Disclaimmer: Los personajes son propiedad de S. Meyer y su mente. Yo me adjudico la trama en todo su esplendor.
Enfrentar o Desistir
2010.- ¿Enfrento, o desisto?
Lamentablemente las malas noticias vuelven a unir a las personas.
Digo que lamentablemente por dos razones, la primera es entendible, una mala noticia o experiencia nos causa un dolor y agotamiento difícil en algunos casos de superar, y la segunda, porque me había acostumbrado a vivir sin ti.
Había olvidado por completo todas tus facetas, la del chico bueno, amoroso, divertido y sonriente. Aquel que no le importaba decir algo, porque lo decía, le nacía de su interior como a cada uno de nosotros le nace respirar, incluso en los brazos de Morfeo.
Pero no me encontré con aquel chico, sino, con uno totalmente distinto. Y es que las situaciones eran demasiado complicadas, partí diciendo que lamentablemente las malas noticias nos unieron de nuevo, pero la muerte de su hermano Emmett fue más que eso.
Descolocó a Forks en multitud y más. Fue una especie de pausa agónica, muchos no lo podíamos creer, era imposible, Emmett Cullen no podía haber muerto, a nadie se le podía pasar por la cabeza aquella fatídica situación, y aquella noticia nos despertó abruptamente una mañana de domingo.
Recuerdo que estaba en Phoneix, visitando a mis abuelos maternos, estaba compartiendo el desayuno con ellos. Charlie intentaba que la vieja antena conectada con un precario cable funcionara en la televisión de colores grises. Reneé estaba en el baño.
El celular de mi madre comenzó a vibrar en la mesa, sencillamente lo tomé y me dirigí hacia el baño que estaba a unos diez metros de la cocina, donde seguíamos riéndonos por los intentos fallidos de mi padre. Durante el camino contesté la llamada, era una colega de mi madre. No quería ser algún tipo de oráculo viviente, pero vez que llamaba esa profesora a cualquier persona no era para saber precisamente cómo estabas o qué te encontrabas haciendo, sino que sus razones para comunicarse contigo eran para advertirte siempre noticias desagradables o tristes acontecimientos.
Aquella mañana del 23 de octubre del 2007 no iba a ser la excepción.
Salí del baño preocupada, aún no llegaba a la cocina cuando sentía a Reneé gritar y llorar.
Charlie pasó por encima de mí, corrió a donde mi madre, mis abuelos a su propia velocidad hicieron lo mismo.
La llamada fue corta, pero tenía un mensaje claro: Uno de los hijos de los Cullen había tenido un accidente automovilístico la noche anterior. El impacto había sido tal, que su ánima abandonó el cuerpo cuando su automóvil había chocado contra el parabrisas de un transporte urbano.
Uno de los Cullen… uno de los Cullen… uno de los Cullen… había un Cullen que había tenido un accidente; y estaba muerto.
Mi corazón comenzó a agitarse en mi pecho, sentí como el calor se comenzaba a ir de mi cuerpo, los dedos de los pies y de mis manos se tornaban helados, fríos, gélidos. Mi mandíbula se desencajaba poco a poco, mis ojos se dilataban y me olvidé de respirar por algunos segundos que parecieron eternos.
Los Cullen son una conocidísima familia en Forks, tanto como los Swan, mi familia. El doctor Carlisle es el único médico que hay en el pueblo, su esposa Esme, se preocupa de la restauración de los objetos y santos que hay en la bicentenaria parroquia. Ambos tienen dos hijos. El mayor se llama Emmett, y a sus cortos veintidós años ya es padre de dos pequeñas, la primogénita de dos años, y la segunda de cinco meses de gestación en el vientre de Rosalie, su novia por años. El segundo hijo, fue mi compañero de asiento durante toda mi primaria, Edward Cullen.
No estar aquel día en Forks me enfureció enormemente, me sentí impotente, nos habíamos enterado de espeluznante noticia a medias, horas más tardes.
Charlie encendió el motor de su automóvil de servicio, Reneé y yo ya estábamos dentro de éste, lo único que queríamos era poder llegar a nuestro pueblo lo más pronto posible.
Mientras íbamos a mitad de viaje, nos habían confirmado que el fallecido había sido Edward.
Ahí sí que no respiré, y mi madre tuvo que gritarme, zamarrearme de los brazos y por poco, pellizcar de mis pezones para que me diera un bajón electromagnético en mi cuerpo y pudiera reaccionar.
