Disclaimer: Dragon Ball no me pertenece, ese es del grandioso Akira Toriyama.

Destino

Prólogo.

—Ahora vuelvo —había dicho Trunks a su madre como si se tratase de ir a la tienda que se encontraba al otro lado de la calle y el comentario le robó una sonrisa a Bulma.

—Cuídate —le dijo con cariño, mientras le despedía con un abrazo. La verdad es que eso de los viajes en el tiempo era tan curioso que bien podría estarlo abrazando en ese instante y al segundo siguiente darle la bienvenida.

El joven de cabellos lilas estaba a punto de separarse cuando, por alguna razón extraña, su madre se asió con mayor fuerza, como si se tratase de la última vez. Para ella, de golpe y sin sentido, el recuerdo de cuando vio partir a Vegeta le vino a la mente, tan nítido que le agobió el corazón.

—Mamá ¿todo está bien? —preguntó Trunks sin soltarse y sintiéndose preocupado— Todo irá bien, los androides han desaparecido en ambas líneas del tiempo y no habrá ninguna clase de peligro… creo que a estas alturas ni mi padre lo sería.

El comentario les hizo destensarse un poco y ella volvió a sonreír, aunque el sentimiento de fatalidad seguía envolviéndola. Finalmente se separaron, al momento en que Bulma le arreglaba parte del flequillo y le acariciaba el rostro, mirándolo con infinita ternura. Las acciones por parte de su madre abrumaron un poco al chico, robándole un sonrojo y una media sonrisa. A pesar de todo, él las aceptó porque eran las únicas alegrías que ella se podía permitir. Ella que era toda una luchadora, una superviviente, alguien que se había levantado ante toda adversidad y que por ello era digna de toda la admiración. Era una lástima que la gente en su mayoría no supiera que, gracias a eso, ahora podía vivir en paz o al menos eso era lo que él creía.

—Tengo que irme —dijo, casi triste por dejar de ver el rostro de su madre. Ella asintió e hizo un ademán con la mano derecha y Trunks se encaminó hacia la máquina del tiempo. Ya se encontraba programada y lista sólo para abordar.

Bulma le miró la espalda, ese sentimiento de aprensión no desaparecía y sintió ganas de correr hacia él y detenerlo. Pero se repitió que todo eso era absurdo y que no había nada que temer, que ninguna amenaza los acechaba y que…

Sus pupilas se dilataron al ver que algo atravesaba la espalda de su chico, seguramente algo lo había ensartado desde el frente. Pronto la sangre manchó su chamarra y comenzó a gotear en el suelo. Él no pronunció palabra alguna, sólo un pequeño gimoteo, seguramente llamándola o advirtiéndole para que escapara. No lo supo y jamás lo sabría.

— ¡TRUNKS! —gritó.

— ¡TRUNKS! —gritó una vez más y otra y otra hasta que sintió que de no parar la garganta le iba a sangrar. Corrió hasta donde estaba el cuerpo de su hijo. La sangre emanaba a borbotones y lo primero que se le ocurrió hacer fue poner sus manos temblorosas en la herida, pero estas se empaparon prontamente y la sangre no dejaba de fluir.

Escuchó vagamente pasos, como de maquinaría. Qué más daba. No le importaba. Escuchó que la máquina del tiempo se ponía en marcha, pero tampoco le importó. Lo único que sabía era que la vida de su hijo se le estaba escapando y ella no podía hacer nada. No podía como no pudo salvar a Vegeta, a Goku, a Gohan y a todos los demás.

El último latido de Trunks se perdió con el ruido de la máquina al desaparecer.

Ella se quedó sentada sobre sus propias piernas, aún con las manos sobre la herida. No había nada más que hacer. No había esferas para revivirlo, y diseñar una nueva nave para ir en busca del nuevo Namek tardaría más de un año y no llegaría a tiempo para revivir a lo único que le quedaba. Además, para ser sinceros, su cuerpo, su mente y su alma estaban ya muy cansados.

Ya no quedaba nada más.

Su cerebro casi a punto de apagarse, de desconectarse por completo de la realidad, le ordenó levantarse. Se encaminó hacia la casa, arrastrando los pies y sintiendo que le faltaba el aire para respirar. Entró al taller y abrió un anaquel que había querido no tener que abrir nunca más en su vida. Tenía la horrible esperanza de que lo hiciera su hijo. Horrible porque tampoco le deseaba causarle esa pena, pero algún día sucedería de todas formas. Tomó la cápsula entre sus manos y la llevó consigo hasta afuera, retomando el mismo camino agonizante.

