casa.
Lucky se agazapó bajo mis zapatos, girándose de panza para esperar su acostumbrada caricia. Había adquirido confianza luego de los últimos meses y el recelo que me tuvo en el pasado se había transformado en camaradería, siempre y cuando le conviniera a él, claro. En cuanto obtuvo el pequeño cariño sobre su peluda barriguita y otro más en su cabeza, el bribón se levantó para meterse a su casita de madera en donde se echó. Quedaba claro que ya no me necesitaba. Amo y perro eran bastante independientes cuando se les antojaba.
Regresé a la casa. Faltaba poco para terminar mis tareas. Caminé hacia las escaleras y regresar al estudio, de pronto alcancé a mirar la sala de un vistazo. Contemplé de lleno toda la estancia, los sillones, el comedor modesto, el ventanal al fondo. Algo faltaba… ¿Pero qué? Me devané los sesos por tratar de descubrirlo. ¿Limpieza? No, a pesar de mis ocupaciones, me encargaba de que siempre estuviera presentable. ¿Más decoración? Pero el color ocre con naranjas le daba calidez, contrario al frío que comenzaba a crecer por la temporada…
Abrí los ojos, ¡eso era! Fijé mi vista en la esquina formada por los sillones. Usé toda esa imaginación de decoradora que me precedía… ¡Un árbol de navidad! Eso era lo que faltaba, un toque navideño. Oh… Pero qué locura. Yo, la exsolterona que vivía en casa de sus padres incluso después de terminar la universidad… ¿Ahora pensaba en cómo adornar mi propio hogar para adecuarlo a las fiestas decembrinas?
Y tal vez eso fue lo más abrumador: ¡Esta sería mi primera Navidad con el señor Minos! Una donde no lo vería de la mano de Pandora, rodeado de todas esas mentiras. Estaría aquí, bajo el mismo techo junto a mí. ¡Abrumador y emocionante!
Mi mente maquinó rápidamente ideas, descartando, agregando… Cenas, preparativos, ¿querría él pasar Nochebuena en compañía de otros? ¿Preferiría algo más discreto? Tenía que averiguarlo… ¡Y justo ahora Lune estaba de viaje! Mi cabeza fue toda una revolución de propuestas cuando partí hacia la escuela. Tuve que hacer acopio de mi templanza para hacer a un lado todo eso y concentrarme en mis profesores.
El día tenía que seguir…
Afortunadamente, la voz monótona y la rutina tomaron su curso. Al final, terminé enfocada en las prácticas de laboratorio, distinguiendo las diferencias físicas y químicas del RH positivo y el negativo. Algo relativamente sencillo… En comparación con el trabajo de memorizar el nombre de cada parte (¡cada aparato celular y sus funciones!), el área de antígenos era fácil si se trataba de algo pragmático. Observamos por separado plaquetas, leucocitos, glóbulos rojos y blancos, y describimos las diferencias o semejanzas, sus relaciones entre cada uno, en una descripción simple. Esto no era nada similar a mis prácticas en el colegio, y mirar sangre humana, recién obtenida de algún pobre estudiante, no era lo mismo a verlo en televisión.
Algo que resultaba maravilloso para alguien que deseó toda su vida dedicarse a la enfermería. Podría pasarme horas junto al microscopio digital, examinando el cuerpo humano, esperaba que en el futuro eso pudiera ayudar a alguien que lo necesitara. Sin contar las horas extenuantes de tareas en casa, y el hecho de que éstas me quitaban del valioso tiempo con el señor Minos, la universidad nunca me había parecido tan excitante.
Aunque siempre hay puntos negros en cualquier papel…
—Buenas tardes.
Mis compañeros levantaron la vista de apuntes o muestras. Noté las expresiones disgustadas de mis compañeros, esas de intelectuales agredidos en su ego esnobista, sumadas a la pequeñas sonrisitas de algunas mujeres. Todos contestamos el saludo, el profesor de la siguiente asignatura colocó su maletín sobre el escritorio y en seguida se cubrió con una de las batas puestas en el closet para maestros.
El ceño se le frunció indiferente y malvado cuando miró hacia nosotros que aún lo mirábamos con cara de bobos.
—¿Qué esperan? Quiten cualquier suciedad y dejen impecables sus escritorios. Saben que me disgusta trabajar en áreas sucias, ustedes también deberían aprender el valor de una higiene compulsiva. La necesitarán. Prepárense para la clase. Hoy repasaremos los componentes internos de un…
Bla, bla, bla. ¿Cómo una clase tan buena podía ser impartida por alguien como él? Resultaba realmente contradictorio que unos ojos tan calmos, de un azul celeste que debería reflejar la paz que hay entre las nubes, en realidad dieran puras miradas enaltecidas. Ah, pero las admiradoras no tardaron nada en surgir. Y a partir de la primera clase de Histología I, la conversación entre las mujeres se derivó a la crítica a la asignatura y su profesor. ¿Cuál era su cualidad más… encantadora? ¿Los ojos arrogantes? ¿El tono rubio casi como un sol de su cabello? ¿El hecho de que proviniera de alguna tierra lejana y eso le otorgara un acento peculiar? ¿El que hubiera rumores sobre amoríos clandestinos entre él y algunas estudiantes?