Pensar que Edward Cullen había fallecido, tratar de asimilar escalofriante suposición, acaecía tal conmoción en mi cabeza que solo ahí, me pude dar cuenta que hacía más de tres años no hablaba con él. Que no sabía nada de quién fue mi compañero de banco por ocho años.
Edward y yo nos conocimos cuando iniciamos la primaria, ambos teníamos seis años de edad, nos faltaban un par de dientes y con suerte, sabíamos escribir nuestros nombres y nuestra dirección. Nuestros padres ya se conocían, por lo que pidieron a nuestra profesora que nos sentasen juntos. Y aquella tradición se hizo acto de fiel cumplimiento durante los tres años restantes de los primeros cuatro. Cuando iniciamos el quinto año, y nuestras clases eran en la mañana, con más profesores y cambio de maestro tutor, pensamos que nuestra suerte de compartir la misma mesa se iría con nuestro pasado, pero fueron nuestros propios compañeros que le comentaron a nuestro nuevo profesor la extraña manía que llevábamos años anteriores, y seguimos con ese estilo, hasta la edad en que los profesores no te molestan y exigen con quién debes sentarte, mas a nuestros doce y trece años, seguíamos con aquello, porque se había vuelto una costumbre.
La secundaria en Forks no era buena en aquellos años por lo que él, otros compañeros y yo, comenzamos a viajar todos los días a distintas secundarias de Seattle. Él iba a una que se encontraba al norte de la ciudad, yo, a la que se ubicaba al extremo sur. Ahí perdimos el contacto, las clases ya eran más exigentes, había nuevos amigos, él ya tenía novia y yo con el tiempo, comencé una relación con un compañero de salón. No nos dimos nuestros nuevos números de móviles y no nos dábamos el tiempo para escribir nuestros mails.
Aquel viaje fue uno de los más horribles de mi vida, iba recordando cada año compartido con él, y los sentimientos de mi antepasado corazón salían a flote con el correr de los segundos que parecían horas. Edward Cullen fue el primer chico que me gustó. El primero que hizo nacer maripositas en mi estómago. Fue un loco amor a primera vista, y no fue pasajero. Vivió dentro de mí el recuerdo de quererlo más que un amigo durante años, pero siempre en secreto. El mismo paso del tiempo hizo que de a poco, dejara de pensar de ese modo hacia su persona. Parecíamos hermanos, y, las nenas maduran a más temprana edad que los chicos, a mi me gustaban niños más grandes y a él, todas las compañeras de nuestro salón. Son lindos recuerdos de nuestra infancia…
Fueron tres horas que, al pasar apenas dos y saber que el infortunado había sido Emmett y no Edward como se había confesado en un principio, siguieron su curso de amargura. Emmett se había vuelto muy cercano a nuestra familia en los últimos meses, él le daba clases de baile nacional a mi pequeña hermana Alice, a la cual aún no le habíamos comentado nada, ella se encontraba en casa de mis otros abuelos en Port Ángeles. Cuando Charlie frenó el coche policial al frente de nuestra casa, corrí hacia el teléfono. Mi madre hizo lo mismo, cuando ya terminaba de escribir la secuencia de números en el marcador pensé en qué le iba a decir a Esme, Carlisle o Edward. Decidí ceder el aparato a mi madre, y corrí hacia mi habitación.
Ahí me quedé encerrada un momento, hasta que sentí a mi madre lamentarse en el teléfono con Esme. Reneé me llamó desde la planta baja. Caminé lentamente hacia las escaleras, bajé con lentitud por estas, que rechinó con cada lento pasar de mis pies.
"Edward está al teléfono" me dijo con tristeza en su voz.
Realmente no sabía qué decirle, me sentía extraña, no había retomado el contacto con él, y decirle algo, ahora, en estos momentos me hacía sentir hipócrita.
Agarré el teléfono, y me coloqué el aparato en mi oído. Podía sentir la respiración pausada del otro lado. Traté de articular alguna palabra de consuelo, pero no podía.
"Edward… yo…" y comencé a ver borroso, no distinguía ningún objeto a mi alrededor, solo sentía la furia de mi corazón, él quería salir de mi pecho estrepitosamente… las lágrimas caían de mis ojos.
"Tranquila… ya todo estará bien, ya todo estará bien" él me consolaba, mientras yo lloraba por el teléfono. Él me daba palabras de aliento, cuando era su hermano el que estaba muerto.
Me sentí mil veces peor.
A las pocas horas llegó mi hermana Alice, ya estaba enterada de todo, le dio una especie de ataque. Estuve acompañándola durante todo ese día, por lo que no me aparecí al velorio. Al día siguiente no asistí a la secundaria, mis abuelos paternos viajaron para cuidar a mi hermana, y así fui con mis padres al funeral.
