N/A: Sí, dije que no iba a volver a escribir/publicar, pero lo hice, soy culpable. Solo les advierto que leer esto puede significar una pérdida de tiempo así que no esperen demasiado, y lo cierto es que no debería de publicar este fic, pero hoy estoy muuuuuuuuuuuuuuuy aburrida. Por favor, solo tomen esta historia como una simple idea.
Bien, hechas las advertencias correspondientes, gracias por tomarse el tiempo de pasar por aquí y bienvenid s sean a este fragmento desordenado e incompleto de mi mente.
And if you hurt me, well that's ok, baby;
(Y si me lastimas, bueno eso está bien, nena)
Only words bleed inside these pages;
(Únicamente las palabras sangran dentro de estas páginas)
You just hold me and I won't ever let you go;
(Tú solo abrázame y nunca te dejaré ir)
Wait for me to come home.
(Espera que vuelva a casa)
Photograph – Ed Sheeran
RECUERDA
Sabía que manejar en su estado había sido una total imprudencia, pero cuando su consciencia logró aclararse un poco y se dio cuenta de que estaba en la cama de Noah Puckerman, el mejor amigo de su ahora exnovio, no pudo hacer más que darle un certero empujón al muchacho y salir corriendo de aquella casa dejando a su acompañante con el gesto totalmente incrédulo mientras repetía una y otra vez que aquello estaba bien, que Finn nunca se enteraría.
Quinn respiró hondo y sacudió la cabeza tratando de apartar los recuerdos, el asco que sentía por la situación, por ella misma.
Se aferró con fuerza al volante de su auto, y miró hacia el frente, a aquella casa delante de la cual llevaba estacionada desde hace más de quince minutos.
Las luces seguían apagadas y no parecía haber movimiento dentro.
Con pesadez soltó el aire y se llevó ambas manos al rostro apartando su cabello suelto para limpiar la tanda de lágrimas que corrían por sus mejillas.
Su intentó fue en vano.
Las lágrimas brotaban sin cesar y el llanto se presentó dificultando su respiración.
No necesitaba verse para saber que su imagen debía de ser deplorable.
Había estado a casi nada de arruinar su vida solo por buscar sentir esa absurda validación que nunca recibía ni recibiría de su padre. La misma validación que nunca recibió de su exnovio.
No importaba lo que hiciera, ante los ojos de su padre ella no era ni de cerca tan buena como su hermana mayor. No importaba lo que hiciera, Finn siempre tendría ojos para alguien más, y era precisamente que esos ojos se fijaran esta vez en cierta jovencita judía lo que había rebasado el vaso.
Un vaso que estaba lleno de sensaciones con las que luchaba día a día. De dudas, de sentimientos por aquella chica que ahora parecía ser de interés para el gigante de la escuela.
Quinn no lo culpaba, ella vivía, sufría, en carne propia lo que era estar atrapado en el encanto de Rachel.
Rachel Barbra Berry.
La causa de la mayoría de sus quebraderos de cabeza, y la razón principal por la que había acabado en la habitación de Puck, porque Quinn también buscaba su autovalidación, buscaba probar que podía sentir atracción física por alguien del sexo opuesto.
Buscaba demostrase que podía sacar a la otra joven de su mente.
La misma joven que en ese momento la sacaba de sus pensamientos dando pequeños golpes en la ventana del copiloto sobresaltándola, provocando que levantara la vista para encontrándose con ese par de orbes chocolate que tanta confusión le causaban.
Ambas se miraron en completo silencio por varios segundos.
Afuera estaba frío, Quinn lo sabía y lo podía corroborar al ver como la morena al otro lado de la ventana tiritaba.
Su primer pensamiento fue encender nuevamente el auto, pisar el acelerador y salir huyendo tal y como lo había hecho de la casa de Puck, pero estaba la posibilidad de que el alcohol en su sistema le cobrara una factura que, a pesar del infierno interior que vivía, no estaba dispuesta a pagar.
