Los personajes no me pertenecen a mi, sino a la grandiosa Rumiko Takahashi.

Este fic está dedicado a Ari's Madness y Agatha Romaniev, mis genialosas betas. Las adoro~


| SOBREDOSIS DE TV

Hay muchas cosas que Kagura disfrutaba hacer, pero que, de alguna manera, le causaban vergüenza también. Una de ellas, por ejemplo, era estar en presencia de Naraku. Es absurdo decirlo, porque en verdad le odiaba. Y, por eso mismo, le daba vergüenza asumirlo. Pero es la verdad. Ella disfrutaba mucho estar en presencia de Naraku... cuando él no era un completo patán insensible y con el ego del tamaño del mundo entero. No ocurría muy seguido, pero a veces sí. Además, era divertirlo verle perder los estribos.

Otra cosa que Kagura adoraba hacer era ser espectadora. Si hubiera vivido en la época de Kagome, sin duda hubiera sido una gran fan de las telenovelas. Se hubiera pasado horas enteras frente al televisor viendo todas esas historias que rayaban lo ridículo. Se hubiera burlado de la mayoría de ellas, nunca hubiera dicho que las veía, pero secretamente las hubiera adorado hasta enloquecer. Luego hubiera deseado con todas sus fuerzas ser actriz. Porque Kagura, así como se veía, era la mar de dramática. Y nada mejor para una dramática enardecida que una vida dramática.

Ah, claro, ustedes se preguntarán cómo rayos Kagura iba a lograr ver videos en la antigua Era Sengoku. Bueno, amigos, ustedes no tienen a Kanna como hermana, de modo que no podrían imaginarse las ventajas soñadas que eso podría proveerle. Así que, poco a poco, Kagura, la demonio de los vientos, la asesina del clan de los lobos, la coordinadora de cadáveres, se hizo adicta a ver videos.

Sin embargo, Kagura estaba bastante controlada con su pequeña adicción vergonzosa: después de todo, solo podía ver la vida de humanos y de los pocos demonios que tenían amoríos —realmente eran pocos— (de los más dramáticos, como el reconocido triángulo Kagome/Inuyasha/Kikyō. También era fan de ver Naraku/Kikyō, era taaaaaan exagerado. Y los habían impensados, como Jaken y una bruja de lo más desagradable... con solo pensarlo se le revolvía el estómago —ah, pero no estaba tan mal saber de eso—)... de todos modos, había obligado a Kanna a guardar el secreto. En fin. Sí, estaba muy controlada. Hasta que un día Kagome perdió su celular en la Era Sengoku y éste cayó, infortunadamente, en las manos de la demonio de los vientos más reconocida.


—¡¿DÓNDE ESTÁ KAGURA?!

El grito-gruñido de Naraku se escuchó por todo el castillo. Kanna, que estaba junto a su amo y se encontraba entonces inclinada hacia atrás y con los lacios cabellos duros también hacia atrás, parpadeó intentando que no se le note demasiado que había sido rociada por la saliva iracunda de Naraku. Kagura, escondida en su habitación en casi una completa oscuridad, soltó un bufido. Ya tenía que joderle la paciencia.

Una única luz se proyectaba sobre su rostro un tanto maltrecho (las ojeras, la mirada desencajada, la boca seca, aquella increíble falta de su habitual maquillaje y sus cabellos negros y desordenados, sueltos sobre sus hombros), y era la luz del celular de Kagome Higurashi, la quinceañera del futuro.

—¡QUE VENGA INMEDIATAMENTE!

Kagura soltó otro bufido y se incorporó con pocas ganas. Tenía que responder a la llamada aunque era lo último que deseaba. No podía sentir la muda presencia de Kanna acercándose a su habitación, pero pudo con facilidad imaginarla caminando hacia ella. No era difícil de deducir, de cualquier modo, si Kanna tampoco tenía otra opción que obedecer a su amo.

