Aquí traigo yo un nuevo fic para compartir. Iba a ser un one shot, pero me quedó tan espantosamente largo que mejor corté por lo sano y lo dividí en dos partes. La segunda, como ya la tengo hecha, la publicaré mañana por la mañana.

Con "Theon el Cambiacapas", descubrí cuán divertido y ligero era narrarlo en primera persona. Así que, desde el separador en adelante, ya no seré Soly Stalin, me convertiré en el señor de Pyke xD

Advertencia: si no te gusta Theon Greyjoy, mejor tira para otro lado... . ah, sí, y habrá spoilers de todos los libros (incluso del capítulo de vientos de invierno), porque esta historia está situada en un futuro que yo misma me he inventado. Si no te gusta que Stannis esté en el trono de Hierro, Victarion sea su consejero de barcos y domador de los dragones, también tienes derecho a desfilar. Lo digo porque no quiero reviews ácidos que me digan "¡has matado a mi Daeneerys!" y cosas por el estilo xD. Este final yo lo he creado, y me parece perfecto a mis ojos. Estamos situados tres años después de la gran guerra de Invernalia.

Disclaimer: Todo personaje que puedas reconocer en este escrito pertenece al genio George R. R. Martin, menos Theon Greyjoy, porque ese es mío xD

¿Casarse? Sinceramente, mi hermana y mi querido tío estaban locos. No podía despegar la mirada de aquel rollo de pergamino que había llegado desde Desembarco del Rey, anunciándome la funesta noticia. Alas negras, palabras negras, dicen por ahí, y ahora, cuando una gota de sudor resbala por mi frente y el calor de las palabras recién inquiridas me pesa como una maza en el costado, le encuentro más razón que nunca. Solté una especie de carcajada por la nariz para evitar abrir la boca y miré a la chica, incrédulo.

-¿He leído mal, verdad? –Pregunté, indeciso. Mi voz sonaba pequeña como la de una doncella en su noche de bodas.

-Todo lo bien que tus ojitos pueden leer, querido hermano. –Asha Greyjoy, capitana de la flota de Hierro luego de que mi tío Victarion hubiera partido a la capital, seguía impasible con una jarra de espesa cerbeza en la mano y dos hachas arrojadizas colgadas de la cintura, con la misma fiera y sensual agilidad que había poseído desde que la volví a ver. Me dio la impresión de que toda la idea había sido de ella. ¿Quién más iba a ser si no?

-Están bromeando. –Bufé, incrédulo. Theon casado eran dos palabras que solo podían juntar si jamás iba a estar se ponían entre las dos. Intenté atisbar en los ojos marrones de mi hermana que todo era una mala jugada, pero solo pude ver en su rostro una sonrisa sardónica, que dejaba a la vista esos dientes tan blancos y firmes. Como siempre que la observaba tan de cerca, sentí un pinchazo de ligera envidia.

-Nada de bromas. ¿quién te va a dar hijos si no te casas, hermanito? –Ella se inclinó y me dio un golpecito en la nariz con la punta del dedo. Me aparté, furioso, mientras aferraba su muñeca con la mano izquierda, a la que le faltaban dos dedos. Ella se liberó con la facilidad que supone para los gatos comer ratones. –Piénsalo, Theon. Ocupa esa cabecita para algo más que la decoración. Tu estadía en la silla de Piedramar no es definitiva. Los señores todavía te estiman como un niñito mimado de las tierras verdes y un blandengue.

-¡Yo no soy blandengue! –Protesté, aún más enojado que antes. El rubor se extendió por mi rostro fino y moreno, pude sentir su calor en las mejillas. –Ya me gustaría ver a la mitad de tus putos señores en los calabozos de Lord Ramsay, a ver si pueden sufrirlo. –Por unos momentos, el recuerdo de ese año vivido me hizo estremecer. Siempre que me acordaba de sus susurros, del cuchillo pasando deliberado y frío por mi piel, de esos ojos color hielo sucio, me entraban deseos de echarme a llorar cual si niño pequeño fuera.

-No son mis putos señores –Aclaró Asha con cortesía exasperante –Son los tuyos. Supongamos que no eres un blandengue, sietededos –Sonrió ante el ingenioso apodo que su mano derecha, Qarl el sin barba, me había puesto. –Pero sí eres un niño de la tierra verde, ¿cierto?

