—Así que eso fue lo que pasó.

—Sí —contestó Coraline Jones, una Coraline muy diferente a la que ella había conocido en la escuela y con la que no se había comunicado desde que tenían once años.

Unos minutos antes se habían cruzado por la calle y Coraline la reconoció. Pasearon juntas por Pontiac, la ciudad del estado del Míchigan de la que Lana no había salido en los últimos diez años y en la que ambas habían nacido, mientras hablaban de cómo les había ido la vida.

Tras contarle que acababa de terminar la universidad y pensaba empezar a trabajar en una empresa local, Lana había escuchado atentamente una historia fantástica sobre una puerta en el salón del apartamento al que la familia de Coraline se había trasladado; una dimensión paralela a la que esta permitía acceder, las criaturas que la habitaban y su único habitante real, un monstruo conocido como la beldam o la otra madre que se alimentaba del amor y las vidas de niños a los que cosía botones en sus ojos y aprisionaba sus almas en el otro mundo para conseguir más poder con el que hacer sus ilusiones más convincentes. Cuando terminó su historia, Coraline admitió que era ridícula y ambas rieron por unos minutos hasta que Lana se dio cuenta de que su antigua compañera de clase la estaba mirando de una forma que la hizo sentirse muy incómoda.

—¿Sabes? No te imaginas lo celosa que estaba de ti en la escuela —admitió Coraline mientras se pasaba la mano por su pelo teñido de azul.

—¿Por qué? —preguntó Lana asustada. A estas alturas ya se estaba preguntando si su antigua amiga necesitaba tomar algún tipo de medicación porque su historia le parecía una locura.

—Tus padres —reveló Coraline Jones enfadada—. Ellos siempre estaban a tu lado, ayudándote todo lo que podían y queriéndote más que a nada en el mundo.

—Así que ¿me envidiabas por eso, porque los tuyos apenas tenían tiempo para ti por culpa de sus trabajos? —preguntó Lana confundida.

—Ellos me golpeaban y insultaban si no obedecía todas sus órdenes —replicó, haciendo que Lana se arrepintiese inmediatamente de lo que acababa de decir—. ¿Te has preguntado por qué siempre estaba tan delgada? Algunas semanas me dejaban morir de hambre. ¿Mi pelo teñido y mi estilo de vestir? No les importaba que los llevase porque, en sus propias palabras, yo era un accidente que nunca debería haber nacido.

Lana escuchó alucinada a Coraline explicándole más razones de su envidia. Ella no quería creerlo, pero, desgraciadamente, sabía que la mayoría de los padres abusivos parecían gente perfectamente normal que amaba a sus hijos en público cuando realmente eran monstruos con piel humana en privado.

Si le estaba diciendo la verdad, entonces no la sorprendía que lo último que había oído sobre Coraline Jones antes de cruzarse con ella era que unos vecinos del lugar al que se había trasladado, un edificio de apartamentos en una ciudad de Oregón llamada Ashland, habían denunciado su desaparición meses después de dejar de verla. El hecho de que sus padres no hubiesen puesto una denuncia antes hacía lo que Coraline le estaba contando más creíble.

—La única razón por la que no me había suicidado nada más llegar a nuestra nueva casa fue la presencia de Wybie, el gato que te mencioné antes y nuestros vecinos, el señor Bobinski y las señoritas Forcible y Spink —admitió Coraline con tristeza—. De hecho, de no ser por ellos, tal vez habría aceptado la oferta de la otra madre antes.

—Cora, no sé cómo decirte esto, pero... creo que estás mezclando ficción con realidad —confesó Lana con preocupación.

—¿Eso crees? —cuestionó Coraline—. En tal caso, ¿qué dice eso de mis padres?

—Más de lo que me gustaría saber —admitió Lana. Decía mucho que su antigua compañera de clase tuviese que crear una amiga imaginaria para poder experimentar lo que se sentía teniendo unos padres que la apreciaban porque, a pesar de que su historia terminaba con la otra madre intentando comerla, esta se había comportado como una madre ideal.

—Y, aun así, por alguna razón inexplicable decidí rescatarlos de la otra madre, lo cual no cambió su actitud en absoluto. Ya estaba planteándome suicidarme otra vez cuando vi al gato y decidí tomar otra opción —explicó Coraline—. Volviendo al pozo donde había lanzado la llave que abría la puerta al otro mundo y la mano de la beldam, lancé una cuerda para recuperarlas. Una vez que la mano subió con la llave, se la devolví a la otra madre antes de decirle que aceptaba su oferta de convertirse en mi nueva madre.