Sin embargo el haber tomado de más no le había importado mucho a su consciencia una hora antes cuando se puso tras el volante.
Casi por instinto y sin saber cómo, tras ver las primeras gotas de lluvia caer, su mano se extendió hasta la manija y abrió la puerta.
Notó la indecisión de Rachel al entrar. No la culpaba. Nunca había sido muy agradable para con la chica de cabellera morena quien en ese momento se limitaba a mirarla con tanta intensidad que el corazón se le oprimió más de lo que ya estaba, algo que no creyó pudiese ser posible.
-¿Qué te sucedió?- le preguntó con un hilo de voz.
Quinn agachó la mirada para luego mirar hacia al frente mientras volvía a aferrarse al volante.
La lluvia comenzaba a caer con más fuerza.
-No es asunto tuyo.- espetó con desagrado logrando una vez más ocultar el tono de voz vergonzoso que el alcohol solía dejar.
El suspiro que Rachel soltó tras sus malas formas la puso tensa. No tenía derecho a hablarle así. Nunca lo había tenido. Y ahora probablemente la chica no solo la veía como una persona grosera, sino también como alguien demente, después de todo era ella quien estaba invadiendo propiedad privada.
-Perdóname, Quinn, pero estás estacionada frente a mi casa, un viernes por la noche, con una apariencia que evidentemente deja ver que has estado llorando, así que no me digas que no es asunto mío, además tú me has dejad…- la morena detuvo su discurso abruptamente provocando que Quinn la mirara de reojo ante el milagroso suceso.
Mirada seria, ceño fruncido y una posición de cabeza que rozaba lo cómico fue lo que la rubia halló.
-¿Qué… qué sucede?- preguntó, salvo que esta vez no pudo ocultar la particular voz de una persona que ha bebido demasiado.
Sin contestar, Rachel frunció más el ceño y se inclinó un poco hacia ella provocando que Quinn retrocediera la misma distancia.
De pronto los ojos de la morena se abrieron como platos y su gesto se mostró horrorizado.
-¿Estuviste bebiendo?- cuestionó con voz baja y escandalizada.
Quinn se tensó y, sonrojada, volvió a apartar la mirada.
-¡Quinn Fabray, has estado bebiendo!- exclamó la morena alejándose por completo mientras se llevaba ambas manos al pecho.
-No te importa.- masculló la rubia esforzándose por sonar normal, algo que sin duda alguna no logró.
Maldito preparado especial de Puckerman.
¿Qué le había metido el chico a los tragos?
-¡¿Te volviste loca?! , ¡¿Acaso estás intentando matarte?!
Quinn volteó los ojos. Algo que supo fue una muy mala idea cuando la cabeza comenzó a darle vueltas.
-Ya te he dicho que eso no es de tu incumbencia.- respondió con pesadez luchando por mantener el control de su cuerpo.
-Dame tus llaves.- exigió la morena.
-¡¿Qué?! no, claro que no, olvídalo.- protestó negando torpemente.
-Dame las malditas llaves, Quinn.- volvió a exigirle esta vez extendiendo la mano como si aquello fuera la fórmula mágica para que la rubia accediera.
-Bájate y déjame en paz.- ordenó sacando las llaves del contacto y apartándolas de Rachel.
La morena se cruzó de brazos y levantó una ceja, casi de la misma forma en la Quinn solía hacerlo. La rubia sospechaba que esta nueva actitud de la chica se debía a sus cuatro intentos fallidos por coger la llave del contacto antes de lograr sacarla.
-No hasta que me des las llaves.- volvió a hablar la morena con gran determinación, o eso creyó percibir Quinn.
Lo cierto es que Rachel podría habérselo dicho cantando y ella no estaría segura de nada, o tal vez sí porque consideraba un imposible el no percibir lo hermosa que era la voz de Rachel al cantar. O lo tierna que era cuando hacía un berrinche en los pasillos de la escuela. O lo increíblemente sexy que le resultaba cuando se enfrentaban.