-¡Soy un hijo de Pyke! –Las palabras se me atragantaron en los labios y las escupí con furia y veneno, como la bilis en la garganta. Me encantaba cuando Asha salía a cumplir misiones, necesarias algunas veces y otras inventadas por mí, así la tenía lo más lejos posible de mi presencia y no podía molestarme. Pero había ocasiones en que su cercanía era ineluctable, y cuando eso sucedía me ponía nervioso, incluso más que mi madre.

-Un hijo de Pyke al que le faltan dedos de las manos y los pies, los dientes, y estuvieron a punto de cortarle la polla y metérsela por la boca. Ahórramelo, hermanito. –La mujer hablaba con un tono tan aburrido y exasperado, que me dieron ganas de qquitarle un hacha de la cintura y cortarle la lengua, a fin de dejar de oírla. –Eres de las tierras verdes, y con una tierraverde te casarás.

-No, por favor. Me estáis humillando. Tú y mi… mi tío. –Gruñí en voz baja. Sabía que de ser por mi hermana, me habría casado con Meera Reed, la hija soltera de la atalaya de Aguasgrises para unir Pyke y las islas del hierro con un estúpido pantano. La miré, casi suplicante. –Si piensas que así voy a ganarme el cariño de...

-Te lo ganarás –Garantizó ella bebiendo un trago largo de cerbeza negra. Unas gotitas le cayeron por la barbilla y se las limpió con el dorso de la mano, suavemente.

-Como digáis. –Estaba seguro de que si mi tío Victarion había escrito la carta, el rey Stannis habría dado su consentimiento. Rebelarme contra él me costaría la cabeza con toda probabilidad. No era muy bonita, le faltaban dientes y según Asha, también neuronas, pero la quería conservar sobre mis hombros por algún tiempo más. Había llegado a disfrutar mucho la vida en Pyke luego de mi absolución como para perder todo cuanto había ganado.

-Vamos, hermanito. –Asha parecía decepcionada mientras amagaba una sonrisa. –Pensé que te gustaría tener la cama caliente por la noche y una linda voz que te susurrase... Reek, Reek…

La mención de aquel apodo me provocó un escalofrío. –Cállate –Rugí, con la mirada echando chispas, pero pálido a ojos vista. Aún recordaba todo aquello que viví en Dreadfort, las sesiones de tortura, el beso del acero en mis huesos, el agónico alivio que me suponía perder un dedo luego de que le hubieran quitado la piel. Era una sensación opresiva que me acompañaba en algunas noches, sobre todo cuando me sentía autosuficiente, recordándome que durante un tiempo no fui más que la rata de un calabozo, moribunda y rota.

-Antes nos pedías que te llamáramos así –Confesó Asha con cierta tristeza reflexiva. A continuación estiró su firme mano sobre la mesa, intentando tomar la mía en un gesto que pretendía ser cariñoso. Las aparté rápidamente, no porque el contacto en sí me desagradara; si no porque me hacían sentir incómodo. –Reek, decías, decidme Reek, que rima con… que se yo que cosas.

Pero yo sí sabía con qué rimaba Reek. Me lo había repetido un millón de veces en el calabozo, cuando intentaba encontrarle alguna identidad al despojo que Ramsay Bolton había creado con mi persona. Aquella sucesión de rimas en mi cabeza era como una plegaria silenciosa, a ningún tipo de dios exactamente pero a todos en especial. Les rogaba por un nombre que no se me fuera fácil olvidar, algo a lo que hacer mío en ese mundo oscuro y lóbrego en el que incluso partes de mi cuerpo me eran arrebatadas. A veces soñaba con eso. Me veía allí, sentado en esa mazmorra, con una deliciosa rata caliente entre los dientes astillados por el golpeteo de cien martillos, y la fetidez de mi aroma llenando mi nariz. Podía sentirlo entrar, con sus pasos ágiles y su voz atronadora rugiendo órdenes, percibía el mirar de sus ojos de hielo y veía el sonreír de sus gruesos labios de gusano. Sentía como me aferraba del cuello con su mano de hierro, como el beso de su daga traspasaba mi garganta...

Y es cuando despertaba, sudoroso y jadeante, con las lágrimas acumuladas en las pestañas y el ritmo de mi corazón apresurado. Allí siempre me despertaba, con el aliento mentolado en el cuello y esa voz susurrándome Reek, Reek, Reek... y no, no quería pensar en ello, las pesadillas me inundaban ya por las noches, no me hacía falta evocar esos recuerdos en el día.

-Ya no –Musité con la voz temblorosa por el desaliento. Mi hermana puso una mano sobre mi frente, como si estuviera midiendo mi temperatura. Seguramente me encontraba pálido y me temblaban los labios. –Soy Theon Greyjoy, ¿verdad?

