Shinobi to Kunoichi

Era la primera vez que no tenía ganas de beberse el caldo. Había sorbido con desgana los fideos; incluso el sabor de la pasta de pescado, su favorita, no le había logrado animar. El dueño del Ichiraku lo miraba con curiosidad, pero no decía nada.

Ella le tomó de la mano. Durante la última hora había estado consolándolo, pero ahora lo estaba dejando reflexionar. La verdad es que era un tema delicado, pero el estado al que le estaba arrastrando era demasiado grave como para ignorarlo. Había perdido color en el rostro, no dormía adecuadamente, estaba mucho más disperso, e incluso sus técnicas le fallaban demasiado a menudo. Naruto antes parecía un loco al ponerle tantas ganas a los combates, pero últimamente tenía suerte si lograba producir una copia que no se desvaneciese al primer golpe. Estaba volviendo al nivel que tenía a los diez años.

Sakura se acercó un poco más a él. Apoyó su peso leve en el costado del muchacho, abarcándolo con el brazo.

― No te preocupes más. Seguro que se soluciona...

Naruto volvió la mirada cansada hacia su compañera. Sonrió levemente mientras Sakura elevaba el pulgar.

― Cualquiera diría que Lee te está pegando sus gestos.

― ¡Argh! ― ella se estremeció ante estas palabras ―... ni lo pienses...

― Muchas gracias, Sakura ― se levantó del taburete, y se abrochó la cazadora ―, ahora tengo que ir al campo de entrenamiento tres. Hoy me toca con Neji...

Sakura chasqueó la lengua y frunció el ceño.

― Con Neji... vaya... qué mal, ¿no? ― pero ella también se levantó, dejando el dinero en la barra ― Tengo una idea: te acompaño. Al fin y al cabo, mi campo de entrenamiento esta semana es el cinco.

Naruto sonrió, esta vez más ampliamente. Ambos caminaron codo con codo hasta la zona de entrenamiento.

La sensación era arrolladora. Todo aquel movimiento, después de haberse adormecido con el calor de las caricias, le estaba activando y volviéndole loco. Era fantástico, demencial, sentir a Hinata tan cerca, abarcándolo con firmeza... la simple vista de su figura abandonándose bajo su cuerpo le bastaba para perder el control.

Aquella carne blanca y firme, recibiéndolo con calor y oponiéndole resistencia a su entrada, le estimulaba de un modo animal. Sentía el olor de Hinata golpearle como un látigo, instigándole a usar más fuerza y velocidad. El ceño fruncido de la kunoichi y sus ojos cerrados con fuerza, el sudor que le perlaba la frente y los suaves quejidos que se escapaban de sus labios apretados... todo le nublaba y vencía, haciéndole cerrar los ojos sin remedio y dejando que sus caderas se moviesen por instinto conquistando y cediendo, derribando y acariciando, hundiéndose cada vez más fuerte...

Por encima de su propia respiración, pesada y jadeante, creyó oír un murmullo. Supo que era Hinata. Lo enardeció aún más, haciéndole apretar más los párpados, cerrando la presa de sus manos en los hombros de la kunoichi y empujándola hacia él al ritmo de sus embates. El murmullo se aclaró un tanto, y Naruto pudo distinguir su nombre entre lo que musitaba ella. Descendió aún más su peso, acercando su rostro al de Hinata. Quería escuchar su voz mientras la arrastraba consigo, quería saber que ella sentía lo mismo.

Naruto... por favor...

Notó el cuerpo de Hinata contrayéndose. Naruto se sorprendió mientras intentaba profundizar aún más su contacto. No creía que fuera a lograr hacerla estallar tan pronto. Sintió las manos pequeñas juntándose en su torso.

Naruto... me haces daño... para, por favor... ¡me haces daño!...

Tardó un par de segundos en comprender lo que ella estaba murmurando, pero esas palabras lo golpearon de repente como una tonelada de plomo. Abrió los ojos y se encontró con los de Hinata, terriblemente tristes e inundados en lágrimas, que lo miraban suplicantes. Tenía las mejillas encendidas, los labios fruncidos en un puchero, y sorbía levemente por la nariz. Miró sus manos, cerradas en dos pequeños puños, que tapaban sus pechos y los separaban firmemente del torso moreno. Profundamente impresionado, se levantó de encima de ella.

