Disclaimer: Candy Candy y sus personajes pertenecen a Mizuki e Igarashi respectivamente. La historia que leerán a continuación ha sido sugerencia de una de mis lectoras: LizCarter. El título y la trama de este fic son de mi total y absoluta autoría realizada con el propósito de entretener y no de lucrar.
Aviso: Éste y todos mis fics contienen escenas de carácter y lenguaje sexual explícito, pero no vulgar, dichas escenas serán frecuentes y narradas explícitamente, pero no serán ofensivas ni se empleará ningún vocabulario obceno. Si no te sientes cómoda o estos temas no son de tu agrado, siéntete en plena libertad de abandonar esta historia, ya que la idea es entretener y no ofender.
Mis fics:
El rebelde y la dama del establo
Amor de verano
Tu mayor tentación
Entre el amor y el odio
La pasión tiene memoria
Sálvame, por favor
100 Sapos y Terry Grandchester ( Mi biografía basada en los personajes de Candy)
*Son 100% Terryfics
Zafiros y esmeraldas
Por: Wendy Grandchester
Capítulo 1 Destino fatal
El abuelo está mirando por la ventana con melancolía. Sus ojos azules, tan azules como los míos se han vuelto grises con la edad. El abuelo está muy viejo, su cabello ha blanqueado por completo, su espalda está más corvada de lo que puedo recordar y en los últimos días ha estado triste. Seguramente la está recordando a ella, a Candice White. La hermosa dama del retrato de su despacho. Nunca ha sido un secreto que mi abuelo no amaba a la abuela, le quería, pero no le amaba. Los ojos de mi abuelo Terrence, cuyo nombre yo también porto, nunca miraron a la abuela de la forma en que mira a la hermosa dama del retrato. Una rubia de abundante cabellera riza y enormes ojos verdes que el retratista captó admirablemente.
—Abuelo, deberías estar descansando.— Me acerco a él y palmeo suave su hombro. Él me mira y sonríe, yo soy idéntico a él, soy Terrence II. Mi padre Lancelot quiso que yo portara su nombre, pero además de eso, tengo sus ojos, su pelo y cada uno de sus rasgos. Cuando veo sus retratos de juventud, cuando él era un actor exitoso, a veces me asusto, pienso que he sido yo en otra vida.
—No hay forma en que yo pueda descansar de los recuerdos, muchacho. Además, dentro de poco, me espera el descanso eterno, así que déjame que me canse de recordarla.— Conozco la triste historia de amor del abuelo y la hermosa dama del cuadro. Me duele como si la hubiera vivido yo.
—Espero que la dama lo piense tanto como usted a ella. Usted la amó mucho, ¿cierto?
—Tan cierto como esta conversación que estamos teniendo. La señorita Pecas, Tarzán con pecas ha sido la única mujer en el mundo que tu abuelo ha amado.— Veo como sus ojos se pierden en la melancolía y sigue mirando por la ventana y sonríe perdido.
—Candy ni siquiera volteó a mirarme.
—¿Perdón?
—El día de nuestra despedida, ella ni siquiera volteó a mirarme. Se fue sin mirar atrás.
—Es una historia muy triste y trágica, abuelo.
—Así es. Mi pecosa. Aquellos días del colegio San Pablo nunca volvieron.— Un par de lágrimas corren por el rostro del abuelo que ahora está surcado de arrugas. Tiene más de noventa años y yo aún tengo miedo de perderlo porque él y yo somos muy iguales y él es una parte muy grande e importante de mi vida. Vacilante va encaminándose a su cama y en seguida me muevo para ayudarlo.
—Gracias, muchacho. Tienes un corazón de oro. Eres mi más grande orgullo.
—Usted sembró todo eso en mí, abuelo. A usted debo todo cuánto soy.— Le sonrío y le acomodo las almohadas. Tocan la puerta y luego de acomodar al abuelo aviso que quién sea que esté tocando que ya puede pasar.
—Buenas tardes... ¿se puede?
—Claro que sí, mi amor.— Entra mi esposa, Jennifer, es rubia, tiene ojos azules, pero no como los míos, es muy guapa, me enamoré a primera vista.