La puerta se abrió y un rayo de luz encegueció a Kagura, que permaneció en su lugar con expresión de fastidio. Nunca le ardieron tanto los jodidos ojos. Kanna la observó con esa tranquila expresión suya tan de... pues, de nada.

—No te ves bien —murmuró con parsimonia. A los pocos segundos, agregó—. Naraku te llama.

Kagura giró los ojos, se los refregó luego con enojo y dejó el celular de Kagome con cuidado sobre su cama. Había pasado toda la noche y gran parte de la mañana mirando a esa extraña pantalla con admiración. Tardó un buen rato en comprender que mierda estaba pasando y cómo funcionaba ese aparato del inframundo. Las teclas eran diminutas, pero no para sus largos, finos y delicados dedos de demonio. En menos de una hora pudo descifrar el comportamiento del coso ese; no solo era una cara (y trasero) bonita, claro.

Al poco tiempo entendió que ciertos patrones de movimiento en esas teclas producían cambios en la pantalla. La pantalla era similar al espejo de Kanna en funcionamiento. Obviamente, era mucho más diminuta: el aparato en su totalidad cabía en la palma de su mano. Eso sí: no mostraba imágenes a pedido, como Kanna lograba. Una tenía que arreglárselas con las teclas. Estuvo horas enteras para lograr su cometido. Pero solo fue cuestión de segundos acostumbrarse al uso, y enredarse entre el montón de videos que Kagome guardaba en esa pequeña herramienta.

Era simplemente increíble. No solo guardaba imágenes, sino también textos enteros. Había muchas cosas sobre Historia y Matemáticas, pero a ella poco le interesaban. Había mensajes también de personas que no conocía y se referían directamente a Kagome con completa familiaridad. Y la mayoría de esos mensajes enviaban videos. Muchos eran demasiado divertidos. Puro sufrimiento ajeno: personas sufriendo caídas completamente predecibles, haciendo estupideces y unos bailes bien ridículos (no tenían la menor idea de cómo era bailar de verdad. Ella podría darles cátedra).

El mensaje más interesante, en cualquier caso, fue uno que decía:

«¿Has visto esto, Kag? Los latinos están completamente locos.», y junto a eso una imagen con una gran flecha en medio de ella. Si una tocaba un botón, esta imagen entraba en movimiento y te dejaba locamente fascinada, como a Kagura. Por lo visto, había algo llamado latino en alguna parte del mundo moderno. Kagura no pudo menos que encogerse de hombros: le daba exactamente igual quienes eran y si estaban o no locos. La curiosidad la embargaba y era suficiente para abrir el video y ver a qué se refería ese amiguito de la niña.

Empezaron a reproducirse videos de personas completamente diferentes a las que Kagura alguna vez había visto. Eran de tez más bien morena, como Kōga, pero de ojos grandes y expresivos, hablando un idioma totalmente desconocido a sus oídos, de bocas grandes, expresiones exageradas y ropas por demás ridículas. Debían ser demonios o humanos de otra civilización. Por gracia de algún dios, el video con voz chillona tenía subtítulos en japonés, que hizo a Kagura sacar una socarrona sonrisa.

Esa mujer era pura maldad.

No pudo menos que hacerse adicta a Soraya, protagonista de los muchos videos que comenzaron a enviarse entre Kagome y sus compañeros. Pasó la noche riendo como desquiciada y aprendiéndose diálogos, rostros y expresiones de memoria. Debió haber visto cada video, como mínimo, unas diez veces. Por eso, su apariencia a la mañana siguiente dejaba mucho que desear. Sobre todo, a su amo y señor, que la miró con creciente asco cuando se presentó frente a él con aspecto cansado, fastidiada y apestando a rayos.

—¿Qué quieres?