¡Por todos los cielos! Justo cuando pensaba que al fin cruzaba un mundo de gente madura, aparecían estas fanáticas de series de televisión, telenovelas y bestsellers baratos. Parecía que el estereotipo del hombre arrogante iba a la vanguardia, ya ninguna mujer esperaba al príncipe azul engalanado de virtudes, todas querían a un pedante que las usara como trapeador.
Y no, comparar al señor Minos con esa línea de cretinos no sería justo ahora. Sí, admito que en el pasado fui yo quien le otorgó esa y otras características. Pero, ¡vamos! Quedaba claro que había cambiado. Incluso si aún era un tanto "persuasivo" con sus peticiones, no es como si todavía fuera el mismo patán engreído del pasado.
Ahora dedicaba lo poco que le había quedado para ayudar a otros, tal como yo…
—¡Señorita Eminreth!
Salté de mi banco, a punto de caer. Sólo el escritorio detrás fue mi salvación, que me ayudó a equilibrarme de nuevo. Todo quedó en silencio a mi alrededor, mis compañeros miraron expectantes hacia mí, luego al profesor. El inocente manual de la clase tuvo que soportar ser estrujado entre sus manos. Su mirada crispada sutilmente alejó lo poco que quedaba en mi cabeza del señor Minos.
—Lo lamento, no estaba escuchando…
—Eso queda claro —cerró los ojos, acomodando las gafas sobre su nariz—. Tal vez considere que posee el conocimiento necesario como para darse el privilegio de ignorarme mientras doy mi clase…
—No, aguarde…
—…Y es por eso que prefiere pasarse las horas observando como una idiota tras la ventana, ¿no, Señorita Eminreth?
Mis intentos por guardar la compostura estaban terminando. ¡Quién demonios se creía…! Ni siquiera cuando era secretaria recibí ese trato de mi jefe.
Me dolieron los ojos cuando cerré aún más el ceño. No supe qué era más molesto, el que él pudiera conservar la calma en su expresión a pesar de todo, o el que yo, con mis años de soportar insultos, no pudiera hacer lo mismo. Apretando los puños, mi piel se sumió contra la argolla en mi dedo.
Una idea vino justo a tiempo.
—Mi nombre es Agasha Sprinhen, profesor. Lamento haberlo molestado, no volverá a pasar. Pero le pido que use mi apellido correctamente y el honorifico que corresponde a una mujer casada, por favor.
¡Bien hecho! Nada como espetarle a alguien que ya no eres una simple niñita.
Vi que sus ojos se descongelaban de su expresión de roca y cambiaban por alguna clase de sorpresa. Asintió, con media sonrisita burlesca, aceptando mis disculpas. Pero no me dejó tranquila como quería.
—Repita el nombre y las arterias que atraviesan el corazón, su conexión con las arterias en el resto del cuerpo y las instrucciones a seguir en caso de un infarto ocurrido dentro y fuera de instalaciones médicas.
Qué golpe tan bajo. Apenas habíamos estudiado eso la última clase, una tarea de repaso que nos había asignado para practicar las siguientes dos semanas. ¡Pero me pedía las cosas justo en ese momento! Memorizar… Mi debilidad. Oh, cuánto lo odié. ¡Y cuánto me odié a mí misma! Qué distinto sería todo de haberme quedado toda la noche estudiando, ¡si no hubiera accedido a perder mi tiempo con el señor Minos!
Agaché la cara, oyendo sólo el tic-tac del reloj sobre la puerta. El profesor hizo ruido al cerrar el manual en sus manos. Pude ver su postura fatua, con las manos tras la espalda.
—¿Y bien…? ¿Los dirá o no? O tal vez olvidó estudiarlos.
Ah, se notaba que lo estaba disfrutando.
Apreté los dientes. Pero, qué más podía hacer. Negué:
—Lo lamento, no lo recuerdo.
Casi pude ver su sonrisa, ¡maldito engreído!
—Entonces estudie y ponga atención a la clase, Señora Sprinhen.
Regresó su atención al libro y continuó con la lección.
Ah, qué horror… ¿Cómo describir algo así? No pude marcharme de la estúpida clase sólo por orgullo, no le dejaría tener el placer de haberme doblegado. Me quedaría hasta el último minuto, hasta el final del ciclo escolar. Aunque la rabia me corroyera por dentro como una caldera. Ya me darían justicia por ese hecho tan vergonzoso.
Mi único consuelo fue pensar en el pasado, aquellos días cuando la prensa hacía un circo con mi vida. ¿Acaso no salí de todo eso? Estaba dispuesta a dejar esa condición miserable incluso mucho tiempo antes del regreso del Señor Minos. Y si pude conseguirlo, ¡entonces este profesor con nombre de diminutivo de enfermedad respiratoria no me vencería en el presente!
Las infernales cuatro horas de clase terminaron. Mis compañeros salieron en grupitos, dedicando de vez en cuando una mirada hacia mi lugar. Guardé mis pertenencias en el bolso y doblé mi bata para guardarla en otro diferente. Colgué ambas asas en mi hombro y caminé a la puerta.