—Quería darles una muy buena noticia.
—A ver...
—¡Por fin! Por fin, mi amor...
—¿Por fin qué? No te entiendo, linda.
—¡Estoy embarazada!— Grita mi esposa con los ojos aguados y me extiende un papel con la evidencia de su análisis. Me emociono porque llevábamos casi un año intentándolo sin éxito.
—¿Escuchaste eso, abuelo?— Eufórico me acerco a su cama.
—¿Abuelo?— Lo llamo y mi voz se quiebra de pánico.
—¡Abuelo! Lo llamo una vez más y lo sarandeo. No quiero aceptar la realidad. Mi dulce esposa se acerca y niega con la cabeza. El abuelo había partido. Hacia la paz... a reunirse con la hermosa dama del retrato. A reunirse con el amor de su vida.
Verano 2006
Soy Candice W. Andrew III. Debería ser la cuarta, pero mi bisabuela no quiso ponerle ese nombre a mi abuela, así que brincaron una generación. Me gusta meterme en el estudio del bisabuelo William, bueno, era su estudio porque él tristemente partió con el señor antes de que yo naciera, también la visabuela Candice, cuyo nombre yo también porto. Me llaman Candy, al igual que llamaban a la bisabuela.
Dicen que yo soy la bisabuela reencarnada. Físicamente me consta, sólo tengo que ver el retrato de la Hermosa Dama de las Rosas que hay en el despacho. Pero hay mucho más que eso. Yo vivo enamorada de la vida, soy alegre, cada desconocido es mi amigo y todo el que me necesita cuenta conmigo.
—Candy, aquí estás. Anthony te está esperando hace quince minutos.
—Ya voy, mamá.— Ella me sonríe con indulgencia. Es joven, yo tengo diecisiete años y ella recientemente cumplió cuarenta, soy su única hija y me parezco a ella muy poco, como les dije, yo reencarné a la bisabuela y soy exactamente igual a ella. Mi madre tiene el pelo negro y lacio, sus ojos son castaños. Mi padre, William Albert Andrew IV es rubio como yo, pero su pelo es lacio y sus ojos son celestes. Mi papi es el mejor, me conciente en todo porque soy su nena y además, soy hija única. Tengo todo el mundo a mis pies gracias a ellos, sin embargo... yo soy muy sencilla.
—Candy, mi dulce Candy.— Me dice mi novio Anthony con los ojos llenos de admiración y adoración. Es muy guapo, lo amo, lo amo mucho y él a mí.
—¡Anthony!— Me lanzo a sus brazos y mis padres sólo sonríen. Él me da un par de volteretas y me deja un casto besito en los labios.
—Vine a buscarte, preciosa. Tengo una sorpresa para ti.— Anthony es tan guapo, tiene un jean, zapatillas Puma, una playera roja, su pelo rubio un poco largo está tapado y en una gorra y está bailando las llaves de su coche en su dedo índice.
—¿Me dejarás conducir tu coche?— Pregunto ilusa y llena de esperanzas.
—No, cielo. Tú aún no conduces bien. Pero... voy a darte una vuelta en él... ¿qué te parece una carrera?— Me dice al oído para que mis padres no escuchen.
—¡Sí!— Grito eufórica y regreso a mi cuarto a cambiarme. Me pongo un jean corto de flequillos, es bastante corto, fue un milagro que mis padres no protestaran. Tengo una playera roja igual que Anthony y zapatillas Converse rojas, el estilo bajito y me hice dos trenzas bajas. Lista para la carrera.
—Cuida bien a mi nena, Tony.— Advierte mi padre y aunque sonríe, su amenaza va bien en serio.
—Descuide, señor Andrew.— Promete Anthony y yo contenta me subo en su Mustang blanco, impecable, imponente y con no sé cuántos caballos de fuerza. No entiendo de coches, pero admiro ese auto y admiro la forma en que mi novio conduce.
—¿Qué tal, chicos?
—¡Tony! Pensamos que te habías rajado.
—¡Ni lo sueñes!— Me gusta ver a Anthony discutiendo como niños chiquitos con nuestros amigos. Tenemos los mismos amigos en común.
