Prólogo – El tormento de un líder

El vidente rebuscó entre varios tocones que tenía detrás de donde estaba sentado, a primera vista parecían leños sin más que muy bien podrían valer para prender una fogata pero no, no eran simples trozos de madera. Lo que el vidente guardaba tras de sí eran profecías, algunos decían que importantes eventos que había visto sobre el Ragnarök, otros que eran maldiciones que tenía preparadas. El caso es que nadie sabía con certeza qué tenían grabado esos pequeños maderos.

Haraldson nunca había confiado especialmente en el vidente aunque siempre había adivinado todo lo que él le había preguntado. El carácter escéptico del earl era lo que le había hecho llegar hasta su posición y ni aunque predijese el mismo día del juicio final iba a confiar un ápice más en el hechicero que tenía delante de sus ojos. Ni su aspecto ni el olor de esa choza hedionda ayudaban a que Haraldson ni nadie de su familia confiase en el vidente, aun así, ahí estaba. Sentado. Esperando a que aquel ser encontrase su maldito tocón.

El vidente no parecía saber muy bien lo que buscaba pero tras apartar un montón de humeantes velas ya consumidas, ahí estaba – el grabado con la profecía que el impaciente earl quería.

-Es una antigua profecía, muchacho… - era raro ver al vidente desconfiando de sus propios artilugios.

-No tengo todo el día, demonio – enfurecido, el vidente había colmado la paciencia del earl; Valhalla no esperaba por los que dudaban.

El vidente desató el cordón rojo que ataba el trapo que tapaba el tocón y procedió a desenvolverlo. El trozo de madera estaba grabado hasta en su último borde.

-No pienses que otros antes de ti no intentaron encontrarlos, ¿qué te hace pensar que tú vas a tener más suerte que ellos? –los azafranados dientes del adivino se entrevieron a través de su media sonrisa. Haraldson se frotó la incipiente barba, alrededor de su boca, mientras miraba al borde del altar en el que el profeta estaba sentado.

-Nunca… -meditó- nunca he venido a pedirte consejos de guerra –la paciencia del señor llegaba a su límites- si supiera leer los versos de los Aesir entiende que no estaría sentado en tu cabaña, esperando a que te decidieses leer eso que tienes en las manos –levantó la vista y miró a lo que debían ser los ojos del hombre que tenía en frente. El adivino agarró más fuerte el tocón, nervioso por la actitud del noble. Haraldson dio un fuerte golpe en el borde del altar.

-¡Hay una partida de mis mejores hombres esperando por mis órdenes! ¿Acaso piensas que tengo tiempo para tus rituales vie… -el vidente dio un manotazo en el mismo sitio donde el noble había golpeado.

-¡Recuerda frente a quién estás sentado, idiota! – golpeó nuevamente el suelo a su lado con el tocón. La rabia del earl parecía disminuir, así como la soberbia del vidente crecía a medida que el earl volvía a su sitio.

El adivino colocó el pequeño tronco frente a él, en la separación que había entre el borde del altar que separaba a vidente de lugareño. Dio un fuerte golpe y varias oleadas de polvo saltaron del objeto; el vidente bien confiaba más en sus manos que en sus ojos así que las inscripciones del grabado debían ser claras. Haraldson creía que alguien que vivía tanto tiempo encerrado en su casa sabría de memoria todos los símbolos de cada uno de sus grabados, pero parecía ser que no. El noble arqueó una ceja, expectante por lo que el vidente fuese a decir.

El profeta comenzó a manosear el tocón, buscando el significado que los propios Aesir habían grabado en la naturaleza, en árboles y a veces en piedras y en el propio hierro. Grabados hechos por los mensajeros de los dioses o en algunos casos decían que por las propias glorias de Asgard. Volvió a poner el tocón en posición horizontal en el mismo sitio en el que lo había intentado leer. Se levantó y se metió en la espesura de su caseta. « ¿Qué demonios estaba haciendo?» se preguntaba el earl volviendo a recolocarse en su sitio, sintiendo como la sangre le hervía de impaciencia.

Haraldson levantó la cabeza y el adivino estaba de vuelta con una zarza sin llamas pero aún encendida. Se sentó en su sitio otra vez y frotó la zarza contra un montón de hojas y flores secas que tenía sobre un estante que parecía hecho de barro o de piedra. El noble se frotó los ojos, el pequeño habitáculo estaba siendo invadido por el olor de las hierbas secas que ahora ardían lentamente. La casucha del adivino ahora tenía un ambiente pesado, el olor a suciedad ya no se percibía, estaba tapado por la mezcolanza de olores. El cóctel de hierbajos parecía calmar los sentidos del earl así como los del propio adivino que volvía a estar en su trono, sujetando el tocón en vertical entre sus envejecidas manos. El profeta miró al techo de la cabaña, Haraldson estaba en silencio. El ritmo en el que tocaba el tronco empezó a acelerar así como el volumen del murmullo, que igualmente era incomprensible para el earl. De repente, las palabras eran claras, Haraldson podía discernirlas en su propia mente, como si pudiese tocarlas incluso con las manos:

«… pues el camino al Valhalla es peligroso para aquellos que carecen del valor en batalla. La muerte es el camino, y Odín su rostro. Su mano en oro brocada fuerte agarra al canalla, y al guerrero, a limpiar su camino tortuoso. Mas lo que ocurra con los desamparados, de su brazo quedan desatendidos, así como del regalo de Mímir; solos, abandonados. El granjero de Samsoe es la excepción, que corriendo cual venado, al Valhalla entró, pues sus pies, de oro brocados, estaban cubiertos por Helskòr…»

El vidente dio fin a su recital y agachó la cabeza, mirando a los grabados. Haraldson estaba absorto, invadido por sus pensamientos «Samsoe, Samsoe, Samsoe…» La palabra estaba fijada en su mente. Haraldson cogió el tocón de las manos del profeta en un violento arrebato y se levantó, vencido por las prisas. Dejó atrás al vidente y abrió de un fuerte barrido la piel que hacía de puerta de entrada a la choza del seidman. Miró a los muchachos que estaban esperando a varios metros de la entrada, rodeando una pequeña hoguera. Ya era de noche. Sus ojos parecían los de un lobo asustado, preguntándose si podría de una vez dar fin a su maldición, si habría encontrado la solución. Apretó el leño fuertemente agarrado en su puño y, de igual manera, su mandíbula se tensó, sus dientes se oprimieron. Víctima de su primer impulso Haraldson gritó al abismo de las estrellas, apoderado por la rabia de verse maldito y por la liberación de poder encontrar una salida a sus pesadillas.

Todos los muchachos alrededor de la hoguera miraron perplejos a su señor excepto uno de ellos. El muchacho, aparentemente más joven que los demás, se giró lentamente y vio a su earl mirando al cielo. No pudo evitar la media sonrisa en su cara. Ragnar sabía que mañana a primera hora saldría su partida en búsqueda de la ansiada reliquia de su líder.


Nota de Autor: El prólogo es algo más flojo, es un entrante de lo que está por venir. Funciona a modo de fondo de la historia pero lo fuerte comienza a partir del siguiente capítulo que os recomiendo encarecidamente que leais :D