Todo pertenece a Kishimoto.

Seducir: Engañar con arte y maña.

Naruto jugaba conmigo. No sabía a qué o por qué. Pero ya me estaba hartando toda su actitud.

Cada mañana me dejaba un chocolate en el casillero de la escuela. Y no podía negarlo, lo había visto. Además, era el único, aparte de mí, que conocía la combinación del candado. Así que si le fuese a preguntar, responder "no" sería la primera señal de su culpabilidad.

Claro que yo hacía como que nada sucedía, sin embargo, lo sabía todo. Excepto la finalidad de todo aquello. Eso aún era un enigma para mí, uno que me atormentaba día y noche. Vale, exagero: me preocupaba un instante y ya, aunque eso sí, se presentaba todos los días a la misma hora.

Mas no daría mi brazo a torcer. Yo seguiría tan ajeno a todo el asunto como él quisiese.

Esa mañana esperaba otro chocolate, de los pocos que me gustaban. Y si bien no me molestaba el chocolate en sí, sí me molestaba que me lo diese a escondidas. ¿Qué era lo que ocultaba? Es decir, no tenían veneno, eso ya lo había comprobado, entonces, ¿qué era eso que tenía que esconder?

Abrí el casillero. Lo primero que vi fue algo relativamente nuevo. Una bolsita pequeña y rosada rellena de trufas de chocolate. Sin embargo, para mí infortunio, no era todo. Bajo él había una nota que hubiese pasado desapercibida si no hubiese sido por su color amarillo fosforescente.

"¿Amor eterno? Los hay de siete años, de una hora…"*
¿Cuándo dejarás de hacerte tonto?

La respuesta era obvia. Jamás. Si creía que así me estaba orillando a declarármele, estaba muy equivocado, de hecho, estaba causando el efecto contrario. Si creía que así me iba a conquistar, bien, eso sería imposible, él ya me tenía completamente prendado, ¿qué más quería? Y estaba seguro que él lo sabía. No que yo fuese obvio, ni él un gurú del amor, pero su amiguita Hinata vaya que me traía problemas.

Él me gustaba, sí. ¿Y qué? No se lo haría saber.

Continuará.

*Víctor Roura.