—Candy, estás muy sexy, ¿serás una de las animadores?
—Pensándolo bien... no está mal la idea, Archie.— Los hermanos Stear y Archie son nuestros dos mejores amigos. Con ellos están sus novias, Annie y Patty, son animadoras y tienen pantalones cortos de jean como los míos, bueno, los de ellas son aún más cortos y tienen tops bastante cortos y ceñidos que marcan sus pechos. Son muy guapas y también son mis mejores amigas. Annie es hermosa, esbelta, pelo negro lacio y enormes ojos azules. Patty es bajita, pero curvilínea, tiene el pelo castaño y cortado moderna y sensualmente. Las tres tenemos piercing en el ombligo, sólo que yo no estoy mostrando el mío en estos momentos.
—Bueno, bueno... eso de que Candy sea animadora... no sé... no me cuadra...
—Ay, Tony, nadie te va a quitar a tu novia, deja la tontería. Todo Chicago sabe que Candy sólo tiene ojos para ti.
—Así es, mi amor. Además, tú me prometiste divertirnos...— Le hago un puchero y me le pego melosa, él se derrite y al instante cede.
—Está bien, está bien. ¿Con cuánto iniciaremos las apuestas?
—Sólo con cien. Es para darle una demostración a Candy por ser su primera vez aquí.— Dice Archie y en seguida, él, Stear y Anthony sacan el dinero el cual Neil, que esta vez no participará, se encarga de recolectar para entregarlo luego al ganador. Me siento con la adrenalina a millón. Es una carrera clandestina. Si mis padres se enteran me mantan, pero... ¿por qué tendrían que enterarse?
—Yyyyy ¡Ahora! ¡Arranquen!— Gritan Annie y Patty y veo los tres coches arrancar como rayos por la carretera. Gritamos, alzamos banderines, me encanta esto. Archie y Anthony van empatando y Stear casi raspándoles el trasero, podría alcanzarlos en cualquier momento. La cosa va reñida y yo quiero que mi Tony gane. Me dijo que si ganaba el dinero era todito para mí. Los coches se pierden de nuestra vista. Ya tenían una ruta, según ellos siempre es la misma, pero estoy muy emocionada para preocuparme.
—¡Oh no!
—¿Qué pasa, Annie?— Me preocupo al verla alarmada.
—¡La policía!— Exclama Patty y la tensión se apoderó de mí. Veo los coches de los chicos acercarse y rápido nos recogen. La policía está detrás de nosotros. Anthony acelera su coche cada vez más y yo estoy aterrada.
—Tony, por favor, no tan rápido. Tengo miedo.— Suplico porque todo el paisaje a mi alrededor se convierte en celaje, el Mustang parace un alma que lleva el diablo y la policía sigue chocándonos los talones. Todo es carrera y el sonido de la sirena. Stear y Archie van detrás de nosotros y me pregunto si las chicas están tan aterradas como yo o si ya se habrán acostumbrado.
—No podemos dejar que nos atrape la policía, mi amor. No te preocupes, sé lo que hago.— Me asegura y toma mi mano y la besa por unos segundos.
—Ya casi los perdemos, ves. ¡Policías tontos!— Me río y él continúa en la carretera. Sigue despavorido porque la sirena de las patrullas aún se escucha.
—¿Ves? Adiós Polis, princesa.— En mi rostro se dibuja una sonrisa, pero luego... luego se transforma en horror.
—¡Tony! ¡Cuidado!
Un día después
Abro mis ojos e inmediatamente sé que estoy en un hospital aunque no recuerdo bien la razón. Los ojos de mis padres me miran, pero no hay severidad en ellos, sino una gran tristeza, un dolor grande e intento incorporarme lo más pronto que puedo.
—Mamá, papá...
—Candy...
—¿Por qué estoy aquí? ¿Y Anthony?— No obtengo respuesta y me voy poniendo histérica.
—Tranquila, linda. Tuvieron un accidente y tú... tú no te hiciste nada casi. Sólo tienes unos moratones y tu brazo enyesado.— Explica mi padre porque veo que mi madre llora y no es capaz de hablar.