Naraku la miró de arriba a abajo repetidas veces. Tenía el rostro sin maquillar, que la hacía ver increíblemente menos dañina, ojeras bajo aquellos ojos carmín entonces con marcadas venas rojas, el kimono hecho un desastre y puesto de cualquier modo sobre ella, el cabello hecho una completacatástrofe (era lo único que le gustaba: despeinada era un encanto). Y bueno, con su usual cara de gruñona que no ha follado en un mes.

—¿Qué rayos te pasó?

Kagura frunció el ceño.

—¿De qué hablas? Ya estoy aquí, dime qué quieres. No tengo todo el puto día.

Naraku tomó aire. No le costaría mucho volver a gritar y, tal vez, estrangularla un poco. Esta vez, Kanna se ubicó un poco más lejos de su señor. No tiene ganas de ser rociada de nuevo de pies a cabeza por una catarata de saliva venenosa de su intratable jefe.

—No seas insolente, querida —gruñó, apretando un poco el corazón tan apetecible de su sirvienta favorita. Era tan fácil tenerlo a disposición en cualquier momento. Kagura se llevó una mano al pecho con fuerza, doblándose un tanto y abriendo los ojos de par en par. Eso pareció desquiciarla un tanto más, sus ojos desorbitados. Naraku sonrió con calma, disfrutando cada rastro de dolor en la expresión de su extensión—. Debes presentarte todas las mañana, como bien sabes. Y hoy no te presentaste.

Kagura rezongó, recuperando el aliento. Se irguió en su totalidad y lo miró desafiante.

—Estaba ocupada, ¿de acuerdo?

—¿Haciendo qué, exactamente?

Kagura bufó. ¿Por qué tenía que responder a todas sus estúpidas preguntas? ¿Qué si estaba ocupada en el baño? ¿Eso también lo quería saber? ¿Qué si estaba ocupada vomitando por alguna enfermedad extraña de demonios, eh? Ese hombre no se enteraba de nada.

—Ocupada.

—Me estás obligando a hacer cosas que no quiero hacer, Kagura —le amenazó entonces, volviendo a mostrarle su bello corazón en su blanca mano. Kagura apretó los labios, pero se mantuvo convenientemente callada. ¿Qué otra cosa podía hacer, de cualquier modo?

Naraku la miró con ojos entornados, confundido e interesado en partes iguales. ¿Qué le ocurría a esa mujer en el día de hoy? Parecía no estar en sus cabales. Siempre era así de impetuosa y grosera, pero ese día en particular su comportamiento era por demás extremo. No agachó la cabeza ante su obvia amenaza, no dijo a regañadientes lo que le estaba ordenando decir. ¿Debía apretar su corazón con fuerza entre sus dedos, hasta que se doblegue ante él y ruegue por aire en sus pulmones?

No dijo nada, esperó pacientemente a que sus ojos rojos digan todo por él: «Dímelo ahora mismo, Kagura», le ordenaban aquellos orbes malignos, «y tal vez no te mate aún».

—¿Qué? —gruñó ella. Le dirigió una fugaz mirada a su corazón, que tanto anhelaba tener de vuelta en su pecho. De repente, un breve pensamiento pasó por su mente y no pudo evitar soltarlo de una vez, tan ansioso estaba por salir—. ¿Qué vas a hacerme? Atrévete. ¡DEMUÉSTRAME TU PODER SATÁNICO, SI TIENES AGALLAS!

Su grito salió involuntario de su boca, con fuerza, y su lengua simuló un látigo contra Naraku. Él no pudo sino simplemente verla con sincero asombro. Jamás se había atrevido a ser tan asquerosamente impertinente y suicida. Sintió unos deseos irresistibles de apretar el corazón en su mano hasta que parte de él se escurra por los espacios entre los dedos. Sin embargo, reprimió el deseo y torció un poco la cabeza, mirándola con curiosidad.

Era oficial: Kagura había perdido la cordura. Lo estaba mirando con los ojos desorbitados y ansiosos de poder, como si él en realidad le estuviera ofreciendo algo bueno.

