1: Tazas de café
"Al tocar la taza, me doy cuenta de que ya hace mucho tiempo que el café se ha quedado frío. No sabría decir si está medio llena o medio vacía. "Es demasiado temprano para reflexiones filosóficas" pienso, y me acabo lo que queda de un trago. El sabor, intenso y un poco amargo, me trae recuerdos de un pasado que a veces merecería ser olvidado, y, a la vez, me devuelve al presente, a esta mañana de principios de primavera, justo antes de que amanezca"
Annabelle Braunwald "A diez metros bajo el agua"
Hermione Granger echó un vistazo impaciente a su reloj por tercera vez en los últimos diez minutos. Si había algo en el mundo capaz de hacerle perder la paciencia era la falta de puntualidad. Y, por desgracia para ella, la persona a la que esperaba padecía un problema de impuntualidad patológica. Por supuesto, no es que le pillase precisamente de sorpresa, teniendo en cuenta que hacía años que se conocían. Sin embargo, el saber de antemano que tendría que esperar no reducía en absoluto su creciente irritación.
La chica removió su café con tanta energía que se derramó un poco. A su alrededor, la gente charlaba alegremente, y ella se sentía como una gigantesca burbuja de mal humor que se hacía más y más grande en medio del ambiente relajado de la cafetería; y que amenazaba con reventar en cualquier momento
"De hoy no pasa – se dijo- Como me haga esperar un solo minuto más, le estrangularé con mis propias manos"
Afortunadamente, no tuvo que poner su plan homicida en práctica. Al levantar la vista del charquito de café que ella misma había derramado sobre la mesa y mirar por enésima vez hacia la puerta, suspiró con alivio. Un chico alto estaba junto a la entrada, buscando algo o a alguien con la mirada. A pesar de la penumbra en que se encontraba el local, el sol procedente de las cristaleras creaba un curioso efecto de claroscuro que acentuaba la habitual expresión inocente de su rostro. El pelo color fuego estaba tan húmedo y despeinado , que Hermione supo sin lugar a dudas que acababa de caerse de la cama, y que había salido pitando de la ducha sin tomarse siquiera la molestia de peinarse.La chica esbozó un gesto de saludo con la mano, y él le correspondió con una sonrisa amplia y cálida, increíblemente luminosa en aquel nublado mediodía de principios de marzo.
Evidentemente, Ron aún no se había despertado del todo, porque cuando se dirigía a la mesa de Hermione se tropezó con una camarera, quien le fulminó con una mirada iracunda. Él se disculpó, poniendo esa carita de cachorro apaleado que tan buenos resultados le daba cuando se trataba de ganarse la simpatía de una mujer. En efecto, la camarera lanzó un suspiro y le miró con indulgencia.
- Al menos no se ha derramado nada- murmuró con sencillez- La próxima vez intenta tener más cuidado.
- Cuenta con ello- respondió él, con voz de niño bueno. Ella se limitó a sonreír, y le siguió con la mirada hasta que el pelirrojo se sentó frente a su amiga de la infancia. El mal disimulado interés de aquella camarera molestó a Hermione ¿quién se creía para mirar a Ron como si fuese una paquete de mortadela en el estante de un supermercado?
Afortunadamente, Ron ni siquiera parecía haberse dado cuenta. Se quitó una bufanda de punto color pistacho que llevaba el inconfundible sello de Molly Weasley, y al hacerlo, los copos de nieve posados sobre sus hombros volaron en todas direcciones y aterrizaron en los sitios más insospechados, incluyendo el café de Hermione.
- Nunca salgas a la calle con el pelo mojado en plena ola de frío- dijo el chico, a modo de saludo- Me parece que tengo la cabeza cubierta de escarcha, por no hablar de los dedos ¡fíjate, están azules!. Y me temo que el abrigo está a punto de desintegrarse.
Hermione no dijo nada, aunque en realidad estaba bastante sorprendida de que el mencionado abrigo no se hubiese desintegrado aún. Era una reliquia de Charlie, una trenca verde oscuro con capucha que parecía más propia de un colegial que de un auror. Por lo visto, los sueldos del Ministerio debían ser realmente bajos si Ron no podía jubilar aquel fósil.
- Llegas tarde- gruñó ella- Llevo esperándote media hora. Y ni siquiera te has afeitado ¿tanto te cuesta levantarte diez minutos antes?