—¿Y Anthony?— Insisto nuevamente temiendo lo peor. Mis ojos se llenan de lágrimas y mis padres se sumen en un incómodo silencio.
—¡Contesten! ¿Dónde está Anthony? ¡Quiero verlo!— Grito con todas mis fuerzas en medio de un llanto histérico.
—Cariño, Anthony... no tuvo la misma suerte que tú...
—¿Qué me quieren decir? ¿Qué le pasó?— Estoy aterrada, me duele el corazón, me duele cada órgano de mi cuerpo.
—Anthony no llevaba el cinturón. Salió disparado por el parabrisas. Con la caída... sufrió un fuerte impacto en la cabeza y... murió en el acto.
En ese momento soy incapaz de articular nada. Ni siquiera estoy respirando. Me quedado sin vida.
—Candy... Candy, cielo, háblame.
—No... Anthony... ¡Nooooooooooo!
Dos meses después
—Candy, ya se acabó el verano. Aún no me has dicho a qué colegio quieres ir.— Me dice mi madre ahora que nos hemos ido un tiempo a Nueva York. Yo la miro, pero no contesto. Yo dejé de vivir en el mismo momento en que Anthony murió. Cuando le dije adiós en su entierro, le dije adiós a la vida, a mis sueños.
—El que tú escojas está bien, mamá.— Suelto con indiferencia y me acomodo en mi cama, me arropo y abrazo el perro de peluche que me regaló Anthony que tiene una cadenita y la medallita de metal es en forma de hueso, tiene inscrito: Tony.
—Candy, cariño. No tengo palabras que puedan consolarte, sé que debe ser muy duro lo que te está pasando, ni siquiera alcanzo a imaginar tu dolor, pero puedo sentirlo porque eres mi hija. Mi tesoro más grande y me duele verte sufrir. Por favor... levántate de esta cama... tienes diecisiete años, toda la vida por delante, un mundo de oportunidades...
—No quiero esta vida sin Anthony, mamá.— Digo con lágrimas y la mirada perdida hacia el vacío. Mi madre suspira con resignación y tristeza.
—Pronto Dios te dará la paz para que puedas sanar esa herida abierta, Candy. Pero debes continuar porque la vida sigue. Estás viva y aún respiras. Vuelve a empezar, cariño.
—No es fácil, mami. Lo extraño tanto.— Confieso y mi voz se quiebra a causa de un llanto amargo. Mi madre me abraza. Me quedo cobijada en sus brazos como cuando era una niña y le tenía miedo a la oscuridad y a los fantasmas de mi cuarto.
—Nada en esta vida es fácil, mi niña. La abuela repetía eso todo el tiempo.
—La bisabuela era una luchadora y yo... yo no me parezco a ella en eso...
—Oh sí, claro que sí. Te pareces a ella mucho más de lo que imaginas. Vamos, linda. Arriba ese ánimo. Hazlo por Anthony, para que te vea feliz desde el cielo.— Y con eso mi madre ha logrado convencerme.
Dos semanas después
Estoy en un internado de Nueva York. Escogí este colegio porque así estoy lo más lejos posible de casa, de todo lo que me recuerda a Anthony. Aquí nadie me conoce, nadie hace preguntas y puedo empezar de cero. Ya se acabaron las clases por hoy y camino distraída por el patio. Para ser un internado, gozamos de bastante libertad, nada que ver con las historias que me contaba mi padre de las aventuras de la bisabuela en el Real Colegio San Pablo. Me siento en un banco debajo del un árbol y me pongo a leer. Estoy leyendo Once minutos de Paulo Coelho. Trato de concentrarme y no puedo. Un humo y un fuerte olor me lo impiden. Conozco ese olor. Es marihuana. No puede ser que alguien esté fumando marihuana en este colegio... Veo unas piernas colgando del árbol. Por el uniforme sé que es un chico. Molesta me pongo de pie.
