Anuncio de responsabilidad: Todos los personajes pertenecen a Andrew W. Marlowe, a pesar de que han encontrado su propio camino a mi corazón.
Era una fría y nublada tarde de otoño. Había empezado como cualquier otro día de trabajo, pero para la mujer sentada al lado de Beckett en la sala de entrevistas, ese martes 6 de Noviembre de 2012 sería el día que nunca olvidaría. Cuando le comunicaron la mala noticia, apenas hacía media hora, la mujer se había desmayado. Sólo los rápidos reflejos de Kate habían impedido que cayera y se golpeara la cabeza contra una mesa.
Kate no pudo evitarlo. Antes de darse cuenta, su brazo se estiró y sus dedos se cerraron en torno a las manos temblorosas de la joven. Desde debajo de esos ojos cerrados, lágrimas silenciosas caían y corrían por el pálido rostro frente a ella. Kate sintió que se le hacía un nudo en la garganta pero se lo tragó.
—Él… —la mujer se atragantó y un sollozo escapó de sus labios. Kate le apartó suavemente el largo y ondulado cabello hacia atrás—. He perdido mi vida —susurró.
Kate se quedó sin habla. Nada de lo que pudiera decir mejoraría las cosas, ni siquiera un poco. Había algo en esta joven mujer; no era como nadie que hubiera conocido antes. Sus honestos e inocentes ojos verde esmeralda, su cara de niña, su pelo castaño oscuro, su pequeña figura…
Dos días antes, un cuerpo había sido encontrado y Beckett había sido asignada al caso. Un hombre de 31 años. Había estado en el lugar equivocado en el momento equivocado. Casi. Antes de ser apuñalado y recibir un fuerte golpe en la cabeza, le había salvado la vida a una chica que estaba siendo asaltada. ¿El resultado? Un buen hombre, en la flor de la vida, murió. Su novia de 27 años de edad se quedó sola.
—Sophie, ¿hay alguien a quien pueda llamar por ti? —Kate le preguntó suavemente—. ¿Alguien que se quede contigo en casa?
La mujer negó casi de forma imperceptible.
—Acabamos de comprar un apartamento. Nos íbamos a mudar juntos la semana que viene —la voz de Sophie temblaba—. Hemos estado juntos 4 años —se tomó unos segundos para respirar profundamente e intentar estabilizar su voz—. Sólo he estado con él. Él fue el primer chico que me besó.
Sophie alzó la vista y fijó su mirada cristalina en el rostro de Beckett. Ésta se esforzó muchísimo por mantener sus propias lágrimas a raya, evitando que inundaran sus ojos.
—Tuve una adolescencia difícil —continuó Sophie—, Siempre he sido muy tímida, tenía pocos amigos. Creía que un día, cuando estuviera destinado a ser, él me encontraría. Y lo hizo. Pero yo no le encontré a él, no le vi, no como él me veía a mí. Durante 2 años, entró lentamente en mi vida. Era paciente y amable. Y de repente, un día, le vi con otros ojos. Me di cuenta de que estaba enamorada de él, de que siempre lo había estado. Me quería más que a su propia vida. Quería compartir un hogar, casarse, tener hijos y envejecer juntos. Yo era la que le frenaba, no quería precipitar las cosas. Yo…, yo creía que estaba siendo sensata… —los ojos de Sophie se volvieron a llenar de lágrimas y cuando cerró los párpados, las lágrimas desbordaron y rodaron por sus mejillas—. Ahora me arrepiento de no vivir el presente —Kate le entregó una caja de pañuelos—. Con todo. Siempre he esperado al momento adecuado. Pero el momento se ha ido, él se ha ido, y yo he perdido mi oportunidad. Siempre he sabido que él era mi único… Y ahora... —los ojos de Sophie se posaron sobre la mesita de café, sobre la pequeña bolsa que contenía las pertenencias de su novio—. He perdido mi vida —susurró otra vez en un sollozo roto.
Kate se aseguró de que Sophie cogía un taxi y después volvió a subir a la planta de homicidio. Se sentó en su silla, apoyó los codos sobre el escritorio y hundió la cara en las palmas de sus manos, cerrando los ojos con fuerza. ¿Qué me ocurre?, pensó. Se sentía débil, mareada y el corazón le latía dolorosamente en el pecho. Nunca antes se había sentido tan afectada por una víctima. Sin embargo, lo único que veía eran esos ojos destrozados, llenos de dolor. ¿Acaso veía una versión de sí misma en esa chica? Ella, la mujer indecisa; Castle, el hombre paciente. Castle nunca la presionaba. Siempre le daba lo que ella necesitaba, le daba espacio, le concedía tiempo... Dejaba que ella decidiera y él seguía su ritmo.
Kate volvió la cabeza y sus ojos se posaron sobre la silla junto a su mesa. La silla de Castle. Había estado vacía los últimos tres días. Su ocupante estaba de viaje con su hija. Como Alexis tenía dos días libres en la universidad, habían decidido escaparse el fin de semana para hacer un viaje corto; pasar algo de tiempo de calidad entre padre e hija.