-Tú lo sabes mejor que nadie –Dijo la capitana con una sonrisa triste, apartándome el pelo negro de la cara. No sabía muy bien por qué, pero ese tema parecía afectarle, lo había notado. No pude evitar recordar cuando la vi por primera vez luego del secuestro. Me hablaba con una voz tan suave como si creyera que me iba a quebrar en cualquier momento, y los primeros meses, podía percibir en sus ojos el brillo de las lágrimas siempre que me miraba y veía en qué me había convertido el cautiverio. Además, fue Asha quien suplicó por mi vida al rey Stannis, primero en esa sala donde me tenían encadenado, antes de la tan recordada batalla de Invernalia y luego frente a la corte, cuando ya tenían en su poder a Rickon Stark y habían probado, con la ayuda de Wex, que yo no había asesinado a los niños.

Intenté poner distancia entre mi piel y la mano de mi hermana. Aunque los momentos en que me demostraba cariño eran vaguísimos, me gustaría que fuesen más escasos. Por una razón muy extraña, su cercanía me resultaba incómoda y no podía precisar bien por qué. Consciente soy de que Asha es la persona más leal que puedo encontrar en este castillo y que debo tenerla cerca, pero es imposible olvidar las múltiples ocasiones en que me humilló por la silla de Piedramar.

-Ya vale, Asha. Si lo que quieren tú y mi tío es que me case, lo voy a hacer. –Contesté de mala gana, mientras sentía como los últimos vestigios de su caricia se desvanecían sobre mi piel. Tomé un poco de la cerbeza que ella me había servido, la cual me supo a gloria, y la observé con atención. –Si no te molesta ¿Me dirías al menos el nombre de mi consorte? Por favor.

-Claro –Susurró ella con una amplia sonrisa, apartándose un rebelde mechón que le obstruía la visibilidad. Tomé un largo trago de cerbeza, jurando que iba a oír el nombre de la come ranas Reed. –Es Arya Stark, de Invernalia.

Escupí la cerbeza del puro sobresalto que esa frase me produjo. -¿pero quéeeeeee?

Asha se echó a reír, con esa carcajada cantarina y fresca que tintineaba dulce como el beso de una amante en la solitaria habitación. Limpié las gotas de cerbeza que me habían caído sobre la cara con la manga de mi jubón y La miré, furioso. –Supongo que me estás tomando el pelo, Asha.

-Uh sí claro, mira como bromeo. –La chica compuso su expresión más seria, se inclinó hacia delante y me escrutó con esos ojos acusadores y serios de Asha la capitana. –Stannis Baratheon aún no confía en ciertas familias del norte, y nosotros somos, ¿cómo decirlo? Su carta más segura. Tiene a tío Victarion en el consejo, pero tú sabes qué tan fácilmente es transformar un consejero en rehén.

-Rehén, la, la, cómo amo esa palabra. –Canturreé sin pizca de ánimo en mi voz. Asha me miró ceñuda, pero yo me dediqué a obsequiarla con mi sonrisa más espantosa, que dejó ver lo que quedaba de mi magnífica dentadura. –Mira como tratan a algunos rehenes. ¿sabes que he sido rehén gran parte de mi vida? Creo que mi nuevo estandarte debería ser un kraken encadenado, ¿qué te parece?

-Cállate, gilipollas, ¡No se puede hablar nada serio contigo! –Se quejó la capitana, a punto de desenfundar una de sus tan maestras hachas arrojadizas. Ya estaba considerando seriamente la posibilidad de ver mi cara con un mango asomando de entre mis ojos la próxima vez que me mirase al espejo, cuando respiró profundo, suavizó el rostro y se rió. Una leve carcajada que estremeció su delgada fisonomía y que relajó mis músculos. –Te vas a casar con la mocosa Stark y callaremos las pocas fuerzas norteñas que aún quedan, y le demostraremos al rey amargado que le somos leales. ¿De acuerdo? Sí, muchas gracias. –Ella no esperó mi respuesta, más bien puso palabras en mi boca.

-Pero y si... –Comencé, dubitativo. No le podía explicar mis temores a mi hermana, por mucho que en situaciones extremas confiase en ella. Ni Asha ni nadie sabía que la chica de cabello castaño que había rescatado de Invernalia no era Arya Stark, más bien un cachorro de mayordomo a la que habían secuestrado para suplantar a la loba. Si aquello se sabía, la primera cabeza que adornaría las picas de la fortaleza roja sería la mía.