—Hey. Hey, tú, el que está allá arriba.— Lo llamo con prepotencia y luego me asusto cuando de pronto el muchacho baja de golpe y en segundos está plantado frente a mí. Es alto. Tiene el pelo castaño, es hermoso su pelo... me impactan sus ojos azules, muy azules, como dos zafiros, tiene un piercing muy discreto en la oreja. Es un chico guapísimo, puede verse a primera y simple vista. Está sonriendo, de lado, pero no puedo ignorar el hecho de que tiene un cigarro de marihuana en la mano.
—¿Para qué soy bueno, Pecosa?— Me quedo sorprendida por su irreverencia y además... no me conoce y ya me ha puesto un apodo.
—No me llamo pecosa, para empezar. Y segundo, no eres bueno para nada. Sólo quería pedirte que por favor dejes de fumar tu porquería aquí. Intento leer.
—Vaya... la pecosa tiene su carácter. Me gusta eso, pequeña. ¿Te molesta mi cigarro?
—¿Y todavía lo preguntas?
—Sólo pídeme que lo tire. De todas formas no lo quiero. No me gustó la experiencia.— Dice mirando el cigarro con desdén.
—¿Entonces por qué no lo tiras?
—Porque no me lo has pedido. Si tú me lo pides, yo lo tiro.— Me regala su matadora sonrisa y pongo mis ojos en blanco. Quiero que me caiga mal, quiero no soportarlo, sin embargo... su irreverencia me recuerda un poco a Anthony... y no sé por qué, sencillamente no puedo desprenderme de él.
—¿Podrías por favor dejar de fumar eso cerca de mí?
—Por supuesto, señorita Pecas.— Cuando dijo eso sentí una opresión en el pecho, algo raro se encendió con esa frase y él también me mira raro... creo que sentimos lo mismo. Se deshizo de su cigarro, seguimos en silencio, mirándonos con la misma sensación quemante en nuestro estómago.
—Seré pecosa, pero tú, tú seguramente eres un moco engreído y arrogante...— Dejo mi oración a mitad porque la misma extraña sensación vuelve a invadirnos cuando menciono esas palabras. Es extraño, como si esto ya lo hubiera vivido.
—Si me dices tu nombre prometo no llamarte más pecosa.— Me dice y de pronto me duele, es decir, no me gusta que hagan referencias a mis pecas, pero que él no lo haga más me deja una sensación de vacío...
—Soy Candice. Candice White Andrew. Puedes decirme Candy.
—Me gusta. Me gusta mucho tu nombre. Pero... ¿en serio te molesta mucho si te llamo Pecosa? Es sólo de cariño... son tiernas tus pecas.— Me quedo mirándolo sin poder hablar.
—Está bien. Bueno, sólo llámame así si estamos solos, no en frente de la gente, por favor.
—Siempre que te vea, procuraré que estemos solos.— Sentí un gran escalofrío cuando dijo eso, mi piel se enchinó completamente y sé que debo estar roja como un tomate. Su expresión es divertida. Es muy guapo el niño mimado.
—¿Qué lees?— Pregunta sentándose junto a mí en el banco. Así sin más, sin preguntar.
—Es de Paulo Coelho... nada que te pueda interesar.— Respondo y rápido intento ocultar el libro. Sé que contiene algunas escenitas hots que prefiero que él no sepa que leo.
—Deja ver.— Me quita el libro y tiemblo de vergüenza.
—¡Joder! Vaya temitas que lees, Pecas.
—Dame eso. Te dije que no te iba interesar.
—No me interesa en teoría, pero en la práctica... bueno, ya eso es otro cantar...— Todo lo que me dice es tan sugerente. Sé que lo hace a propósito y yo con cada sonrojo le doy el gusto.
—Pues para practicar busque otra solicitante, señorito...
—Terrence. Terrence Grandchester. Terry para ti, linda.
Continuará...
¡Sorpresaaaaaaaaaaa!
Bueno, chicas, otra historia más que espero que despierte su interés. Este tema de la reencarnación me lo sugirió LizCarter y siendo hoy el cumpleaños de Candy, me decidí hacerlo.
LizCarter: Aquí está tu fic, disfrútalo.
Nos veremos pronto, muñecas
Wendy Grandchester