—¿Hace cuánto se casó?
Miré hacia atrás, con indiferencia. El profesor caminó al closet para guardar su bata. Me dirigió una mirada sonriente.
—Creí que era de las que usaban anillos como trofeo, pero realmente parece orgullosa de su vida matrimonial.
No eran elogios, continuaba con ese tono sarcástico y lacerante.
—¿Cuánto tiempo…?
Apreté la correa de mi bolso.
—Diez meses.
Encontré impresión tras sus ojos azules.
—¿Así que se casó para entrar inmediatamente a la universidad? No es algo que se escuche todos los días.
Ya había tenido suficiente. Continué mis pasos, sin siquiera despedirme o decir algo cordial.
—Espero no tengan hijos muy pronto —me detuve—: Está comprobado que ellos son la causa por la cual una mujer abandona la escuela, al igual que todos sus sueños.
Golpeó mi hombro cuando salió. Era esa clase de hombres que podía fingir modales cuando la situación lo ameritaba, y una vez que era libre de protocolos, dejaba a la luz quien realmente podía ser. La clase de hombre que suele dejar los peores y más hirientes comentarios para el último momento, vengativo y cruel.
"Eres torpe, bondadosa y sutil con tus allegados…". El maligno recuerdo llegó a mi cabeza.
No pude evitarlo más. El no relacionarlos a ambos fue imposible.
Y eso fue lo más doloroso también.
~O~
Llegué a casa después de dos clases más. La carga de tarea había aumentado y aún tenía que terminar los últimos detalles de mi investigación final para la clase de Cuidados Paliativos, el área al que me interesaba inclinarme cuando empezaran las especialidades en los últimos semestres.
Y pensar que faltaba tanto y tan poco a la vez. Es cierta aquella frase, el tiempo es algo relativo.
Por eso tenía que darme prisa. Por si fuera poco, llegar a casa me recordó una nueva labor, tenía que preparar todo para la próxima Navidad. Consideré con mayor fuerza pedir la opinión del Señor Minos, no sólo como un comentario, sino verdadera ayuda, realmente necesitaría de su apoyo si no quería enloquecer por tantos deberes.
El reloj sobre la mesa del comedor marcaba las 7:30 pm cuando abrí la puerta. Pasé las siguientes dos horas realizando mis tareas escolares pero tuve que dejar mi silla al ver lo tarde que era ya. ¡Aún tenía que preparar la cena! Regresé a la cocina, otra actividad complicada en mi itinerario comenzaría. Aunque el señor Minos se había vuelto condescendiente en muchas áreas, aún tenía un paladar difícil de complacer del todo. Y no era como si me exigiera cocinarle como un chef de televisión, pero siempre tenía requerimientos muy específicos.
"Nada de excesos de sal".
"No agregues muchos condimentos".
"Que la carne sea término medio a punto de cocción".
"Si hay postres, que no contengan chocolate ni azúcar innecesaria…"
Aah, sólo cocinando sentía que volvíamos al pasado. Suerte que durante mis primeros meses como casada pude integrarme a un grupo de cocina, ubicado en el Centro de la ciudad. Había aprendido al menos a medir porciones y cocinar con un mejor método que el que usaba para preparar mi propia comida en el pasado. Ahora podía elaborar un platillo con facilidad y un poco de maestría, pese a que mi amo todavía tuviera quejas de vez en cuando. Al menos se terminaba todo del plato…
Apagué la estufa, sin haber quemado nada, gracias al cielo. Dejé todo listo, con la mesa puesta, segura de que pronto atravesaría la puerta y cenaríamos. Me senté en el sofá de la sala cuando los veinte minutos de siempre se convirtieron en treinta, luego cuarenta. Aproveché para echar una ojeada a mi alrededor, imaginando dónde irían los listones dorados y rojos que esperaba comprar el fin de semana. Miré la esquina donde colocaríamos el árbol navideño, ¿Qué clase de árbol le gustaría al señor Minos? Jamás pude visitar su antigua mansión más que aquella vez cuando Lune me llevó allí, y por supuesto que no había ningún indicio de esa época de luces. ¿Le gustaría si hiciera algo común como comprar un pinito artificial? ¿O sería de esos que preferían todo al natural, un inocente pino recién talado de alguna reserva?
Cuánto se puede desconocer a una persona…
Resoplé. Pero no le di oportunidad a mi lado depresivo, ¡aún me quedaban años y años para conocerlo! Nos aguardaban días, noches, cenas, muchos momentos juntos y…
El ringtone de mi celular capturó mi atención. Deslicé el dedo por la pantalla para leer el mensaje recién llegado:
"Lo lamento, no podré llegar a cenar. El trabajo aumentó más de lo debido.
No me esperes y duerme temprano, lo necesitas.
Te veré en la mañana. Descansa."
Su número y el nombre que le había dado a ese contacto en particular, continuaron bajo el mensaje.
"Señor Minos".
Incluso en mi celular seguía la regla de llamarlo con ese código de lenguaje. Un "respeto" que ya no me alejaba de él. Pero fue frustrante percatarme de que esa manera tan particular y nuestra para dirigirme a él no era suficiente, ni tampoco el esfuerzo que ambos hacíamos para cumplir nuestras condiciones, esas que habíamos dictado nuestra primera noche juntos. Estábamos alejándonos, así tenía que ser. El trabajo es necesario, tener planes por separado también es importante.
