Disclaimer: InuYasha y sus personajes no me pertenecen. Son propiedad de Rumiko Takahashi. Esta historia está hecha con el único fin de entretener.
Fanfic participante del reto "Camino al Infierno, 7 días del foro ¡Siéntate!"
Link al topic de la actividad: /topic/84265/104733670/1/RETO-7-DÍAS-Camino-al-infierno (enlace directo al foro en mi perfil).
Advertencias: lime y lemmon, lenguaje adulto y vulgar, incesto, violencia física y psicológica.
Prompt del capítulo: Lujuria.
"Soy tu ocio del domingo, tu pasión,
tu séptimo día y tu séptimo cielo."
Psique —Marina Tsvetáieva
De la Lujuria y los Pañuelos de Princesa
Lo tenía de frente en el amplio sofá, sentado a un lado de Suikotsu y hablando guarrerías con mucha más elegancia que sus compañeros de correría, tomando cerveza tras cerveza y fumando cigarro tras cigarro sin que por su mente, ni la de nadie, pasara siquiera una sola idea de las posibles consecuencias de todo lo que los rodeaba y en lo que se metían con tanta carcajada y broma de por medio aunque, en realidad y en el fondo, supieran que se arriesgaban mucho más allá de lo sano en pos de sus propias ambiciones y arriesgadas diversiones.
El ambiente apestaba a alcohol, calcetines sucios y cigarrillo, pero a ninguno de los ocho chicos metidos en la estancia del departamento les importaban esas nimiedades; después de todo no había chicas presentes que les estuvieran rompiendo las pelotas con esas trivialidades.
Se podía decir, llanamente, que era una tarde de chicos, para recuperar viejas amistades en compañía de una refrescante cerveza.
A pesar de que lo tenía frente a frente charlando como si el tiempo no hubiese pasado por sus vidas, Bankotsu nunca había esperado encontrárselo trabajando en un maldito WacDonald's luego de todos esos años sin mantener contacto alguno. Él había pensado que Naraku sencillamente había seguido su vida como si nada, sorteando obstáculo tras obstáculo junto a la pequeña niña que lo acompañaba y lo sacaba de quicio en cada oportunidad. Si acaso lo recordaba, llegaba a imaginárselo estudiando leyes para en un futuro convertirse en un abogado más corrupto que la mierda, casi dispuesto a llevar a Japón a la ruina si eso lo volvía rico, pero por lo visto seguía igual de pobretón y resentido que siempre.
Aquella vez, meses atrás, había sido un día largo y de pura casualidad había parado en cualquier restaurante de comida rápida para comprar una suculenta hamburguesa con sabor a cartón y refrigerador. Pudo reconocerlo al instante cuando lo vio con el uniforme de mesero, yendo de una mesa a otra con una bandeja de comida en una mano y una sonrisa tremendamente forzada en los labios que, incluso, lo afeaba un poco. Claramente era de esas situaciones en las que no podía ser falso, lo rebasa aquel ridículo papel que se supone debía desempeñar a cambio de una paga miserable.
En cierto momento, rememoró Bankotsu mientras tomaba otro trago, uno de los meseros se le acercó y le susurró que sonriera con más ganas, que el lema de la empresa era "¡Me alegra que vinieras!"
Probablemente para el chico de ojos rojos había sido una humillación y un insulto imperdonable. Y probablemente también estaba al punto del despido con semejante gesto de pocos amigos, por no decir que seguro ya estaba pensando en arrojarle la caja de aceite hirviendo para las papas francesas por encima de la cabeza de su compañero.
Naraku, su viejo amigo de la adolescencia, no era el mejor para aquel puesto de mesero, pero de algo tenía que vivir. Bankotsu siquiera pudo recordar la hamburguesa de doble carne que quería devorar cuando lo vio pasar frente a él. Ambas miradas se cruzaron unos instantes; un par de pupilas de centelleante rojo y el otro par, de un profundo azul cobalto, para cada uno de los chicos resultaron tremendamente familiares y los dejaron paralizados de un segundo a otro. Se reconocieron y no pudieron fingir la sorpresa de toparse frente a frente de manera tan inesperada, viéndose en situaciones que jamás imaginaron.
Situaciones inesperadas como siempre habían sido sus vidas, precisamente.
Bankotsu no había salido exactamente bueno para la escuela. Eso de matarse estudiando para los mentados exámenes y conservar información a mares con el fin de contestar preguntas imbéciles, sencillamente, no era lo suyo. Terminó por dejar la preparatoria a la mitad y jamás se arrepintió. La consideró una de las mejores decisiones de su vida. El tener que apañárselas en la vida a la brava le había abierto muchas más puertas de fortuna y diversión de lo que habría podido hacerlo una carrera universitaria.
Por otro lado, era astuto y ágil, para eso no necesitaba un diez en matemáticas e historia. Ser desconfiado, ágil negociante y carismático líder era un importante menester para lo que Bankotsu se dedicaba, pero en ese momento observó a Naraku y no pudo evitar recordar los exámenes que el chico contestaba cuando estaban juntos en la secundaria; la admiración en los ojos de los profesores cuando respondía algo brillante, afilado, a veces incluso sarcástico a sus argumentos y preguntas. También recordaba el montón de dieces que podría haber sacado si sólo no se hubiese saltado tantas clases para irse a fumar y tomar con él y Jakotsu a la azotea. Maestro tras maestro trató desesperadamente de encaminarlo por las mejores opciones disponibles aún estando en su desvalida situación. Ningún esfuerzo o muestra de comprensión dio frutos; Naraku lo consideró una imperdonable muestra de lástima a su persona, así que hizo todo lo contrario a lo que se esperaba pacientemente de él.
Naraku tenía potencial, de eso ni hablar. Suficiente potencial para sobresalir como un estudiante de excelencia; incluso hubo rumores de que era un superdotado, así que cuando lo vio trabajando en un maldito WacDonald's con aquella sonrisa forzada y horrenda, Bankotsu no pudo entender cómo es que había terminado ahí, y tampoco terminaba de entender por qué su viejo amigo de correrías no parecía dispuesto, por nada del mundo, a tomar el buen camino para reivindicarse y hacer algo honesto de su vida.
Bueno, tampoco es que lo recordara muy honesto que digamos. Por algo habían sido amigos.
—Y a todo esto —dijo Bankotsu antes de tomar un generoso trago de cerveza. Al instante el resto de su banda guardó silencio acallando bromas y risas en seco, esperando que su líder hablara—. ¿Por qué quieres meterte en estos rollos? Es muy peligroso andar en esta clase de negocios.
Naraku sonrió con la misma malicia de siempre, la misma sonrisa insidiosa que el moreno recordaba que tenía cuando sólo eran un par de muchachos perdidos por el mundo. Todavía seguían perdidos, sólo que ahora se creían inmortales e invencibles, amén de la juventud desubicada que ambos habían vivido cada uno a su manera hasta trastocar sus percepciones.
—Verás, Bankotsu; tengo una hermana que mantener y cuidar. No la voy a mantener trabajando de mesero en un puto WacDonald's. Además… —Imitó a Bankotsu y tomó un trago de cerveza, haciendo una pausa. Miró hacia la ventana, observando brevemente a la gente pasar— no es mi estilo.
El resto de la banda se miró entre sí. Suikotsu le soltó una discreta sonrisa a Jakotsu, quien en su lugar puso cara de asco; claro, la hermanita. No la conocían, de hecho era la primera vez que Naraku la mencionaba. Si acaso sabían algo de ella era únicamente porque Bankotsu la había mencionado en alguna ocasión, cuando les habló de Naraku y su posible alianza con él, pero dudaban mucho que realmente el chico se estuviera metiendo en aquellos turbulentos asuntos sólo para darle una vida mejor a su hermana.
El moreno habría indagado más sobre la chica. Apenas la recordaba vagamente como una niñita de primaria que seguía a todos lados a su hermano y lo imitaba para hacerlo rabiar, que iba de berrinche en berrinche llevando a su hermano mayor de crisis en crisis, cuando entonces, como invocada por algún tipo de oscura magia, la puerta del departamento se abrió de golpe dejando pasar consigo una fuerte brisa de aire encerrado y rancio que, a pesar de todo, refrescó un poco el estrecho lugar donde Naraku y los chicos de Bankotsu estaban encerrados cual grupo que arma un complot.
Suikotsu y Renkotsu acariciaron levemente la pistola que cada uno guardaba sujeta al cinturón, seguros de que se trataba de algún enemigo que venía a cobrarse sabrá el cielo qué cosa (y es que tenían tantos enemigos que apenas podían recordarlos a todos), pero quitaron los dedos de la empuñadura al ver a la peculiar intrusa que había interrumpido tan abruptamente la nueva alianza que ahí se formaba con el joven de ojos rojos.
No era más que una muchacha. Era preciosa, de rasgos finos y armoniosos, pero no aparentaba siquiera más de dieciocho años. Utilizaba también un uniforme escolar; falda tableada y oscura que cubría la mitad de sus muslos y una blusa de marinero con el moño rojo y arrugado. La desfachatada apariencia le daba un aire desobligado, igual al de de una despreocupada colegiala que lleva todo el día vagando por las calles luego de irse de pinta.
Tenía también un rodete sujetando su negro cabello y unos ojos carmines tan exóticos como terriblemente parecidos a los de Naraku, aunque su gesto era mucho más tenso y hostil, coronado por aquel ceño fruncido, como si viniera de una vez en plan de guerra, lista para buscar pleito al primero que se atreviera a ponerse en su camino.
El silencio se hizo durante varios segundos. La chica pasó la mirada por cada uno de los presentes, notando a su vez los curiosos tatuajes que cada uno de ellos portaban en distintas partes del cuerpo. El único que no tenía un tatuaje -a la vista- y desentonada con el resto, era Naraku, y como llevada por eso posó la vista sobre él.
Al hacerlo sus ojos se entrecerraron con reproche, y mientras miraba al joven, que parecía estar siendo dominado por una inesperada y paulatina rabia ante el sólo hecho de verla ahí parada, Bankotsu la observó fijamente, notando algo terriblemente familiar en la muchacha y, también, terriblemente similar a Naraku.
La tensión se hizo palpable tan de pronto que al joven de la trenza no se le ocurrió otra cosa más que soltar una desubicada broma.
—¿Acaso contraste a una stripper vestida de colegiala? —preguntó dirigiéndose a Suikotsu—. ¡Mira que no te creía tan buen anfitrión para nuestro invitado!
Apuntó a Naraku, quien enseguida miró a Bankotsu. Nadie notó, más que Renkotsu, la furibunda mirada que el muchacho de ojos rojos le mandó a su líder.
—No es una stripper, es mi hermana —aclaró con voz sombría mientras se levantaba del sofá. Se dirigió a grandes zancadas hasta la puerta y sin decir nada tomó a la chica del brazo bruscamente.
Ella pareció querer decir algo y se resistió al agarre. A juzgar por su gesto y sus labios torcidos pintados de soberbio carmín, seguramente estaba lista para soltar cualquier puteada, pero como movida por un extraño llamado, sus centelleantes ojos escarlata se posaron sobre los azules de Bankotsu.