- Creo que todos sabemos la respuesta a esa pregunta- contestó él, con jovialidad- Al fin y al cabo, vengo a tomar un café contigo. No te ofendas, pero esto no es precisamente una audiencia con el Ministro de Magia ¿no?. En fin, ahora que ya hemos aclarado este asuntillo, hablemos de ti ¿qué tal el trabajo?.
- Agotador, como siempre- reconoció la chica- ¿Y tú?
- Bueno, el trabajo es interesante. Pero a veces mi compañero me pone de los nervios- respondió Ron, riendo.
- Me lo imagino. Como dice mi madre "donde hay confianza da asco"
- No se trata solo de eso. Lo peor es tener que compartir apartamento con él. Por si no te has dado cuenta, eso significa pasarme 24 horas al día oyéndole hablar acerca de mi hermana. Sinceramente, es demasiado.
Ron y Hermione sonrieron con condescendencia. Ambos sabían que, en el fondo, el pelirrojo estaba encantado de compartir con Harry el trabajo y el apartamento, pero lo que llamaban "depresión post- Ginny" estaba adquiriendo dimensiones apocalípticas. Parecía que Harry nunca podría perdonarse el haber cortado con ella, y se culpaba de que la joven Weasley hubiese acabado en brazos de un novio que la trataba como si no valiese nada. Por supuesto, Ron y Hermione no aprobaban la elección de Ginny pero ¿qué otra cosa podían hacer?.
Ciertamente, había que decir a favor de Harry que había afrontado aquella situación con un aplomo y un sentido común envidiables. Sin embargo, si el moreno tenía algún defecto, era sin duda su incapacidad para saber en qué momento había que tirar la toalla. Hacía tiempo que el asunto de Ginny se había convertido en una batalla perdida, pero su total desconocimiento del concepto "desistir" había terminado causándole bastante frustración al encontrarse ante un problema que no tenía solución. Harry lo había intentado todo: habló con ella, trató de hacerla razonar, le envió regalos, le escribió poemas... todo en vano. Después de tantos años, los continuos fracasos habían terminado por hacer mella en su ánimo, y se estaba convirtiendo en un tipo callado y taciturno.
- ¿Ha vuelto a hablar con Ginny?- inquirió Hermione.
- No, que yo sepa. Me gustaría pensar que se ha dado cuenta de que es un caso perdido, o que, por lo menos, se está tomando un respiro... pero lo más probable es que esté maquinando algo- Ron se encogió de hombros, mordisqueando pensativamente una galleta- Y hablando de obsesiones ¿has vuelto a verle? Ya sabes, a... a él.
Él. Hermione sabía perfectamente a quien se refería: a Draco Malfoy, el novio de su hermana. Draco parecía tener una especie de fijación irracional con Hermione, precisamente del mismo tipo que la que Ginny sentía por el rubio Slytherin. La castaña solía decir que Malfoy era un auténtico incordio, pero una parte de ella estaba íntimamente de uno de los solteros más perseguidos de todo Londres le dedicase tanta atención. Era como un bálsamo para su maltrecha autoestima¿ qué tenía de malo, pues, comer con él de vez en cuando?
- Bueno, hace algún tiempo que no nos vemos. Quizá haya decidido tomarse lo suyo con tu hermana un poco más en serio ¿no te parece?
Ron no contestó. Se consideraba a sí mismo una persona bastante optimista, pero esperar que Draco se tomase en serio a Ginny rozaba la estupidez. Hermione, que en el fondo era de la misma opinión que Ron, supo interpretar perfectamente aquel silencio, de modo que optó por cambiar de tema.
Al más joven de los varones Weasley le entusiasmaban las anécdotas curiosas que le ocurrían a Hermione en San Mungo, donde trabajaba como Sanadora en Prácticas. La chica hacía interminables guardias en el Servicio de urgencias, donde se encontraba con extrañas consecuencias fruto de hechizos mal realizados, experimentación con pociones, accidentes con varitas o desafortunados incidentes con criaturas mágicas. A Ron no le interesaban tanto los aspectos desagradables (que solían incluir sangre y pus entre otras cosas incluso más repugnantes) como las rocambolescas historias con las que Hermione tenía que lidiar todos los días; y que parecían salidas de la hiperdesarrollada imaginación de Luna Lovegood. Aquel día, el pelirrojo rió hasta las lágrimas cuando Hermione imitó a la pijísima amiga de una chica que había llegado a San Mungo con una borrachera importante; y que daba unas explicaciones un tanto surrealistas para justificar la vomitona de su compañera de juerga, provocando la hilaridad de todo el personal.