Pero… Ahora viviendo en una casa nueva, lejos de mi familia, sin tener noche tras noche al señor Minos a mi lado, entendía que no siempre habrá un "juntos por siempre". No mientras el mundo real siga girando y nosotros con él.
Me alejé de la sala antes de que las paredes me parecieran demasiado enormes. Guardé la cena en el refrigerador y dejé una porción lista en el horno por si llegaba hambriento. Luego fui a la habitación, quería continuar con adelantos para mis trabajos de fin de ciclo. El sueño me venció. Una y dos cabeceadas mientras leía fueron suficiente. Me puse el pijama, me envolví en la cobija y cerré los ojos. Por primera vez en semanas me dormí temprano.
Desperté, sorprendida por mis sueños, con la imagen borrosa del profesor Asmita. Algo entre recuerdos y mi maligno subconsciente se quedó palpitándome en las sienes, pero sin dejarme entender qué era. El dolor en mi cabeza se convirtió en náuseas y tuve que sentarme en el borde de la cama para tratar de aplacar a mi estómago. El reloj digital a mi lado parpadeó, los números me parecieron más fluorescentes de lo común, los ceros se alargaban como ojos… Genial, ahora no sólo tenía ganas de vomitar, también alucinaba.
Respiré hondo. Dejé de tener frío para sentir calor, muchísimo calor. Me palmeé la frente, estaba sudando. Las náuseas aumentaron y corrí a oscuras al baño de la habitación. Un dolor horroroso que no puedo describir me detuvo, caí de rodillas al piso, con el vientre estirándose y contrayéndose en mi interior. ¿Qué demonios estaba pasando? Traté de levantarme, aferré el picaporte de la puerta y empujé mi cuerpo hacia adentro. Con dificultad encendí la luz y me arrastré hacia el retrete. ¿Por qué todo lucía tan blanco, como un hospital? Abrí la boca para vomitar de una buena vez… Nada salió. Nada. Los espasmos en mi estómago terminaron y continuaron más fuerte aún, contra mi abdomen. Otro estirón ahí dentro me obligó a doblarme contra mis rodillas.
Algo caliente y espeso me mojó los pies, olí el aroma que sentíamos siempre en la clase de muestras médicas. Observé la sangre en el piso, otro dolor me apretó el vientre hasta empujar con todas sus fuerzas de dentro hacia afuera. Una sensación terrible, como si me hubiese partido por la mitad para que algo saliera de mí. Y entonces… ahí, junto a la sangre, en medio de mis piernas, un pequeño bracito se movió debajo de mi camisón. Alguien echo un grito efusivo:
¡Es niño!
Y yo también grité, hasta abrir los ojos y darme cuenta de que seguía en la cama, con las luces apagadas y todo tranquilo. Me levanté de un brinco, quité las cobijas, oyendo una voz, pero no escuché, no me detuve. Respiré tranquila sólo hasta darme cuenta de que nada manaba de mí, el olor a sangre tampoco estaba.
La puerta de la habitación se abrió, el señor Minos se dirigió apurado hasta mí.
—Te escuché gritar… —se sentó frente a mí.
Abrí la boca, pero ni una condenada palabra salió. Usé la oportunidad para respirar hondo.
—¿Qué pasa? ¿Agasha?
Apreté los labios. De pronto sentí muchas ganas de llorar, pero no podía dejar que algo tan estúpido como un mal sueño me hiciera reaccionar así. Me abracé a su cuerpo, ocultando todo lo posible mi rostro de él.
—Fue sólo… una pesadilla. Lo siento…
Sus manos se frotaron en mi espalda. —Estás temblando —guardamos silencio un momento—. ¿Quieres hablar de esto?
—Es una tontería… Descuide. Creo que la escuela me afecta más de lo debido —traté de reír para calmarlo, aunque fue difícil emitir una risita creíble. Volvimos a quedarnos callados un par de segundos. Al final pude preguntar:
—¿A qué hora llegó?
Había entrado vestido todavía con el traje de su trabajo.
—Hace unos minutos. Estaba calentando un poco de la cena cuando te escuché. ¿Segura que estás bien?
Tomó mi rostro, distinguí sus ojos que me examinaban en la oscuridad.
Asentí: —¿Quiere que caliente la cena por usted?
—No. Me quedaré aquí hasta que te duermas.
—No tengo sueño —reproché, y era la verdad. Me sentía ansiosa por alguna razón. Pero él se quitó el saco y regresó a mi lado después de dejarlo en el armario.
Se quedaría, no habría forma de convencerlo de lo contrario. Estaba segura de que conseguiría sacarme la verdad, me haría hablar del sueño y terminaría contándole las tonterías que mi profesor me había metido en la cabeza.
Tenía que distraerlo…
Detuve su cuerpo, cerca del mío. Deslicé mis manos en su pecho, hasta la apertura del cuello de su camisa. Quité los primeros botones, volvía a temblar, pero tenía que seguir.
