MONSTRUOS EN EL ARMARIO

Quiero pasarme la noche mordiendo tus labios, sorber tu saliva hasta emborracharme, beberme tu sangre para hacerla mía y sumar el incesto a los otros pecados. Ambos tenemos tanto a nuestras espaldas que cada vez es más difícil no encorvarnos y mantener la frente alta; en horizontal éso no es motivo de preocupación. Te quiero como al padre que eres, como a un hijo, a un hermano: carne de mi carne al unirnos en el orgasmo.

No pongas excusas cuando tu lengua se enrede con la mía, en un pulso al deseo mal refrenado. Te cuesta tanto reconocer que eres humano, que tiemblan tus dedos cuando arde tu falo, cobarde más que virtuoso. Irresistible tu hambre de hombre casado, idéntica a la mía.

¿ Hace cuánto que nos une la misma desesperación ?

Me has inculcado el hambre de un depredador, erosionando a un tiempo las paredes de mi cuerpo y de mi alma. He buscado en otros lo que me arrebataste y me falta desde los 11 años. Eres una enfermedad que se contagia. Has hecho un terminal de tu pobre Draco...

Ahora eres tú quien me espera, indefenso, en una habitación.

Me pregunto si también experimentarías esta sensación las noches escapabas del cuarto, dejando a mi madre dormida y destapada, como una cosa usada, para venir a torturarme. Siempre supiste que hacías algo malo, pero éso sólo te estimulaba.

Por fin ha llegado el día en que puedo devolverte el daño.

Gracias a tí, jamás temí a los monstruos del armario; había cosas peores y más tangibles en mi propia casa. Bajo mis sábanas, temblaba, temiendo el momento en que los goznes de la puerta chirriarían y te deslizarías sobre mi cama. La oscuridad era acogedora y tranquila hasta que al final del pasillo aparecía aquella luz.

Nox era doblemente una palabra mágica, un interruptor que encendía mi terror cuando estabas cerca y la apagabas.

-Draco... ¿ Todavía despierto ¿Has tenido una pesadilla ?

Murmurabas una excusa miserable para acercarte, hasta sentirte seguro de que no necesitabas mi permiso. Te daba vergüenza mostrar esa inseguridad en mi presencia, como temiendo mi rechazo. Nunca me mantenías la mirada en esa fase; mis ojos de niño suplicante y lloroso, de ser débil e indigno de su casta te irritaban.

Después, sólo querías mirarte en ellos, sumergirte en el reflejo de tu propia atrocidad. Cuando me tomabas del mentón y despejabas mis lágrimas de anticipado dolor, hasta parecías tierno. Ahora sé que sólo querías verte mejor.

Hipnotizado, inmóvil por los tuyos, me besabas.

Tu mano severa me oprimía la nuca, mientras susurrabas horribles amenazas a mi oído, que me cortaban el aliento. Sabías que a pesar de tener el tuyo en mi cuello no me movería. Tus largas pestañas, tu nariz me hacían cosquillas, provocándome sensaciones contradictorias. Se me secaba la garganta de proferir jadeos.

Apretabas mi piel infantil contra tus músculos, dolorosamente duros pese a tu camisa de dormir, guiando mis dedos por encima de la seda. Desanudabas mis puños cada vez que los cerraba para no seguir, mordiéndome los nudillos. No parecías darte cuenta de que mis manos eran diminutas junto a tu boca, que mi corazón no resistiría la proximidad de tus venas.Cada vez más patentes en el pantalón, generaban una presión desconocida y turbadora.

El calor de aquellas navidades fuera de Hogwarts era aterrador y se hacía eterno. Te tomabas tu tiempo para hacerme sentir un objeto a entera disposición de su poseedor, desatándome con tus labios cada botón, demorando el inevitable desenlace. Tu resuello me caldeaba el pecho, erizándome el vello. Desde la nuca se expandían suaves escalofríos que me sacudían entre tus brazos como una convulsión.

Curvado como un peso muerto, sin más vida que un muñeco, presenciaba como apartabas mi pijama con la varita y te adueñabas de cada pezón.Yo no sentía nada, salvo la suavidad de tu cabello cayendo sobre mis costillas, pese a la cola de caballo. Era entonces cuando me mordías, quitándome la voz con tus falanges.

Ni siquiera podía elegir cuando gritar.

A veces, ya completamente desnudo, me ofrecías la oportunidad de escapar. Me vendabas los ojos y las manos, como en un juego inocente, conminándome a buscar la llave de mi cuarto entre los pliegues de tu ropa. Sentado a horcajadas sobre tus caderas, exploraba con mi lengua todas las aberturas, sintiendo tus movimientos, tus suspiros.

De vez en cuando, me arrastrabas sobre tí para obligarme a corresponder a uno de tus lentos, desesperantes besos, presionándome de los gluteos contra tu cintura. Subía y bajaba, al ritmo de tu respiración. Así aprendí que lo que te complacía era que me moviera contra tí.

Siempre te ibas antes de perder el control y que se nos hiciese de día. Nunca hablábamos de ello y, aunque tus manos temblaban cuando me acercaba demasiado, no había ningún indicio de la veracidad de la noche anterior.

Fue en esa época cuando empezaste a evitar el contacto en público conmigo, apartándome con tu bastón.