- Entonces llega otra vez, con aquel maldito ruido los tacones de veinte centímetros en el pasillo y el mismo cigarro que llevaba en la mano desde las tres de la mañana y nos suelta "perdona, pero es que yo soy enfermera y me parece que no nos estáis tomando en serio"- concluyó Hermione, pronunciando la frase triunfal de la protagonista con un tono nasal que recordaba al balido de una oveja.
- ¡No me lo puedo creer!- exclamó el chico, entre carcajadas.
Las conversaciones con Ron eran las particulares vacaciones de Hermione: cuando estaba con él, no tenía por que ser responsable, ni madura. No tenía que tomar decisiones difíciles constantemente, ni esforzarse por estar a la altura de las circunstancias. Podía olvidarse del sufrimiento, del dolor y de la muerte. Él sabía cómo hacer que los problemas se hiciesen pequeños y parecía saber en cada momento qué era lo que Hermione necesitaba oír. Por eso le encantaba verle reír. Desde sus tiempos en Hogwarts, siempre había sido al revés: Ron siempre lograba arrancarle una sonrisa, por muy deprimida que estuviese, y le gustaba pensar que le estaba devolviendo una pequeña parte de todo lo bueno que el pelirrojo había hecho por ella.
- Oye, son las dos de la tarde- dijo Ron, de pronto- Y yo esta noche tengo guardia. Creo que deberíamos continuar esta conversación...
- ... en otro momento- concluyó ella, sorprendida de lo rápido que parecía haber pasado el tiempo- Hoy invito yo.
- De eso, ni hablar- replicó el chico- La última vez pagaste tú. No es que me paguen mucho, pero para un café si que me llega.
La camarera logró entablar conversación con Ron mientras recogía las tazas, tarea a la que dedicó unas diez veces más tiempo de lo necesario. Aparentemente, al pelirrojo no le incomodaba que aquella desconocida coquetease descaradamente con él. Es más, parecía halagado y dispuesto a seguirle la corriente. Pero Hermione, que sentía el mismo tipo de irritación que cuando su mejor amigo había tropezado con aquella chica a la entrada; no estaba dispuesta a contemplar el espectáculo sin más:
- Por cierto, Ronald ¿qué tal están tus pequeños?- le preguntó, con una sonrisa juguetona.
La camarera estuvo a punto de dejar caer el contenido de la bandeja sobre los dos amigos y, acto seguido, desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
- ¿Por qué tienes que ser así de arpía?- respondió él, arrojándole una bolita de papel que en otros tiempos había sido una servilleta.
- Es que ¡es tan divertido! – rió ella- Nunca me cansaré de ver las caras que ponen... bueno, y las que pones tú. No se como después de tantos años todavía te sorprendes ¡Si ya has vivido esto un millón de veces!
Ron se limitó a soltar un pequeño bufido de fastidio.
- Si tuviese que depender de tu ayuda, querida Hermione,- contestó, pronunciando el "querida" con un tono que sugería que, en ese momento, hubiese sido de lo más feliz retorciéndole el pescuezo a su mejor amiga- me parece que mi vida sentimental hubiese acabado para siempre hace siglos.
- Oh, vamos, no te lo tomes así- suplicó la chica, conciliadoramente.
Ron, sonrió, al fin, y se puso en pie con un movimiento infinitamente perezoso, como si le costase un trabajo colosal levantarse del cómodo sillón, y rescató su antiquísima mochila de debajo de la mesa.
- Hasta pronto, Hermione- se despidió, con una sonrisa- Y, por favor, la próxima vez que hables de mis pequeños delante de una mujer guapa, no te olvides de mencionar el pequeño detalle de que son gatos.
Nota de la autora: Llevaba más de un año sin publicar... y precisamente ahora, cuando pasado mañana tengo un exámen de Bioquímica, cuando tengo un precioso final de Anatomía el viernes que viene... me ha entrado un gusanillo tremendo y he acabado dedicándome a escribir. Me gustaría que esta historia fuese un poco distinta a las anteriores, menos introspectiva. Y menos dramática. Espero conseguirlo...
Este primer capítulo es una especie de prólogo, más que un capítulo propiamente dicho. Pasar, lo que se dice pasar... no pasa nada. Pero eso cambiará a medida que avance la historia.
Gracias por leerme!