—¿Agasha…?
Lo besé. Ya podía darme ese lujo. Su rostro se llenó de sorpresa y deconcierto. Continué mi trabajo con esos botones, acaricié su piel bajo la tela.
—Por favor… —susurré. Y él entendió de inmediato.
—¿Estás segura? —incliné la cabeza, muy segura.
Mañana teníamos trabajo y escuela, pero sabía que nada podría hacerme dormir luego de ese horrible sueño. Sólo estar con él podía llenarme de tranquilidad. Fue apacible, noté su cuidado en esa noche, como si entendiera mis necesidades por conseguir paz mental. Cuando todo acabó, volvió a dejarme recostada para recuperar el aliento perdido. Pasó la cobija sobre nosotros y me rodeó suavemente con sus brazos.
De nuevo, nuestros ojos se encontraron en medio la oscuridad. Ahora podía verlo con mayor claridad, su preocupación y la culpa por haber llegado tarde. Y yo, a pesar de haber recibido sus atenciones, aún no me sentía tan dueña de mí.
—¿Me dirás que te pasa, pequeña?
Intenté aparentar, fingir que no sabía de qué hablaba. Pero su mirada no dejó de ser demandante.
—Siempre que terminamos te quedas dormida casi de inmediato, pero sigues con la misma expresión temerosa. ¿Qué pasa?
Oh, y yo que estaba segura de que no nos conocíamos nada. Pero él, a tan sólo 10 meses, ya sabía cuándo algo me inquietaba o no. Soy una clase de libro abierto al parecer.
Sin embargo, ¿valdría la pena agobiarlo con mis miedos? Tal vez se reiría de mí si le contaba lo ocurrido en mi clase. O tal vez iría a hablar con mi profesor para decirle que me dejara tranquila. En cualquier caso, parecería una pobre niña indefensa, volvería a causarle problemas.
—Agasha… —su tono estaba impacientándose.
Apreté los labios, huí de sus ojos.
—Es sobre el 24 de Diciembre.
No pude ver su rostro, pero su voz se llenó de dudas.
—¿Qué hay sobre eso?
—Yo… —tenía que sonar convincente—. Me di cuenta de que será nuestra primera Navidad juntos y quería preparar algo lindo para los dos. Pero, no estoy muy segura de qué puede querer usted. Temía preguntarle, al parecer no lo conozco lo suficiente.
—¿Eso es todo…? —asentí, sin verlo aún. Soltó un quedó pero largo suspiro—. Mujer, creí que era algo mucho más serio. Comenzaba a preocuparme de verdad.
—¡Lo lamento! No fue…
Su rostro se acercó al mío, sentí su nariz rozando la mía.
—Debería hacerte pagar este pequeño malentendido, ¿no crees? Pensaré en algo para hacerlo —quizá vio la angustia en mis ojos, aún me preocupaba lo que su mente creaba para "reprenderme". De pronto lo escuché soltar el aliento, me abrazó fuerte, un poco demandante—. No vuelvas a guardar lo que piensas, Agasha. Dime lo qué pasa sin dudar, o me obligarás a tomar medidas para hacerte hablar. ¿Entendiste?
Bajé la cabeza, oculta en su pecho.
—Sí… —al menos había creído mi mentira.
Era horrible tener que engañarlo, más ahora que se mostraba en esa faceta de señor protejo-a-mi-esposa. Pero no podía decirle la verdad, algo me decía que no era una buena idea hacerlo.
Guardamos silencio por largo tiempo, incluso pensé que se había quedado dormido. De repente, lo sentí moverse, envolviéndome más fuerte contra él. Descubrió que también permanecía despierta y me preguntó nuevamente qué sucedía. Torcí el gesto, inventé más excusas.
—Estaba pensando acerca del 24. No me dijo qué le gustaría hacer.
Sus ojos se encogieron un tanto indiferentes cuando volví a tocar el tema. Me golpeteó quedamente cuando se encogió de hombros.
—Cualquier cosa que prepare mi esposa estará bien para mí.
Justo cuando creía que me abriría más su corazón, regresaba a ese estado de indiferencia. Podría haber reprochado, él me lo impidió. Su expresión volvió a ser la del malicioso hombre que conocía cuando se acercó a mis labios a susurrar.
—Pero sea lo que sea que prepares, te advierto que te haré pasar una larga noche junto a mí. Y no dejaré que ningún maldito cliente o ninguna estúpida tarea me lo impidan… —casi me sentí temblar otra vez. Su boca abandonó la mía y dejó un beso en mi frente—: Duérmete ya, mujer. ¿O quieres otra sesión para dejarte exhausta?
Sonreí también.
—Gracias por la amenaza, pero ya puedo dormir.
Apreté la cara sobre su pecho, escuché la risa en su interior. Con un buenas noches, ambos volvimos a guardar silencio. Tendríamos pocas horas de sueño, yo en especial, aún tenía mucho en qué pensar. Porque, de alguna manera, pude descubrir algo más sobre ese hombre que ahora dormitaba junto a mí.
Que, al señor Minos, por alguna razón que no conocía, parecía disgustarle el tema sobre las celebraciones navideñas. Tal como yo, evadiendo sus preguntas sobre mis pesadillas, él había sido igual de corto en su respuesta sobre Nochebuena.
