No había sido, en ningún momento, su intención.
Es más, en los ahora modificados recuerdos de Tamaki Suoh, había sido el mismo Beelzenef quien se había arrojado a sus pies, con claras intenciones de provocarle un accidente mientras él, inocentemente, caminaba por uno de los pasillos del instituto.
Y lo había pisado, sí. Casi había sido capaz de escuchar el agudo chillido de la marioneta apenas amortiguado por la propia suela de su zapato.
Pero realmente, no había sido su intención.
Así que entonces no comprendía por qué Nekozawa se había molestado tanto.
Fue un accidente, le quiso hacer ver una, y otra, y otra vez en un lapso de uno o dos minutos transcurridos tras el desafortunado predicamento, pero aquél rostro, en algún momento sonriente (aunque no precisamente con la clase de sonrisas que uno se alegraría de ver), se entornaba ahora en un gesto que Tamaki supo que sería capaz de recordar en cada una de sus más escabrosas pesadillas.
Y conforme corría, alejándose de él, la mirada de Umehito Nekozawa enterrándose fríamente en su nuca, como una afilada cuchilla de acero, le hizo saber que nada estaría bien desde aquél punto del camino.
x x x
El problema fue que Kyouya no le quiso creer. Es más, en el momento en que se hubo precipitado dentro del aula vacía, avanzando a largos y casi agonizantes pasos hacia su mejor amigo de toda la vida (o de un par de años atrás, no importaba), y echado sus brazos alrededor del cuello de éste, gimoteando, el joven Ohtori no había hecho más que soltar un casi inaudible gruñido, inclinado su cuello hacia un costado (lo más lejos del rostro de Tamaki que pudo), y continuado con los cálculos que estaba realizando en uno de sus cuadernos, silenciosamente.
Pronto se hubo dado cuenta el rey de que sus incoherentes palabras estaban siendo ignoradas por su amigo, más aún así prefirió mantenerse aferrado a él, observando con ojos asustados cada remoto rincón del salón en el que no se encontraba nadie más que ellos dos, e imaginando y creando abominables criaturas que, agazapadas entre las sombras formadas en las solitarias esquinas, estiraban sus brazos para intentar cogerle.
Sus párpados se contrajeron. Su abrazo alrededor del cuello de Kyouya se apretó, ligeramente, y escuchó cómo el otro suspiraba, resignado.
—No dejes que tu imaginación te domine,- le escuchó decir, con relajada voz que chocó contra uno de sus oídos. –Sólo has pisado un muñeco por accidente, y Nekozawa-senpai lo sabe. Y además, en el remoto caso de que no lo comprendiera, nadie es capaz de arrojarte una maldición encima, otou-san.
—Cómo lo sabes?!- consiguió articular éste, a su vez, haciendo un ligero puchero con la boca que adornó sus palabras con un berrinchudo tono de voz. –Tú no estabas ahí. Tú no fuiste quien pisó la marioneta. No fuiste tú a quien Nekozawa-senpai miró con sus ojos de demonio, ni a quien maldijo de por vida!
Kyouya no respondió. Estaba bastante ocupado tratando de estudiar para el examen de matemáticas que tendrían en breves instantes, que atender al ya de por sí molesto (incluso cuando no estaba aterrado como ahora) Tamaki no era algo que encontrase en absoluto beneficioso.
Y era consciente de que seguía hablando, pues el molesto zumbidito en sus oídos no cesaba, más no pensaba ponerle cuidado. No, al menos, hasta que el rey, en un desesperado intento por conseguir algo de atención, acabó por derribar su escritorio, mientras daba un chillido bastante incómodo.
—Okaa-saaaaaaaaaaaaaaaaan!! No quiero morir!
Si se hubiese dado cuenta antes, y pese a que estando con Kyouya se sentía seguro la mayor parte del tiempo, en aquél momento hubiera sabido que aquella mirada no podría augurar nada bueno.
Pero no fue consciente de esto hasta minutos después que, ya sentado en su propio sitio, con una mano en la cabeza y la mirada llorosa, se sostenía la herida que el puño de su mejor amigo había dejado bien marcada en su frente.
El profesor y sus demás compañeros no tardaron mucho en ir llenando el aula de clases, hasta que hubieron quedado rodeados por un tumulto de estudiantes y voces que murmuraban en los minutos previos al examen de matemáticas que Tamaki ya casi había olvidado.
Aunque realmente, quién podía preocuparse por un insignificante examen final, cuando su vida estaba prácticamente en juego en aquellos momentos.
—...un..
En aquél instante, lo más probable era que Nekozawa estuviese encerrado en uno de los múltiples e imaginarios calabozos que se escondían bajo las instalaciones de la Ouran High School, invocando deidades infernales, realizando ancestrales y diabólicos ritos, descabezando pequeños muñecos vudú que llevaban su nombre escrito en la parte posterior de sus cabecitas arrancadas de tajo por ardiente cuchilla.
