Este es mi regalo de Navidad para quienes todavía me leáis.
Disclaimer: The Lost Canvas no me pertenece.
Una golondrina descansa sobre la rama de un árbol. El ave permanece inmóvil a pesar del viento que la golpea constantemente. Es consciente de que su elevada posición le protegerá de la mayor parte de sus numerosos depredadores. Ya en el suelo, unos metros a su derecha, un ratón no corre la misma suerte. El animal huye desesperado, tratando de zafarse de su perseguidor, un gato callejero que a todas luces está hambriento y no va a dejar escapar a su…
–¡Ay! ¿A qué vino eso, Asmita?– exclamó Regulus de Leo, alejándose ligeramente de su compañero hasta ponerse fuera de su alcance para evitar recibir más golpes en la nuca.
–Te dije que tuvieras los ojos abiertos, no la boca.
El caballero de Virgo no parecía nada contento por compartir misión con el dueño más joven de una armadura de oro. Ni un millón de encarnaciones meditando le hubieran preparado para soportar el incesante parloteo de su camarada. Asmita no daba importancia a aquello material, pero empezaba a echar de menos su templo. El silencioso templo de Virgo.
–Me pediste que te mantuviera al tanto de todo lo que pasa a nuestro alrededor–le reprochó Regulus sin perder su característico buen humor–. Estoy haciendo precisamente eso. No me estoy dejando ni un detalle.
Para sorpresa de Virgo, eso último rezumaba orgullo.
–Solo tienes que describirme aquello que sea importante para el desarrollo de nuestra misión.
En realidad, el caballero de Virgo le había pedido que fuera sus ojos mientras durase la tarea que les habían encomendado para que se sintiese útil y dejara de preguntarle cada dos por tres cuál era su papel en dicha tarea. A Asmita no le hacía falta ver, pero el joven pareció creerse su mentira y se la tomó muy en serio. Demasiado en serio.
–¿Cómo se supone que voy a saber qué es importante y qué no lo es?
Era evidente que el rubio no le había golpeado con suficiente fuerza unos minutos atrás. La violencia no era el camino, pero ya había agotado las otras vías para callar al leoncito parlanchín.
–Usando la cabeza, obviamente.
–Verás, Asmita–empezó a decir el joven caballero de Leo con cierta timidez–. Hay algo que debo confesarte. La verdad es que no estaba escuchando cuando nos dijeron de qué iba la misión.
Esta debe ser la forma que tienen los dioses de enseñarme qué es el sufrimiento humano.