¿Por qué…? Caray, había tanto que no conocía. Qué largas son las preguntas y qué corta es la noche para contestarlas.
No había tiempo para hacerlo, esa clase de cuestionamientos siempre suelen quedarse sin respuesta.
~O~
Llegó a la oficina, más temprano de lo debido, como era su costumbre.
Abrió la única puerta que le permitía adentrarse a su lugar de trabajo, la insignificancia de la hoja de madera era nada en comparación con la majestuosidad de aquellas dos enormes puertas de cedro bruñido que le daban siempre una entrada ceremonial a su antigua oficina. Con el paso de los meses, había logrado acostumbrarse a la diferencia y la calidad de cada estancia, incluso lo había agradecido. Las ostentosidades y la apariencia fueron tan desagradables en el pasado que el carecer de las mismas, ahora como un hombre libre, le otorgaba un poder que en sus años de riqueza nunca había sentido.
Plenitud…
Se adentró al silencioso sitio con placer, yendo en dirección al pequeño escritorio para encender la laptop que lo esperaba justo en la misma posición en la que la había dejado el día anterior. Abrió la gaveta de archivos y los salteó rápidamente entre sus dedos hasta encontrar la letra, el apellido y, finalmente, el nombre que buscaba. Sacó de la carpeta el documento adecuado, esperando a que la pantalla del monitor reiniciara y poder así recomenzar la transcripción de una denuncia impresa a su formato digital.
Las horas transcurrieron sin otro movimiento que el de sus dedos y ningún sonido más que el lejano murmullo de la ciudad allá afuera, los pitidos de autos, las voces de personas iniciando otro día para ganarse el pan tal como él. Finalizó su labor y reestudió cada aspecto recién descrito, propuso nueva sintaxis en algunos argumentos y especificó con mayor precisión las características de la parte acusada. El deseo por un café apareció en sus papilas a la hora debida, al momento en el que el teléfono vibró con un chillido.
No contestó. Le parecía innecesario advertir a su propia secretaria que, en efecto, estaba dentro de la oficina. En cambio, creyendo que eso la abstendría de más llamadas innecesarias, escuchó la puerta abriéndose de tajo. La jovencita se detuvo en seco, llena de estupor al encontrarlo ahí, sentado, interrumpido.
—Discúlpeme, yo…
—¿Qué sucede? —no ocultó el disgusto en su voz.
La muchacha avanzó pese a su nerviosismo.
—Creí que aún no había llegado, esperaba limpiar un poco su oficina antes de que llegara.
—Siempre llegó media hora antes, te lo dije la semana pasada cuando te contraté.
Los ámbares de aquellos ojos se dilataron.
—Lo olvidé, disculpe…
—¿Algo más? —su paciencia comenzaba a decrecer. Su empleada lució herida, mas no dijo nada. Deseándole buen día, se marchó a empezar sus propias labores.
Frustrado, Minos trató de recomenzar el ritmo que llevaba en su trabajo. Después de varios intentos, entendió que no podría hacerlo. Una vez que algo o alguien lo interrumpía, no era tan sencillo regresar al buen caudal de sus actividades. Observó con ceño fruncido al teléfono, considerando seriamente la idea de echar a la calle a su recién contratada asistente. Sin embargo, pensó en lo problemático que sería encontrar una suplente en una temporada tan ajetreada y se abstuvo.
Murmuró en sus adentros contra su hermano, quien lo había convencido de tener una secretaria. El número de ellas había crecido, despedidas cada vez que cometían alguna ineptitud digna de una pronta eliminación de su lista de empleados. A pesar de haber cambiado de nombre y apellido, su sentido de la perfección laboral había quedado grabado en él. Aquella chica en la recepción, era la opción número seis en los últimos nueve meses. Minos se preguntó cuánto resistiría antes de sacarla de su labor.
Reinició su trabajo en el teclado. La concentración volvió a respaldarlo y pronto recuperó el ritmo que deseaba. Los expedientes y otras actas desfilaron, recibió llamadas de algunos clientes insatisfechos con los abogados de su firma, calmándolos de inmediato con la habilidad de su labia convincente y las promesas de ser atendidos como merecían. Cuando un par de minutos sin mucho qué hacer llegó, pudo solicitar el café que deseaba desde temprano.
Escuchó el golpeteó en la puerta.
—Adelante.
Esta vez, la joven mujer fue más precavida. Entró con la taza que echaba fumarolas y la dejó sobre la repisa. Sin observarla siquiera, Minos intuyó sus probables errores con esa primera taza. Si había olvidado el dato sobre su hora de llegada al trabajo, cuánto más con un aspecto tan simple como el de un café.
Alzó la taza y echó un quedo sorbo. Se sintió completamente sorprendido, el sabor era casi perfecto. Otorgó una mirada a la muchacha que se había quedado en su sitio, esperando a su respuesta.
—No está tan mal.
Ella sonrió, orgullosa. —Un shot y medio de café, nada de azúcar —repitió las indicaciones que él mismo le había dicho—. ¿Puedo servirle en otra cosa?