«¿Tu poder satánico. ¿Qué mierda significaba satánico, en todo caso? Él no tiene la menor idea.

—¿Te has vuelto loca?

—¡Por supuesto que no! Estoy hablándote muy en serio —bramó en respuesta, con las manos apretadas en puños—. ¡Lo ansío mucho! Sabes que lo quiero tanto como a mi libertad.

Naraku arrugó el entrecejo e intercambió una mirada con Kanna, esperando encontrar algo de comprensión o raciocinio por parte de ella. Pero su albina extensión se mostraba tan llena de nada como siempre.

—... ¿De qué hablas?

No sabía porqué reprimía tanto acabar con toda la locura apretando aquel corazón de una vez y así poder volver a los asuntos urgentes: seguir recolectando fragmentos y patear bondadosos culos de héroes.

—¡DE ÉL! ¡Lo quiero! ¡Lo quiero aunque luego me aburra y me estorbe!

«De qué está hablando...». Sospechaba que se refería a Sesshōmaru, aunque también tenía serias dudas respecto a que Kagura estuviera viviendo en la realidad actual.

—Déjate de tonterías —masculló finalmente, cuando ella parecía a punto de perder el control y echarse a llorar de desesperación—. No soy un hombre que disfrute de las bromas. Quiero que busques a Kikyō y...

—¡NO! ¡No me interesa tus estúpidos planes! ¡Solo puedo pensar en que puede estar besando a la niña! ¿QUÉ HACE BESÁNDOLA? ¿QUÉ HACE BESANDO A LA MALDITA CRÍA?

«Por todo lo que es malvado, ¿de qué mierda habla?». Naraku miró alrededor buscando algo que explique su extraño comportamiento. Mientras Kagura gritaba, todavía sobre una cría lisiada o algo así, Naraku se dirigió a su otra extensión, que miraba todo con desinterés.

—¿Ha estado consumiendo hongos, miasma o algo por el estilo?

—No que sepa, señor.

Naraku parpadeó ante la visión que se le presentaba, aún con el caliente corazón sobre su mano, y ella de rodillas y gritando por ese misterioso «él». Ahggg, no podía concebir que estuviera presenciando algo como eso. No se decidía en matarla o dejarla gritando incoherencias en el piso.

Sacó un tentáculo desde alguna parte de su monstruoso cuerpo y la cacheteó con fuerza, dejándole una gran marca en el costado derecho del rostro y un corte pequeño en la ceja.

—Es suficiente. Buscarás a Kikyō y la vigilarás con ojo estricto —determinó con el rostro mortalmente serio. Kagura, con la mano sobre su adolorida mejilla, lo miró de reojo sin entender ni media palabra ni dónde estaba parada—. Y no me importa qué estés consumiendo, pero lo vas a dejar. Ya.

Kagura se incorporó con lentitud, dándose cuenta de la gravedad de su estado: estaba hecha un completo asco. Incluso olía mal. UFF, debía ir a una laguna de manera inmediata. Luego vería qué hacer con Kikyō. ¡Y todo lo que había dicho a Naraku! ¡Podría haberle matado! Al jodido no le faltaban las ganas ni los medios...

—¿Qué haces aquí aún? ¿Quieres que te demuestre mi poder satánico o qué?

La demonio se sonrojó de manera violenta. ¿Por qué aquella frase sonaba tan mal? ¿Porque él estaba implicando sexo contra la pared o porque ella se lo había gritado en el peor de los estados, pensando en cómo capturar a Sesshōmaru en sus redes? Y lo peor... había estado celosa de una pobre niña huérfana. Como si la pobre no tuviera suficiente con su mala vida y la compañía del coso verde con aspecto de sapo, ella se le declaraba como enemiga acérrima en ese estado tan lamentable.

