El fuego calentaba la estancia de piedra, pero eso no impedía que los niños tuviesen escalofríos. Uno con cada grito dolor que daba su madre.

Su padre también reaccionaba ante cada uno de ellos, pero él solo se encogía como si le diesen un puñetazo.

Había muchos enemigos que darían lo que fuera por ver al joven lord en esa posición, tan vulnerable, aunque hubiese pasado por ese proceso seis veces. Este sería el séptimo parto que la Señora pasase. Sin contar los partos múltiples, por supuesto.

Niall observan todo esto con temor. Tenía ya ocho años, en breve comenzaría a entrenar en el patio con los caballeros. O eso le había prometido Sheridan, el maestro de armas de Sieteaguas.

Vió a sus hermanos, que temblorosos, se aferraban a él. Su padre estaba alejado, como siempre. Su rostro sólo expresaba algún sentimiento delante de su amada Ciara.

Mi madre.

O eso es lo que siempre me contaron mis hermanos. Yo jamás conocí ese lado suyo. Bueno...solo al final. Y ni por él lo supe.

En ese momento observó a sus hermanos pequeños. Lorcan y Conan, ambos unos torbellinos de siete años, aunque a veces Conan conseguía doblegar un poco a su gemelo. Un poco.

Luego estaba Aidan, de cinco años. Sus rasgos de bebé se habían suavizado para mostrar la mandíbula de rasgos agudos hederada de su padre. Todos los hermanos eran clavados a su padre, pelo rizado y marrón y ojos gris claro. Excepto él, el único rasgo que había sacado de Madre era era el pelo: negro como ala de cuervo y algo largo. Sus duros ojos grises mostraban reserva y cautela, a pesar de la temprana edad.

No era el único que tenía algo de Madre, también estaba Cillian, con esos ojos verde intenso, aunque parecían de un tono apagado comparados con los de Madre. Tenía tres años con su mellizo Darren, aunque Darren también era un calco de Padre.

Y Connor, el más pequeño con tan solo dos añitos. Era una dulzura, todos lo querían. Era imposible no quererlo. Él era el más pequeño, de momento.

Otro grito de Madre reverberó en la estancia, procedente del dormitorio de los señores, y todo el mundo es encogió. Connor comenzó a sollozar y no lo pudieron parar.

El lord empezó a caminar, dando vueltas por la habitación como un animal enjaulado, como siempre hacía cuando la espera se alargaba mucho...es decir, unos diez minutos.

Pero esa vez...se estaba alargando de manera alarmante. Todos recordaban los partos anteriores: cortos y limpios...bueno, supongo que tan limpios como podía ser un parto.

Me he ocupado de algunos, y he de admitir que no son lo más agradable del mundo.

Otro grito desgarró el aire y unas lágrimas se resbalaron por el suave rostro de Darren. Lord Alaric parecía verdaderamente angustiado.

No me extraña que siempre me dijeran que cuando mi madre murió, se llevó con ella la mejor parte de él.

Lloro amargamente al saber el daño que causé, aunque mis hermanos siempre defendieron que nada fué culpa mía. Aidan siempre dijo esto con especial fiereza, como si le pareciera una aberración que me echase la culpa. Siempre dijo que no es lo que Madre habría querido.

Una mujer salió del dormitorio y todos dirigieron sus cabezas hacia ella como un resorte. Estaba pálida, y una leve película de sudor le cubría el rostro. Se iba a toda prisa a por trapos y agua caliente, dijo.

Entonces salió la Vieja Bree, aunque supongo que entonces no era tan, tan vieja.

-Mi señor- dijo temblorosamente-. Tengo que decirle algo en privado. La señora quiere que los niños pasen a verla inmediatamente.

Padre se tensó, pero asintió en dirección a la Vieja Bree y nos hizo una seña para que fuésemos al dormitorio. Cogí la mano de Connor, que prácticamente me arrastraba el dirección a Madre.

La cama era grande, con un dosel de un hermoso verde oscuro. Las sábanas eran negras, como siempre que pasaba esto. No quería asustarnos con la sangre.

Ella estaba allí. Hermosa y pálida. Salvaje y elegante.

En ese momento recordé los rumores que las viejas compartían ante la fuente de la plaza de Sieteaguas. Ella era una de los Sidhe, la hija de algún dios con un humano.