Beckett estaba agotada. Tenía la mala costumbre de excederse en sus horas en la comisaría cuando Castle no estaba allí para disuadirla de la idea de que alargar su jornada laboral hasta medianoche no era sano ni productivo. Y, por supuesto, es lo que había ocurrido durante ese caso. Ahora, lo único que quería era darse un baño, meterse en la cama y dormir doce horas seguidas. No había nada más que pudiera hacer en la oficina, así que cogió sus cosas y se marchó a casa.
Al abrir la puerta y entrar en su apartamento, Kate vio que las luces estaban encendidas. Música sonaba suavemente de fondo y una voz masculina, la voz de Castle, tatareaba la melodía. Kate dejó el bolso en el suelo, se quitó el abrigo y deslizó los pies fuera de las botas sin hacer ruido. Entró descalza en la sala de estar —el sonido de sus pasos amortiguado por sus calcetines— y se detuvo junto a los escalones que subían a la azotea.
Castle estaba de espaldas a ella, frente a la isla de la cocina, cocinando. Por alguna razón, la escena le parecía deslumbrante. Castle —llevando una camiseta de algodón blanco, las largas mangas enrolladas hasta los codos, tejanos oscuros y calcetines— moviéndose con toda naturalidad por su cocina como si fuera la suya, era una imagen entrañable de lo humana, hogareña y simple que era.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Kate.
—Eh —llamó en tono bajo.
Castle se volvió al oír el sonido de su voz y sonrió.
—Eh, ¡hola! No te he oído entrar —removió el contenido de la sartén con profesionalidad y la volvió a mirar—. Llegas pronto.
—¡Tú has llegado pronto a casa! Creía que no volvías hasta mañana —Beckett se acercó a él.
—Quería darte una sorpresa.
Castle giró el cuerpo ligeramente hacia ella y Kate le envolvió la cintura con los brazos, escondiendo la cara en el hueco de su hombro. El fuerte sonido de sus latidos era reconfortante, le hacía olvidarse de la montaña rusa emocional en la que había estado subida toda la tarde. Al principio Castle no se movió, pero cuando ella siguió abrazándolo con firmeza, dejó la cuchara de madera a un lado y la rodeó con ambos brazos. Le besó el pelo y apoyó la cabeza sobre la de ella. Kate subió sus manos por la espalda de Castle hasta sus hombros y lo abrazó con más fuerza. Cerrando los ojos, inspiró profundamente el aroma que desprendía su piel a través de la camiseta.
—Kate, ¿qué ocurre? —susurró un poco preocupado mientras le acariciaba la espalda.
—Nada… Simplemente te echaba de menos —murmuró ella contra su pecho.
—Yo también te he echado de menos.
Castle presionó sus labios sobre el cabello de Kate una vez más. Sabía que esto no era propio de ella. Sólo había estado fuera tres días. Sabía que Beckett debía tener algo más en mente, pero no la presionó. Ella volvió la cabeza y acurrucó la cara en la curva de su cuello. Castle llevó su mano derecha a la mejilla de Kate y la sostuvo cerca de él.
—¿Te vas a quedar esta noche? —preguntó Beckett en un murmuro.
—Por supuesto.
Permanecieron abrazados durante un largo rato, escuchando la respiración del otro. Luego, lentamente, Kate se echó hacia atrás sin salir del abrazo de Castle y le miró a la cara, fijando sus ojos en los de él.
—Quiero vivir contigo —su voz era tan baja que apenas era un susurro.
Castle la miró estupefacto y su ceño se frunció ligeramente con confusión y cierta sospecha. Buscó profundamente en los ojos de Kate, quizá tratando de averiguar si lo que decía era real o una broma de alguna clase. Pero no había más que sinceridad detrás de la expresión seria de la detective. Y a medida que la realidad fue calando en él, una sonrisa se extendió en su rostro y ella le devolvió el gesto. Los ojos de Castle brillaban al inclinarse hacia ella para presionar sus labios a su frente. Después la miró con absoluto asombro.
—¿Eso es un sí? —se rió Kate.
Él asintió y dijo con una sonrisa de oreja a oreja:
—¡Sí! —la levantó del suelo y empezó a dar vueltas—. Sí, sí, sí, ¡sí!
Castle la dejó otra vez en el suelo pero el mareo de los giros le hizo perder el equilibrio y cayó al suelo, arrastrándola a ella con él, y Kate aterrizó sobre él.
—¿Estás bien? —ella rió.
El rostro de Castle se retorció en una mueca de dolor y un gruñido salió de sus labios.
—Sobreviviré —gimió con voz ahogada, y luego, atrayendo la cara de ella a la suya, la besó profundamente.
Un minuto más tarde, apartándose por falta de aire, Kate secó una lágrima que había escapado del ojo de Castle. Éste le acunó tiernamente la cara entre las manos y se miraron y sonrieron el uno al otro como dos tontos enamorados.
—Estoy hambrienta —comentó Beckett. Luego le dio otro pequeño beso en los labios y añadió—, Y ese 'Coq au vin' huele de maravilla.
Gracias por leerme :D