—¡La encantadora Kagura! Claro… han pasado muchos años. Un poco más y no te reconozco. Y vaya que has crecido…
Como si quisiera corroborarlo, el moreno pasó los ojos, penetrantes y de intenso cobalto, por sobre todo el cuerpo de Kagura sin recato ni pudor alguno. Se dio su tiempo para observar las piernas desnudas, apenas cubiertas por las medias y falda negras; la forma en la cual la blusa se amoldaba a la estrecha cintura hasta terminar en su rostro incómodo y sonrojado del coraje.
Kagura también pudo sentirlo. Incluso tuvo que pasarse un brazo por la cintura, cohibida de pronto. Se sentía casi desnudada ante la mirada azul del joven a quien apenas recordaba de hace unos años como un muchacho más del orfanato, quien en sus tiempo dio mucho de qué hablar cuando se fugó de la institución junto con Jakotsu, el otro afeminado que también estaba ahí presente observándola de pies a cabeza con despectivo recelo; ahora tenía tatuajes azules bajo los ojos que imitaban los largos y afilados colmillos de una serpiente. Incluso el otro hombre, el robusto y con tatuajes verdes en la cara, ideales para ser rechazado en cualquier trabajo, la miraron como si de un pedazo de carne para mancillar se tratase.
Naraku, como hombre que también era, al instante identificó la clase de miradas de las cuales su hermana de pronto era víctima. La acercó un poco más a él, por precaución y en silenciosa advertencia. Eran demasiados hombres.
—Se nota que ya no eres una niñita. Ahora eres toda una linda señorita —agregó Bankotsu luego de unos segundos que tanto a Kagura como a Naraku se les antojaron eternos. La sonrisa de Suikotsu, el hombre de los tatuajes verdes en el rostro, se amplió al mismo tiempo que su líder soltó el comentario.
—Hablaremos luego, Bankotsu. Tengo que irme —afirmó Naraku aún sosteniendo a Kagura, y sin siquiera esperar una respuesta, como si buscara salir corriendo del lugar, pegó media vuelta junto a su hermana y cerró la puerta de golpe.
—¿Qué carajo fue eso? —espetó Renkotsu luego de unos segundos, alzando una ceja y mirando a su líder en busca de una respuesta—. Estuve a punto de disparar.
—Yo también —agregó Suikotsu con una insidiosa sonrisa en los labios, como disfrutando con la idea de matar a alguien por accidente, al tiempo que cruzaba sus musculosos y también tatuados brazos—. Aunque habría sido una lástima meterle un plomazo entre ceja y ceja a tan lindo rostro.
—Ni empieces con eso, Suikotsu —Bankotsu, serio y autoritario, lo apuntó con un dedo—. Esa chica se llama Kagura y es la hermana menor de Naraku. Y si mal no recuerdo y si conozco a Naraku como lo hago, seguramente sigue siendo el mismo hermano celoso de siempre. Adora a su hermanita, aunque vivan peleando como perros y gatos.
—Ah, qué lástima… ¿significa entonces que la chiquilla está prohibida? —inquirió rodando los ojos y dando una calada a su cigarrillo.
—Hombres antes que perras, ¿no? Aunque estoy seguro de que Naraku sería capaz de venderla por una buena cantidad.
—¿Por qué mierda vienes e interrumpes mis cosas? —espetó bruscamente mientras la jaloneaba, obligándola a bajar torpemente las escaleras del decadente edificio de departamentos—. ¿Cuántas veces te he dicho que no te entrometas en mis cosas?
—Byakuya me dijo que podía encontrarte aquí. ¡Y ya suéltame!
Para cuando logró zafarse de su agarre habían salido del edificio y caminaban por la acera a pasos acelerados. Los gritos de ambos hermanos llamaron la atención del trío de prostitutas que ya esperaban a los clientes de la noche recargadas en los muros de una esquina mugrienta, resguardadas bajo un vulgar anuncio de intensas luces de neón. El resto de los transeúntes, todos guardando aquel aire de misterio y perfil bajo, como si no quisieran ser notados, se detuvieron unos instantes observando a la pareja de chicos caminar por la banqueta a los jalones, gruñidos e insultos.
No era el mejor lugar para ir llamando la atención, sobre todo si no se era de los rumbos.
—¡Que me sueltes! ¡Me haces daño! —vociferó Kagura una vez, logrando que esta vez su hermano la soltara de mala gana, pero antes de que la muchacha saliera corriendo como el joven imaginó que haría, volvió a tomarla del brazo, esta vez con mucha más gentileza. La dulzura con la que lo hizo ni siquiera era propia de él y de pronto parecía preocupado por algo.
—Alguien más te hará mucho más daño por aquí si te separas de mí —le advirtió entre susurros, acercando su rostro al de su hermana, hipnotizándola como quien hipnotiza a una cobra apunto de atacar antes de desviar la vista alrededor, gesto que Kagura imitó—. Te recuerdo, hermanita, que estamos en los barrios bajos de la ciudad; y gracias a ti y tu maldito escándalo nos están observando. Así que si no quieres terminar violada por cualquier cabrón, será mejor que no te separes de mí.
Volvió a encaminarla por la acera, aún jaloneándola con premura, pero con mucha más suavidad que antes. La advertencia había hecho mella en Kagura, quien para corroborar lo que su hermano decía miró hacia todos los transeúnte del sitio. Había algunos que apenas les prestaban atención. Otros, con una pinta que no causaba confianza alguna, los barrían de arriba para abajo con los ojos, como estudiando cada una de las cosas que llevaban encima.
Sea como sea y aunque su hermano fuera un maldito sociópata, por lo menos ya lo conocía. Y bien dicen que más vale mal conocido que por conocer.
—Si este lugar es tan malo —susurró tomando el mismo paso que su hermano—. ¿Qué demonios hacías aquí, y con Bankotsu?
—Kagura, mi pequeña entrometida… deja de hacer tantas preguntas estúpidas, ¿quieres? —masculló con brusquedad mirándola de reojo—. Sólo intento protegerte, pero si sigues rompiendo mis sagradas pelotas, ten por seguro que yo mismo te venderé igual que un pedazo de carne, y puede que la próxima vez que nos veamos te encuentre en una mugrienta esquina como esa.
Hizo énfasis en las últimas palabras y con la cabeza apuntó a la esquina mencionada. Miró hacia el mismo sitio y se encontró a una solitaria prostituta recargada en un poste medio oxidado. Se cubría el cabello con una larga peluca barata y rubia, a juego con un conjunto de minifalda azul fosforescente de lo más vulgar y unos desgastados tacones que, más que zapatos, parecían mortales zancos.
—No te atreverías.
La duda en su voz fue imposible de esconder, cosa que le provocó una maliciosa sonrisa a su hermano y que a Kagura, irremediablemente, le causó escalofríos. Era de esas sonrisas que le recordaban que el chico era capaz de todo.
—Sólo pruébame.
No quiso tentar aún más su suerte. Si conocía a su hermano como lo hacía, efectivamente, era capaz de venderla igual que una mujerzuela, sino es que acaso él mismo haría de proxeneta, eso sí, no sin antes inaugurar él mismo el evento de desgarrar una virginidad intacta a pesar de la enorme pérdida de dinero que eso significaba. Podía sonar a locura, pero algo le decía a Kagura que a su hermano jamás le había importado ni le importaría su persona, pero aún así insistía en contenerla y controlarla por el simple hecho de considerarla suya. Por su propia sangre y sus propios huevos.
Bajaron por la acera hacia la salida de aquellos barrios de mala muerte, llenos de crueles mafias y delitos que siempre salían impunes a pesar de las innumerables evidencias mientras la calurosa tarde seguía muriendo, encendiendo consigo los faros destartalados y anuncios neón de la zona al tiempo que el sol se ocultaba tras las montañas y el mar de edificios que formaban la ciudad de Tokio. El cielo no tardó en tomar una oscura y triste tonalidad azulada, y el viento, súbitamente frío, golpeó de lleno a los hermanos Itami, causándole más estragos en el cuerpo a Kagura que a su hermano, quien enseguida pudo notar cómo ella se abrazaba los brazos y los frotaba enérgicamente.
—¿Tienes frío?
Se delató de escucharlo cuando lo miró por pura inercia, pero ya muy en su plan de no hablarle lo ignoró y le volteó el rostro groseramente. Naraku se limitó a rodar los ojos y suspirar resignado. Otro de los rebeldes berrinches del encanto que tenía por hermanita. De todas formas se quitó la chamarra de cuero negra, su favorita, y se la extendió a su enojada hermana, quien miró con recelo la prenda.
—Póntela de una vez. Todavía no tengo dinero como para estar cuidando tus estúpidas enfermedades.
—"¿Todavía?" —Pensó Kagura, pero el viento helado volvió a acuchillar su piel desnuda y, por pura inercia, tomó la chamarra negra que su hermano le ofrecía de mala gana—. Siempre he considerado injusto esto.
—Tú considerar injusto todo —masculló alzando una ceja, ya esperando alguna clase de queja inverosímil como las que solía escupir la afilada y resentida lengua de su hermana.
—La naturaleza es injusta con nosotras —contestó, provocando un gesto de confusión en el rostro de su hermano—. Esto de que las chicas tengamos siempre más frío que los chicos.
Él se encogió de hombros. Lo consideraba una trivialidad demasiado tonta hasta para ella.
—Se supone que es un complemento —soltó Naraku con tal coherencia y calma que la muchacha no pudo evitar mirarlo llena de curiosidad—. Las mujeres tienen la temperatura más baja y los hombres la tenemos más alta. De esa manera se complementa.
—Aún así —farfulló, negándose en darle la razón—. La ropa no es cosa de la naturaleza.
—¡Bueno, hermanita, con nada estás a gusto! ¿Entonces qué quieres? ¿Qué andemos los dos en pelotas por la vida?
Kagura rodó los ojos y musitó en voz baja.
—Sólo cállate.
Cuando regresaron a casa la muchacha no se dignó a siquiera mirar o hablar con su hermano. Tampoco le devolvió su chamarra. Simplemente se separó de él y corrió escaleras arriba directo a su habitación. Una vez ahí se limitó a azotar la puerta, sin embargo esta jamás terminó de cerrar, quedando ligeramente entreabierta mientras ella, rebasada por su mal humor, se quitaba la chamarra y proseguía a desvestirse para tomar una merecida ducha.
De lo que no se dio cuenta fue del momento en que Naraku, al igual que una víbora serpenteando ligera y precisa contra su presa, subió las escaleras en silencio hasta alcanzar la que era la pieza de su hermana.
No fue una sorpresa encontrarse con la puerta medio abierta. Era usual que la muy descuidada hiciera eso desde que dejó el orfanato, y como era también usual en él, amparado por la oscuridad que reinaba en el estrecho pasillo, se mimetizó con ella igual que una funesta sombra y se acercó a la pequeña rendija libre e iluminada que proporcionaba la orilla de la entrada.
No era la primera vez que lo hacía, pero el acto seguía guardando la misma emoción prohibida de siempre.
Una tarde, hace ya un tiempo, Naraku había regresado temprano de la escuela, justo cuando Kagura se estaba bañando. Escuchó atento el agua correr en la ducha y sin pensárselo demasiado, impulsado por una irrefrenable y retorcida curiosidad, se coló en su cuarto igual que un ladrón, escondiéndose dentro el armario y observando desde su oscuridad, entre las rendijas de madera, cómo ella volvía luego de unos minutos envuelta en una toalla medio húmeda para secarse y ponerse encima la ropa.
