Decisiones Apresuradas
Prologo
Más vale una triste sonrisa que la tristeza de no volver a sonreir. –Anónimo
Al ver aquel rostro familiar sonreí (fingidamente, claro está), estaba harta. Cansada. Siempre se había interpuesto en todo lo mío, no quería seguir escuchándola, sus palabras eran veneno para mí y su voz impedía que respirara de una forma normal. Me producía solo repulsión verla. Sus ojos afilados por la malicia innata que la caracterizaba, aquella coleta de medio lado y sus labios tan rojos cubiertos por aquel carmín que tanto odiaba y que mi esposo amaba, por el simple recuerdo de su madre que poco me importaba.
—Estás mucho más delgada —dijo con sarcasmo, lo supe al instante. Era demasiado común en ella. —, y pálida, debo decir.
Sonreí de nuevo, recordando mi tan odiado repertorio de muecas fingidas. No me sorprendió que apuntara mis cualidades físicas hacia esa dirección. Burla y menosprecio, pero no me afecto, sabía que mi cuerpo era hermoso, incluso me costaba entender porque me envidiaba de esa forma, eso se notaba en sus ojos y me sacaba de quicio aquella fría mirada. Su cuerpo era precioso, incluso había sido la líder de un grupo de gimnasia antes de marcharse de Nerima, según lo que mi esposo me contaba. Recordé la charla que había tenido con él la noche anterior, en donde me explicaba que ella y su esposo vendrían a vivir nuevamente en mi ciudad. ¡Mi ciudad se vería contaminada de la presencia de ella, de mi aborrecida cuñada!
—Estuve hablando con tu hermano, me dijo que tenían pensado regresar.
Sabía que era estúpido decirle aquello, pero aún albergaba una pequeña esperanza, en donde me dijera que solo estaba de paso, una visita casual o algún negocio de su esposo, pero mi esperanza murió al ver una extraña mueca que se dibujaba en su cruel rostro.
—Así es. No es algo que me emocione, pero esto es lo que quiere mi esposo.
—"¡Imbécil!" — pensé molesta. Todo se debía al cambio repentino de aquel hombre que poco recordaba. Como era obvio no mantenía ninguna relación cercana y mucho menos estrecha con mi cuñada. Ella se casó cinco años antes que yo. Ni siquiera la conocía en ese momento, pues mi noviazgo con mi esposo fue dos años después de aquel hecho y estuvieron un lapso bastante corto en mi boda, me lo presentaron pero lo estaba confundiendo con un invitado de la fiesta. Además, aquel hombre no era del agrado de mi esposo, me lo había manifestado millones de veces. Kuno me contaba poco acerca de su familia, tampoco tenía una relación tan cercana a Kodashi, así que teníamos pocas noticias de ella lo único que sabía es que su esposo la engañaba. Me daba pena, pero no podía evitar sentir una pequeña felicidad al saber que eran tan desdichada como yo.
—Tokio es una ciudad complicada, dice que quiere retomar aires viejos y descansar un poco.
—¿Cuántos años tiene? —Lo siento, no pude contener una risa burlona que salió de inmediato al articular dicha pregunta. Kodashi se molestó, pero yo sonreí sin prisa, demostrando mi poco interés en agradarle. —Quiero decir, hablas como si fuera un viejo pensionado…
—Tiene la misma edad que nosotras, es mayor unos cuantos meses. ¿No lo recuerdas acaso? —preguntó extrañada. Sacudí la cabeza. No mentía. La vida de Kodashi me importaba muy poco, y mi boda fue un día muy especial, no porque me casara con Kuno, sino más bien porque era mi boda, un día con el que siempre había soñado, aunque me hubiera encantado casarme con otra persona, de eso no había ninguna duda.
—Te lo presente el día que te casaste con mi hermano —Tuve que contenerme para no levantarme de aquella silla e irme, la miré entre las cejas. Nabiki siempre me había dicho que cuando no quisiera prestar atención a lo que me decían, dirigiera mi mirada a ese lugar, así parecería que la escuchaba atentamente cuando en realidad no me interesaba.
—¿Tiene el cabello rubio? —pregunté recordando a alguien, pero ella sacudió la cabeza.
—Es japonés, ese era un amigo de Kuno, extranjero.
—¡Cierto! —exclamé recordando las muchas veces que Kuno había maldecido a aquel hombre. —Tu esposo se llama… Saotome, ¿no?
—Que inteligente eres, veo que recordaste mi apellido.
Me sentí torpe, había bajado la guardia. Olvidaba que había perdido su nombre y me extrañaba que siendo tan infeliz usara el nombre de su esposo, por lo menos yo me seguía llamando Tendo, jamás me quitaría el nombre de mi padre. Aunque amara locamente a mi esposo (que no es mi caso) no renunciaría a mi nombre.
—Eres tan graciosa —repuse maquillando mi desagrado, aunque sabía que no era necesario, pues ella sabía que no la soportaba, igual que yo, pues sabía que ella no me tragaba en lo más mínimo.
—Comparto la misma opinión, dime una cosa. ¿Tu hermana sigue con aquel hombre casado? —preguntó con malicia, queriéndome hacer pasar un mal trago y lo consiguió, porque nadie, ¡Nadie! Se podía meter con mi familia.
—No creo que eso te interese.
—Por supuesto que me interesa, eres mi familia.
Me contuve para no vomitar, ya tenía demasiado con compartir mi vida con su hermano para sentirme parte de su familia. Pero antes de que pudiera decir algo ambas escuchamos una voz profunda detrás de mi espalda, y al mirar aquel hombre pasar a mi lado me dejo anonadada. No podía ser real tanta perfección en una sola persona. Sus ojos azules grisáceos me desconcertaron y aquella trenza azabache me cautivo. Tenía una altura admirable, media lo mismo que Kuno o quizás unos centímetros más y un cuerpo exquisito, eso era lo que demarcaba la ropa que llevaba. Por un momento pensé que se trataba de una vieja amistad de Kodashi pero al ver aquel frío beso entre ambos y escuchar de aquella profunda voz "mi amor" con un tono vacío que ni siquiera se comparó a las pobres palabras cariño que le dedicaba a mi esposo, me di cuenta que tristemente era el tan odiado hombre de mi esposo.
—Cariño —la voz de Kodashi se escuchaba cargada de emoción y supe inmediatamente que si seguían juntos era porque ella no había desistido en intentarlo de nuevo, a pesar de que aquel hombre le era infiel. Yo en su lugar también lo hubiera retenido. —¿Recuerdas a Akane, mi cuñada?
Lamenté haber estado casada, y lamenté que fuera el esposo de Kodashi, sino me hubiera lanzada a conquistar aquel Don Juan. Sus ojos se clavaron por fin en mí y una extraña sonrisa me hizo sentir mil sensaciones que no había sentido hacía mucho tiempo, incluso temí sentir aquello.
—Cómo olvidarla, después de aquella espectacular boda.
Kodashi sonrió, sabiendo que algo estaba pasando en mí, pero sabía que ni siquiera se le cruzaba por la mente que aquel cambio radical en mí tenía que ver con su esposo. —Akane, él es Saotome Ranma, mi esposo.