Cuando salió le sorprendió ver el cuerpo ensangrentado e inmóvil de Trunks, como si una parte de su mente se hubiera imaginado que al regresar su hijo estuviera de pie diciéndole—: He vuelto, mamá.

Pero no fue así.

Sin embargo, no lloró. No era capaz de sentir ninguna reacción aparte del entumecimiento de su cuerpo. Abrió la cápsula y una urna de cristal apareció. Levantó el cuerpo de su hijo y con mucho esfuerzo lo depósito dentro. Le colocó la espada de aquel guerrero legendario que conociera cuando niño en medio de las manos y con cariño le acicaló los cabellos de la frente.

—Perdóname, Trunks —dijo con voz ahogada— Pero creo que no nos veremos en el otro mundo. Salúdame a todos cuando los encuentres. Yo…

Sintió que una lágrima iba a brotar y rápidamente la enjugó, levantándose para cerrar la caja. Sacó un control remoto y apretó unos cuantos dígitos. Sentía muchísimo que los robots se hicieran cargo de enterrar al chico, pero ella necesitaba hacer algo. Algo con lo cual terminar con su sufrimiento.

Se dirigió a la casa, pero no en la que solían pasar sus días ella y Trunks sino a la antigua, la casa que se había obligado a abandonar en los últimos años por no ser un buen lugar en donde esconderse y por guardarle tantos recuerdos dolorosos. Abrió la puerta principal y una nube de polvo se levantó acompañada de un chirrido. El olor a viejo saturó de inmediato su nariz, pero su mirada se clavó en las escaleras, las cuales subió lentamente.

Le pareció escuchar pasos rápidos que cruzaban el pasillo, pero sabía que sólo estaban en su mente, como parte de sus recuerdos. Caminó hasta llegar al final de este y la puerta que se hallaba ahí pareció abrirse un poco por sí sola. La idea le pareció terrorífica, pues era como si los fantasmas que habitaban el lugar la estuvieran invitando a apresurarse a realizar lo que estaba pensando. La poca de razón que le quedaba le indicaba que eso no podía ser cierto y, tomando el pomo de la puerta con fuerza, entró.

Se trataba de la antigua habitación de Vegeta. Desde su muerte jamás se había atrevido a entrar ahí. Porque lo apremiante era esconderse y porque después ya no hubo tiempo. Los recuerdos se agolparon por un breve instante. La primera vez que estuvieron juntos y también la última, una noche antes de que él partiera para enfrentar a muerte a los androides.

Ya no lo pudo soportar más. Sus ojos se humedecieron y sintió que en cualquier momento comenzaría a llorar sin parar. Sacó de su bolsillo un pequeño frasco y lo bebió hasta terminarlo. El sabor era amargo y sintió cómo el líquido le quemaba desde adentro, pero no le importó. El dolor físico no era nada en comparación con el de su alma. Caminó aturdida hasta llegar a la cama y se recostó en ella, le pareció extraño pero creyó percibir el aroma de su príncipe.

Sonrió trémula, cerrando los ojos.

¿Cuál sería lo peor de lo peor que Kami no perdonaría, mamita?

Supongo que el suicidio. Por más feas que estén las cosas, uno debe aferrarse a vivir.

Pero Kami ya no existía y olvidar era lo que quería.

Sus ojos se cerraron, pesados.

Y una última exhalación salió de sus labios.

((…))

—Enma Daioh Sama, es injusto.

— ¿Te parece?

—Ella se merece otra oportunidad.

—Se ha suicidado, eso es grave.

— ¡Pero…!

—Y el castigo para los que cometen algo grave es limpiar sus almas y mandarlos de nuevo a la Tierra.

— ¡Enma Daioh...!

((…))

Notas de la escritora: He aquí el prólogo. He leído muchos fics de los Mirai, pero hasta el momento no me he topado con alguno que hable de Mirai Bulma III, la que pierde a su hijo por culpa de un Cell que viaja al pasado. Y mi pregunta es ¿qué pasó con ella? ¿Hizo algo para seguir adelante? ¿Habrá perdido toda esperanza? ¿Enma Daioh y los demás dioses estaban pintados y no hicieron nada? Bueno, pues esta historia parte de esa idea.

Gracias por leer y no se olviden de dejar un review.