La encontró preciosa con la cara libre de cualquier gota de maquillaje, el agua resbalando por su cuerpo fresco y el espeso cabello arremolinado sobre su espalda y hombros. Su mente le decía que fuera despacio y con cautela, pero sus ojos pedían que mirara un poco más, y para cuando ya se había dado cuenta de todo, se descubrió a sí mismo con una erección imposible de esconder y unas manos temblorosas de intranquilo deseo.
Y nunca fue cuidadoso. Ella nunca lo descubrió de frente, pero se intuyó que algo andaba mal y por descarte de opciones lo pilló en su peculiar jueguito privado: a partir de ese momento se valió de pequeñas y molestas artimañas como un reto para hacerle las cosas más difíciles a su placer visual. A veces llegaba más tarde que él a la casa con el único fin de exasperarlo; a veces simplemente tardaba en la ducha más de lo usual, o regresaba del baño ya vestida. Aún así Naraku fue paciente, esperando el momento para remojar todas sus ganas y deseos limitándose sólo a mirar, guardando todo para aprovecharlo después, cuando nadie pudiese molestarlo y pudiese dar rienda suelta a su solitario placer entre recuerdos y fantasías inconfesables.
Con los ojos bien abiertos y enfocados, casi entrenados para cazar gracias a una especie de instinto automático, observó en silencio, de nuevo, y casi sin respirar, cómo su hermana se desvestía. La forma en cómo se sacaba primero las medias negras. La desfachatada manera de quitarse el uniforme escolar y tirarlo sobre la cama sin preocupación alguna hasta quedar en ropa interior.
Sólo llevaba un sostén negro y unas reveladoras bragas de oscura tonalidad rojiza, prendas de las cuales también se despojó y aventó sin mucho afán sobre la cama.
El muchacho no tardó en darse cuenta que, a esa altura de la situación, ya tenía una erección que creció un poco más cuando ella quedó completamente desnuda y caminó un poco por la habitación, buscando su pijama entre el desorden fatal que formaba su armario.
La luz de la bombilla le permitió ver, aunque no con tanto detalle como hubiese deseado, la manera en que los pechos desnudos de Kagura se movían apenas al ritmo de sus gráciles pasos, o el pequeño triangulo de oscuro vello que ocultaba su monte de Venus igual que una frágil cortina que protegía su intimidad de las miradas indiscretas, como las de él.
La erección en su entrepierna entonces se volvió dolorosa y por un instante deseó ser capaz de controlar la maldita sangre que le corría por el cuerpo. Naraku hizo un pequeño gesto de incomodidad al tiempo que bajaba su mirada llena de reproche a sus pantalones, pero cuando la devolvió al interior del cuarto, Kagura estaba de pie a sólo un par de metros, observando duramente la estrecha rendija que había quedado en la entrada de su habitación, notando, claramente, que alguien estaba detrás observándola, y a menos que hubiese fantasmas en la casa que todavía extrañaran los simples y sencillos placeres carnales de la vida, no podía ser otro más que su propio hermano.
El joven se quedó paralizado cuando sus pupilas rojas se toparon con las de ella. No recordaba ya la cantidad de veces en que lo había descubierto espiándola, y siempre que sucedía no podía evitar quedarse helado a pesar de que la sangre en su interior hirviera al mismo tiempo sin hacer caso a las órdenes de su mente.
Se quedaron en silencio unos instantes, ninguno con la intención de moverse, con sus ojos encontrándose en ese pequeño rincón como siempre sucedía, casi sin saber qué hacer ni cómo reaccionar.
—¿Qué? ¿Acaso me prefieres como cuando tenía diez años?
Vaya, aún a su pesar, cada día Kagura se volvía más afilada con sus comentarios y con la forma que tenía para desafiarlo. Algo tenía que estar haciendo bien, se dijo Naraku tratando de disimular, porque de hecho se sorprendió dándose cuenta que le gustaba más así, orgullosa y hostil igual que una gatita enfadada preparándose para sacar sus garras, incluso si estaba sacando a relucir, por primera vez en muchos años, el hecho de que siempre la había espiado, notando con el transcurso del tiempo cómo el cuerpo de su hermana iba cambiando rápidamente hasta que este, en algún momento que él solamente recordaba vagamente, le provocó una erección justo como la que tenía en esos instantes.
Tampoco tenía intenciones de ponerse a discutir con ella su gusto con respecto a si prefería a las mujeres depiladas o no. Con la misma altivez se enderezó e incluso se acomodó un poco el cabello, y antes de pegar media vuelta, con una soltura fresca y despreocupada respondió, por primera vez, a las muchas confrontaciones secretas que tenían y de las cuales siempre fingían no saber nada:
—No importa la edad, nunca te van a salir las tetas.
Última semana de clases. Las mejores de todo el semestre y las peores con sus trabajos y exámenes finales arrojados con tanta soltura por los maestros, esos que siempre parecían tener la firme convicción de que sus alumnos, en general, carecían completamente de vida propia. Kagura muy a duras penas se dignaba a estudiar para los exámenes y cumplir al pie de la letra los requisitos de los trabajos y tareas con el único fin de no llevarse materias a exámenes extraordinarios o repetición y salir pronto de vacaciones. Estaba por entrar a su ultimo año de bachillerato y antes de siquiera estar cerca de cumplir la mayoría de edad, ya soñaba con el momento en que el día de su nacimiento numero veinte llegara a su aún breve vida para largarse muy lejos de su hermano y no volver a ver nunca más su cara de idiota, porque de olvidarlo estaba segura que jamás podría lograrlo.
Pero esta vez no podía pensar en ello. Apenas entrarían a abril, la puerta de la rosada primavera y sus árboles de sakura, pero el calor era tan inmisericorde, tan terrible y tan infernal, que parecían estar en la peor parte de la temible canícula. Y Kagura, para colmo de males, se había tenido que tragar la peor hora de la tarde al salir de la escuela. Al llegar a la entrada del instituto no encontró por ningún lado el auto de su hermano esperándola como usualmente lo hacía. Eso le dio a entender que ni de chiste pasaría por ella a pesar del calor, y que era mejor que se diera prisa antes de pescar un buen cáncer de piel o un golpe de calor.
Sí, mientras sentía el ardiente sudor correr sobre su torso bajo la ropa y perlar suavemente su frente, ya tenía bien preparados los reclamos que le soltaría en cara a su hermano por ser tan desconsiderado.
Estaba abriendo el pequeño portón negro, flaqueado por las dos murallas de la vieja casa donde había crecido con Naraku antes de quedar huérfanos, cuando una escena frente a sus ojos la dejó confusa y contrariada como pocas veces, no menos desconfiada que como siempre.
—¿Y ahora qué carajos traen estos idiotas? —murmuró en voz baja mientras se acercaba a paso lento, como si buscara evitar cualquier ataque sorpresivo por parte de los inesperados intrusos.
En la cochera, junto al auto de su hermano, se encontraba un automóvil de año reciente, sin placas, y que brillaba bajo el sol con lo que parecía ser una capa de pintura nueva e impecablemente purpura.
Naraku y Bankotsu se mantenían en el cofre pasándose herramientas cada dos por tres. El muchacho de la trenza estaba de pie, recargado en una de las puertas del vehículo con un desarmador en mano y junto a varios botes de aceite para auto mientras su compañero se inclinaba concentrado hacia el motor.
Bankotsu, en cuanto la vio, se sonrió de medio lado y con la excusa del terrible calor que los golpeaba directamente, pasó a quitarse la sucia camiseta blanca llena de grasa para auto y sudor. La dejó arrugada sobre el techo del mismo y se torció el cuello fingiéndose distraído y agotado. Kagura se acercó a paso lento al lugar, y mientras más lo hacía más notaba el sudor que le corría por todo el torso, resaltando un poco más los trabajados músculos del chico y la piel morena que absorbía la luz del sol, dándole una tonalidad ligeramente dorada y encantadora.
Le sonrió casi a modo de saludo. Incluso estando sucio y transpirado, con esa sonrisa y la ridícula pose de recio macho alfa, a la muchacha le pareció que lo hacía lucir asquerosamente atractivo y divertido.
—¿Por qué diablos no fuiste por mí a la escuela? El calor es una puta pesadilla —Kagura ignoró a Bankotsu y saludó a su hermano dándole un buen zape en la cabeza. El golpe alborotó un poco más sus enredados cabellos e hizo consciente al chico de la presencia de su hermana.
Con el ceño fruncido se volvió hacia ella y tuvo unas irrefrenables ganas de ahorcarla ahí mismo con todo ese maldito sol pegando en su rostro y haciendo arder su piel, pero se contuvo dando un trago a su cerveza, tratando desesperadamente de apaciguar el calor. Sentía que le entraba la rabia.
—¿Eres ciega? ¿Qué no ves que estoy ocupado? —contestó de mala gana, pero no le prestó más atención a la enojada joven en cuanto notó que Bankotsu tenía el torso desnudo, y no es que le molestara, le daba igual (no es como si Bankotsu tuviera algo distinto a él), pero pudo notar el nerviosismo del cual era presa su hermana teniendo al muchacho semidesnudo casi a su lado—. ¿Y a ti qué te pasa?
—¿De qué? —preguntó el moreno alzando una ceja, fingiéndose confuso.
—Ponte algo encima.
—Uy, Naraku, no sabía que fueras tan pudoroso. ¡Hace mucho calor!
—Estás frente a mi hermana. Cúbrete de una vez —aclaró, dando por terminada la conversación, cosa que, obviamente, Kagura se negó a seguir al igual que el chico.
—¿A qué diablos te refieres? —masculló alejándose de su hermano, mientras este se pasaba el dorso de la mano por la frente para limpiarse el sudor. Era casi un idilio ver a su elegante y prepotente hermano lleno de grasa para auto, acalorado y transpirado metiendo la cabeza en un ardiente motor de auto. Notó cómo la oscura camisa se le pegaba a la ancha espalda empapada y una vez más se tuvo qué preguntar a qué maldita hora Naraku había crecido.
Ya estaban tan lejos de aquellos años en que alguna vez fueron niños, que Kagura casi podía asegurar sentirse como dentro de un surrealista sueño donde el tiempo no tenía lógica ni cronología alguna y la llevaba a la par cual viento juguetón y huracanado. Su hermano ya ni siquiera conservaba el aire de adolescente despreocupado y medio desgarbado que comenzaba a ganar musculatura y sufría con los cambios en su voz para hacerse cada día más alto hasta pasarla por dos cabezas; a pesar de sólo tener veinte años, casi veintiuno, fácilmente aparentaba unos cinco o seis años más. Pensó que quizá su apariencia delataba un poco la peculiar vida que él -ambos- habían tenido que llevar.
Él la ignoró soberanamente igual que lo hacía cuando realmente no tenía paciencia ni tiempo para aguantarla y reñir. Kagura, lejos de enfurecerse por la indiferencia, se encogió de hombros cuando lo vio recostarse sobre la camilla deslizante para meterse debajo del auto con un par de herramientas en mano, mascullando una queja del maldito calor y el hedor a gasolina quemada. Fue ahí, cuando se sintió momentáneamente libre de la presencia nociva y asfixiante de su hermano -a pesar de estar a un paso-, que miró a Bankotsu no con tanta hostilidad como solía hacerlo y, como si fuera tal cosa, le quitó la cerveza de la mano para dar un trago de la misma boquilla de donde Bankotsu había tomado momentos antes.
