Reto de Ciel por el evento de las imágenes en el Yamakari, cuyo reto consisitía en escribir de una imagen que nos retara.
El músico extraño
Las mentiras a veces alegran un corazón.
Eso son mentiras piadosas.
Pero duelen igual.
La primera vez que le vi fue cuando regresaba a casa de paseo y estaba a punto de dejar mi uniforme escolar y comenzar en la universidad mi carrera de profesora. Por aquel entonces, mi cabello era muy largo. Lo había descuidado por falta de tiempo.
Fue precisamente ello lo que llamó la atención.
Lo que a mí me llamo la atención de él fue su ropa, que sostuviera una guitarra encima y que estuviera fumando como si nada le importara. Y el misterio de por qué llevaba gafas de sol cuando ya no había luz.
Más tarde supe que tenía problemas de visión por culpa del sol de Japón. Sus ojos eran extranjeros y no se habituaban a esa claridad. Le creí. Como una tonta.
Se dedicaba a tocar notas sueltas, a tararear en voz en baja y mirar a la gente que pasaba. A cambio, le dejaban algunas monedas que, más tarde, descubrí que dejaba a una señora mayor en la calle siguiente.
Solía fumar un tabaco que no desagradaba y olía a colonia suave. Él aseguraba que era su propio olor corporal. Ahí no caí en la mentira y de compras, descubrí cuál era su aroma en una tienda.
Cada vez que pasaba me miraba bajo esas gafas de sol y esperaba que yo me acercara para hablar algo, aunque fueran frases cortas.
Él siempre dejaba una estela de duda en mí, de curiosidad.
El último día que lo vi lo que me dejó fue un beso en los labios y una sonrisa torcida.
—Gracias —había dicho para mi sorpresa. Cuando le pregunté por qué, él me contestó—: por darme lo siempre quise.
Y se alejó.
Cada vez que paso por esa calle me quedo mirando el lugar donde se sentaba. Ya no está. Ahora se sienta un joven rubio de ojos azules que lee siempre y mira a la gente con curiosidad, como si esperase algo.
Un día que me descubrió, cerró su libro y se acercó a mí.
—Has de ser tú —dijo—. Él te dejó esto. Para ti.
Extendió una cajetilla de tabaco. La abrí, sin comprender, porque me recordó a las que él compraba.
Dentro había una nota, pequeña y muy bien doblada.
—Gracias. Esto es lo que siempre quise darte.
En la cajetilla había unas gafas de sol rotas. Las mismas que siempre llevaba. Miré al chico rubio sin comprender.
—Mi hermano falleció hace dos semanas. Me dijo que siempre venía aquí a tocar su música porque una chica en uniforme pasaba todos los días sola y era peligroso. Me explicó que había querido verte con sus propios ojos, pero no podía. Las gafas es lo que representan.
—¿No veía? Pero…
—Tenían aumento. Si las pones para ver el cristal te darás cuenta que es un aumento bestial. Perdió su ojo derecho por culpa del cáncer. El siguiente también y el cáncer le llegó hasta el cerebro. Lo siento.
Me dejó sola, estupefacta y completamente rota.
Pude saberlo porque sentí como si mi corazón acabara de hacerse trocitos. Muy pequeños y encima, alguien los hubiera soplado por encima de mi cuerpo hasta el cielo para no regresar.
El músico extraño que me encontraba todos los días ya no regresaría para tocar algo mientras yo avanzaba. O me contaría una mentira para hacer el mundo más feliz.
Fin
17 de Mayo del 2017
¡Gracias por leer!
Notas autora:
Quería hacer algo Angs por una vez y exploté un poco la primera persona a ver si consigo hacer las paces con esta forma de redactar.
Perdón por el OOC.