Tan metida estaba en sus cavilaciones sobre los distintos tonos de voz de Rachel, que cuando la porrista quiso darse cuenta la chica de cabellera morena ya se había abalanzado sobre ella en busca de las llaves del auto.
El forcejeo no duró demasiado y dejó a la morena victoriosa.
Claro estaba que la falta de coordinación no ayudó demasiado a Quinn, o al menos eso se dijo ella a sí misma para palear en algo su ya de por sí herido orgullo.
La expresión triunfal de Rachel provocó en la porrista unas incipientes ganas de decir algo, cualquier cosa que borrara esa condenada sonrisa, pero una necesidad mayor se hizo presente.
Con la desesperación por evitar una humillación y desastre aún mayor, Quinn salió a trompicones del auto y cruzó la calle corriendo hasta llegar a un pequeño y en ese momento, afortunadamente, desierto parque.
Se apoyó como pudo en el primer árbol que se le cruzó y con desagrado inclinó la cabeza hacia adelante dejando que su organismo se deshiciera de todo lo que pudiera.
No fue consciente de cuánto tiempo estuvo en esa posición, ni como su arrugado uniforme de porrista empezó a empaparse rápidamente debido a que aparentemente estaba bajo el único árbol de ese parque que no tenía copa, de lo único que fue consciente fue de como una mano se posó con delicadeza en su espalda mientras otra se encargaba de apartar su cabello.
Cuando su estómago se dignó a darle un descanso, Quinn apoyó la frente en el árbol y trató de respirar pausadamente.
Lo último que necesitaba era comenzar a hiperventilar.
-Salí corriendo.- dijo finalmente con la voz rota una vez que su respiración se calmó. -Sé que fue estúpido manejar estando ebria, pero hubiera sido más estúpido que me quedara ahí. Necesitaba probarme a mí misma, pero en realidad no quería estar ahí, no quería estar con él. No quería que siguiera tocándome. Me dio asco. Llevarlo a su casa ha sido lo más estúpido que he hecho.- agregó atropelladamente.
-Quinn, para, no te estoy entendiendo, o… mejor dicho… espero no estar entendiendo.- Rachel la sostuvo por los hombros y la giró buscando su mirada, pero fue en vano.
Quinn no sabía cómo enfrentarse a la morena, no tenía idea de cómo había si quiera osado ir a buscarla.
-Quinn, ¿de dónde saliste corriendo?- repitió Rachel sosteniendo su rostro con delicadeza hasta que sus miradas se encontraron.
-Puck.- musitó -Hui de casa de Puck.- repitió antes de apartar la mirada totalmente colapsada por los nervios.
Las manos de Rachel, que hasta ese momento se habían dedicado a dejar pequeños roces sobre sus mejillas apartando las gotas de lluvia que corrían por ellas y quizá alguna que otra lágrima que se confundía, se alejaron dejándole una sensación de desprotección que amenazó con hundirla más de lo que ya estaba.
El único sonido que escuchó Quinn por largos cinco segundos, el tiempo que le tomó armarse de valor y mirar a la chica frente a ella, fue el de la lluvia y el del viento moviendo las hojas de los árboles aledaños.
Cuando finalmente alzó la mirada, se encontró con los ojos de Rachel cargados de algo que nunca antes había visto en la chica. Ira. Pura ira, mientras que sus puños estaban tan apretados que los nudillos ya carecían por completo de color.
En cualquier otra ocasión aquella imagen de Rachel usando su típica vestimenta de sweater con estampado de animales, falda tableada y medias hasta las rodillas, toda ella completamente empapada, le habría causado gracia y hasta ternura, pero lo último que la mirada y la pose de la morena inspiraban en ese momento era gracia o ternura.