—"Esto es algo así como un beso indirecto, ¿no?" —Pensó mientras se bebía rápidamente, apremiada por el sol, la refrescante cerveza. En realidad se le antojó un tanto agria—. Oye, Bankotsu, ¿y este auto de dónde lo sacaron? Jamás lo había visto.
El moreno se encogió de hombros e hizo un gesto despreocupado, al tiempo que se acercaba un paso a la joven con el pretexto de no haber escuchado bien.
—Es mío —contestó con ligereza, sonriendo un poco y apartándose el fleco, dejando ver el curioso tatuaje morado de estrella, con sus cuatro puntas, que portaba en la frente—. Lo acabo de comprar, sólo que hay que hacerle un par de reparaciones y le pedí ayuda a tu hermano. Cuando esté listo, si quieres, puedo ir por ti a la escuela.
Le guiñó un ojo y Kagura rodó los suyos, aunque la sonrisa en sus labios, que fue de divertida burla y sarcasmo, fue imposible de ocultar.
—Lástima. Ya casi salgo de vacaciones.
Volvió a dar otro trago a la cerveza y Bankotsu se tomó unos instantes para observar cómo el insipiente sudor de la muchacha bajaba lentamente por su cuello, haciendo brillar su piel, como invitando a tocar el ardor que en esos instantes la poseía. Y eso fue, precisamente, lo que Bankotsu hizo al deslizar uno de sus dedos por sobre el femenino brazo.
—Pero todavía irás al ballet, ¿cierto? —En ese instante se dio el lujo de acercarse un poco más. Su mejilla ardiente por el sol rozó la de Kagura y pudo sentir su aliento golpear su oreja justo antes de susurrarle—. Si el idiota de tu hermano te deja plantada, siempre puedes llamarme. Te podría llevar a dar una vuelta para que no tengas que caminar, princesa.
Kagura contuvo la respiración al sentirse estremecer. Tragó saliva, repitiendo en su cabeza una y otra vez la forma en que la había llamado.
Naraku solía llamarla "hermanita", cosa que odiaba sobremanera, siempre jurando que un día le quitaría la maña de llamarla así, pero Bankotsu solía llamarla "princesa", siempre con una sonrisa en los labios, excusando el apodo por su actitud altanera y hostil, digna de una auténtica princesa salida de la más absurda parodia.
Ciertamente no se necesitaba ser un genio para notar la manera en que le coqueteaba, rozando a veces el descaro. Kagura se había percatado de ello desde que la primera vez que lo volvió a ver ya convertido en un hombre, y a ella convertida en una señorita, como le había dicho. Había pasado de ser una stripper ataviada con el clásico fetiche de la colegiala, a ser una princesa absurda a los ojos de Bankotsu, y todos aquellos meses en que la alianza truculenta y misteriosa entre su hermano y el joven de la trenza se había mantenido, este último había estado en pie de guerra tratando de conquistarla a espaldas de su hermano y contra todos los vanos rechazos de la muchacha.
Era algo que en cierta forma le gustaba. La inyectaba de cierta adrenalina y una sensación de excitante peligro, para qué decir que no, aunque como siempre, ni siquiera ella podía evitar hacerse la difícil. Casi le daban ganas de recompensarle todo el esfuerzo y tiempo invertidos.
Estuvo a punto de contestar algo a la propuesta aparentemente inocente de Bankotsu, cuando entonces un gruñido de dolor en voz de su hermano sobresaltó a ambos jóvenes, haciendo que Bankotsu se separara al instante de ella y ambos se asomaran al auto mientras Naraku salía debajo de él, aún recostado en la camilla y masajeando parte de su cabeza.
—¿Qué te pasó? —inquirió Bankotsu cuando lo vio erguirse sobre los codos con expresión adolorida.
—Pasa que este calor es una puta pesadilla y que odio ensuciarme las manos —masculló de mala gana buscando el por qué de su súbito dolor. El trío pudo verlo cuando notaron un largo mechón del cabello de Naraku enredado en una de las ruedas de la camilla; él y su vanidosa manía de presumir su larga cabellera. A pesar de tenerlo sujeto en una cola de caballo, su melena era tan abundante y extensa que incluso de esa manera parecía llevar el cabello suelto y embravecido como la violenta caída de una cascada.
Bankotsu y Kagura no tardaron en soltar la carcajada limpia al ver el triste mechón enredado en la pequeña rueda. Naraku, todavía masajeando el lugar afectado cuyo cuero cabelludo ardía gracias al mechón arrancado de tajo y de raíz, se limitó a observarlos con la mandíbula tensa y cejas en alto hasta que ambos perdieron el aliento y dejaron de burlarse de su desgracia.
—Ja, ja. Mucha puta risa, imbéciles —masculló sarcásticamente y poniéndose de pie.
—Te he dicho que las trenzas son mejor opción —agregó Bankotsu mostrando, orgulloso, la larguísima trenza que contenía cada una de las hebras de su melena.
—Sólo si eres una chica, claro —Fue la respuesta del joven, quien en desquite se terminó de golpe su cerveza.
—¡Oye…!
Bankotsu se quedó a medias. Ambos chicos vieron a Kagura inclinarse ante la camilla y batallar un poco para sacar el mechón hasta conseguir gran parte del mismo y, como si fuera tal cosa, lo peinó y resguardó entre sus finos dedos ante la confusa mirada de los muchachos.
—¿Qué piensas hacer con mi cabello? —inquirió su hermano con el ceño fruncido mientras la veía caminar hacia la casa.
—Te voy a hacer vudú, idiota —farfulló en respuesta, atravesando la puerta principal. Bankotsu encarnó una ceja y aprovechando que su compañero estaba distraído, se dio oportunidad de ver el tentador movimiento de la corta falda tableada, que se meneaba con suavidad al ritmo de las caderas de la muchacha.
—Sí que tienes una hermana rara —agregó el moreno cuando Naraku se volvió a verlo.
—No es rara; sólo es una tonta niñita.
Había pasado una hora desde que volvió de la escuela. Tanto Bankotsu como Naraku bebían la tercera cerveza del día, y a pesar de que el calor apremiaba sin misericordia alguna y el sol se alzaba en lo alto del cielo, proyectando los rayos más crueles e intensos del día, ellos seguían trabajando en el auto caminando de aquí para allá, moviendo cables y piezas y sudando, llenándose un poco más la ropa de aceite y grasa para auto. Se veían asquerosos y le provocaban ganas de fregarlos con una esponja el resto de la tarde.
Kagura se sentó frente a la ventana de su habitación entre aburrida y curiosa. El cristal dejaba ver con facilidad el paisaje de la cochera de su casa donde ambos chicos trabajaban sin parar como si estuviesen en una carrera. Ya se imaginaba, sin pensarlo demasiado, que claramente el auto era robado. Seguramente lo habían hurtado un par de noches atrás y a esas alturas ya le habían cambiado el color de la pintura y un par de piezas con el fin de que no resultase tan fácil reconocerlo para la policía. Supuso que ahora le estaban haciendo cambios al motor, arreglando los desperfectos que pudiera tener y dejarlo listo para ser vendido a un precio exorbitante a cualquier incauto.
Si bien no estaba segura ni conocía los detalles de los negocios en los cuales andaba metido su hermano, sí que conocía la mala fama que Bankotsu y banda se cargaba, y aquellos negocios no podían ser más que puras porquerías concebidas en la ilegalidad.
De Bankotsu se decían muchas cosas; el grupo que lideraba era conocido como "Los Siete Guerreros" por su crueldad y eficacia a la hora de hacer el trabajo sucio cuando había de por medio un buen pago. Estaban metidos en todo lo que pudiera proporcionarles dinero fácil, pero no por eso menos arriesgado: contrabando de joyas, armas, reliquias, drogas, personas, animales exóticos e incluso obras de arte; para esto último era Bankotsu, quien con su actitud afable y galante, siempre se hacía pasar por coleccionista, y solía engañar a todos valiéndose únicamente de un buen traje negro, una corbata y una labia encantadora. Vestido de esa manera y cubriendo el tatuaje de su frente con el fleco lucía mucho mayor de lo que realmente era, y mil veces más elegante y apuesto, causando al instante un efecto de plena confianza sobre la persona con la cual negociaba. Cuando terminaba el trabajo todo lo vendían en el mercado negro, pero sobre todo se especializaba en una sola cosa, una por la cual eran profundamente apreciados por las mafias e incluso políticos, quienes con frecuencia les dejaban trabajos que iban desde la extorción hasta el secuestro, incluso el asesinato, trabajos por los cuales exigían un pago enorme a cambio del trabajo sucio e irónicamente, limpiamente hecho.
Extrañamente, nada de eso le causaba temor. Seguramente había matado a más de un inocente, pero dejaba que Bankotsu le coqueteara como si nada cuando cualquier otra chica con dos dedos de frente habría huido aterrada a las primeras señales. Pero no podía tenerles miedo. Vivía con Naraku, y si bien su hermano no estaba inmiscuido de lleno en todos aquellos negocios (sólo era cuestión de tiempo para que lo hiciera), sabía que todas esas ocasiones en las que regresaba de su trabajo como mesero de Starbucks con una peculiar y muy generosa "propina", no eran más que los frutos de los asaltos que su hermano perpetraba a punta de pistola contra los infelices que llegaban al café con ganas de presumir su poder adquisitivo y se topaban de frente con alguien más listo y rápido, por no decir cabrón.
Kagura solía hacerse de la vista gorda. Después de todo, ¿qué podía hacer? ¿Comportarse como buena hermana y pedirle que siguiera el camino correcto? ¿Qué juntos podían salir adelante algún día si se esforzaban y trabajaban duro? Ella no estaba interesada en convertirse en una delincuente, pero tampoco estaba interesada en ser una santa y hacer lo mismo con los demás; ni siquiera le interesaba la posibilidad de que su hermano terminara en la cárcel. Eso lo alejaría de ella para siempre, la ayudaría a dormir mejor por las noches y mejoraría su humor. Además, si se ponía superficial, luego de aquellos asaltos Naraku regresaba con mejor ánimo y trato. Los costosos pendientes de jade que portaba en las orejas él mismo se los obsequió en una de esas ocasiones en que andaba esplendido, y si podían vivir más o menos con decencia, era sólo gracias a que Naraku hacía aquellos trabajitos que a ninguno de los dos les remordía la consciencia.
Después de todo, y aún lo recordaba con suma fidelidad, cuando eran niños jugaban a que de grandes se casarían y serían los Bonnie y Clyde japoneses. ¿Por qué no guardar parte de aquella infantil e ingenua fantasía en medio de todo ese mundo de mierda que no les daba nada más que la maldita espalda?
Kagura se sonrió sin pensarlo ante aquellas fantasías infantiles que asaltaron su memoria. Contra todo pronóstico, se le antojaron hasta tiernas. Bajó la vista al mechón de cabello de su hermano. Las hebras seguían tan suaves como siempre, amén de la vanidad de Naraku para cuidar su cabello, uno de sus más importantes atributos aún a pesar de Kagura, quien inevitablemente le daba la razón. Lo acarició un par de veces y siguió trenzando el mechón sujeto a la estructura de la silla que tenía delante. El sol entraba con intensidad por la ventana y le daba de lleno al cabello tan súbitamente arrancado, dándole un brillo casi maligno y digno de las altivas plumas de cualquier cuervo salvaje del desierto.