La había herido... estaba haciéndola daño, todo este tiempo... y ella sólo había murmurado, dolorida, indefensa ante su instinto salvaje, mientras él seguía y seguía sin hacerla caso, como una maldita bestia. No pudo soportarlo, y de un salto bajó de la cama y salió velozmente de la habitación. Se agitó deambulando entre las cuatro paredes de la sala como un animal enjaulado, sin poder dejar de atormentarse.

¿Es que acaso no recordaba lo delicada, lo dulce que era Hinata? ¿Acaso no sabía que debía tratarla con suavidad y cariño? ¿Es que no la amaba con ternura y deleite? Todo había ido muy bien, todo había sido perfecto y suave, hasta que él se había abandonado a aquella pulsión animal. Cómo se odiaba en este momento... La tomó a puñetazos contra una de las paredes, apretando los dientes, tragándose la rabia con amargura mientras sentía la sangre escurrirse por sus nudillos. Era un necio, un ignorante, un bruto.

Respiró hondo, reposando la frente en la pared, y las palmas en las manchas de sangre que ya había dejado en el muro. Pensó en Hinata, allí en la habitación, y supo que debía pedirle perdón. Se arrastraría sobre el suelo, le rogaría hasta el límite... pero no podía dejarla así, después del dolor que le había causado.

Se dio la vuelta con lentitud. Caminó en silencio y con cuidado hacia la puerta, acarreando consigo todo el arrepentimiento y la pena que le embargaba, y escudriñó desde el dintel.

Hinata estaba llorando.

Desconsolada, se había acurrucado en la cama de espaldas a la puerta como una niña pequeña, cubriéndose con la sábana. Sollozaba con fuerza mientras se tapaba la boca con las manos, hundiendo el rostro en un cojín. Naruto sintió cómo se le destrozaba el corazón. No había perdón posible. Algo tan cruel no merecía el perdón. Entró en silencio en la estancia, decidido a humillarse cuanto hiciera falta ante Hinata, aunque fuese sólo para que dejara de llorar. Cuando sólo había avanzado unos pasos, la voz de Hinata susurró ahogadamente entre los sollozos, aún de espaldas a él:

I... Idiota...

No hizo falta más para que Naruto perdiera la esperanza. Recogió en completo silencio su ropa, tratando de que ella no lo sintiera, y envuelto en ese mismo silencio salió de la casa. Sólo cuando había doblado la esquina rompió a llorar.


La puerta de papel cedió con un susurro sordo. La luz pálida del día primaveral se deslizó por el suelo, y Hanabi asomó la cabeza por el hueco.

― ¿Hinata nee-sama?

La estancia estaba vacía. Había un ligero desorden en las cosas, platos usados sobre la mesita y los cojines sin mullir, revelando en sus curvas que alguien había reposado sobre ellos.

Hanabi pensó que su hermana no estaba en casa al no oírla contestar, pero le extrañó el descuido de la sala. Hinata normalmente era demasiado escrupulosa con la limpieza de la casa, incluso con la habitación de Hanabi, lo que sacaba de quicio a la pequeña de los Hyuuga. Recogió con calma los platos y palillos, apilándolos para llevarlos a la cocina. Pero no llegó a su destino. Las manchas de sangre en la pared le alarmaron de repente.

Byakugan ― susurró muy bajito Hanabi. Su Byakugan era el más potente de todos los Hyuuga, incluso que el de Neji, aunque el Suiken de su primo era mucho mejor. A través de las paredes rastreó la cocina, el baño, el pequeño patio... y encontró a Hinata tendida en su futón, vigilada por una figura que se arrodillaba a su lado.

Hanabi se asustó. Todo aquello ya le había puesto los pelos de punta, pero la vista de aquel intruso fue definitiva. Con todo el sigilo del que le era posible extrajo un kunai y se lo cruzó ante el rostro, avanzando en silencio hacia la habitación. No sabía con qué tipo de enemigo tendría que enfrentarse, así que era mejor tener a mano el arma para ataques a distancia. Pero antes de que hubiera alcanzado la mitad del pasillo, una voz poderosa la detuvo.

― Hanabi-chan, no te preocupes. Y no hagas ruido, acaba de quedarse dormida.