Minos alzó los hombros, no la miró más.
—Es todo. Sólo continúa atendiendo mis llamadas.
La muchacha salió, sin rastro alguno de su última derrota.
De nuevo en silencio, Minos sintió la sonrisa formarse en sus labios. Le parecía aberrante tener que reconocer que alguien podría hacer el trabajo que sólo Agasha había superado. Ninguna mujer había resistido una temporada tan larga bajo su tutela, todas terminaban despedidas por él o huían por cuenta propia. Sólo la terquedad de la inocente muchacha de ojos verdes había afrontado y derrotado sus propios argumentos sobre la vida y la desdicha.
Casi estuvo a punto de reír, recordando aquello. Pensar en la probable decepción que su esposa tendría si descubriera su crueldad al despedir a tantas secretarias fue perverso y divertido. Siempre sería interesante descubrir alguna faceta en esa mujer, un abanico de emociones y reacciones era su adornó más importante.
El sonido de las calles se coló entre sus pensamientos, reconoció la melodía de campanillas y voces angélicas, típica de la temporada. Entonces, los recuerdos de su pequeña compañera se unieron a las peticiones más recientes. Esas donde ella solicitaba su opinión para formar parte de todos los felices participes de las fiestas de Diciembre. Evocó el temor de solicitarle una fiesta como esa, juntos, como cualquier mortal. Y eso fue causa suficiente para resentir el propio pavor en sus entrañas.
Entendió, así, el porqué, a pesar de que había pasado una semana desde esa petición, había tratado de evitar que el tema resurgiera.
El botón que anunciaba una llamada del conmutador se encendió, aún entre ese trance de dilemas, Minos alzó el teléfono.
—¿Qué pasa?
—El señor Aspros está aquí.
Minos oteó el reloj, sorprendido de la rapidez del paso del tiempo.
—Hazlo pasar.
Colgó. Las puertas se abrieron luego de un par de segundos. Minos no se puso de pie, mirándolo apenas, alzó el mentón para apuntar la silla que su compañero ocupó deprisa.
—Llegaste tarde.
Contrario a la respuesta que esperaba, Aspros simplemente echó la cabeza hacia atrás, tallándose los ojos con todos los dedos. Minos sonrió, no necesitaba explicaciones.
—No me digas… Otra vez tuviste la visita de nuestra extranjera predilecta.
Aspros resopló: —Esa Garnet… Maldita urraca ya me tiene harto. Viene cada semana como si solicitar una audiencia fuera cosa de magia o brujería.
—Te dije que no tomaras el caso, tenía demasiados huecos cuando empezó.
—Al principio lucía bastante sencillo.
—Todos lucen "sencillos" al inicio. Pareces practicante. ¿Esperabas que una mujer en medio de un divorcio hiciera las cosas fáciles para su exmarido millonario?
—Te faltó mencionar que ella fue la que cometió adulterio y aun así persiste en quedarse con media fortuna… —se rascó la nuca, revolviéndose los cabellos—. Por si fuera poco, Sasha me tiene limitado con el tiempo. Detesta que llegue tarde a casa, gracias a ti, por cierto.
—Dile que es temporada de crisis. Todo el mundo tiene a alguien a quien demandar en Navidad…
—Si le digo eso, tal vez ella sea quien me demande a mí. Dice que no le ayudo mucho en casa, el estrés con los niños la vuelve peor que Garnet.
Minos alzó las cejas, percibiendo el desconsuelo detrás de todo ese sarcasmo. Conocía poco a la mencionada mujer de cabellos purpuras, aun así le pareció en demasía exagerado una comparación como aquella. Imaginó a Agasha en esa faceta, una joven madre estresada porque los niños no dejan de rayar las paredes o tirar su papilla en la silla de bebé. Una imagen deliciosa…
—No puede ser tan malo —dejó escapar.
Aspros pudo leer sus pensamientos, a través de sus ojos. La risa coronó sus labios.
—Inténtalo si te atreves. Ya te veré lloriqueando y te recordaré cómo tragarte tus palabras.
Las violáceas irises se crisparon bajo las cejas blancas. Sin embargo, un ápice de comprensión tocó el corazón de Minos.
—Tómate las siguientes semanas. Sólo cumple tu trabajo con tus clientes, deja de lado nuestro "asunto".
Aspros arqueó las cejas, incrédulo. —¿Me harás tu buena acción del día, Veermer? Me has tenido metido en esto desde que empezaste el bufete, ¿por qué desistir ahora?
Minos lo pensó también. Había solicitado el apoyo de Aspros desde que su antigua familia lo desacreditara con alevosía. Había sido precisamente él quien consiguiera un poco de lo que había logrado para los Van der Meer. Una vez recuperado su prestigio como abogado, incluso con otro nombre, el siguiente movimiento fue el de fundar una nueva firma donde se incluyeran otras figuras legislativas de gran renombre. Una idea de recuperación, renovar sus ganancias, pero aún había más…
Un plan que sólo Aspros había comprendido, y en el que participaba como brazo diestro para investigar todo aquello que pudiese ser útil para el momento apropiado, esperado por Minos quien había contratado a diversos abogados que poseían más que su talento en un estrado como característica común: todos y cada uno eran enemigos intelectuales o físicos de Van der Mer Company.