-¿Rachel?- musitó temerosa.
-Lo mataré.- espetó la chica tensando la mandíbula mientras su miraba empezaba a vagar de un lado a otro como si estuviera planeando algo –Lo patearé en las pelotas, lo patearé hasta que me suplique matarlo. Maldito hijo d…
-¿Por qué?- interrumpió la rubia sorprendida por el vocabulario de la morena.
-¿Por qué?- cuestionó incrédula –Él… él quiso obligarte, porque…- hizo una pausa y acercándose despacio volvió a tomar el rostro de Quinn con delicadeza –por… por favor dime que no lo logró.
La rubia parpadeó y negó ante la mirada, ya no llena de rabia, sino suplicante de Rachel.
-No me hizo nada, no… no pasó nada. Nada más allá de unos besos asquerosos.- hizo un gesto de desagrado cerrando los ojos con fuerza tratando de apartar el recuerdo. -Y él no quiso obligarme,- volvió a hablar mirando nuevamente a la morena - yo… yo estaba molesta, deprimida,- empezó a relatar de la forma más coherente que pudo -lo encontré saliendo de la práctica y me dijo que un par de cervezas me animarían, yo me dejé convencer, nos emborrachamos y terminamos en su habitación, pero cuando me di cuenta de lo que estaba por hacer me fui. Salí… salí corriendo.
Rachel la miró dudosa.
-Es la verdad, lo juro. No pasó nada.- balbuceó de forma sincera.
-¿No te hizo daño?- preguntó con un hilo de voz.
La rubia negó.
-¿No… no me mientes?- insistió la morena apartándole un mechón de cabello húmedo que se deslizó por su frente.
Quinn volvió a negar tratando de no soltar un suspiro ante la acción de Rachel. Ciertamente se sorprendía que a pesar de su estado, hasta el momento, había sabido comportarse. En algunos aspectos, claro estaba.
Sin embargo, lo que no sabía era cómo sentirse ante la reacción de la otra joven.
Nunca habían sido amigas, y más de una vez ella la había tratado terriblemente mal, sin embargo ahí estaba aquella chica que tantas veces fue blanco de sus burlas, preocupándose por ella y totalmente dispuesta a encarar a quien quizá era uno de los patanes más grandes de Lima, después de Russel Fabray claro estaba.
La postura de la morena se relajó finalmente y ambas volvieron a intercambiar miradas en completo silencio.
-Terminé con Finn.- soltó la rubia de forma casi inaudible desviando la mirada hacia la calle.
-¿Mmm?
-Terminé con Finn.- repitió esta vez mirando al suelo –Lo llamé mientras conducía hacia aquí, no le di ninguna explicación, solo lo corté. Fue un impulso, pero no me arrepiento. Aunque tal vez no lo hago porque todavía hay demasiado alcohol corriendo por mis venas y mañana me odiaré más de lo que ya lo hago ahora. Quiero decir…- soltó una risa irónica –he estado a punto de acostarme con Puckerman, terminé con mi novio por teléfono y estoy aquí, sin poder cerrar la boca, haciendo el imbécil frente a ti.- terminó sollozando y abrazándose a sí misma en busca de un poco de autocontención y control.
Solo logró calmarse tras unos segundos, y no porque se sintiera mejor, sino porque la sensación de mareo había empeorado.
La cabeza estaba por estallarle y lo único en lo que lograba pensar era en cómo diablos había logrado llegar a la casa Berry sin matarse o matar a alguien en el camino.
De un momento a otro sintió su cuerpo desvanecerse, pero inmediatamente unos brazos la rodearon por la cintura evitando que se desplomara. Los brazos de Rachel.
Quiso gritar, llorar con rabia, huir de ahí, de la vergüenza, de la vulnerabilidad, pero su cuerpo estaba demasiado débil y esta vez no era solo una excusa.