—Si eso realmente pasó, ¿por qué estás aquí? —cuestionó Lana.

Coraline no respondió a su pregunta. En su lugar la miró fijamente por unos segundos, lo que preocupó a Lana, antes de transformarse repentinamente en otra cosa.

Lana no podía creer lo que estaba mirando. Coraline continuaba teniendo el pelo azul, pero este tenía mechas grises que le daban un aspecto envejecido, y seguía siendo delgada, pero ahora se le podían ver los huesos a través de su piel gris cubierta de venas negras. Ella también parecía más alta que antes y sus brazos extremadamente largos terminaban en manos con uñas negras que parecían garras.

Lo peor, sin embargo, eran sus ojos, ya que ahora cada uno tenía tres pupilas negras que le recordaban a Lana a los ojos de una araña que sabía que su presa había caído en su red y estaba tomándose su tiempo antes de comérsela. No solo eso, sino que, además, cruzar su mirada con los mismos la hacía recordar cosas que había olvidado, pesadillas que había racionalizado y que sabía que olvidaría otra vez cuando esa... criatura desapareciera.

—Cuando acepté convertirme en hija de la beldam, esta me convirtió realmente en una criatura parecida a ella —reveló Coraline con una sonrisa que mostraba demasiados dientes—. No solo eso, sino que me mostró una gran verdad que estoy dispuesta a compartir contigo si así lo deseas.

—¿Qué verdad? —preguntó asustada.

—La inocencia es inútil, dado que no hay paraíso, solo un infierno del cual nosotros provenimos —dijo Coraline—. Ese lugar fue creado por los miedos humanos y es donde criaturas como nosotras vivimos cuando no estamos secuestrando niños a los que torturar, comer, esclavizar o convertir en más de los nuestros a las órdenes de los siete reyes y el emperador.

Lana solo tenía una vaga idea de lo que Coraline estaba hablando, pero recordaba lo suficiente sobre sus experiencias con ellos como para no desear continuar escuchando más. Sin embargo, ella tampoco podía dejar de querer saber más al respecto.

—Todos los niños del mundo saben sobre ese lugar y nuestra existencia, pero se olvidan de los mismos al crecer. Yo solo recordé mis experiencias con ellos cuando la beldam me presentó ante la corte del emperador, quien, al escuchar mi situación, decidió mostrar su agradecimiento a mis padres.

—Entonces, el accidente de coche que los mató...

—Todo falso, el emperador ordenó a varios monstruos que se encontraban en la Tierra en ese momento que los matasen meses después, una vez que quedó claro que realmente no se preocupaban por mí —admitió Coraline—. Bueno, se ha hecho tarde, así que es mejor que te lleve a casa y vuelva a la mía.

Lana quería preguntarle qué quería decir con eso, pero repentinamente se encontró sentada en una silla en el salón del apartamento que había alquilado hasta que lograse encontrar algo más permanente. Por un segundo pensó que toda la experiencia había sido un sueño, pero entonces escuchó al armario de su habitación cerrándose solo. Asustada, se dirigió a su cuarto y abrió la puerta del ropero, no encontrando nada que indicase que alguien se había metido dentro excepto por marcas de lo que solo podían ser garras alrededor del picaporte.

Lana decidió olvidarse de todo el asunto, pero, cuando una semana más tarde fue atracada y el ladrón la mató accidentalmente, todo a su alrededor pareció volverse más envejecido, como si nadie hubiese mantenido limpias las calles por décadas. No solo eso, sino que había dos criaturas ante ella, Coraline y otro monstruo que solo podía ser la otra madre.

—Siento que nos veamos otra vez tan pronto, pero, ahora que estás aquí, nuestros jefes desean conocerte y no es bueno hacerles esperar—dijo Coraline antes de extender su mano para ayudarla a levantarse.

Lana sabía perfectamente que estaba diciéndole la verdad, pero no estaba asustada. Si lo que Coraline le había dicho sobre lo que había más allá de la muerte era cierto, sus únicas opciones eran sufrir eternamente o trabajar para los siete reyes y el emperador, las criaturas que habían hecho la infancia de muchos niños insoportable, por lo que su elección estaba clara.

Ella le dio la mano a Coraline y se levantó, sabiendo que su futuro ahora estaba escrito y sintiéndose feliz por ello a pesar de saber que iba a perder su humanidad y convertirse en un monstruo que solo existiría para hacer las vidas de los habitantes más jóvenes de la Tierra un infierno.