Sin dirigirle ni una última mirada ni una última palabra a su amo, salió corriendo de la habitación como alma que lleva al diablo. Estaba avergonzada hasta la médula. Esperaba que al imbécil de Naraku se le quitara de la mente todas las estupideces que había dicho, o pasaría un mal rato en cuanto su amo viera la oportunidad.

Entre otras cosas, debía devolver ese aparado diabólico al lugar del que venía. Y olvidarse completamente de seguir husmeando en el espejo de Kanna y en vidas ajenas. Lo que el futuro le deparaba, de lo contrario, no parecía muy apetecible.

Aunque ser como Soraya...


—¿DÓNDE ESTÁ?

Kagome parecía sumamente nerviosa, sacando todos los elementos de su mochila, volviéndolos a ordenar, caminando de aquí para allá, y revolviendo absolutamente todo lo que estaba a su paso. Miroku y Sango la miraban con cierta preocupación en sus amistosos ojos. Shippō se escondía junto a Kirara, que parecía dispuesta a protegerlo si la sacerdotisa de pronto decidía atacarlos. El único que estaba realmente cabreado con toda la situación era Inuyasha. Como era usual.

—FEH, mujer, ¿puedes decirme que mierda estás buscando?

Kagome palideció lentamente cuando no le quedó más remedio que aceptar la realidad. ¿Por qué? ¿Por qué no había hecho caso a su familia y había actuado de esa manera tan inmadura y estúpida? Inuyasha la miró entonces con sincera preocupación. No podía salir nada bueno de esa mirada tan aterrada...

—He perdido mi celular...

Inuyasha movió las orejas un poco de lado a lado, cosa que siempre mejoraba el humor de ella, y la miró con curiosidad. La expresión de Kagome no cambió ni un ápice, seguía lamentándose internamente de los problemas que su descuido podrían causar. Aquello podría traer desgracias inimaginables para su lindo culo si su madre se enteraba alguna vez.

—¿Y eso qué?

—¿ESO QUÉ? ¿Sabes los problemas que eso puede ocasionar en la continuidad espacio-tiempo? Si soy la culpable de la destrucción del maldito universo, MI MADRE VA A MATARME.

«Oh, va a matarme, va a matarme, mamá va a matarme... Debo encontrarlo cuanto antes. Kami-sama, si estás escuchándome, juro que jamás volveré a traerlo. Me comportaré. Lo juro.»

Inuyasha frunció el ceño, incapaz de comprender porqué los padres siempre provocaban tanto miedo en los hijos. Además, ¿qué cosa era esa de la destrucción del universo? Él no tenía mucha idea sobre Matemáticas, así que supuso que no tenía porqué entenderlo, ¿cierto? Kagome estaba a punto de arrancarse los cabellos mientras Shippō consultaba con Miroku qué rayos era el celular y Sango miraba alrededor a ver si lo encontraba (no vaya a ser cosa de morir antes de besar a Miroku, ¿eh?).

—¿Por qué temes que te mate si todo se destruirá?

—¡Cállate y ayúdame a encontrar esa maldita cosa!


Nota: ¡Hola!

Este pequeño fic lo tenía pensado desde hace tiempo, gracias a esas charlas extrañas que solo pueden surgir con gente genial e igualmente extraña: en este caso, mis betas. Bueno, está de más decir que obviamente hay que agradecer a Soraya por existir y permitir estas ideas. O tal vez, lo contrario. Depende de que tan malo sea el fic.

A pesar de que escribí este primer capítulo en un santiamén, el segundo me costó mucho más. Pero ahora que finalmente lo terminé, puedo comenzar a publicar. Es solo un Two!shot, pero yo lo quería todo terminado antes de subir un capítulo. Porque sino pasa como con el resto de mis fics: tardo milenios en actualizar.

Espero que lo hayan disfrutado y se animen a dejar un comentario. Y... ¡esperen el siguiente capítulo!

¡Saludos!,

Mor.