Tenía pensado hacer una pulsera trenzada con el propio cabello de su hermano. Un detalle un tanto tétrico para una jovencita con cara de ángel caído como ella, pero siempre había sido una buscadora de lo macabro y lo inusual, y si por ella fuera, también le habría tirado los dientes a su hermano de un puñetazo sólo para colgarlos en la mentada pulsera al más puro estilo del más salvaje de los trofeos.
En cierto momento levantó la vista y se encontró a Bankotsu mirando directo a su ventana con tanta insistencia que parecía tratar de llamarla sólo con la mirada. Naraku seguía distraído metiendo la cabeza en el motor, luchando por terminar lo más pronto posible y meterse a dar un baño. Justo en ese instante el moreno aprovechó para levantar la mano a modo de saludo y enseguida guiñarle un ojo.
Kagura trenzó una sección más del cabello y roló los ojos, suspirando pesadamente. Bankotsu, atento a todos sus movimientos, lo notó y se irguió aún más, logrando verse más grande y varonil. Incluso se relamió los labios y le dedicó una enorme sonrisa, galante y encantador. Fue ahí cuando Kagura se dio el lujo de soltar una risita divertida, ligeramente nerviosa. Se sintió sonrojar y, por su propia dignidad, no volver a levantar la vista y encontrarse al muy idiota haciéndole gestos y presumiéndole su varonil pecho, que bajo el sol todavía brillaba con su piel empapada.
El hecho de verlos trabajar bajo los rayos, para Kagura, los hacían parecer un par de chiflados cavernícolas. Por otro lado, el verlos todos transpirados y llenos de grasa les daba un aire un tanto cautivador y salvaje, ese aire atrayente e idiota, casi ingenuo, que Kagura sentía cada vez que veía pelear a los hombres y la forma en cómo todo aquel desfogue de violencia llegaba a hipnotizarla.
Se sentía como una tonta y enamorada colegiala; y es que era una colegiala, más no una tonta y mucho menos una cazadora de amores. Bankotsu llevaba todo ese tiempo coqueteándole. En más de una ocasión, a veces con sutileza, a veces no con tanta, le había dado a entender sus intenciones con ella, y a pesar de tener la sombra de su celotípico hermano tras ella, había algo de eso que la emocionaba y la atraía como las abejas a la más dulce miel.
Luego de un rato escuchó a Naraku decir que tenía que ir a comprar una pieza para el auto. Le echó un vistazo de advertencia a la ventana de su habitación y ella al instante bajó la cabeza, haciéndose la desentendida. Aún así paró oreja y mientras tanto Naraku entrecerró los ojos, apelmazándose de dudas en el interior, pero pudo escuchar el resto de la conversación:
—Np creo tardar demasiado —Le había dicho Naraku a Bankotsu—. Hazme el favor de no molestar a mi hermana.
El chico se encogió de hombros.
—No sé de qué hablas.
—Déjala en paz —advirtió una vez más, haciendo ademán de darse la vuelta—. Y mejor piensa en cómo ganar nuestra apuesta. Aunque no te servirá de mucho: vas a perder.
—Eso crees tú —contestó el moreno entre socarronas risas.
—"¿Apuesta?" —Kagura alzó la cabeza al instante, observando a su hermano retirarse hasta pasar el portón de la casa y alejarse por la calle.
¿Cuánto tiempo podría tardar?
Fue ahí cuando decidió actuar, y sin pensárselo demasiado, dejó la trenza a la mitad y se levantó de su asiento, caminando directamente hacia la cochera a paso lento, sólo por si acaso a mitad del camino se arrepentía y lograba dejar su dignidad intacta antes de llegar a cometer un error fatal.
Para cuando llegó encontró a Bankotsu metido debajo del auto y recostado en la camilla. Todavía no aparecía signo alguno de arrepentimiento en ella.
Él no pareció notar su presencia, de lo contrario habría salido al instante a encararla, por lo cual Kagura se paró justo sobre él, abriendo sus piernas a la altura de las de él, extendidas y sobresaliendo por debajo del coche.
—Bankotsu.
El llamado de su nombre en voz de aquella tonalidad femenina y familiar, hizo que el aludido se detuviera al instante y dejara las herramientas prácticamente olvidadas a su lado. Disparado como una bala salió de debajo del auto deslizándose sobre la camilla, topándose con la sorpresa de una Kagura esperando por él. Al principio su llamado le pareció enigmático, luego no tanto, y tuvo sus buenas razones para sospechar acerca de lo que buscaba de él.
Se quedó unos segundos pasmado, completamente atónito. No esperaba hacer gran cosa con ella o avanzar, al menos no ese día, y habría seguido pensando eso de no ser porque al apenas salir, pudo notar las delicadas bragas rosa pálido debajo de su falda escolar.
El moreno se preguntó si la joven estaría consiente de la agradable vista que le ofrecía, pero al ver que no oponía resistencia al percatarse de la vista de él perdida debajo de su falda, pudo darse cuenta de que la muy maldita de Kagura lo había planeado todo.
¡Vaya, y él pensando que no le gustaba y sólo estaba jugando con sus pobres sentimientos!
Su sangre inmediatamente comenzó a hervir a la par que un cosquilleo agradable se instalaba en su pecho. El sol les daba de lleno y Bankotsu sintió su piel arder un poco más.
—¿Qué te parecería quitarme la virginidad de encima? —preguntó Kagura con la misma soltura con la cual podía hablar del clima. Fue ahí cuando finalmente la sangre de Bankotsu tomó una dirección específica directo al sur de su cuerpo y se sonrió, malicioso y encantador y, por qué no, ligeramente atónito por la muy directa propuesta. Nunca se había topado con una joven tan atrevida.
—Hasta la pregunta ofende, princesa —contestó irguiéndose sobre sus codos.
Ella no dijo más. La invitación era muy clara y él no tenía pensado rechazarla ni mucho menos arruinarla con palabras de más.
No era la primera vez que desvirgaba a una chica, pero Kagura era la tercera en esa lista específica. Con tal seguridad y experiencia (por no mencionar a las demás jóvenes que pasaron por su cama), con una sutileza hipnotizante comenzó a acariciar sus piernas; primero las firmes pantorrillas, haciendo círculos directo a las rodillas hasta llegar a los suaves muslos. Notó como a la muchacha se le ponía la piel de gallina ante su tacto y no pudo más que sonreírse, satisfecho y complacido. Sus dientes blancos se mostraron cuando metió las manos debajo de la falda escolar y con una lentitud tortuosa, aún en su sitio debajo de Kagura, comenzó a bajarle las bragas hasta dejarlas extendidas en las pantorrillas.
La falda ofrecía cierta resistencia a la luz, pero aún así el moreno pudo apreciar -supuestamente, nunca se podía saber a ciencia cierta- el virginal sexo de la muchacha. Estaba completamente depilada y pensó que quizá la joven ya tenía sus varios días planeando aquella deliciosa trampa en la que, apenas sin pensárselo, se dejó atrapar con gozo.
Como atraído por una fuerza mucho más poderosa que él mismo o su razón, enterró el rostro entre las piernas de Kagura, sin perder tiempo en acariciar los pliegues ya ligeramente humedecidos con su lengua y labios.
Al primer toque Kagura se estremeció y se mordió el labio inferior. Era extraño tener la boca de alguien más entre las piernas, incluso le entraba cierto pudor que le provocó un violento sonrojo y la obligó a encrespar los hombros, pero se dedicó a olvidarse de ello. En su lugar pensó en cuánto le gustaban los inusuales ojos azules de Bankotsu y sus manos grandes y morenas, que a pesar de estar llenas de grasa y aceite, ligeramente callosas por el trabajo físico, ya apretaban y acariciaban sus muslos con suavidad, provocando que perdiera la poca razón que le quedó luego de tomar aquella decisión que, incluso a ella, le sonaba a un delirio arrasado por la lujuria.
Soltó un fuerte gemido cuando Bankotsu aumentó el ritmo sobre sus puntos débiles. Se vio obligada a recargarse sobre el cofre del auto que prácticamente ardía tanto como su cuerpo. Sintió cómo le levantaban la falda para acariciar sus nalgas, moviendo su cadera hacia él para profundizar el tacto de su boca contra su sexo, y aunque estaba consciente de que en esa posición medio vecindario podía ver lo que estaba haciendo, no pudo menos que importarle un carajo. De hecho había algo de excitante en eso de ser observada; después de todo, permitía que su propio hermano la observara desnudarse haciéndose la distraída. Qué más le daba si la veían los vecinos.
Era joven, astuta y hermosa, y Kagura lo sabía perfectamente bien. Su vanidad podía llegar a ser tan descarada y descarnada como la de su hermano –parecía ser cosa de familia-, pero esta vez era como si al fin ese cuerpo que poseía a base de duros entrenamientos de ballet y la dolorosa y sangrienta pubertad tomara un sentido claro, teniendo ahora a Bankotsu lamiendo su entrepierna con tanto ahínco.
La misma Kagura tomó un vaivén rítmico cuando sintió un primer dedo invadir su canal interno. Soltó varios jadeos que trató de acallar mordiéndose los labios, con el temor de que cualquier vecino, o peor aún, Naraku volviera y los escuchara. Su inesperado amante, por otro lado, no podía sentirse más satisfecho y encantado. Desde hacía meses, prácticamente desde que la volvió a ver, las ganas que le traía a la dulce hermanita de Naraku eran obvias tanto para su banda como al mismo Naraku, quien no perdía ocasión de advertirle con esa maliciosa y elegante sutileza suya que no le tocara un solo cabello a su hermana.
La ironía es que sólo se desaparecía un instante y de pronto se encontraba a sí mismo preparando a la muchacha para su primer encuentro sexual al tiempo que él se dejaba arder a fuego lento para desfogar todas sus ganas. Incluso se sentía halagado al elegirlo justamente a él como el primer afortunado que se atreviese a explorar sus sitios más íntimos. Con la cantidad de chicos que probablemente perseguían a Kagura (de alguna forma tenían que salir los enfermizos celos de su hermano), ser justamente él el primer explorador, era toda una exquisitez. Sin contar el bono que significaba el saborear la enérgica excitación de la hermanita de Naraku sin que este lo supiera. Era como burlarse en su cara y sonreírle socarrón, con los labios deliciosamente humedecidos.
Siguieron durante más tiempo del esperado. A esas alturas Bankotsu ya había hecho uso de un segundo dedo y la lubricación de Kagura le resbalaba ligeramente por la palma, aún más resbaladiza gracias a la propia saliva del moreno. Si hubiesen tenido un poco de decencia y razón, habrían detenido el acto a la mitad por si acaso Naraku regresaba, pero los gemidos de Kagura lo excitaban sobre manera y el bulto en su entrepierna lo delataba descaradamente. De todas formas, ninguno de los dos hizo esfuerzo alguno por detenerse.
