Lo sé, lo sé! ¿Qué hago subiendo una nueva historia cuando Cartas por San Valentín no ha sido terminada? Lo cierto es que perdí la inspiración con esa historia y esta nueva me tiene muy emocionada. Seguiré con las dos de cualquier forma. Espero sepan entender y les guste este nuevo proyecto que hice pensando en ustedes.

Besos!

Todo lo que no reconozcan salió de mi imaginación.

Prólogo.

Una de las cosas que más le gustaba a Rose Weasley de las vacaciones de verano era visitar a sus abuelos muggles. No era que no quisiera a la abuelita Molly o al abuelito Arthur, pero a ellos los veía casi cada fin de semana y no vivían cerca de una hermosa playa donde jugar.

A pesar de tener nueve años, Rose seguía siendo una niña muy curiosa con todo lo que había a su alrededor, lo examinaba y analizaba cuidadosamente, por eso era que le encantaba el mar.

-Espero que no sea molestia, mamá- decía Hermione nuevamente, mientras que Jane Granger negaba con la cabeza con una dulce sonrisa en los labios.

-Nos encanta tener a Rose en casa, además ya deberías marcharte, Dios sabe que tu marido no es la persona más cuidadosa del planeta.

Ambas se echaron a reír.

La pequeña pelirroja sonrió felizmente dándole la mano a su abuelo. Se había salido con su cometido, podría pasar sus vacaciones como lo había esperado. Estaría en el mundo muggle por al menos una semana mientras sus padres se ocupaban de la salud de Hugo, no era que tuviera nada grave, pero a Rose le parecía más agradable estar horas en la arena que cuidándose de los estornudos de su hermano menor.

-Muy bien, Rose, haz caso a tus abuelos en todo lo que te digan, y trata de no hacer magia.

La pequeña le dio un beso en la mejilla a su madre y luego preguntó:

-¿Qué haremos hoy, abuelo?

El hombre rió. Esa niña siempre lograba sacarle sonrisas.

Una hora después, Rose se encontraba a la orilla del mar, con los pantalones arremangados y una playera roja que la abuela le había obsequiado.

Sin darse cuenta, ya se había alejado demasiado, pero lo único que sabía en ese momento era que su cubetita para recolectar estaba casi llena.

Vio algo brillante en la arena, seguramente la última ola lo había arrastrado. Se acercó con cuidado, pero la ola llegó y se lo llevó más adentro, seguramente era una perla perdida que había logrado salir de su concha, pensaba ella y no quería desperdiciar la oportunidad. Se adentró sólo un poco para tomarla, pero una ola más grande llegó y la revolcó.

Rose no podía respirar. El agua se metía por su nariz y sentía mucha desesperación. Cada vez se alejaba más de la orilla porque la corriente la arrastraba.

Súbitamente sintió como unas manos la halaban fuertemente por los brazos hasta que salió, tosiendo y medio ahogada. Cuando se dio cuenta ya estaba tumbada en la arena. Alguien respiraba agitado a su lado. Cuando pudo recuperarse de la sorpresa lo miró.

Era un chico flacucho y pálido, con el cabello amarillo que no tenía ni una gota de agua en la ropa, pero parecía entre asustado e impresionado.

-¿Estás bien?- fue lo que le dijo el pequeño.

Rose sólo asintió. Aún estaba conmocionada. Había perdido su cubeta con conchitas, pero eso le parecía lo de menos.

-Me salvaste la vida- dijo a pesar de aún sentir sal en sus fosas nasales y la garganta llena de agua.

El niño se quedó quieto, como recordando algo, y de repente una sonrisa se extendió por su cara infantil.

-Espera a que les cuente a mis padres que he hecho magia por primera vez- dijo contento sin medir sus palabras.

Rose lo señaló sorprendida y exclamó en un susurro:

-¡Eres un mago! Por eso me salvaste y…

El niño le puso una mano en la boca para que dejara de hablar y trató de excusarse nerviosamente.

-No, yo me refería a… ya sabes… magia por… porque ayudar a alguien es mágico y…

Rose rió alegremente y le quitó la mano.

-No, tonto, yo también soy de ese mundo y sé que lo que hiciste es magia accidental.

El niño soltó un suspiro de alivio y se sentó junto a ella en la arena.

-Gracias, por cierto- dijo Rose con una sonrisa.

