Emil se vio a si mismo sobre un bloque de hielo, flotando en mar abierto.

Lucía como un sueño cualquiera, el mar, la nada, un simple escape mental de una realidad igual de monótona que la imagen inicial. Sin embargo, había algo especial. El vacío, el silencio, y que sus ojos no podían mirar más arriba, más lejos de las orillas del cubo, solo pasaban sobre la superficie y los bordes del mismo, y sus pies, plantados firmemente, a pesar de que sus rodillas parecían temblar. La soledad era la principal protagonista de su visión onírica.

Abrió los ojos con violencia, escapando de aquel mundo y volviendo al que parecía querer negar. Nada era tan diferente. Vivió tanto tiempo tratando de independizarse de su familia que olvidó lo mucho que los necesitaba, y el hecho de que ellos no necesitaran más al hombre fuerte en el que se convertía, sino al pequeño, al niño dependiente de ellos sobre el que podían volcar el poco calor que emanaba de sus corazones, le hizo desear jamás haber crecido.