-¿Crees que la loba verde no querrá? –Preguntó ella con ese mismo gesto de exasperación tozuda que le había conocido desde que la recordaba. Asentí con la cabeza, sin mencionarle el resto de mis temores. -¿A caso no recuerdas a esa criaja, hermanito? No se descolgaba de ti cuando los encontramos. No te quería soltar y se puso a llorar cuando supo que morirías. La salvaste. De buena gana se te abriría de piernas en agradecimiento.

«Podría ser vuestra esposa, vuestra puta… lo que quisierais. Vos podríais ser mi hombre». No era la voz de Asha la que oía en mi cabeza, si no la de Jeyne Poole unos minutos antes de su boda, suplicándome que la rescatara. De mala gana, asentí, y comprendí que la capitana de la flota de hierro tenía toda la razón del mundo y más. Sentí un nudo en mi garganta. Casado, yo. Cuatro años atrás le habría tirado el cuerno de cerbeza en la cabeza a Asha mi hermana, pero ahora comprendo que tiene sentido. Quizá mi cautiverio me haya hecho más astuto, más previsor en cierto modo. Tenía que perder unos cuantos dedos para ganar neuronas, me había dicho Qarl la Doncella.

-¿Cuándo llega? –Pregunté, muy poco ansioso. Asha se levantó, vació el cuerno de una larga calada y lo dejó sobre la mesa con un ruido seco.

-En una semana. –Respondió, ligera como su Viento Negro, dándose la vuelta para plantarme un beso en la mejilla y marcharse a través de la misma puerta por la que había venido. En ese momento caí en la cuenta de que llevaban mucho tiempo preparándolo sin siquiera avisarme. Maldije. Sería un hombre casado en poco tiempo, qué horror.

*O*

Alannys Harlaw nunca fue una mujer bella, tengo recuerdos de ella en mi niñez. Tenía un rostro fiero, similar al de Asha, pero sus ojos inyectados de alegría nos obsequiaban dichosas miradas a mis hermanos y a mí. Ahora, con el cabello encanecido y la mirada extraviada, no es ni la sombra de lo que antes fue, pero es la persona más sincera que me puedo encontrar aquí, considerando las circunstancias.

Me la he traído de Diez Torres hacía cosa de un año. La anciana se estaba muriendo, y me pareció poco justo dejarla sola después de que me hubiera parido y criado los primeros años de mi vida. Además, según tío Rodrik, el nombre que más mencionaba en sus febriles delirios era el mío. Ella me sonrió cuando me vio, y cuando le dije que era Theon Greyjoy, su hijo desaparecido, lloró amargas lágrimas al ver mi deplorable estado. La frase que más pronunciaba en su pena era: "y sus dientes, sus dientecitos, eran tan bonitos...". aquello me conmovió al punto de provocarme llanto, pero no fue hasta que estuve solo, encerrado en mi habitación y con la compañía de mi almohada, que lo dejé libre. ¡Menuda cara pondría Asha si me ve lloriqueando por el castillo como una niña!

Cuando le comuniqué la noticia, abrió sus grandes ojos como platos. Me miró, no entendiendo del todo, luego movió sus labios por las encías desdentadas, y negó con la cabeza muy despacio, fijando su mirada en mí. Aquellos ojos llenos de cariño siempre conseguían ponerme nervioso. Con mi madre no me sentía cómodo, pero en cierta forma su compañía me reconfortaba.

-No –Dijo con esa voz suave y serena como el mar en calma. -¿Casarse? Pero si eres un niño...

-¿niño? ¡Mamá! –Aquella frase hizo que la sangre se me agolpara en las mejillas. Una me llamaba principito de tierraverde, la otra me decía niño. Por los vientos del dios de la tormenta ¿a caso las únicas dos personas que dicen quererme piensan que soy poco apto para el mando? –Llevo veintitrés días del nombre cumplidos, ¡por las mil tormentas!

-No blasfemes, muchacho –Me interrumpió la voz del sacerdote Aeron Pelomojado, que ni sé cuando entró, haciéndome dar un respingo del susto que me dio. Mi madre lo miró, confusa, y luego sonrió.

-Tío –Saludé con una cortés inclinación de cabeza que distaba mucho de ser amistosa. –Me voy a casar.

-El dios ahogado ya me lo ha dicho –Confesó el ilustre señor, agitando su melena gris empapada como haría un viejo león. –Y con una loba, según me han informado las aguas. No sé qué de bueno saldrá de esta unión, pero si Victarion dice...