Cuando la escuchó jadear con más fuerza, con más energía al punto de parecer un gemido de dolor, Bankotsu aumentó el ritmo de su lengua contra los vulnerables e hipersensibles puntos de Kagura. Lo hizo hasta que la sintió explotar con las contracciones de sus músculos y los escandalosos gemidos que de su boca salieron mientras sus piernas temblaban débiles alrededor de él. Ni siquiera se detuvo cuando el punto álgido del orgasmo de la muchacha se detuvo y ella luchó desesperadamente por recobrar el aliento, sintiendo el sudor resbalar por su torso y sus mejillas y la depravada sensación de tener la falda alzada prácticamente hasta la cintura mientras él la acariciaba.
Tomando grandes bocanadas de aire, tratando de nivelar su respiración y su ritmo cardiaco, el joven aprovechó para ponerse de pie y posicionarse a su lado, haciendo gala, orgulloso, de su simpática arrogancia.
—¿Te gustó, princesa? —preguntó después de relamer y saborear sus labios, pero no le dio tiempo de siquiera responder cuando la tomó por el mentón y la besó. El beso fue húmedo y profundo desde el primer segundo. El moreno parecía acelerado por todo el proceso anteriormente ejecutado, así que no perdió tiempo en invadir la boca de Kagura con su lengua y juguetear con la de ella, haciéndola sentir el propio sabor de su cristalina esencia.
Kagura, un tanto sorprendida por el gesto, y un tanto inexperta en el arte de besar, al principio no supo cómo corresponder. Dejó que los labios de Bankotsu hicieran bailar los suyos con esa danza apasionada, desenfrenada, y sintió algo más hervir en su bajo vientre, volviendo a despertar su deseo como si dentro de ella hubiesen apretado un punto tan sensible como desconocido, pero no pudo evitar soltar un gritito de sorpresa cuando él la tomó de las brazos y la acorraló contra el cofre del auto. Posó sus manos sobre los muslos y abrió sus piernas violentamente.
—¡Espera! —vociferó tomándolo de los hombros para alejarlo. Bankotsu, quien parecía no haber escuchado, notó las pantaletas de Kagura aún en sus pantorrillas y sin reparo alguno se las terminó de quitar, guardándoselas rápidamente en el bolsillo trasero de su pantalón.
—¡No, que esperes, joder! —volvió a gritar cuando, ahora sí, Bankotsu pudo abrir sus piernas con libertad mientras se desabrochaba alocadamente el pantalón.
—¿Qué sucede? —inquirió alzando una ceja, desconfiado, preguntándose si acaso la muchacha se había arrepentido.
Ella pareció vacilar unos instantes y miró por encima del hombro de Bankotsu. Luego posó la vista en los ojos azul cobalto de él y se obligó a calmar sus atolondrados nervios.
—Mejor en mi habitación. No quiero que mi hermano nos encuentre.
Bankotsu se encogió de hombros y le encontró bastante lógica al asunto; no les caería mal un poco de precaución. Además, eso de quitarle la virginidad a una chica encima del cofre de un auto, aunque lo excitaba, dudaba mucho que fuera el estilo de Kagura, por lo menos en su primera vez, a pesar de no imaginarla deseando el amoroso arrumaco sólo para que un chico explorara por primera vez su entrepierna.
Sin decir nada la joven se arregló un poco el cabello y lo tomó de la mano, dirigiéndolo rápidamente con ella dentro de la casa, subiendo las escaleras hasta toparse con el cuarto de la joven. Ni de cerca era como Bankotsu lo había imaginado.
No había muñecos de peluche en la cama, sólo un par de cojines blancos y rosas sobre un colchón desarreglado. Las paredes carecían de posters de películas o cantantes. Ni siquiera parecía la habitación de una joven de dieciséis años, a diferencia de los muchos perfumes y maquillajes desordenados que descansaban sobre el tocador delante del enorme espejo y los zapatos tirados al pie del armario.
Bankotsu pasó la vista por la habitación unos segundos antes de posar la mirada en Kagura. Para cuando lo hizo ella ya se estaba quitando la blusa del uniforme, y cuando apenas quedó en sostén y falda, se abalanzó contra ella como un toro, estampándola contra la pared y pasando a besarla con más ímpetu.
A Kagura le costaba respirar mientras sentía las masculinas manos posarse en su cintura para acércala más a él, haciéndola sentir el endurecido bulto que en esos instantes era su entrepierna contra su monte de Venus, y cuando siquiera pensó en quitárselo de encima para recuperar el aliento, volvió a tomarla de los brazos y la arrojó de lleno contra la cama, provocando que esta se desacomodara un poco más de lo que ya estaba y dando la ilusión de que habían pasado la mañana entera revolcándose sobre las telas.
Bankotsu, sonriendo lascivamente directo a ella, finalmente se desabrochó el pantalón y se limitó a bajarlo sólo un poco, llevándose también los oscuros bóxers.
Kagura abrió los ojos como platos cuando lo vio tomar con una mano su endurecido miembro y acariciarlo un poco. La observó como si deseara devorarla con los ojos y aquel artefacto de carne que, en esos instantes, estaba a reventar de sangre, la impresionó como pocas cosas lo habían hecho en su vida. No es que jamás hubiese visto uno en alguna fotografía o película porno, pero era muy distinto ver aquella cosa alzarse directamente a su persona como si buscase la mejor manera de atravesarla.
Intentó no parecer una chiquilla inexperta y torpe, pero no pudo evitar mirar con especial atención el descarado miembro masculino que ante ella se mostraba y que Bankotsu, de muy buena manera, le ofrecía al tiempo que estimulaba.
—Eso no me va a entrar —susurró Kagura finalmente, mirando a Bankotsu directamente a los ojos, quien no tardó en carcajearse, y es que la ingenuidad e inexperiencia que soltó en aquellas pocas palabras le parecieron tan encantadoras que no provocaron otra cosa más que avivar su creciente deseo por ella.
—No seas tonta, Kagura. Claro que sí entra —respondió, pero haciendo caso omiso a la preocupación de la chica (no era muy distinta a las otras muchachas que había tenido en la cama, y es que le gustaban guapas), la barrió de arriba para abajo con los ojos y agregó a modo de órden, de pronto súbitamente serio—: Quítate el sostén.
Cuando movió sus manos por pura inercia acatando la petición, notó que le temblaban. Se dijo que tal vez no estaba lista para eso, que se había precipitado y estaba por cometer una estupidez demasiado grande, pero tampoco se dejó intimidar y no se detuvo. Estaba entre excitada y ansiosa, pero debajo de todo ello había otro sentimiento que la estaba llevando irremediablemente a subir de nivel e intensidad viciosa sobre su carácter conforme pasaban los segundos.
Cuando quedó con los pechos expuestos, luchando contra las ganas de cubrirse con los brazos, Bankotsu se acercó y se posó sobre ella sosteniendo el propio peso en los brazos, sin embargo su boca se dirigió a uno de sus senos con una sonrisa que no desapareció hasta que besó su piel. Pasó su lengua por el pezón lentamente, saboreando a gusto el ligero sabor salado de la piel acalorada de Kagura. Pasó a morder, divertido, la punta de uno de sus pechos mientras una de sus manos descendía en erráticos círculos por su torso y vientre hasta la entrepierna, quitando con facilidad la barrera que ofrecía la tela de la falda que, por alguna razón, Bankotsu no se decidía en despojarla de ella.
Kagura se arqueó y posó una de sus manos en la cabeza del chico buscando algo sobre lo cual agarrarse, tomar algo de seguridad, buscar alguna forma de no verse tan torpe. Abrió más sus piernas para darle el espacio suficiente para juguetear con ella, quien volvió a introducir un par de dedos en su interior. La notó un poco más húmeda de lo que ya estaba.
Mientras el moreno seguía divirtiéndose con sus pechos, besándola profundamente de cuando en cuando, excitándola un poco más de lo que ya estaba y remojando sus ganas cuando le besaba y mordía el cuello, la muchacha volvió el rostro hacia el reloj que descansaba en su buró e intentó darle alguna precisión a la hora.
¿Cuánto tiempo habría pasado desde que Naraku se fue? ¿Media hora, tal vez más?
De pronto la razón volvió a ella momentáneamente entre todo el caos que era su mente: si quería terminar el trabajo, Bankotsu tenía que darse prisa, muy a pesar de sus propios deseos que de pronto disminuyeron cuando evocó la imagen del rostro de su hermano y la posibilidad de que los encontrara con las manos en la masa. Aún peor, tomando en cuenta que Kagura sabía muy bien que Naraku guardaba una pistola bajo su cama.
Detuvo a Bankotsu en seco, quien la miró confuso una vez más y estuvo a punto de preguntar qué pasaba. Se encontró con su gesto de pronto endurecido, incluso un poco aburrido, como si ni por segundo hubiese sentido placer alguno ante sus caricias y besos.
—Sólo hazlo ya y no jodas —masculló desviando la vista, a lo cual el moreno alzó una ceja, replicando luego:
—No seas estúpida. Tienes que estar bien excitada para poder metértela.
—Ya estoy bastante excitada —exclamó casi en un grito, a lo cual el chico simplemente se limitó a rodar los ojos y luego, sin aviso ni advertencia alguna, introducir a las fuerzas un tercer dedo, provocando que la joven gimiera de dolor, le jalara el cabello en el acto y luego lo empujara un poco para sacar el trío de dedos de su interior.
—¡Joder, eso me dolió, idiota!
—¿No qué ya estabas lista, señorita rudeza? —masculló el muchacho, e invadido por un súbito sentimiento de rabia ante la actitud inesperada y caprichosa de la joven, terminó por tomarla de ambas muñecas con una mano y taparle la boca con otra a manera de que no siguiera reprochando.
Kagura lo miró al punto del espanto, pero él ignoró el gesto y prosiguió. Casi le dieron ganas de soltarse a reír; probablemente la pobre pensaba que ahora tenía intenciones de violarla, y si bien no pensaba forzarla a hacer nada que no quisiera, tampoco estaba para aguantar tonterías ni dejarse manipular como bien sabía que Kagura era capaz de hacerlo.
—Escúchame bien, princesa, porque no quiero irlo repitiendo y tampoco deseo ponerme violento con una linda chica como tú: me gustas como el carajo. Te deseo como el carajo. No me importa el resto del mundo. Lo sabes, y ahora no me vas a arruinar el momento con tus caprichos; yo no soy como el idiota de tu hermano a quien puedes manejar y manipular a tu antojo, ¿entendiste? —Kagura frunció el ceño, negándose a asentir—. Ahora, intentaré que esto sea lo menos doloroso posible y me dejarás hacer mi trabajo, ¿estamos?
Le quitó la mano de encima de la boca y ella siguió mirándolo ceñuda, aunque su actitud se mostró un poco más apaciguada.
—En serio que no las entiendo a ustedes. Primero se quejan de que no nos damos nuestro tiempo, y cuando lo hacemos, son ustedes quienes parecen traer prisa —argumentó Bankotsu levantándose sobre sus rodillas al tiempo que sujetaba las piernas de ella.
—Sólo no quiero que Naraku nos encuentre —Cuando sintió el miembro del chico acariciar su entrepierna lentamente, listo para penetrarla, lo tomó de los brazos con insistencia y le dedicó una intensa mirada. Esta vez no se sentía con ganas de ponerse a reñir—. Bankotsu, es mi primera vez. No seas muy brusco.
