A Conchi, la compi bióloga que shippea Royai, por ser tan maja conmigo al entrar al fandom. Sé que tú eres más de Salmonella y yo soy la de la bota pero no lo pude evitar, así que toma, compuestos volátiles de plantas.

Syrinx: del griego συριγξ, y del cual deriva el nombre del género del lilo, de la familia de las Oleáceas.

Disclaimer: FMA no me pertenece.


El suave movimiento de las sábanas en la cama de al lado hace más que quitarle el poco sueño al que intentaba agarrarse para hacer esa eterna oscuridad más llevadera. Traen olor a antiséptico, pero hasta entonces no había registrado ese suave aroma. Lo reconoce de la misma manera en la que reconoce su voz, de la misma forma en la que puede sentir sus ojos sobre él —no sólo entonces, sino siempre y desde hacía tantos años—, en el mismo modo en el que sabe exactamente cuál es la composición que lo hace tan embriagante.

El deambular de Riza por la habitación levanta perfume a lilas que lleva a Roy hacia la inconsciencia y los recuerdos.

Los Hawkeye tenían un lilo que sobresalía majestuoso entre toda la naturaleza salvaje de ese jardín que había dejado de cuidarse hacía demasiados años. Y Riza por ese entonces olía a lilas, polvo y madera. Olía como huele el hogar, y dejaba tras de sí la fragancia de la casa que cuidaba con tanto fervor. El lilo era dónde la podía encontrar leyendo, o simplemente pensando en lo mucho que a su madre le gustaba ese árbol. Dónde la podía abrazar. El lilo era dónde él hubiese querido despedirse de ella con un beso antes de irse pero esas ramas ya ocultaban suficientes recuerdos amargos de gente que Riza había amado bajo ellas y se habían ido de su vida y era mejor que no lo hubiese hecho.

En Ishval Riza tenía un pequeño ramillete que cada día se marchitaba más, al igual que ella, hasta que un día lo tiró al fuego de una hoguera, prediciendo con ironía el futuro. El desierto no es lugar para lilas: Roy aprendió a acostumbrarse a que ella oliese a sangre, carne quemada y cenizas.

Grumman hizo plantar un lilo en Eastern Command Center; al viejo Teniente General se le permitieron siempre excentricidades, y Roy no iba a ser el que se atreviese a quejarse de la sonrisa de Riza cada vez que miraba por la ventana hacia la esquina solitaria cercana al campo de tiro dónde el árbol está enraizado. Su Teniente vuelve a oler a lilas, pero también a acero templado y pólvora; es una mezcla inconfundible y por encima de todo, irremplazable, al igual que ella, la que se lanza al fuego para protegerle como si fuese ese frágil ramillete de lilas marchitas. Pero Riza está lejos de estar marchita o ser frágil. Brilla como el cañón siempre cuidado de sus pistolas, y exhala el mismo olor que ese árbol lleno de vida.

Falman le había comentado la posibilidad de que sus otros sentidos se agudizasen; sin embargo, la manera en la que se embriaga en la semi-inconsciencia no podía ser normal. No puede respirar. No hace más que empeorar, hasta que duele.

(Riza se pregunta con qué sueñan los hombres ciegos).

Se despierta con un jadeo, abrumado. Un susurro en su oído: —Roy.

Los hombres ciegos sueñan con lilas y pólvora.