«Victarion dice», pensé, con cierto grado de amargura. Para mi tío sacerdote la palabra del antiguo Lord capitán y ahora almirante de barcos del reino, valía más que la de su legítimo señor. Pelomojado sostenía que yo no fui salvado por el dios Ahogado, más bien por el de la tormenta, el malvado que hacía los barcos naufragar y las esposas de sal alborotarse. Nunca me perdonaría el haberme sentado en la silla de Piedramar, porque ese puesto le pertenecía al otro. Hiciera lo que hiciera, me esforzara cuanto pudiera, siempre se exigiría más de mí, siempre alguien estaría más alto que yo y no me quedaría más remedio que hacerle sombra. Cuando era pequeño se trataba de Rodrik y Maron, mis abusadores hermanos mayores; más adelante Robb Stark, el legítimo señor de Invernalia, mi antiguo mejor amigo, era mejor que yo a los ojos de Lord Eddard y el resto del mundo; por un corto tiempo Asha fue la superior, y ahora, para colmo, se trataba de Victarion.

-Es un niño –Se quejó mi madre en voz tan queda que casi ni se oyó. Aeron le puso una de sus manos nudosas en el hombro y ella cerró los ojos, complacida. –Balon, no dejes que Rodrik se case tan joven, no es más que un niño.

-Cree que soy mi hermano –Susurré, conmocionado. Aeron Pelomojado negó con la cabeza con suavidad, metió la mano en el pellejo que llevaba colgado del hombro, y roció la cabeza de mi madre con la fresca agua marina. Ella le acarició la mano y, para mi genuina sorpresa, se quedó profundamente dormida envuelta en sus pieles de foca.

-Y piensa que yo soy Balon, otra cosa que jamás será posible. –Dijo el sacerdote con algo de hastío, acariciando la cabeza de mi madre. –Por el dios Ahogado, qué anciana se ve. Y antes se veía tan fuerte...

-El sufrimiento la consumió –Musité, abstraído, y sentí como la pena me inundaba, como siempre que pensaba en ello. Alannys había perdido a sus dos hijos en la rebelión de su marido, y yo me vi obligado a partir a Invernalia como castigo por la sublevación de Balon Greyjoy. Eso no le dejó más que a Asha como compañera y única hija, y no volvió a ser la misma desde entonces. Negué con la cabeza, ahuyentando los recuerdos de una madre feliz que no volvería a tener.

-En tres días llegará tu mujer, los vientos son favorables y tienen el mar a favor. –Dijo Aeron mirándome con la misma seriedad que empleaba siempre conmigo. Vale que nunca fui su sobrino favorito, pero al menos podría disimular un poco su animadversión. Por los dioses, soy su señor y merezco respeto. Y si no lo merezco, bueno, al menos debería dármelo por honor. Fruncí el ceño.

-Muero de impaciencia. –Mascullé con cierto sarcasmo.

-Será mejor que te armes de paciencia, porque pienso bautizarla antes de casarla contigo.

-¿Bautizarla? –Cuestioné con incredulidad creciente, poniéndome una mano en la boca, en parte para tapar mis dientes y como un amago de sorpresa excesiva. -¿quieres matar a mi prometida?

-Lo que está muerto no puede morir –Sonrió él, con esa mueca enigmática que le había visto tantos cientos de veces a lo largo de mi estadía como señor de Pyke. Hizo una reverencia, metió la mano en el pellejo de agua salada y me bendijo con esas gotas cristalinas del mar. Sentí el líquido correr por mi frente y me vi obligado a curvar mis labios en una mueca espantosa que antes para mí fue bonita, pero ahora dejaba a la vista los destrozos que me había provocado Lord Ramsay.

-...si no que se alza de nuevo, más duro y más fuerte –Terminé por él la frase, demostrándole que no había olvidado los rezos de mi infancia. Me senté junto a mi dormida madre, tomé su mano arrugada como un pergamino y allí me quedé, solo, pensando en todo el papeleo que había tenido que ordenar, en las disputas de casas menores que como el señor me vi obligado a zanjar y en todo lo que se esperaba de mí, ¡tanta gente que debía complacer..!

Pero ahora, estaba descansando. Me dolía la cabeza como si tuviera un uro saltando en ella, estaba fatigado y hambriento, pero mi trabajo había terminado. Junto a mí estaba Alannys Harlaw, de cuya entrepierna emergí, llorón y berreando al mundo, y me pregunté ¿Arya Stark me sobreviviría también? ¿Alguno de nuestros hijos, estaría allí como yo, aguardando su sueño y tomando su mano?