La puerta de la habitación se abrió suavemente, y Kiba salió de ella con tranquilidad. Hanabi guardó el arma, bastante avergonzada. Contra un "enemigo" como Kiba no tenía nada que hacer usando ese tipo de acercamiento: seguro que desde que entró a la calle le había olido.

Ambos salieron a la sala, y cerraron la persiana que daba al pasillo. Mientras ponían orden y abrían las ventanas Kiba le contó a la kunoichi el estado lamentable en el que se hallaba Hinata. Prácticamente no comía, en los entrenamientos no conseguía mantener la concentración, y se pasaba las horas muy quieta y en silencio, cuando no llorando sin parar.

― Me parte el corazón verla así ― gruñó Kiba, mientras se sentaba enfrente de Hanabi a la mesa ― y además la actitud de Hiashi-sama no contribuye a que pueda levantar cabeza. Ayer estaba tan débil que no quiso comer, pero no faltó al té que tiene fijado los martes con tu padre. Y se encontró con que a partir de ahora la recibirá en el pabellón oeste.

El pabellón oeste estaba reservado para las visitas de forasteros. Hinata jamás se había sentido tan humillada, pero no podía más que tragar el té y escuchar a su padre.

― Se pasó todo el tiempo alabando a su sobrino Neji, que ha conseguido prometerse con la hija de un gran señor feudal, "trayendo renombre y nobleza a la familia". Siento decir esto porque también es tu padre, pero es un bastardo.

Hanabi se enervó. No le gustaba que hablasen mal de su padre, pero la actitud de Hiashi a veces era demasiado dura. "Invitar" a Hinata a que abandonara el hogar familiar a favor de Hanabi fue de una gran descortesía y frialdad, pero aún así lo hacía por el bien de todo un clan que siempre había protegido sus costumbres marciales. Cuando Hinata manifestó su deseo de comenzar a verse con Naruto el gatillo se disparó en el corazón de su padre, y todo vino rodado. El proceso de gradual cambio de foco de Hinata a Hanabi seguía su curso, el "destierro" de Hinata, además de la intención de que fuese tratada como foránea en la casa de su propio clan... el hecho de que ella se asiera de una forma demencial a Naruto, porque creía que era la única persona que la quería por lo que era en realidad, no por la familia a la que pertenecía... y ahora se sentía profundamente desgraciada, porque no había sido capaz de aguantar un poco más para que Naruto no se sintiera "decepcionado con ella"...

― Piensa que no es más que un estorbo ― Hanabi pudo oír los colmillos de Kiba rechinar mientras se le fruncía el ceño de un modo salvaje―, que es demasiado infantil, y que Naruto la odia. Cuando coja a ese desgraciado le voy a arrancar las entrañas... saltar de ese modo de su lado, y dejarla sola, el muy... no le creía capaz de hacerle tanto daño...

Hanabi resopló.

― No vale de nada lamentarse ― resolvió, colocándose el larguísimo cabello tras las orejas ―, hay mucho trabajo que hacer para sacudir a mi hermana de esa oscura cama... ¿Me ayudas?

― ¿Qué hay que hacer? ― preguntó Kiba, entusiasmado ante la resolución de Hanabi.

― Vamos a empezar dándole un poco más de vida a esta casa... y haciendo una cena que ni Hinata-sama podrá rechazar...


Al recoger el equipo se paró en el paño bordado con dos hermosas carpas, que usaba para envolver las cintas con las que se ataba el pelo. Su prometida se lo había obsequiado en la última visita a su casa, cuando por fin pudo verle la cara sin ningún obstáculo. Era la ceremonia de los siete años de su hermano menor, el heredero del título. Fue llevado ante su padre para que le mostrara su primera lectura, y lo hizo de un modo tan maravillosamente elegante que el señor feudal pasó la noche de un humor excelente. Él mismo alzó las cortinas del ala de los cerezos, y contempló complacido cómo Neji observaba hechizado el rostro pálido de su hija.

Acarició con mimo las sedas, y se sujetó la manga para que no se ensuciara al agacharse para guardar de nuevo el paño. Naruto lo observó. Esos gestos tan elegantes, esos ademanes tan regios, parecían salirle de un modo natural. Eso era lo que le faltaba a él para ser alguien digno de Hinata.