Sin embargo todas aquellas sensaciones fueron reemplazadas poco a poco por una totalmente diferente, y es que tener a la morena sosteniéndola de aquella forma tan protectora le hacía sentir como no lo hacía desde que era una niña pequeña y su abuela le contaba historias antes de dormir. Quinn comenzó a sentirse a salvo.
Así, tras un par de segundos más, se dejó guiar a través de la calle, luego al interior de la casa, escaleras arriba y finalmente por la habitación de Rachel hasta llegar al cuarto de baño del mismo donde la morena le dejó a solas con una toalla limpia, un cepillo de dientes nuevo y una muda de ropa.
Quinn vomitó una vez más tras cambiarse, se cepilló los dientes y se dejó caer al suelo deslizando la espalda por la fría pared hasta quedar sentada, las manchas verdes en su visión le anunciaron que si no lo hacía probablemente terminaría desmayándose, algo que quizá sí llegó a suceder porque cerró los ojos, por lo que creyó un segundo, y cuando los abrió Rachel estaba frente a ella, en cuclillas, refrescándole la frente y el rostro con una toalla de mano húmeda.
Cuando sus miradas se reunieron, la morena le sonrío suavemente y con calidez.
-¿Puedes levantarte?- le susurró apoyando la toalla en su mejilla izquierda con un poco más de firmeza.
Quinn se apoyó brevemente en el toque, se odió por ello, y asintió despacio, aunque lo cierto era que no tenía idea de si podría o no ponerse de pie.
Con dificultad, y usando el lavabo como apoyo, se levantó muy lentamente, y antes de poder si quiera pensar en protestar, o intentar aparentar que no necesitaba ayuda, los brazos de Rachel ya se encontraban rodeándole la cintura nuevamente, ofreciéndole el apoyo necesario para erguirse por completo y evitar un traspié en su corto camino fuera del cuarto de baño.
Cualquier intención de mostrar, al menos, una pizca de autosuficiencia, se esfumó en el instante en que una fuerte punzada en la cabeza le dibujó una expresión de dolor.
Por ello, ciegamente se dejó guiar hasta la cama por la morena donde, esta, la ayudó a sentarse para luego situarse a su lado y ofrecerle una botella con agua junto con una pastilla.
Quinn las tomó sin cuestionar nada.
-¿Tus padres están muy enojados?- murmuró la rubia al cabo de unos minutos en los que ambas se dedicaron a mirar el piso bajo sus pies.
Rachel exhaló una gran cantidad de aire, casi como si lo hubiera estado conteniendo durante la última hora.
La rubia levantó la vista y se encontró con una mirada cansada, pero dulce.
-Hoy es su aniversario,- respondió tomando la botella vacía de sus pálidas manos y dejándola luego sobre la mesa de noche –ahora están en Columbus en una especie de escapada romántica.- explicó con una sonrisa suave-Fue ahí donde se conocieron.- agregó dirigiendo la mirada hacia el otro lado de la habitación.
Quinn siguió la línea de visión de la chica a su lado y se encontró con una fotografía perfectamente enmarcada en un portarretrato sobre un pequeño escritorio. En ella se veía la imagen de tres Berry's completamente sonrientes.
La porrista solo pudo pensar que Rachel siendo abrazada por sus dos padres era quizá lo más dulce que había visto.
-Vuelven mañana por la tarde para terminar la celebración conmigo.- volvió a hablar la morena mirándola esta vez a ella –Pero puedo asegurarte que si estuvieran aquí no tendrían ningún problema, es más, ya me habrían reñido por no haber llamado a tus padres.
Ante la mención de Russel y Judy, Quinn se tensó otra vez.
No quería pensar en ellos, en sus enseñanzas, en la mirada indiferente de su madre, ni en la desaprobatoria de su padre. Los Fabray eran muy buenos para aparentar, frente a los demás eran padres orgullosos y amorosos, pero de puertas adentro… la historia era otra. Probablemente ellos la habrían culpado de todo lo sucedido desde un inicio sin siquiera preguntarle si estaba bien o no, y eso era algo que ella no necesitaba.