Los Sidhe eran un pueblo sabio y amable, que vivían cientos de años y que eran fieros protectores con las tierras que habitaban. En ese momento, todos pensamos que los rumores eran mentira.

Si ella había sido Sidhe no habría tenido que morirse, pero lo hacía. Su vida se apagaba...pero su belleza y su poder eran visibles aun así.

Sonrió. Esa bella sonrisa que estaba reservada solo para ellos y su padre. La suave piel del color de la leche estaba perlada de sudor, y estaba algo más pálida de lo que era normal. Su pelo, largo y negro como la misma noche, sólo lo acentuaba. Esos ojos de un siempre brillante verde bosque estaban apagados que en comparación, los de Cillian relucían como esmeraldas, no como todas aquellas veces en las que, contenta, sus ojos cambiaban de tonalidad como si fueran el follaje de un árbol movido por el suave viento. Sus rasgos tan dulces como la miel lucían profundamente cansados.

-Tranquilos- dijo con tono lino de amor y ternura, al igual que sus ojos verdes-. Podéis acercaros. Venid, por favor.

Niall fue el primero en acercarse para ver a su nuevo hermano... No, hermana.

Cogió aire de golpe y sus hermanos se acercaron en tromba a verla. Connor y Aidan se subieron a la cama para verla mejor.

Era la cosa más hermosa que había visto nunca.

Estaba acostumbrado a que sus hermanos naciesen rojos y llorones, pero ese no era este caso. La bebé tenía la piel de un blanco impoluto como su madre, y el mechón de pelo que le cubría la cabecita era negro como la misma noche. Sus morritos estaban algo rellenitos, y eso resaltaba sus enormes ojos almendrados, que cambiaban de color como si fuera el viento que movía las hojas de los árboles. Era la viva imagen de su madre, tan hermosa como ella pero mucho más delicada.

Connor se acercó un poco a ella, y acarició su mejilla.

La pequeña pasó su mirada de nosotros a él, mirándolo solemne.

-¿Cómo se llama?- preguntó Cillian.

Madre sonrió.

-Aún no tiene nombre, ahora se lo elegiréis. Tenemos otras cosas que hacer ahora- medio se levantó con una mueca de dolor. Aidan la ayudó a incorporarse y le sonrió. Aidan estaba muy serio-. Os amo muchos, mis niños- dijo con lágrimas en los ojos.

Nos miramos unos a otros, desconcertados. Jamás había llorado delante nuestro.

-Nosotros también te queremos, mami- respondió Aidan.

Ella asintió, al borde de las lágrimas.

-Escuchadme bien, mis niños- dijo, ahora mortalmente seria-. Cuidaos nos unos a los otros como si vuestra vida dependiese de ello. Cuidad a vuestra hermanita y permaneced unidos siempre- entonces se sacó algo del bolsillo-. Niall, coge esta semilla. Plántala en el lago principal, así parte de mi alma estará siempre con vosotros. Y esto- se quitó el colgante de plata y se lo dió a Aidan-. Guardárselo a la niña para cuando esté lista.

Aidan asintió, mas serio que nunca. Se puso el colgante y lo escondió debajo de la camiseta.

-Niños, os quiero tanto- en ese momento se le quebró la voz, pero había tanto orgullo en su mirada...-. Cuidaos mucho. ¡Sheridan!

Al instante el maestro de armas apareció en la puerta. Les hizo un gesto para que le siguieran. Madre agarró el brazo de Niall. Sus ojos brillaban algo febriles.

-Niall, lleva a tu hermana contigo.

La cogió casi con miedo, como si fuese una muñeca de porcelana que se podría romper en cualquier momento. Mis hermanos nos esperaban.

Sheridan los llevó al salón privado, donde la Vieja Bree y su hija, Enya, les sirvieron chocolate caliente y pusieron la televisión, pero no le hicieron caso.

Se sentaron, como siempre que teníamos una reunión seria, como cuando Lorcan y Darren habían peleado por quien tiraba una piedra más lejos en Pequeño Afluente.

-¿Cómo la llamaremos?

Todos se quedaron pensativos.

Los nombres tenían un significado especial, una seña de cómo serías. O eso me había contado un druida.