― Neji...

― Dime.

― ¿Tú... estás ahora de permiso, verdad?

― Sí.

― ¿De un mes?

― Un mes y medio.

― ¿Podría... podría pedirte un favor?

― Adelante.

― Tú... seguro que tú serías capaz de enseñarme a ser algo menos brusco... algo más... refinado. Últimamente mi actitud me da problemas...

― Siempre ha habido problemas con tu actitud, Naruto-kun ― Neji sonrió.

― Pero... esta vez no me gusta cómo me comporto. Hago daño a los demás...

Neji se paró un instante, reflexionando.

― ¿Problemas sociales?... Me parece que ya sé por dónde vas, Naruto ― el día anterior Neji se había sonreído al ver a Naruto acompañado de Sakura. Ambos parecían estar muy unidos. Realmente unidos ―. ¿A que se trata de una chica?

Naruto se asombró y se asustó un poco, pero la actitud de Neji era calmada y cordial.

― En realidad sí...

― De acuerdo, te ayudaré encantado.

― Bueno, pensaba que a lo mejor te molestaba... ― dudó Naruto, rascándose la nuca ― Por todo eso de que se trate de ella...

Neji pensó en qué querría decir Naruto. Siguiendo su lógica, se encontró con que tratándose de Sakura a lo mejor sería una pequeña traición para con su compañero Lee el ayudar a Naruto a conquistarla.

― No te preocupes por eso, Naruto. Al fin y al cabo, ella tiene la última palabra.

― Gracias, Neji...


Chôji no sabía qué hacer. Le habían atado realmente fuerte. Tenía miedo de soltarse utilizando alguna técnica porque quizá provocara daños en la estancia, además de que sería trampa. Así que se quedó quieto, calculando el siguiente movimiento. Pero el olor de la comida que venía de la cocina le desconcentró por completo.

― ¡Inooooo!

― ¡Dime!

― ¡Por favor, desátame!

Ino salió a la sala, llevando en los brazos una enorme bandeja repleta de comida humeante. El olor del cerdo cocido en salmuera golpeó a Chôji, haciéndolo babear al instante.

― Ya es hora de comer... anda, desátame...

― ¿Te has dejado atrapar?

― La verdad es que cada vez son más hábiles, me han pillado desprevenido. Venga, deshaz el nudo...

― Si te han atrapado limpiamente yo no soy quién para quitarles el mérito. Me parece que vas a tener que arreglártelas solito si quieres comer antes de que se enfríe.

― Pero... Ino...

Ella salió, aún sonriendo, al jardín. Le encantaba picarle de esa manera. Los mellizos jugaban en la arena despreocupados, pero se levantaron al ver llegar a su madre.

― Hay que lavarse las manos, la comida está en la mesa.

Cuando los dos entraron en la salita Chôji aún forcejeaba con las cuerdas, con ojos de demente. La comida olía tan deliciosa que le estaba volviendo loco. La niña se acercó a él y le plantó un beso sonoro en la mejilla grande.

Oto-san, te hemos ganado, ¿eh?

― Sí, mariposita, me habéis ganado... con todas las de la ley... pero ahora tienes que soltar a papá, ¿de acuerdo?

― De eso nada ― intervino el pequeño―, tienes que sufrir el confinamiento. Yo me comeré tu ración en señal de duelo, viejo...

Chôji no sabía si desanimarse o enfadarse.

― No te preocupes, yo te desato ― declaró firmemente la pequeña, sacándole la lengua a su hermano―, eso es tortura, y es trampa...

Con sus dedos regordetes deshizo los nudos. Chôji la enterró en sus brazos fuertes, adoraba a aquella cría. Pero el niño les miró con un gesto de escepticismo.

― Bah... eres más blando de lo que pensaba, viejo...

TONK

― ¡Auuuu!

― Un poco más de respeto por tu padre, señorito Inosuke... ― Ino hacía crujir los nudillos amenazadoramente mientras el ceño le temblaba―, cómete las legumbres o te juro que sabrás lo que es la tortura de verdad.

La pequeña se rió por lo bajo mientras comía con avidez. El resto de la sobremesa transcurrió tranquilamente, bajo el sol del verano y con el rítmico golpeteo de la caña de la fuente en el jardín. El único conflicto surgió cuando Chôji y su hija pelearon encarnizadamente por el último pedazo de cerdo. Ella ganó, y se reía en los mismos morros de su padre mientras mascaba con deleite.