Sólo necesitaba datos, información sobre acciones ilegales de gran trascendencia, y podría vengar la memoria de una vida vacía, controlada por esas mentes manipuladoras y tiranas.
Cada día, a la misma hora antes del almuerzo, Aspros aparecía en su oficina para informar alguna nueva acerca de ese caso por ahora secreto. Nadie mejor que él, quien había sufrido un ultraje también de mano de uno de los Van der Meer, podría realizar un mejor y discreto trabajo de investigación.
—No tendría sentido si lo dejamos ahora, estoy seguro de que pronto conseguiré algo más pesado que una mera difamación —persistió.
Pero Minos dudó, la misma convicción por su venganza había decaído las últimas semanas. No había mucha información, las probabilidades de ser descubiertos aumentaban conforme se acercaban a las debilidades de esa compañía maldita. Continuar parecía exhaustivo, ineficaz, vano. Y además…
Ella se decepcionaría si lo supiera.
Si la pequeña gacela que ahora lo cuidaba llegara a enterarse, Minos lo supo, entonces conocería una nueva faceta en sus preciosas esmeraldas. La desilusión. Mostrarse ante ella como un ser vengativo que vive a expensas del ayer era correr un riesgo innecesario.
—Deja que pase el invierno —retomó la conversación—. Si ocurre algo después de esta temporada, entonces actuaremos. Ocupémonos de clientes reales. Mrs. Garnet no será fácil de satisfacer.
Aspros entornó los ojos, convencido de la última declaración:
—Tendré mucho tiempo libre de ahora en adelante.
—No estés tan seguro —Minos apuntó el montón de carpetas apiladas sobre el escritorio.
Aspros se marchó finalmente y él pudo continuar con trabajo. Tecleando el nombre de los clientes que pronto repartiría entre sus colegas, se encontró pensando en la alegría oculta que su viejo rival del estrado había retenido en sus ojos serios. Sin decirlo, Aspros parecía tan agradecido como él mismo de parar –al menos un momento– la búsqueda de retribución. Una especie de liberación a esa carga por el pasado para vivir en beneficio del presente. El tiempo libre, como había dicho, sería útil para acciones afectivamente más lucrativas, así como serviría para forjar planes en otros ámbitos más productivos.
Sus pensamientos se entretejieron, con un futuro brillante, amplio, en el que ya no sólo era él y un deseo por justicia. Una figurita frágil se incluía en el cuadro, rompiendo su soledad, esa desilusión tras el primer adiós a una mujer a la que amó y a la que, finalmente, alguien había superado.
Agasha… El nombre le sabía a miel cuando lo pronunciaba, cuando la pensaba a su lado en todos los sentidos, las maneras y los deseos. El sueño de ser feliz dejó de ser un sueño cuando ella lo aceptó, un sueño que ahora vivía.
Rió, convencido de cuán patético podía ser cada vez que ella venía a su mente resquebrajada para sanarlo. Las imágenes traídas luego de la conversación con su socio se hicieron más contundentes y ya no quiso negarlas, por más patético que pudiera ser para otros.
El cuadro solitario donde ella ahora formaba parte, se llenó de nuevas figuras, pequeñas criaturas todavía sin rostros, delicados y tercos como ella. Otra imaginación deliciosa como la de una cochera llena de griteríos realizados por una joven madre y pequeños niños.
Una idea que debía compartir, antes de que todo ese gozo repentino explotara por ser reprimido.
Aferró el teléfono celular, marcando la pantalla hasta encontrar el número que sabía de memoria. Escuchó los tonos de espera, contando uno tras otro. Insistió con una segunda llamada cuando la primera no tuvo respuesta. El sonido metálico fue interrumpido a la mitad y la dulce voz lo sustituyó.
—¿Está bien…? —le preguntó luego del efusivo saludo. Jamás la llamaba, había limitado todo a cortos mensajes. Otro detalle que necesitaba cambiar.
—Sólo quería decirte algo…
¿Qué palabras elegir? Le pareció risible, un profesional del lenguaje que no sabe qué tipo de discurso pronunciar. Mas estaba seguro de que no existían frases o argumentos claros para algo tan sublime como eso. Sólo la sinceridad.
—Pequeña, llegó una idea brillante a mi cabeza… —oyó la risa infantil en su imaginación, la de un futuro cercano, la seguridad de esa mujer que siempre lo complacería—:Creo que llegó la hora para hacer crecer a nuestra familia.
.
~oOo~
Listo...
¿A qué es el fic más cursi que han leído de mí? ¡Pues sí! Esta es probablemente la historia más melosa que he creado, pero, no hay que acostumbrarnos, pues aunque este AU parezca más lleno de Ooc que otra cosa, pueden pasar cosas interesantes. O al menos eso espero... xD
Bueno, no miento al decir que estoy que me muerdo las uñas por saber su opinión. ¿Valió la pena regresar? ¿Valió la pena dejar juntos a este par? Nos haremos muchas preguntas.
Los dejo, dando nuevamente gracias por leer. Espero ansiosa sus comentarios.
¡Nos vemos el próximo jueves!