-No fue nada, vi que estabas juntando cosas y de repente ya no, suerte que tenías esa ropa roja.

A pesar del susto, el pequeño rubio lucía feliz, como sabía Rose que se sentía cuando haces magia por primera vez.

-No te había visto por aquí, ¿eres nueva en el vecindario?- preguntó el rubio.

-Vine unos días con mis abuelitos- dijo la pelirroja sin dejar de sonreír-, de hecho allí vienen.

Los dos vieron hacia a su izquierda y se encontraron con un hombre y una mujer muy apurados.

-¡Rose! ¿Dónde estabas? Nos preocupamos mucho por ti- dijo la abuela Jane.

-Me caí abuelita, pero mi nuevo amigo me ayudó.

Dijo la niña señalando al rubiecito, que se sonrojó.

-Entonces te debemos una- dijo el abuelo con una cálida sonrisa.

Cuando ya se iba, Rose regresó corriendo.

-¿Cómo te llamas?- le preguntó apresurada.

-Scorpius.

Le dedicó una última sonrisa y dijo:

-Gracias, Scorpius.

Para después irse de la mano de sus abuelos camino a casa para tomar un vaso de leche bien fría.

-No, Rosie- dijo el pequeño Scorpius al ver que la niña se acercaba demasiado a la orilla.

Apenas se conocían de un día y ya creían ser los mejores amigos.

-¿Por qué no?- contestó ella con las manos en la cintura así como hacía su madre cuando la reprendía a ella o a Hugo.

-Porque si te acercas mucho puede pasarte lo de ayer- contestó el niño sabiondo.

La otra rodó los ojos.

-Pero quiero conseguir conchitas para enseñárselas a Al- replicó Rose.

Scorpius la miró confundido.

-¿Qué es "Al"?- preguntó.

Rose rió simpáticamente.

-No es "¿qué?", es "¿quién?". Es mi primo favorito, y seguro le encantaría este lugar.

El rubio hizo una "o" perfecta con la boca, comprendiendo.

-Entonces mejor vamos al otro lado de la playa, allí hay muchas conchitas que le gustarán.

La pelirroja asintió con la cabeza, moviendo su rizado cabello. No tenía nada de malo, la abuelita no se molestaría porque jugara con su nuevo amigo si no se alejaba mucho.

Comenzaron a caminar, riendo de la arena entre sus pies desnudos y a veces jugando a arrojarse agua.

Scorpius le había prestado una nueva cubeta de plástico que Rose prometió devolverle al final de la semana antes de marcharse.

-Allí es donde vivo- dijo el niño señalando una enorme casa blanca con una terraza que tenía vista al mar-. Mi mamá quiso venir aquí por algo de los muggles. A ella le gustan los muggles- explicó rápidamente.

-¡Scorpius Malfoy!- exclamó una voz de mujer bastante irritada.

Los niños voltearon sobresaltados.

Una mujer alta, de cabello castaño claro que caía por su espalda, con ropa casual de muggle iba hacia ellos dispuesta a regañar a su único hijo.

-Te dije que si no acababas de limpiar tu habitación no podías salir. Voy allí y me encuentro con que está llena de cromos de ranas de chocolate por todo el suelo y tu escoba tirada sobre tu cama. ¿Qué le dices a eso, jovencito?

El rubio tenía una sonrisa de disculpa en su carita.

-Perdón, mamá, pero es que Rose y yo estábamos jugando.

Al parecer la mujer no había reparado en la niña, que la miraba entre asustada e impresionada.

La cara de Astoria Malfoy se suavizó.

-Hola, cielo. Así que tú eres Rose.

La pelirroja asintió aliviada de que no la regañara también a ella.

-Después de jugar por qué no vienes a casa por un bocadillo. Scorpius te llevará.

Los niños sintieron emocionados.

-Muy bien, no se acerquen a lo profundo y por favor, dense la mano, no queremos más accidentes.

Los dos asintieron solemnemente.

Rose le dio la mano a su amigo y lo jaló.

-Gracias, mamá de Scorpius. Anda, que las conchitas no se recolectan solas.

Astoria observó divertida cómo se alejaban los dos pequeños y se rió internamente. Cuando su esposo se enterara de que su hijo había hecho amistad con su compañera de trabajo Hermione y su esposo Ronald Weasley, seguro le daría algo.