—...oh-kun...?
Se había llevado las manos al cuello, completamente alterado y no siendo capaz de ver nada más allá de su nariz, que era lo más que su nublada mirada le permitía. Ni de escuchar nada que no fuera el sofocante zumbido de las miles de vocecitas diciendo, una y otra vez "morirás, morirás".
—Suoh-kun? Estás escuchando?
Sus ojos se ensancharon, y roto momentáneamente el embrujo bajo el cual él mismo se había puesto, posó sus nublados orbes violáceos en el rostro de la delegada de la clase, que le miraba con una ceja levantada.
—A-ayame-san(1)...?- murmuró, con voz entrecortada y con el rostro claramente perplejo.
—Podrías ir a buscar las listas a la sala de profesores de éste piso?
—Ah...- parpadeando, ligeramente, fue en un cien por ciento conciente de que estaba comportándose mucho más torpe de lo normal. –H-hai...- y fue lo único que atinó a decir, antes de ponerse de pie y abandonar el salón de clases, viendo a ambos lados del pasillo como si pensara que de un momento a otro, un ferrocarril descarrilado fuese a aparecerse por uno de los costados y arrollarle en el camino.
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Por suerte, eso no pasó. Aunque conforme daba cada paso a lo largo del solitario corredor, escuchando el murmullo de cientos de voces y el rasgar de las puntas de las plumas sobre los papeles, no podía evitar lanzar miradas furtivas a cada recoveco posible que se cruzara en su camino.
Quién sabe. La maldad podía estarse escondiendo en cualquiera de las esquinas, y saltarte encima, si no ponías atención.
Aunque Tamaki admitió, con un suspiro, cuando finalmente logró hacerse paso dentro de la sala de profesores, y tras haber saludado galantemente a una que otra maestra, retomado el camino de regreso a su clase con la carpeta con listas de asistencia para el día, que tal vez estaba siendo "un pelín" exagerado.
Digo, hasta el momento aún no le pasaba nada. Y si bien era cierto que no habían transcurrido ni siquiera 30 minutos desde su incidente con Nekozawa-senpai, tal vez, como Kyouya tan sabiamente le había dicho momentos atrás, sólo estaba dejando que su propia imaginación le dominara.
Y que Nekozawa tampoco sería capaz de hacerle daño a alguien tan perfecto como él.
Por supuesto que Kyouya no había dicho exactamente las mismas palabras, pero vamos, el rey no era tonto y era perfectamente capaz de leer entre líneas. Incluso entre las de su mejor amigo.
Así que se sonrió, satisfecho.
Ese Ohtori era definitivamente un gran amigo.
Y en eso iba pensando, precisamente, mientras dentro de su cabeza era proyectado un cinema mental en el que Kyouya y él correteaban a la orilla del mar, tomados de la mano y dando saltitos, sonriendo ampliamente y sintiéndose totalmente protegido (porque, rayos, hasta la fecha no conseguía comprender por qué su ambicioso amigo siempre le había hecho sentir tan seguro ante cualquier situación... más sin embargo la sensación siempre había estado ahí, y Tamaki estaba seguro, en su totalidad, de que Kyouya hubiese sido capaz de arreglar incluso el peor de los estropicios que él fuese capaz de provocar), cuando atravesó la puerta del aula y posó la carpeta con listas de asistencia sobre el escritorio del profesor.
Una de sus compañeras se encontraba en esos momentos repartiendo exámenes, así que prefiriendo no molestarla, tomó uno directamente de la pila que se encontraba al costado de donde había él colocado el fólder.
Se sentó entonces en el primer sitio que encontró, y sacando una pluma de su bolsillo, dirigió su mirada hacia la hoja de papel que había cogido previos instantes.
Su corazón dejó de palpitar por unos segundos.
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—Gomen nasai.- la voz de Kyouya sonaba firme, aún cuando en aquellos momentos se encontraba ofreciendo disculpas. Su cuerpo inclinado ligeramente hacia el frente, desde la cadera. –Me avergüenza profundamente lo que ha ocurrido, pero puedo asegurarle que no volverá a suceder.
—Está bien, Ohtori-kun. No ha sido su culpa.- respondió el profesor, quien se encontraba de pie en la puerta del aula, frente al joven de anteojos. –Pero le ruego que ahora por favor se lo lleve, que está interrumpiendo mi clase.
Ambos pares de ojos se posaron en la rubia figura de Tamaki Suoh, quien cansado tras todo el alboroto montado minutos antes, se había hecho un ovillo en una esquina del salón, temblando y mirando a todos con los ojos completamente en blanco.
Kyouya suspiró, cabeceando, y se adentró en el salón de clases, siendo perseguido por las poco discretas miradas de varios rostros ruborizados.