Todo cambió durante uno de nuestros juegos, cuando, buscando una vez más una golosina o el objeto de mi salvación, noté contra mi mejilla algo suave y ardiente, de tacto de terciopelo. Lo acaricié con mis pómulos, girando el rostro, para que rodara sobre su superficie. Sin razón aparente, le dí un beso.

Pude escuchar un bufido de sorpresa, al que siguió una respiración entrecortada. Pese a no verla, sentí que en tu rostro había una sonrisa genuína, de esas que nunca me dedicabas... Te había infundido valor.

El aire olía a canela y al jabón con el que pese a mi edad insistías en bañarme. Tus uñas, que frotaban inclementes mis cabellos hasta ese momento, se detuvieron, para resbalar por mi rostro. Mojadas, tus yemas estaban aun más frías, empujando mi barbilla hacia abajo.

Su sabor, delicadamente salobre, me invadió la garganta de repente, dejándome sin hálito. Era mareante sentirte moverte, aferrándote a mi nuca. El mundo me daba vueltas, quería vomitar; y me abracé a tus piernas. Te recorrió una corriente sensual; gemiste cuanto aumenté la velocidad.

Recibí una bofetada. Estabas asustado, dudando. Luego, te limitaste a volver a llenarme la boca con aquel delicioso y extraño caramelo. El vaivén me producía un sopor parecido a una nana.

Me desataste la venda que me cegaba. Quedó pegada unos instantes sobre mi nariz, antes de caer, como una hoja seca, al agua. Abrí los párpados lentamente y te ví erguido frente a mí, tan hermoso y viril que sentí lástima de mí mismo. Él tuyo era el físico de un hombre.Yo era sólo un niño sentado a tus pies, que te odiaba y te admiraba.

Te despojaste de tu bata, entrando en la bañera. Casi agradecí el flamígero abrazo de tus extremidades en llamas, porque hacía ya un rato que la espuma estaba fría y mis miembros se congelaban. Las rápidas friegas que distribuías por mi espalda me calmaban el temblor.

Apoyé mi oído contra tu corazón, dejándote obrar, sin preocuparme de lo brusco que pudieras ser, ni de lo que me iba a doler. Había una cierta ternura absurda en esta acción. Me sentía más pequeño aun, con tu sombra cerniéndose sobre mí, mitad verdugo, mitad salvador.

Lamí tu sudor por iniciativa propia, y mientras explorabas la parte interior de mis piernas me mordiste el cuello, para castigarme por la mi osadía. Fue entonces cuando noté por primera vez la tensión de la pasión en mi carne creciendo literalmente. Me apartaste de tí, tirando de mi pelo, como si el culpable de todo éso fuera yo.

Cada uno en un extremo, quieto en el lugar donde me arrojaste, nos observamos hasta que las velas se apagaron. Sólo percibíamos las olas que formaba en el agua nuestro resollar, ondas de empuje suave, que se desvanecían antes de llegar al otro cuerpo. Las gotas se desprendían de nuestros mechones como lágrimas que caen al suelo, único sonido en la estancia, metrónomo aterrador.

Había contado veintiuna que escapaban de tus cabellos, finos y blancos como hebras de luna, cuando lo inesperado sucedió. Acabaste con la tensión y con mi inocencia en unos pocos segundos, cómplice tuyo el jabón que deslizaste sin cuidado en mi interior, arañándome por dentro con tus uñas.

-Dime, Draco... ¿ te gusta provocar a tu padre ? Eres como tu madre, hijito... Igual de puta.

Me impusiste tu peso sin consideración alguna, apretándome bajo el agua hasta casi ahogarme, poseído por la rabia. Era mejor culparme, aunque lo que me estabas haciendo fuera una falta tuya. Era tan fácil humillarme que lo tomaste por costumbre.

Entraste en mí como una bala, abriéndome heridas y agujeros que ya existían, pero que hiciste más grandes. Me llenaste y desgarraste con tus exigencias, tus amenazas y tu mentiras, compensándome y complaciéndome en ocasiones de un modo aleatorio y material.

Nadie supo nunca de donde procedían las envidiadas escobas, relucientes y nuevas. Callé, te respeté y te temí, incapaz de creer, cuando el Ministerio te atrapó, que hubiera en el mundo nadie más fuerte que tú.

He recorrido tus mismos pasos. Incluso al entrar en esta cueva, mal llamada prisión, dejo mis huellas sobre las de tus zapatos, según me conducen a tu celda...

Y allí estás tú, sucio pero aun hermoso, petrificado. Sin poder creer aun lo que ves, me das un torpe apretón de manos. Mis ojos te disuaden de intentar cualquier otro tipo de efusión, al menos, hasta que los guardias se hayan marchado.

De nuevo tenemos un hogar, que compartiremos hasta el fin de nuestros años.

Sin embargo, tú te agazapas en un rincón, deseando fundirte con la pared, mientras desato mi cinturón... porque esta vez, padre querido (mi Lucius amado), intuyes que te tocará a tí recibir.

Has sido un niño tan malo...

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Cochambres, querida, espero que hayas quedado satisfecha de la resolución de tu reto, de todas las formas habidas. Ya me darás tu docta opinión al respecto.

Espero que al menos, os haya gustado al resto. Un review, por favor, por cada sonrisa. Me gustaría conocer más impresiones sobre ésto, y ver si continúo estas líneas... Tengo curiosidad