La petición, en boca de la jovencita, acompañado de ese gesto de rudeza medio falsa y la ligera angustia que siempre provocaba la primera experiencia, hizo que Bankotsu hasta se sintiera enternecido. Sin decir nada se inclinó hacia ella y la besó una vez más, depositando en sus labios un ritmo pasional pero un tanto más dulce, al tiempo que comenzaba a frotar más rápidamente su miembro contra el suave y humedecido sexo de la chica, disfrutando a sus anchas la textura tersa de la piel depilada y los delicados pliegues que lo formaban y acariciaban su propia dureza.
También, tomando consciencia del peligro que significaba estar haciendo eso con la persona menos indicada, el joven procuró darse prisa luego de unos instantes. Los primeros intentos fueron infructuosos e incómodos: era como si Kagura cerrara toda posibilidad de dejarlo entrar en su interior a pesar de su propia prisa, y cada vez que lo intentaba era como tratar de introducir la punta de un objeto demasiado grande para un espacio demasiado pequeño e imposible de estirar. Cuando lograba empujar un poco y sentía el anillo de carne apenas ahuecándose alrededor de él, ella se quejaba o farfullaba alguna maldición. Bankotsu insistía con que se relajara, aunque sus palabras de aliento se limitaban a divertidos reproches donde le decía que no fuera apretada y remilgada.
Cuando finalmente, luego de varios minutos que parecieron una pequeña pelea campal entre sus sexos, finalmente logró penetrarla, la joven se arqueó y tensó con fuerza, sujetándose de sus antebrazos y encajando sus afiladas uñas en la piel. Bankotsu vio su rostro deformarse incómodo cuando se atrevió a enterrarse un poco más en ella, disfrutando en grande la sensación de estar rodeado de ella por primera vez. La chica soltó un jadeo ligeramente doloroso y luchó por tomar aire; la sensación escocía justo en la entrada de su intimidad y le daba la impresión de estar intentando abrir una liga ya fuera de todos sus límites.
—Joder. No puede ser tan difícil —masculló luego de que él la tomara de las caderas para elevar su cuerpo y facilitar el acto.
—Mierda, Kagura, estoy intentando ser delicado contigo —Se adentró un poco más, y ella al instante respondió haciendo un ademán de querer quitárselo de encima, aunque no invirtió gran esfuerzo en aquello.
—Es como meter una salchicha en una puta cerradura.
—Así son las primeras veces. Deja de hacer tanto drama, Kagura —respondió logrando, al fin, introducirse por completo en ella.
Al hacerlo hizo una pausa para que la chica se acostumbrara a tener aquel ente endurecido en su cuerpo. Aún tensa y nerviosa, su interior era cálido y húmedo. Tuvo que soltar un ligero jadeo de placer al sentir al fin el tener a la muchacha bajo sus garras y sentirse en su interior. Kagura, por otro lado, lo miró inquisitiva. Mientras él se daba gusto a sus anchas, ella sufría con esa maldita cosa metida entre las piernas. No era un dolor insoportable que la hiciera saltar lágrimas o chillar de dolor como una histérica (hasta era más angustioso ir al dentista), pero ciertamente era incómodo y sentía como si sus paredes fueran a desgarrarse en cualquier instante junto a ese ligero escozor que no abandonaba su sensible entrada.
—¿Estás bien? —preguntó el moreno mirándola a los ojos con una sincera preocupación. Kagura lo miró casi sin expresión y repitió sus anteriores palabras.
—Ya te dije que sólo lo hagas.
Él, para toda respuesta, se encogió de hombros. Si eso era lo que ella pedía, entonces se lo daría; de una forma u otra iba a disfrutarlo luego de que se acostumbrara. Había desvirgado a la preciosa y adorada hermanita de Naraku y no podía sentirse más extasiado por el hecho de haber sido, justamente él, quien lo hiciera.
Estaba muy consciente de la absurda regla que existía entre los hombres de no ligarse a las hermanas a riesgo de perder una amistad o alianza por culpa de la chica en cuestión, pero a pesar de considerarse algo así como un amigo de Naraku, había algo en el chico que a Bankotsu nunca terminó de darle por entera confianza. Era como tener una pequeña astilla enterrada en el dedo; una astilla imposible de quitar y que casi nunca se sentía, pero que incomodaba terriblemente cuando rozaba alguna superficie, y esa incomodidad siempre se anidaba en el pecho del moreno cada vez que escuchaba a Naraku hablar de su hermana menor.
La manera en que lo hacía, de esa manera tan hostil, tan enfadada, como si la sola existencia de Kagura lo pusiera de mal humor, era casi comprensible tomando en cuenta el carácter de mierda que la muchacha se cargaba; a veces era una auténtica arpía, una bruja adolescente sencillamente intolerable. No quería imaginar siquiera el calvario que significaba vivir con ella, sobre todo estando en la situación tan precaria en la que estaban, sin embargo el joven de ojos rojos hablaba tanto de ella, la sacaba a relucir en cada oportunidad y sus labios pronunciaban tanto el nombre de la muchacha, que Bankotsu en ocasiones pensaba que estaba obsesionado con ella o que, por el contrario, la amaba más de lo que él jamás aceptaría.
Al principio pensó que sólo se trataba de un profundo resentimiento por el sólo hecho de haber tenido una hermana menor y, por consiguiente, verse forzado a compartir. Luego pensó que era a causa de la responsabilidad que automáticamente caía sobre sus hombros al tener que hacerse cargo de ella una vez que quedaron huérfanos –eso podía destruir los sueños de cualquiera, hasta los de alguien como Naraku-, pero esas sospechas quedaron disipadas cuando Naraku le propuso trabajar con él, en parte para su propio beneficio, en parte para mantener a su hermana, a quien de una u otra forma siempre parecía proteger no sólo de los hombres, sino de cualquier otro contacto exterior. Era como si estuviese obsesionado con mermar la libertad que por derecho, como persona, le pertenecía. Incluso él, siendo el líder de un grupo de matones capaces de las peores atrocidades, a cada uno de ellos daba la libertad y confianza que deseaban y merecían.
No sabía cuál era el tipo de obsesión que Naraku se cargaba de esa manera tan rara con respecto a ella, sin embargo le recordaba a los caóticos dilemas amorosos que de vez en cuando había escuchado en boca de otros hombres cuando se topaban con una chica insufrible e insoportable que, a pesar de todos sus defectos, los traían babeando la banqueta como unos miserables perros sin dueño.
Luego de unos minutos de embestirla con lentitud y suavidad, cuando notó que a ella comenzaba a gustarle todo el asunto y relajarse un poco más, cuando comenzó a abrazar su espalda y a juntar sus cuerpos ahora llenos de sudor, Bankotsu no pudo evitar aumentar el ritmo.
Se irguió sobre sus rodillas y abrió aún más sus piernas, sosteniendo con una fuerza casi bestial sus caderas para embestirla. Empezó a hacerlo cada vez más rápido. Kagura pudo sentirlo mover de adentro hacia afuera toda la extensión de su miembro con tanto ímpetu y brío que, en cierto momento, hasta se sintió violada. El escozor en su entrada se terminó volviendo insoportable a pesar de que intentó ignorarlo largo rato.
—Bankotsu, espera… espera —murmuró al oído del joven, pero este pareció no escucharla ahora completamente perdido en su propio placer. No fue hasta que lo empujó con fuerza que finalmente se detuvo—. Ya fue suficiente.
—¿Ya? Pero si apenas estamos comenzando.
—Y en cualquier momento puede regresar Naraku —apuntó ella frunciendo el ceño. Él soltó un suspiro de resignación.
—Como quieras. Pero no me puedes dejar así.
Al principio no pareció comprender a qué se refería, pero luego de unos segundos entendió el significado de sus palabras. Después de todo él la había hecho venirse, no podía dejarlo a él a medias. Era hasta injusto.
—Sólo no termines dentro. No quiero que me embaraces —pidió la joven arrugando las cejas, preocupada. ¿Cómo no se le ocurrió siquiera preguntar si tenía un maldito condón?
A él le pareció razonable, tampoco quería convertirse en padre, así que sin mucho preámbulo sacó lentamente su miembro del interior de la joven procurando no dañarla y sin perder tiempo se alejó del colchón, poniéndose de pie. Kagura se sentó sobre sus rodillas en la cama, creyendo que únicamente tendría que masturbarlo para terminar de una vez con todo el asunto, pero su idea se desmoronó cuando él extendió su mano hacia su cabeza y le sujetó el cabello suavemente, pero con la firmeza suficiente para obligarla a mirarlo.
—¿Qué haces? —masculló mirándolo directamente. Él le dedicó una sonrisa lasciva. Lucía encantadora al verla desde arriba, con sus ojos bien abiertos coronados por las largas pestañas como ala de oscura mariposa y el sonrojo que teñía sus mejillas.
—No, más bien qué quiero que tú hagas.
Bankotsu bajó su vista a su propia entrepierna y Kagura lo imitó. Teniéndola agarrada del cabello y notando la justa altura en la cual quedó su cara, le devolvió la mirada al chico y la sonrisa le comprobó todas sus sospechas.
—¿Quieres que te la…? —También sonrió. A pesar de no haber sido el mejor sexo de su vida –bueno, había sido el único- aún seguía mucho más excitada de lo que estaba, más de lo que jamás lo había estado nunca. Como broma le pareció divertida en un principio, pero cuando se percató de que él hablaba muy en serio, no pudo evitar fruncir el ceño y vacilar ante la idea de meterse esa cosa en la boca—. ¿Me estás jodiendo?
—Eso lo acabo de hacer, princesa. Vamos, no seas estrecha —bromeó Bankotsu al tiempo que Kagura, firme en su posición de no parecer una tonta y aprovechar el poco tiempo que quedaba, tomaba el miembro masculino ardiente y endurecido entre sus manos. Lo acarició unos segundos llena de zozobra, como intentando acostumbrarse a él a pesar de ya haberlo tenido en su interior, y aunque jamás lo había hecho y tuvo que tomar valor durante unos instantes, tratando de no pensarlo demasiado lo introdujo en su boca todo lo que pudo, empezando a succionar y lamer como Dios le dio a entender. En realidad le resultó más difícil de lo que parecía.
Bankotsu casi puso los ojos en blanco, invadido por el placer. Sus músculos se relajaron un poco más y tomó a Kagura por la cabeza con suavidad, ayudándola a llevar el ritmo. Si bien su técnica, obviamente, era torpe y abogaba a su lógica inexperiencia, no dejaba de sentirse demasiado bien la sensación de los rojos labios rodeando su miembro y succionando con ganas la punta al tiempo que estimulaba el resto con sus manos.
—"Me pregunto qué haría Naraku si me encuentra chupándosela a su mejor amigo" —Pensó lamiendo lentamente la punta, todavía sintiendo los nervios a flor de piel—. "Creo que nos mataría. Sería toda una tragedia griega."
Con ese pensamiento en mente, entre la sensación de estar traicionando la mucha y bizarra protección que su hermano imponía sobre ella como una pesada sombra, y la excitación que a esas alturas la dominaba luego de hacer algo de lo que, estaba segura, su hermano jamás creyó que se atrevería a hacer prácticamente en sus narices, aumentó el ímpetu de sus lengüetazos y manos hasta que el moreno, acompañado de un gutural jadeo, explotó contra ella casi sin control.