― Buhh... mariposita...


"Agotada" era la palabra perfecta. Los entrenamientos con Lee siempre la dejaban así. Lo abandonó cuando aún él se enfundaba los guantes para una tanda interminable de puñetazos bajos y altos en el tronco que llevaba destrozando desde los cuatro años. Se echó la bolsa al hombro y revisó de nuevo las cuerdas donde ensartaba los kunai. No quería dejarse alguno olvidado y que cualquier niño que pasease por allí se hiciera daño.

Lee la despidió con una sonrisa. La verdad es que cada vez era más rápido, y atrapaba todas las armas. El entrenamiento con los ojos vendados le había dejado un corte en la mejilla, pues no pudo prever uno de los shuriken y sólo lo desvió cuando ya le había rasgado la piel.

― ¡Hasta mañana, Tenten! Mañana tengo con Chôji, ¿y tú?

― ¡Si las maniobras de esta noche salen bien, con nadie!

― ¿Entonces no podrás pasarte por la fiesta esta noche?

― No, no podré... qué suerte tienes tú que puedes...

― Nos vemos, entonces.

Decidió tomar el camino de la espesura. Hacía demasiado calor para caminar a cielo abierto, aunque ya estuviera atardeciendo. El límite del campo de entrenamiento tres era un pequeño arrollo, que había sido desviado para rodear el campo dos, y que surtía la pequeña laguna en su centro. Pensó que si esa zona ya estaba despejada podría refrescarse antes de ir a casa, era una gozada tener en verano al alcance un agua tan clara. Siempre le tocaban maniobras en el dos en invierno, y era un fastidio.

Las flores se estaban cerrando, pero el rocío de la sombra acentuaba su fragancia. El agua arrullaba la luz, y todo parecía estar en silencio. Así que Tenten, resoplando de calor, sorteó las ramas bajas hasta poder ver el claro. Pero en cuanto el reflejo del agua le azotó los ojos se agachó con rapidez. Había alguien allí.

"Mejor me voy a casa... con lo que me apetecía"... pero se detuvo a comprobar si tenía suerte y se trataba de una chica, así podría aún bañarse.

El cuerpo que emergió ruidosamente a la superficie le era desconocido. Se quedó helada. ¿Quién sería? El agua recorría dulcemente su espalda compacta y blanca, escurriéndose del cabello denso y oscuro, demorándose en las curvas de su espina dorsal. Tenten se quedó sin aliento. Nadie de quien ella conociese tenía esa piel tan blanca excepto Neji, pero decididamente no era su compañero. Trató de no quedarse ensimismada con las hermosas manos del extraño, que retiraban con suavidad las gotas de sus brazos, y rastreó la orilla en busca de pistas.

Las ropas escrupulosamente dobladas en la orilla no le dieron más información: la luz era tan escasa ya que sólo pudo ver que eran oscuras. Pero hubo un detalle determinante.

Aquel extraño salió del agua sin una palabra más, dejando que el aire caliente del último sol le secase la piel mientras se tendía en la hierba. Mientras lo observaba, Tenten ni siquiera sentía las ramas que se le clavaban en las rodillas, ni la savia que le goteaba en el pelo. Sólo entonces se dio cuenta de que la descubriría si no se iba antes de que se levantara de nuevo, así que, lo más sigilosamente que pudo abandonó la zona de entrenamiento.

Un destello cruzó las gafas oscuras cuando Shino se las puso.


Shikamaru dejó las sandalias embarradas en la entrada. Ese Shino era infernal cuando se trataba de entrenar. Encendió las luces y el ventilador, hacía un calor horrible. Cuando se refrescó la nuca en el fregadero se fijó en la nota pegada en la nevera "Sobró Maki". Estupendo, tenía la cena hecha.

El correo estaba ordenado en el escritorio. Arrojó las cartas que no le interesaban por el momento a la cesta de "asuntos pendientes", y una se le coló en la de Lee (que estaba vacía) al rebotar con la montaña que tenía la de él. Con los palillos en la boca, abrió el estuche de un pergamino especialmente grueso que además venía envuelto en papel de seda marrón.