-Al es el mejor primo del mundo, cuando James nos molesta nos vamos al ático a planear travesuras y a comer dulces. Lily es aún muy chica, pero los sigue a todos lados. Mi hermano Hugo está enfermito ¿ya te lo había dicho, verdad? Tengo muchos primos, los veo siempre que vamos a casa de la abuelita, pero aún así Al sigue siendo el mejor.

A pesar de que Scorpius estaba algo mareado de tanta explicación y no lograba entender qué era lo maravilloso de ese tal Albus, se sentía realmente bien tener a alguien con quien conversar.

-¿Tú no vas al colegio?- preguntó la niña.

-Sí, a uno muggle. Mi papá dice que cuando sea más grande iré a Hogwarts como él- terminó orgulloso.

-Todos los magos vamos a ir- dijo Rose imitando la voz sabionda del rubiecito-. Y yo estaré en Gryffindor como mi papá, mi mamá y todos mis tíos. ¿A qué casa irás tú?

El rubio se quedó pensando.

-No creo que Hufflepuff esté tan mal… ¡Oh, mira eso!- exclamó señalando un cangrejo que acababa de salir de la arena.

-Seremos amigos en Hogwarts ¿verdad?- preguntó Scorpius un poco nervioso. La verdad era que la idea de estar tan lejos de casa le daba algo de miedo.

-¡Sí!- exclamó ella-. Y tú, Al y yo recorreremos todo el castillo y le haremos travesuras a Peeves, visitaremos a Hagrid… ¿ya te dije que Hagrid es amigo mío?...

Y siguió y siguió, tomando experiencias de cosas que su padre le había contado, mientras Scorpius se quedaba más tranquilo.

Toda la semana estuvieron en la playa, jugando a que eran marineros, importantes recolectores de tesoros y otra de esas cosas que los niños inventan con su maravillosa imaginación. Hasta que fue hora de partir.

-Mami, le dije a Scorpy que le daría su cubetita hoy- renegó Rose cuando su madre llegó por ella al final de la semana.

-Creo que te llevarás una agradable sorpresa en saber que Rose se hizo amiga de un niño bastante interesante- dijo el señor Granger a Hermione, que lo miró confusa.

-¿De qué hablas?- preguntó.

-Deberías ir con Rose a regresar eso, así sabrás de qué hablo- terminó el hombre con una sonrisa burlona.

Hermione lo miró sin quitar su cara de confusión y le dijo a su hija:

-Anda, vamos. Que papá nos espera en casa del tío Harry.

La pelirroja asintió feliz y corrió por la cubetita roja.

Cuando tocaron el timbre y un hombre rubio abrió, Hermione por fin entendió.

-¿Qué haces tú aquí?- preguntó Draco Malfoy bastante sorprendido al ver a su antigua enemiga.

-Hola, papá de Scorpius- saludó Rose sonriéndole al hombre que tan bien la había tratado. Entró a la casa como si fuera suya llamando a Scorpius.

Hermione estaba pasmada.

-No importa, quédatela, así cuando vengas la próxima vez podemos jugar de nuevo- dijo Scorpius a Rose. Estaba algo triste porque ya no vería a su amiga.

-Veo que ya te diste cuenta- dijo Astoria entrando en escena, dirigiéndose a Hermione con una sonrisa en el rostro.

-No sabía que ustedes…

-Sí, Draco es mi esposo, y él es nuestro hijo Scorpius- dijo Astoria.

A Hermione no le cabía en la cabeza que una mujer así de encantadora fuera esposa del rubio que les hizo la vida imposible a ella y a sus amigos en el colegio.

-Hola, mamá de Rose- dijo Scorpius tendiéndole la mano respetuosamente.

Hermione le respondió el saludo y luego dijo:

-Ya nos debemos ir, gracias por todo.

-Ha sido un placer- contestó Astoria. Draco seguía en shock.

Los niños miraban a los adultos confundidos.

-Nos vemos el próximo verano- dijo Rose a su amigo dándole un abrazo, haciéndolo sonrojar.

-Nos vemos.

Cuando ya iban camino a casa de los Potter en el auto, Hermione se dirigió a su hija:

-Será mejor que no le cuentes a papá sobre tu nuevo amigo, querida.

-¿Por qué?- preguntó Rose, que hasta el momento había ido en el asiento trasero contando los tesoros que había descubierto.

-Le tiene fobia a los rubios.

Hasta el siguiente!