El muchacho de rizos sonrió una vez más.

- Oh, vamos Pipes, será divertido.

Pipes. De nuevo la llamaba así, al parecer, se convirtió en su nuevo apodo. Le encantaba, y no pudo ocultarlo en la sonrisa que se esbozó ante sus palabras. La idea era descabellada, aún más de sus anteriores y pequeñas aventuras. Ese chico la llevaba como quería, sin siquiera notarlo. Desde que llegó a ese colegio, él era su único amigo. También su único consuelo y diversión. Siempre estaba haciéndole reír, o cometer pequeñas travesuras, como la que le planteaba ahora. ¿Esas palabras? "Será divertido" La última vez que las oyó, le prendieron fuego a los pantalones al malhumorado del entrenador Hedge. Aún recordaba lo extraño que se comportó él ese día...

- No lo sé ─La sonrisa se convirtió en una mueca de duda, acompañada de un silencio al advertir que el profesor los miraba. Fingió copiar bajando la cabeza en lo que le susurraba a su compañero de banco─. ¿Y si nos descubren qué?

- Entonces mejor ─El chaval emitió una risa bajita ante la mirada de su amiga, algo severa-. Pipes, mi querida Pipes... será en la noche, nadie nos verá. Además ¿Piensas perderte un espectáculo como ese?

Se lo meditó un poco. ¿Cuántas veces había la posibilidad de ver una lluvia como esa? Y no sólo eso...Todo el semestre había trabajado en una relación, tratando de conseguir que él la viera como algo más que un amiga.

El timbre resonó. "Salvada por la campana" pensó. Cerró su carpeta rápidamente, colgó su bolso al hombro y se dispuso a salir del aula. Pero alguien (Él, quién más) tiró de su brazo, volteándola y la miró a los ojos. Los demás se apresuraban a llegar a su siguiente clase, o al comedor por su hora libre. Se oían murmullos, gritos, pisadas; pero ellos seguían allí. De pie, delante de su mesa, muy cerca uno del otro.

- ¿Y bien? - El susurro en el que lo dijo le hizo estremecerse. La cercanía le estaba matando─ No me diste una respuesta.

- Iré.

Su amigo la envolvió en un gran abrazo, riendo, dando las gracias y prometiendo que iba a ser genial. Se lo creía. Juntos salieron del aula hasta tener que separarse por la siguiente clase. Pasó todo el día pensando en esa noche. Casi no prestaba atención a sus clases, pues algo diferente se metía en sus pensamientos.

A la hora acordada, se encontraron al pie de las escaleras que conducían a las habitaciones de chicas. Con cuidado de que nadie los viera, se escabulleron. Estaba nerviosa, él no parecía darse cuenta, pues tomó su mano. Esto sólo provocó que se sonrojara y que su paso, ya bastante torpe, se redujera. Caminaron por el colegio, hasta salir al aire frío del patio. De allí treparon por una de las canaletas hacia el tejado.
Se sentaron sobre las tejas, mirando el cielo. En cualquier momento comenzaría una lluvia de meteoritos que prometía jamás olvidar. O eso esperaba. Después de casi cuatro meses, tenía que lograrlo. Hace ya tres meses y dos semanas que le conocía, dos meses y unos días que se reconoció a sí misma que le gustaba. Ahora, observando el cielo con él a su lado, todo aquello parecía lejano. Los primeros días, donde todos la miraban mal por un crimen que no cometió, donde él fue el único que le animó, no la juzgó, le defendió de Dylan, le hizo reír. Hasta este momento aún hacía bromas sobre aquel BMW, pero siempre fueron para molestarla inocentemente.

- Es hermoso

Casi ni había notado que la lluvia comenzó, perdida en sus pensamientos, lo único que la trajo de vuelta fue su voz. En verdad era hermosa. Mientras miraban el fenómeno, hablaron de cosas sin importancia. Siempre lo hacían. Pasaron los minutos como si nada...

- Bueno, al menos yo no robé un BMW

- ¡Que no lo robé!

El gritó habría alertado su presencia si él no hubiese tapado su boca con una mano, nervioso, y mirando a los lados. Casi que caían del tejado, si no fuera porque se apoyó en su propio brazo, mientras él descansaba su torso sobre ella. Se miraron, y él retiró su mano para correr un mechón de su irregular cabello, que cubría su rostro. Volvió a sonreirle, y ella no podía dejar de analizar sus ojos marrones, parecían tan tristes...

- Leo...

Las palabras murieron en su boca, en cuanto los labios de su amigo chocaron con los suyos.

Cuando despertó, sentía la cabeza como si le hubieran introducido trozos de hielo a martillazos a través de los oídos. Con una mueca de dolor, alzó las manos para frotarse los ojos, sintió náuseas. El dormitorio comenzó a inclinarse. Se incorporó lentamente y el sueño volvió como un golpe. Los sueños de los semidioses eran extraños, pero esos... cada detalle... parecía real. Es más, sabía que esos eran sus recuerdos.

Con Jason. Los que descubrió ser formados por la Niebla... Recordó su charla con Annabeth cuando llegó al campamento. Ella le había dicho que sus recuerdos parecían más nítidos que los de la mayoría. Últimamente fueron muy borrosos, desde la ruptura con Jason.

Llevó sus rodillas al pecho, abrazándolas. Todo este tiempo se engañó creyendo que esos recuerdos en realidad eran producto de La Niebla, por más nítidos que sean. Y no, no lo eran...Sus ojos se cristalizaron ¿Cómo pudo su madre permitir que bloquearan tales sentimientos? Siempre fue Leo... siempre. Quería ir corriendo a su cabaña, abrazarlo con todas sus fuerzas y disculparse por haber olvidado. Estar al corriente de que fue obligada a relegar esos recuerdos, pero no podía dejar de sentirse culpable. Volvía a perder su confianza. Leo... Él ya no estaba. No podría abrazarlo si el estuviese allí, ni aún cuando sus piernas tuviesen la fuerza ara llevarla a la cabaña 9, o al Búnker... Pues Leo no estaba entre los vivos.

Sin más, comenzó a llorar. Se durmió entre lágrimas y no volvió a soñar.