El de Niall, por ejemplo, significaba "campeon". Conan era "guerrero". Lorcan "pequeño valiente", el cual le sentaba fantásticamente, teniendo en cuenta sobretodo que el era el más temerario de todos. Aidan "fuego", ese nunca lo había comprendido mucho. Luego estaba Darren: "pequeño noble" y Cillian: "santo del monasterio". Ese tampoco lo entendía mucho. Por último, Connor: "amante de los perros", lo que era cierto a todas luces. Siempre conseguía encandilar hasta a el más fiero perro-lobo.

¿Qué nombre le pondrían a aquella cosita tan pequeñita y delicada?

-Muirne- dijo Cillian de pronto-. "Pequeño cisne"

Lorcan frunció el ceño.

-Yo no veo donde tiene el cisne.

Niall rió suavemente. Conan pegó en el brazo a su gemelo, haciéndole una seña para que se calmase.

-Tiene la piel tan blanca como las plumas de los cisnes- explicó el pequeño santo.

Ahí asintieron.

-Pero no me gusta para ella- dijo Lorcan arrugando la nariz.

-Faicré: "cuervo, la que lucha".

Todos se sorprendieron al oír hablar al siempre silencioso Aidan.

-No- se negó Niall en rotundo-, ella jamás luchará. Nosotros la protegeremos.

Todos asintieron a ello, pero Aidan solo me miró fijamente, como si supiese algo que yo no.

-De todas formas, yo la llamaré Faicré. Ese nombre está echo para ella, por mucho que digáis lo contrario. Elegante y contundente.

-Alaina- dijo Connor de pronto.

Asintieron, pensativos.

-"Querida niña". Le irá a las mil maravillas.

-¿Qué hacéis?- preguntó Sheridan, sentándose cerca de ellos.

-Elegimos un nombre para nuestra hermanita, Sheridan- explicó Conan.

El corpulento hombre asintió y se sentó a mi lado.

-¿Qué os parece Faelenn?

Niall arrugó la nariz.

-¿Qué significa?- preguntó Cillian.

-"Pequeña loba"- dijo Aidan con una sonrisa divertida-. No te emociones, estaban a punto de escogerle Alaina- Sheridan arrugó la nariz con disgusto-. Pero puedes llamarla como quieras. Para mí siempre será Faicré.

-Pues yo la llamaré Muirne- saltó Cillian. Él era siempre tan tranquilo que les debió sobresaltar verlo tan emocionado.

-Vale, pero su nombre verdadero será Alaina- admitió Lorcan a regañadientes.

Ellos sonrieron.

-Pequeña y bella Faelenn- rió Sheridan acariciando la mejilla de la pequeña-. Tendrás mil pretendientes a tus pies si te pareces en lo mas mínimo a tu madre.

Todoa rrugaron la nariz ante eso. Se miraron entre nosotros en ese momento y prometieron que nadie tocaría a su hermanita, se llamara como se llamase.

En ese momento entró Padre, y un escalofrío les recorrió a todos al ver su expresión. Era dura como el hielo.

-¿Dónde está?

-Aquí, Padre- musitó Conan. Haciendo hueco para que pudiese mirar bien a Alaina.

-¿Cual es su nombre?

-Alaina/Muirne/Faelenn- dijeron todos al mismo tiempo, menos uno.

Aidan miró a Padre fijamente, con algo de frialdad.

-Faicré.

Padre frunció el ceño.

-En realidad son solo motes- dijo Lorcan con soberbia-. Su nombre es Alaina.

La mandíbula de Padre se tensó y salió de la sala con paso airado.

Más tarde aquella noche, les contarían que su madre había muerto. Todos lloraron menos uno; el que ya lo sabía.

Dos sombras se reunieron en la penumbra esa misma medianoche.

-¿Cual es su nombre?- preguntó la figura más alta. Tenía un porte elegante, de voz aflautada.

-Alaina- dijo la sombra más robusta, con una sonrisa en la voz.

-Bello y delicado nombre para una criatura tan peligrosa.

La figura robusta se tensó.

-Sólo será peligrosa para sus enemigos. ¿Sabes cómo la llama Aidan? Faicré.

La sombra elegante rió.

-Vaya con el pequeño vidente de Sieteaguas. Buen nombre. Esa niña tendrá que luchar sí o sí, por muy querida que sea.

Y las figuras se fundieron entre las sombras de la noche. Una volviendo a las profundidades del bosque y otra con dirección a la fortaleza que se alzaba en aquel gran y solitario bosque, justo en el lugar en el que se juntaban siete afluentes para formas el lago en cuyo centro brillaba la plateada luna.