Ya tenía suficiente lidiando con su propia sensación de culpa, no necesitaba que le hicieran sentir peor, aun cuando creyera merecerlo.
Por eso no quería pensar en ellos, ni en lo avergonzados que estarían de ella si supieran no solo lo que había pasado con Puck, sino lo cómoda que se sentía junto a la pequeña aberración judía hija de los homosexuales de la ciudad, como decía su padre.
-Papá está de viaje y mi mamá… ella no está disponible ahora. - musitó apenas.
Claro que su respuesta había sido un eufemismo para decir que su padre prácticamente vivía entre la oficina y un avión, mientras que su madre era una alcohólica sin remedio que posiblemente en ese momento ya no debía recordar que tenía una hija adolescente bajo su supuesto cuidado.
La expresión de la morena le hizo saber a Quinn que la chica había notado su incomodidad al mencionar a sus padres.
-Oh, ya veo.- respondió la morena dejando el tema.
Quinn lo agradeció internamente.
-Aun así,- volvió a hablar la porrista –yo… no voy a molestarte más. Me iré cuando la lluvia pare.- agregó esperanzada en ese hecho ya que ahora solo caía una ligera llovizna.
Ya era parte de su naturaleza huirle a Rachel y a todo lo que provocaba en ella, solo que por ahora se había permitido el lujo de saborear el confort que la morena le daba, excusándose mentalmente en su malestar físico aun sabiendo que, en cuanto se sintiera un poco mejor, su consciencia la castigaría sin piedad.
Y como si el clima estuviera en su contra, de un momento a otro la lluvia volvió a intensificarse hasta el punto de convertirse en una tormenta propiamente dicha.
Quinn solo se preguntó si alguien allí arriba estaba jugando con ella y poniéndola a prueba.
Un trueno resonó en todo el lugar, sobresaltando a ambas jóvenes, dándole así una especie de macabra respuesta a la rubia.
-No es prudente que manejes en tu estado, Quinn. Con o sin lluvia.- replicó la morena aún con la mano dramáticamente colocada sobre su pecho luego del trueno, algo que Quinn no podía criticar, ella misma había estado al borde de un maldito infarto debido al condenado sonido que se había escuchado probablemente en todo Ohio.
-No me gusta ser una carga.- musitó en respuesta cuando estuvo segura de que su corazón no estaba saliéndose de su pecho.
A parte de que tampoco le gustaba ser masoquista, y eso sería precisamente si accedía a compartir habitación con la otra chica.
-No lo eres.- respondió Rachel poniéndose de pie. –Puedes quedarte aquí, yo dormiré en la otra habitación.- agregó como si le leyera la mente.
La rubia asintió con poca convicción agachando la mirada. Cuando Rachel se durmiera ella podría irse sin problemas.
-Y será mejor que no intentes fugarte. Yo tengo tus llaves, no lo olvides.- agregó con un gesto triunfal desde la puerta de la recamara.
Quinn levantó tan rápido la cabeza ante esta sentencia, que el mareo que ya casi se había desvanecido se hizo presente nuevamente provocándole un gran malestar, por lo que solo atinó a cerrar los ojos con fuerza y a inclinar el cuerpo hacia adelante.
-Hey,- escuchó con dulzura a su lado–está bien, solo intenta descansar.
Esta vez Quinn asintió resignada, y sin abrir los ojos se dejó arropar por Rachel.
Mientras se concentraba en regular su respiración, la rubia se fue relajando poco a poco mientras sus sentidos eran envueltos por el perfume de la morena, perfume impregnado sobre las sábanas y el cobertor, perfume que la llevó a un completo estado de trance.
Un trance que la llevó a otra dimensión cuando el suave toque de la yema de unos dedos pasó por su frente apartando unos cuantos mechones de cabello.