Kagura frunció el ceño cuando un poco de aquel líquido blancuzco y viscoso le cayó sobre los labios y la barbilla. No sabía si cerrar la maldita boca o abrirla, pero de la sorpresa se quedó prácticamente boquiabierta; un poco de ello cayó dentro de su boca y empapó sus labios. Bankotsu, por su parte, dejó la vista sobre ella, complacido ante la imagen del bello rostro de Kagura ligeramente empapado con su esencia.
Bueno, debía admitir que no le quiso advertir nada precisamente para tener la oportunidad de verla así, aunque fuera de mala educación. Hasta ya se esperaba una bofetada o algo.
Ella, por su parte, tuvo ganas de apretarle las pelotas hasta que gritara de dolor, pero luego se encontró llena de confusión y curiosidad ante la novedosa experiencia. Se atrevió a saborear la sustancia que había caído sobre su rostro; no tenía un sabor malo. Tampoco era un manjar, pero no era tan malo como esperó. Incluso jugueteó curiosa con él, tomando los restos de la excitación de Bankotsu que habían resbalado por su barbilla y observándolos de cerca como si fuese la cosa más interesante del mundo, inspeccionando la cálida textura y preguntándose cómo diablos de eso había salido prácticamente todo el mundo mientras el moreno se dejaba caer pesadamente en la cama a su lado, respirando entrecortadamente y pasándose un brazo tras la cabeza, satisfecho con el polvo que había echado y, sobre todo, con quien había sido.
Kagura, casi distraída, se volvió hacia él y lo observó unos segundos. Estando así, con los pantalones desabrochados y el torso desnudo, le pareció más atractiva que nunca la manera en que sus músculos se marcaban debajo de su piel morena. Casi se sintió dentro de un sueño erótico y surrealista donde nada de eso había pasado, despertando entonces con un sabor de boca extraño (se podría decir que incluso literal), todo producto de la confusión que provocaba el primer encuentro sexual.
Sin pensárselo demasiado se dejó caer también a lado de Bankotsu, aunque procuró acomodarse un poco la falda escolar que su inesperado amante jamás le quitó de encima.
—¿Te gustó? —preguntó de pronto, haciendo que ella lo mirara de reojo, un tanto distraída mientras se limpiaba los restos de semen con un pañuelo desechable.
—¿Qué?
—Que si te gustó tener sexo.
Kagura hizo una especie de gesto de sorpresa y jugueteó con sus dedos por encima de su esternón, no sabiendo exactamente qué responder.
—Fue… raro. Incómodo, creo… además, no me advertiste nada al venirte.
Ahí el chico, descaradamente, soltó una rápida carcajada.
—¿Pero te gustó?
Se preguntó de dónde venía tanta insistencia. ¿Acaso eso hacían todos los hombres luego de tener sexo? A Bankotsu sólo le faltaba sacar un cigarrillo y encenderlo.
—Eso creo. Supongo que la primera vez siempre es extraña.
—¿Lo repetirías? —inquirió irguiéndose sobre sus brazos y mirándola fijamente.
—¿Contigo?
Kagura no alcanzó a comprender a qué había venido su propia pregunta.
—Pues claro.
La muchacha se encogió de hombros y asintió después de una pausa.
—Tal vez.
—Ah, si no fueras hermana de Naraku —agregó el moreno estirándose un poco sobre la cama, agotado—, te pediría que fueras mi novia. ¿Por qué tu hermano es tan celoso, eh?
—Yo qué sé. Porque está loco, supongo —respondió distraídamente, todavía confusa y atolondrada por la reciente experiencia. Se quedó unos segundos callada, vacilando. No tenía mucho qué decir sobre la conocida y rara protección que su hermano imponía sobre ella, pero por alguna razón sentía la necesidad de aclarar cosas que ni siquiera ella lograba determinar—. Cree que soy de su propiedad. Y tampoco deberías decirle a él, ni a nadie, lo que pasó.
—¿Estás de broma? —masculló casi sorprendido—. Tu hermano puede llegar a ser muy violento, y no tengo intenciones de arruinar mi apu… amistad, con él —balbuceó. El breve tartamudeo no pasó desapercibido para la muchacha a pesar de que Bankotsu recuperó la compostura rápidamente—. Como sea. Probablemente a ti te iría mejor que a mí.
Guardaron silencio por algunos minutos que, conforme transcurrían a su alrededor junto al movimiento de los rayos del sol, se volvieron cada vez más tensos e incómodos. Fue Bankotsu quién se dijo que había sido suficiente parloteo y acción por un día. Además, Naraku probablemente no tardaba en regresar y ya no estaba seguro si era Kagura quien se sentía más fastidiada de su presencia o él de la de ella.
—En fin. Quisiera quedarme un rato más al arrumaco, princesa, pero tu chaperón seguro no tarda en regresar —dijo al tiempo que se levantaba de la cama y se acomodaba los pantalones. Kagura no pudo evitar pensar que era un poco patán por dejarla así, pero al final le restó importancia y volvió a ponerse su ropa, aunque cuando terminó con su blusa y buscó sus pantaletas rebuscando debajo de la cama y sobre ella tuvo que detener a Bankotsu antes de que atravesara su puerta. Sería un suicidio dejar sus calzones tirados por ahí para que Naraku los encontrara y se diera cuenta al instante del mentado delito. Sabía muy bien lo difícil que podía resultar el tratar de engañarlo, sobre todo teniendo evidencia tan contundente.
—¿Dónde carajos quedaron mis pantaletas?
Bankotsu la miró confuso y de pronto entreabrió la boca como si hubiese recordado algo importante. Metió la mano tras el bolsillo trasero de su pantalón y sacó la delicada prenda rosa que la chica tanto buscaba. Ella hizo ademán de querer tomarla, pero la alejó levantándola sobre su cabeza.
—Me quedaré con tus bragas. Serán mi prenda de la buena suerte.
—¡Joder, Bankotsu, dame eso! —El reclamo de Kagura sólo sirvió para que él sonriera más ampliamente y se guardara la prenda de nuevo.
—Oye, ¿qué nunca te leyeron cuentos de hadas antes de dormir? Míralo como un pañuelo obsequiado a tu príncipe azul… aunque, bueno, más bien como un pañuelo de… princesa moderna o algo así. Antes no regalaban ropa interior.
—¡Para ya de jugar y devuélveme mis bragas!
Intentó quitárselas de nuevo, pero él la detuvo tomándola con firmeza del mentón y acercándola a su rostro.
—Fue un placer desvirgarte, princesa —Le sonrió, y antes de que pudiera decir o reclamar nada, le plantó un casto beso en los labios. Eso pareció sacarla de juego junto a la descarada frase y para cuando acordó Bankotsu ya salía corriendo de su habitación como quien corre de la escena de un crimen.
No le quedó otra opción más que buscar otras bragas y correr a darse un baño. Estaba segura de que si Naraku se le acercaba en esos instantes sería capaz de oler aquella mezcla que había quedado sobre su piel con su propio sudor y el de Bankotsu. O tal vez sus ojos y su confusa actitud la delatarían. Notaría que había algo diferente en ella; tal vez no diferente, la experiencia de tener sexo por primera vez no la hizo sentir que toda su vida y condición había cambiado sólo por dejarse meter un pene entre las piernas, pero estaba segura de haber hecho algo que a él, ni de cerca, le iba a agradar, y el sólo hecho de saberlo era ya suficiente para ponerle los nervios de punta.
Sea como sea, necesitaba relajarse, y vaya que lo necesitó cuando al salir de la ducha y asomarse nuevamente a la ventana vio que su hermano ya había vuelto. Bankotsu había regresado a su sitio justo a tiempo para disimular el hecho de que acababa de follársela de lo lindo. Incluso tuvo la gentileza de ponerse de nuevo la camiseta sucia, y cuando lo enfocó con la mirada se sorprendió de la maestría con la cual, al parecer, había despistado a su hermano, quien como si nada seguía metiendo la cabeza revisando el motor sin sospechar siquiera lo que recién había ocurrido en su casa.
En cierto momento Bankotsu se dio cuenta de que ella lo observaba desde su habitación, y aprovechando que Naraku no lo miraba, sacó de su bolsillo las bragas que anteriormente habían sembrado la discordia entre ellos. Con la mayor de las desvergüenzas posibles se puso la prenda íntima contra la nariz con una dramática pose, aspirando el suave aroma que desprendían y provocándole a Kagura un enfado que le resultó imposible de sofocar.
—Maldito seas, Bankotsu —masculló la muchacha esperando que él pudiese leer sus labios, justo antes de correr las cortinas de la ventana y pegar media vuelta a su desaliñada cama, que ya sólo de verla convertida en un desastre le provocó una flojera descomunal; le dolían las caderas, la mandíbula, y el escozor seguía presente en su entrepierna. Se echó una merecida siesta con un último pensamiento que no logró conciliar su sueño con la rapidez esperada—: Debí follar con Bankotsu en la cama de Naraku. Seguro eso le provocaría pesadillas.
"Cuando mi error y tu vileza veo,
contemplo, Silvio, de mi amor errado,
cuán grave es la malicia del pecado,
cuán violenta la fuerza de un deseo."
Sor Juana Inés De La Cruz
¡Hola! De nuevo ando por aquí, y la verdad sentí que me ausenté un poquito de publicar o actualizar fanfics o.ó se me atravesaron muchas cosas estos dos últimos meses (me cambié de casa, empecé nuevo cuatrimetre, exámenes, mi gatito murió, etc). Lo cierto que es que durante la cambiada de casa se me vino la inspiración para escribir este fanfic que, como dije arriba, participa en la actividad de 7 Días, Camino al Infierno, del foro ¡Siéntate!
Debo aclarar algo importante: este fanfic está inspirado en otro fanfic llamado Truth or Lie?, de una ficker y buena amiga llamada Symbelmine. Esa historia a mi me encantó como la puta padre, y durante mucho tiempo fantaseé con imágenes mentales de lo que podría ser una precuela de esa historia, sobre todo porque la autora me dijo tiene pretensiones de escribir una. Y para cuando acordé, mis imágenes mentales con respecto a esta precuela aún no escrita ya habían tomado forma y, si se les acomodaba un poco, contaban de una u otra forma un pecado capital, ¡y yo me moría por participar en la actividad y no se me había ocurrido nada antes! No pude soportarlo más y corrí a pedirle permiso a Erly (Symbelmine, pues)… y, esto ha salido xD
Mi intención NO es sustituir la precuela que quiere hacer Erly, sino escribirla desde mi perspectiva y tomando varios elementos y referencias del fanfic Truth or Lie? Tuve el debido permiso para hacerlo por parte de Erly e incluiré muchas referencias de su fanfic dentro de este.
¡Ah, otra cosa! Se supone que en la actividad se puede participar con capítulos como One!Shots o Drabbles. Yo elegí One!shot, y el máximo de palabras por capítulo se supone son 4000… como pueden ver me pasé por mucho xD pero fue necesario. Si no contaba todo lo que necesitaba, la idea principal del fanfic no saldría ni contaría lo que ya estaba estructurado.
En fin, creo que no tengo más que aclarar. No me queda más que decir muchas gracias a quienes se tomaron el tiempo de pasarse por aquí a leer n.n si les gustó, tengan por seguro que por ser un reto, tengo que publicar un capítulo por día, así que será una actualización muy rápida (?)
[A favor de la Campaña"Con voz y voto", porque agregar a favoritos y no dejar un comentario, es como manosearme la teta y salir corriendo]
Me despido
Agatha Romaniev