Una de sus piernas se flexionó al haber llegado frente a su compañero, y apoyando una rodilla sobre el piso, colocó la mano sobre el hombro del otro.
—Tamaki...
Los vidriosos ojos violetas le enfocaron. El rey estaba temblando.
—Tamaki, estás bien?
—O-Okaa-san...
Y aunque en aquellos instantes Kyouya se sentía terriblemente avergonzado, enfadado y fastidiado, una cálida sonrisa se formó en sus labios en el momento que estiró su mano para que su amigo la cogiera.
—No pasa nada, Otou-san... Volvamos a clase.
Las mejillas del rubio enrojecieron débilmente, conforme era consciente de que la persona frente a él era nada menos que su mejor amigo. "Esa persona" que le hacía sentir seguro siempre. Y sin más dudas, se arrojó a sus brazos, estrechándole en un fuerte apretón, mientras se acurrucaba en el pecho del ser querido.
—Okaa-san! Tenía mucho miedo!
El moreno hipó. Tenía las cejas arqueadas, el rostro inclinado hacia la cabeza de Tamaki, quien le abrazaba con fuerza, y los oídos bien puestos en los murmullos que se habían apoderado de la clase.
Comprobando cómo varios de ellos, provenientes principalmente de las emocionadas clientas (o no) del Host Club, parecían decir algo que sonaba a "MOE", el joven administrador se acomodó los anteojos con dos de sus dedos.
Tal vez aquello pudiera ser profundamente humillante, pero debió habérselo planteado dos veces antes de haberse presentado ahí sin un buen fotógrafo.
Después de todo, el dinero siempre era dinero.
x x x
Caminaron juntos el camino de regreso a su propia clase. Los pasillos pareciendo más oscuros de lo que ya eran, ahora que estaba el cielo cubriéndose de negros nubarrones.
Kyouya lo dijo una vez más:
—Es sólo tu imaginación.
Pero eso no evitó que Tamaki, que avanzaba a su lado, sujetando su mano y girando su rostro hacia ambos costados para asegurarse de que todo estaba bien, se apartara un poco de él.
—P-pero Kyouya... te digo que el texto de esa hoja... N-no era japonés! Ni tampoco era francés! Era una maldición escrita en algún idioma diabólico! Tienes que creerme!- y con esto, sus ojos se ensancharon, dándole aquella peculiar expresión de cachorrito a la que su mejor amigo jamás podía decir que no.
—Era griego...- dijo éste, sin embargo, girando su rostro hacia un costado.
—Pero..!
—Basta. Te repito una vez más, que Nekozawa no te embrujó. No tienes encima ninguna clase de hechizo, y si estás teniendo mala suerte, es sólo porque eres un torpe.
—P-p-pero...
—Adentro!- exclamó entonces Kyouya, una vez hubieron llegado a su respectiva aula. –Y termina rápido ese examen, que nos quedan 20 minutos antes del próximo.
—O-Okaa-saaaaaaaaan!
La puerta se cerró detrás del administrador del Host Club, y finalmente el pasillo se llenó de silencio.
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—Ohayou! Kyou-chan! Tama-chan!
La vocecita chillona de Hani, quien sobre los hombros de Takashi Morinozuka se acercaba desde el otro extremo del corredor, hizo que ambos jóvenes volvieran su mirada hacia él.
—Buen día, Hani-senpai.- saludó a su vez Ohtori, haciendo una ligera inclinación de cabeza. –Mori-senpai.
Hani apenas estaba separando sus labios para decir algo más, cuando el rey se apartó de ellos, con un salto, para esconderse detrás de Kyouya.
—Alto! No se me acerque más, Mori-senpai! Podría morir en cualquier momento!
Los dos muchachos lo miraron, sorprendidos, y el administrador suspiró, desganado.
—Ha pisado la muñeca de Nekozawa-senpai esta mañana, y ahora cree que está bajo una maldición.
—No es que lo crea! Es que lo estoy!- chilló Tamaki, a su vez, colgado aún de uno de sus brazos.
—Tamaki...
—Las letras...
—Cuántas veces tengo que decirte que...?
—Tú no entiendes!- chilló Tamaki, mordiendo dramáticamente un pañuelo blanco y estirando los costados hacia abajo. –Ni te preocupas por mí. Si fuera a ti a quien Nekozawa-senpai hubiese embrujado, yo...
Kyouya suspiró pesadamente.
—No importa.- dijo, entre dientes, antes de girar la manija de la puerta que conducía al tercer salón de música. –Sólo trata de mantenerte calmado cuando atiendas a tus clientes.
El rubio sacudió su cabeza, y el muchacho de los anteojos se adentró en el aula, no haciendo mucho caso de la vocecita de Hani preguntándole a su amigo cómo se sentía tener una maldición encima, y si dolía mucho.