Sin embargo fue el sentir el delicado y tímido toque de una mano acariciando su mejilla lo que llevó a Quinn al mismísimo nirvana.
Pudo quedarse dormida en ese instante, pero se resistió con el único fin de corroborar con sus propios ojos que aquello no era un sueño.
Pero, en el instante en el que abrió los ojos, Rachel se apartó con una mirada avergonzada.
Y Quinn se lamentó enormemente, al menos la parte de ella que siempre gritaba desde su interior que aquello que sentía por Rachel estaba bien. Lamentó haber arruinado el momento. Uno que quizá no volvería a vivir.
-¿Puedes quedarte hasta que me duerma?- preguntó sin poder ni querer evitarlo –No quiero estar sola… por favor.- agregó con voz entrecortada y tímida.
La morena asintió con expresión sorprendida, y con una mirada cargada de algo que a Quinn le resultó muy similar a la ilusión.
Rachel encendió la lámpara que yacía sobre la mesa de noche, apagó la luz principal de la habitación y sin perder más tiempo volvió a sentarse en la cama al lado del cuerpo recostado de la rubia, quien no había dejado de seguirla con la mirada en todo momento.
Afuera la lluvia seguía cayendo y los truenos sonando, pero para Quinn todo ahora era Rachel Berry. Rachel Berry usando un holgado pantalón de pijama con estrellas rosas y una camiseta blanca de tirantes.
La porrista se preguntó si los pantalones que ella misma llevaba puestos serían similar a los de Rachel, y también se preguntó en qué momento la morena se había cambiado.
Quizá cuando ella estaba terminando de vaciar sus órganos internos.
Pensar en aquello le provocó tal desagrado que por un momento creyó que tendría que levantarse y correr nuevamente hacia el cuarto de baño.
Y su desagrado debió haber sido más que evidente, porque Rachel le tomó la mano antes de preguntarle si podía traerle algo más para hacerla sentir mejor.
-Estoy bien.- respondió la porrista ganándose nuevamente una ceja alzada por parte de la otra chica.
Quinn tuvo que reprimir una risa que probablemente le habría hecho sentir como si su cabeza se estuviera partiendo.
-Bueno… dentro de lo que cabe.- agregó logrando relajar la expresión de Rachel quien asintió conforme.
La rubia volvió a cerrar los ojos, esta vez sintiendo sobre ella todo el peso del estrés de ese casi fatídico día.
Ahora mismo no se encontraba en su mejor forma, pero considerando los hechos, estaba claro que podría encontrarse muchísimo peor.
-Noah es un idiota.- susurró la morena llamando la atención de Quinn.
La rubia parpadeó y enfocó su mirada en los cálidos ojos marrones que la observaban desde arriba.
-Ya te dije qu…
-Eso no importa, Quinn.- la interrumpió con expresión de pura indignación. -Que tú tengas parte de la responsabilidad no minimiza lo que él ha hecho. Si una persona se encuentra mal, se le debe ayudar, no intentar sacar provecho de la situación. Conozco a Noah, y estoy segura de que él sabía muy bien lo que hacía. Esto pudo haber acabado muy mal.
La rubia apartó la mirada sintiéndose completamente avergonzada otra vez, pero al sentir el toque de la mano de Rachel sobre la suya, volvió a reunir su mirada con la de la morena.
-Sé que no somos amigas,- volvió a hablar la joven de ojos chocolate -y no tengo idea de por qué de todos los lugares decidiste venir aquí hoy, pero lo agradezco. Y solo… solo quiero que tengas presente que… si alguna vez necesitas algo, cualquier cosa…- susurró acariciándole el dorso de la mano con el pulgar –puedes contar conmigo. No vuelvas a exponerte de esa forma. Por favor.- terminó suplicando.
