Disclaimer, este fic no me pertenece a mí a su autor/a Yondaime Namikaze. Es propiedad de Cressida Cowell y de Dreamworks. Nosotros no tenemos intención de esperar algún lucro monetario.

Bueno chicos, yo soy mucho más del estilo de escribir mis propias historias, pero esta me pareció tan buena que no pude evitar preguntar al/la autor/a si podía traducirla. Cuando me dijo que sí no pude esperar para comenzar.

Bien, comenzando con mi campaña de honestidad hacia mis lectores, les anticiparé que actualizaré más o menos cada dos semanas, ya que tengo un par de historias propias que tengo que escribir, pero estén seguros de que actualizaré esto siempre que pueda.

Sin más distracciones, ¡disfruten!

&&&/(((

Capítulo 1: Aquel chico misterioso

Ella tenía once años cuando le regalaron su primera hacha, bellamente diseñada y perfecta para entrenar. A esa edad también lo conoció. Él era aprendiz en la fragua y, según supo después, ayudó en el diseño de su hacha. En aquel tiempo ella no sabía nada de él además de que era aprendiz en la fragua. A diferencia de sus padres, ella no se preocupaba en saber todo sobre todos los habitantes de la aldea, eso ya lo sabría luego, cuando comience a entrenar para ser una guerrera, una verdadera Vikinga.

No hace falta decir que ella estaba realmente intrigada con este chico. No parecía tener más años que ella y ya había ayudado a crear su primera hermosa hacha. Fue por eso que comenzó a ir más frecuentemente a la fragua. Su hacha estaba hasta afilada de más de tantas veces que fue. Ese chico siempre estaba ahí, cada vez que ella pasaba. Era callado y conservado. Una vez que el trabajo estaba hecho, se refugiaba en su cuarto secreto en el fondo del lugar.

Astrid Hofferson no estaba acostumbrada a que le nieguen lo que quería. Toda su vida le dieron todas las cosas que pidió. Por eso fue que una tarde en la fragua, ella detuvo al chico antes de que se vaya otra vez.

— ¡Oye! ¿Quién eres? ¡Quiero saber el nombre de la persona que ayudó a crear mi hacha!

El chico parecía sobresaltado, como si hubiese sido la primera vez que alguien reconocía algo que él hacía.

— No, no quieres —dijo simplemente antes de volver a refugiarse en su pequeño cuarto de nuevo.

— ¡E-espera! —ella volvió a detenerlo. No podía creer que tartamudeó un poco. Astrid Hofferson nunca tartamudea. Nunca. ¿Esto era lo que pasaba cuando no tenía lo que quería? De niña nunca sintió eso—. Yo sí quiero saber. Ayudaste a hacer mi hacha. Es por lejos el mejor regalo que he tenido. ¡Al menos hazme el honor de conocer el nombre de la persona que la hizo! —Porque no descansaré hasta que lo sepa. Siempre te tendré en cuenta a ti y a tu talento. Por supuesto, ella no dijo esa última parte en voz alta. A pesar de que sólo tenía once, aún tenía su orgullo. Los vikingos ciertamente no expresaban sus sentimientos en voz alta, menos en lugares públicos.

— Mira, lo siento, pero debo trabajar en unos planos… debo irme… um… ¡adiós! —dijo y se escabulló hacia su misterioso cuarto antes de que la joven Astrid pudiera detenerlo otra vez.

Las acciones del chico sobresaltaron y confundieron a la joven vikinga. ¿Por qué estaba este chico tan empeñado en no decirle su nombre? No fue como que ella le preguntó una cosa demasiado seria. ¿Acaso a él no le gustaba su nombre? Ella sabía que había muchos padres vikingos que seguían la tradición de ponerle a sus hijos horribles nombres (pero Astrid era de los pocos que tenía uno normal) creyendo que eso mantendría alejados a los duendes y trolls. Cómo creían que eso en verdad podría funcionar, Astrid no tenía idea.

Astrid volvió a su casa para cenar, sin ninguna idea del nombre del chico. Después de la cena, se retiró a su habitación para dormir. En su cuarto, soltó su largo cabello rubio de las dos trenzas y lo dejó caer como un ondulado y fluyente río de oro sobre sus hombros. Otra noche de sueños con este chico. Ella odiaba admitir a cualquiera, inclusive a ella misma, lo sorprendente que este chico le parecía. Algún día, ella averiguaría su nombre; lo forzaría a decirle, si tuviese que llegar a ese punto.

No pudo dormir fácilmente esa noche, y en cuanto pudo, debió despertarse sobresaltada por el familiar sonido del sistema de alerta de la aldea. Otro ataque de dragones. Rápidamente se levantó y se volvió a hacer sus dos trenzas (a pesar de que estaban un poco más enredadas de lo normal). Salió de la habitación mientras tomaba su hacha, sin ser vista, para encontrar a sus amigos. Los gemelos Brutacio y Brutilda eran muy desastrosos, y Astrid se había dado cuanta ya que algunas veces ella era la mejor para mantenerlos en raya. Luego estaba Patapez. Era muy inteligente y listo para su edad. Al último estaba Patán Mocoso, que se hizo lugar en el grupo. Usualmente ella nunca lo veía durante los ataques de dragones, pero suponía que se quedaba en su casa escondido bajo la cama.

Durante el ataque, los niños no ayudaron mucho. Eran todavía muy pequeños para llevar las cubetas de agua y sabían de sobra que no debían pelear contra los dragones sin el entrenamiento propio. La mayoría del tiempo, sólo se reunían para evitar que los gemelos se unan a la destrucción.

— Oigan ¿alguno de ustedes conocen al chico que es aprendiz en la fragua? ¿Quién es? —Les preguntó Astrid.

Ninguno de los niños le respondió, pero probablemente era porque ninguno de ellos había estado en la fragua. Incluso cuando Astrid les describió la apariencia de este chico, sus amigos seguían sin tener idea de quién se trataba. De cualquier forma, ellos le preguntaron por qué estaba Astrid tan interesada en saber el nombre del chico. Evitando la pregunta, ella volvió a su casa. El ataque casi acababa y parecía que los vikingos volverían a triunfar. Astrid se convenció de que tendría que resignarse al hecho de que no descubriría el nombre del chico. Claramente él no quería que lo conociesen.

Astrid casi llegó a su casa cuanto algo le llamó la atención. Era el chico. Estaba tratando de ayudar, pero era mucho más pequeño que Astrid. Ella nunca se dio cuenta de su talla antes, pero debió haber sido porque sólo lo vio en la fragua, y de alguna forma el delantal que llevaba puesto y la clase de trabajo que hacía le dio la impresión de que era más grande de lo que en realidad era. Por lo que vio, un pequeño desliz del chico se convirtió en un gigante desastre. Abruptamente, el ataque terminó, aparentemente por el error del chico.

Escondiéndose en las sombras, Astrid vio al jefe de la aldea, Estoico el Vasto, aproximarse al chico. Incluso a pesar de que ella estaba escondida un poco lejos, Astrid pudo ver el ceño fruncido del hombre. Ella se apenó del chico, él sólo quería ayudar, no deberían castigarlo así.

— ¡Te dije que te quedaras en casa! ¡Mira el desastre que causaste ahora, Hipo!

¡¿Hipo?! Ese chico del que tanto quiero saber el nombre… ¿es Hipo?