El sello cedió a sus manos, y reconoció la escritura tormentosa de Kankurô. Llegaría a la aldea en tres días, y necesitaba de su asesoramiento. Llevaban más de un año de correspondencia, el uno interesado en los venenos y el otro fabricando antídotos. Eran un gran equipo, además de que a Shikamaru no le interesaba estar a malas con un hombre tan problemático. Cuando le pillabas el punto (que era muy parecido al de Chôji) resultaba bastante agradable.

Algunos de los granos de arroz se habían adherido a la carta. Shikamaru la sacudió con fastidio.

Mendokusai...


Hanabi y Kiba aguardaban pacientemente sentados a la mesa. La verdad era que el estómago de Kiba gruñía más que sus propios perros, todo lo que Hanabi cocinó tenía un olor TAN delicioso... ella se reía por lo bajo, repentinamente nerviosa. Los colmillos de Kiba relucían cada vez que rezongaba.

― Hinataaaaa... ¡te estamos esperando! Como tardes un poco más se lo daré todo a Akamaru.

Hanabi lo miró, ofendida.

― Es mentira ― susurró él, con un suave ronroneo, inclinándose hacía ella con complicidad ― Cómo no voy a devorar algo que huele tan bien...

Hanabi pudo ver la nariz de Kiba vibrando levemente, y demasiado cerca de su rostro... ¿de veras se refería a la comida? Le había sonado tan terriblemente salvaje... Se sonrojó con violencia. Menos mal que Kiba ya se había puesto en pie de un solo salto, y apartaba la cortina del pasillo, si no se hubiera muerto de vergüenza.

― ¡Hinataaaaaaaa!

La mayor de los Hyuuga apareció en el dintel de su puerta. Aún estaba pálida, pero se notaba que las horas de descanso le habían sentado bastante bien. Kiba la tomó de los hombros y la obligó a sentarse, mientras su hermana servía con esmero la comida, y le comentaba lo deliciosa que estaba. Hinata cogió los palillos por mera educación, se sentía incapaz de tomar un solo bocado. Se llevó un pedacito de carne a la boca para no parecer descortés, pero el increíble sabor del guiso le revivió el estómago.

Por detrás de la espalda de Hinata, Hanabi le guiñó un ojo a Kiba. Por fin habían logrado que comiera. Se sintió estúpido cuando sólo se le ocurrió contestarle con una sonrisa torpe, así que se tapó la boca rápidamente con el cuenco y siguió engullendo la deliciosa cena.


Las primeras estrellas ya se habían asomado al cielo de verano. Lee se sacó los guantes con cuidado y los guardó en su bolsa. Cuando ya emprendía con calma la marcha hacia la aldea, vio la figura familiar de Sakura cruzando las vallas.

― ¡Sakura-san! ¡Buenas tardes!

Ella se encogió con un escalofrío. Lo último que necesitaba después de un entrenamiento desastroso con Ino era sufrir a Lee camino a casa.

― Buenas noches...

Volvía a sonreírla arqueando los ojos bajo aquellas cejas espesas, y un desagradable estremecimiento le recorrió la espina dorsal. Pudo percibir la fina línea en la mejilla, aquella herida que Tenten le hizo esa misma tarde.

― ¿Quieres una reparación rápida? Tengo aún un rato antes de la cena con Tsunade-sama. Hemos quedado a las nueve y media...

― ¡Nueve y media!

Lee se llevó la mano al bolsillo y sacó el reloj de pulsera que aún no se había puesto. Una mueca de pánico se le asomó al rostro.

― ¡Llego tarde! ¡Muy tarde! Muchas gracias, pero... ¡Ay, no tengo tiempo! ¿Qué tal estoy? ― dijo, mesándose el cabello para aplastarlo. Sakura frunció el ceño...

― Creo que... bien...

― Tendré que pasar por casa ¡Las nueve y media! No voy a presentarme con estas pintas...

Se despidió de Sakura con una leve inclinación y echó a correr. Ella se quedó en el sitio, sin saber qué hacer. En unos segundos, él ya no estaba allí. Se sorprendió obligándose a pensar que se trataba de algún entrenamiento estúpido. La idea de que Lee tuviese una cita, además de absurda, le incomodó de un modo extraño.