Quinn se perdió en los bellos ojos que la miraban con temor, se perdió en las palabras que acababa de oír, y sobre todo se perdió en la intensidad con la que fueron dichas.
Fue debido a todo eso que solo pudo asentir, sin saber que decir o si sería capaz de encontrar su voz para tal propósito.
Rachel comenzó a acariciarle tímidamente el cabello, y esta vez Quinn no pudo evitar que un suspiro lograra escapar de sus labios haciéndola consciente de que sus barreras estaban siendo derribadas una a una.
Por ello dejó que el cansancio la invadiera antes de terminar haciendo algo muy estúpido, pero antes de sucumbir por completo dijo la única palabra que no quería darse el lujo de callar. Al menos esta vez.
-Gracias.- susurró dejándose arrulla por perfectas caricias.
-Descansa.
Y aquellofue lo último que escuchó decir con ternura a la voz de la persona que llevaba robando sus pensamientos desde hace buen tiempo.
Horas después Quinn despertó con un cálido cuerpo pegado a su espalda y un brazo rodeándola protectoramente por la cintura.
Rachel.
Su lado racional, el que estaba gobernado por cada creencia que le habían inculcado desde muy temprana edad, le decía que se apartara.
Pero aquello se sentía tan bien. Tan distinto a cuando había estado cerca de Finn. Tan distinto a cómo se había sentido con Puck. Tan sincero. Sin segundas intenciones. Tan correcto. Tan puro.
Así se llevó una mano al pecho buscando la cruz del collar que llevaba desde los once años, y apretó el puño a su alrededor.
Luego de unos segundos de debate interno, la rubia se rindió y soltando su cruz llevó su mano hasta la de Rachel y las entrelazó, sintiendo como en el acto la joven se pegaba más a su espalda.
Por un breve momento se tensó, pero la respiración tranquila de la morena golpeando suavemente su hombro la relajó.
Para ese momento la tormenta había pasado, dejando solo una ligera llovizna que golpeaba suavemente la ventana de la habitación, una habitación que estaba completamente sumergida en penumbras y paz.
Quinn sabía que la situación no era para nada convencional, y quizá por la mañana su mente le jugaría una mala pasada, pero en ese momento decidió ignorarlo todo y solo... disfrutar, porque la paz que Rachel Berry le transmitía no tenía comparación.
Instintivamente se aferró con más fuerza al abrazo de la morena, dejando que sus manos entrelazadas descansaran sobre su abdomen, provocando que Rachel se removiera un poco logrando acomodarse mejor tras ella.
-Patearé a Noah en lo bajos en cuanto lo vea. Te lo prometo.- masculló la morena con voz infantil y adormilada.
Quinn esbozó una suave sonrisa y reprimió sus ganas de llevar la mano de la chica hasta sus labios para besarla.
En cambio, cerró los ojos intentando volver a conciliar el sueño, y de inmediato una frase se le vino a la mente.
"Recuerda esta noche, porque marca el principio de la eternidad"
La había leído esa misma mañana en un libro que le adjudicaba la autoría de la misma al poeta italiano Dante Alighieri.
Sí, Quinn tenía nociones de poesía, literatura era su materia favorita. Quinn era una de las mejores alumnas de la escuela. Quinn era una gran deportista.
Quinn podía saber mucho, y ser muchas cosas, pero no tenía idea de lo que sucedería en la siguiente hora, menos aún la mañana siguiente, o en lo que restaba de la eternidad.
Pero esa noche, en ese momento, mientras estaba acostada en la cama de Rachel con la joven abrazándola como si quisiera guardarla de cualquier mal, Quinn decidió que no pensaría en nada que no fuera la abrumadora, pero reconfortante paz que la envolvía.
En ese momento, mientras Rachel la abrazaba y ella se permitía sentir sin huir, Quinn se dio el lujo de creer, al menos por lo que restaba de la noche, que aquello podría ser el inicio de su eternidad.
ooooo-ooooo