Emmett Cullen tenía un ataúd de cristal. Lo tenían acostado de lado, porque la parte derecha de su cabeza había quedado 'destruida' por el impacto. A pesar de semejante confesión, se le veía tranquilo ahí dentro, estaba de tal forma acomodado, que daba la impresión que descansaba de un ajetreado día, dormía plácidamente, como un oso. Tenía su característica sonrisa, con los hoyuelos en ambas partes de sus mejillas. El ataúd iba en la parte trasera de un camión, alrededor de este los adornos y coronas florares se debatían por ser las más hermosas atracciones. Había flores de todos los tipos, formas, olores, tamaños y colores, era presenciar el jardín más bello andante. Aquel transporte, con el cuerpo del hermano de mi compañero de banco, se paseó por todo Forks, pasó por nuestra primaria, dónde él también había hecho egreso años anteriores. Ahí los estudiantes lanzaron globos blancos de helio al cielo, bailaron el baile nacional en su honor, a Esme, Carlisle y Edward le dieron el escudo del colegio en género, además de la bandera de la ciudad, para que estos símbolos acompañaran al féretro.
La iglesia se llenó como nunca. Los sollozos de Esme contagiaron a la multitud, la sombría expresión de Carlisle provocaba tanto dolor, que sentías fragmentarse tu cuerpo completamente. Rosalie insistió en estar presente en todo momento. Era la más destruida de ellos. Su belleza innata estaba cubierta por un manto de tristeza inhumana, sus ojos ya no eran cálidos, aguardaban un rojo tan intenso como el de una manzana madura y apetitosa. Las ojeras se perdían recién en los orificios de su nariz, su cabello siempre ondulado, cayendo en cascadas brillantes por su espalda estaba atado a su nuca con un lápiz. No dejaba de agarrarse su pequeña pero notable barriga. No quitaba la vista del ataúd, de su Emmett.
Edward no estaba ahí dentro.
El cortejo caminó hasta el cementerio. Ahí hubo otro momento de tristeza asfixiante. Emmett trabajaba como conductor de camiones hacía tan solo tres meses, aunque de profesión era Ingeniero en prevención de riesgos.
Lo paradójico de aquel evento fue que de sus compañeros de universidad, aparecieron unos pocos. Los choferes de los camiones, estaban todos ahí, con sus grandes máquinas, tocando aquellas estruendosas bocinas cuando aquel ataúd se corrompió del viento y la tierra del campo santo, esa melodía no la podré olvidar jamás.
Edward seguía sin aparecerse.
No soporté la ceremonia en el cementerio, era realmente aterrador lo que provocaba la partida de un ser querido. No podía creer que exactamente, el lunes pasado mi madre había hablado con Emmett:
"Mi niño que estás lindo hoy…"
"Puro talento, tía…"
Me fui de aquel sitio, partí caminando, luego corriendo. Me caía de vez en cuando, pero volvía a ponerme de pie.
Hasta que llegué al pueblo nuevamente, llegué hasta la casa de los Cullen.
La puerta principal estaba entreabierta, entré con cuidado, hacía años que no entraba a la casa, sentimientos del pasado se fueron colando en mi mente, como si por cada paso que diese, una vivencia acontecida en dicho sitio tomara vida y se recreara en mi mente con una vehemencia excitante.
Y ahí lo encontré, sentado al borde del sillón, con su cabello cobrizo más despeinado de lo común, con sus zapatillas desabrochadas, con una corbata a medio hacer en su cuello, con sus ojos cerrados, marcados debajo de sus pestañas por unas ojeras que oscilaban entre el negro, morado y azul.
Me acerqué hasta él, respirando con la misma intensidad, me agaché y até sus agujetas. Cuando levanté la vista, Edward me observaba con quietud y paz, estuve a escasos centímetros de su cuerpo. Me di cuenta entonces que ya no éramos los mismos. Siempre fui más alta que él, y su contextura corporal era en aquellos tiempos algo blanda. Pero las cosas estaban distintas ahora, fácilmente me sacaba una cabeza y media más de altura, tenía un cuerpo de un joven que practica algún deporte, pero que no abusa de este, sus facciones faciales estaban más definidas, el puente de su nariz se mantenía tal cual a como lo recordaba en mi memoria.
Hacía meses que no nos veíamos…
No tenía nada que decirle, al parecer, él tampoco quería hablar. Solo me senté de la misma forma que estaba él, y me quedé a su lado, acompañándolo en silencio. A los pocos segundos, Edward apoyó su cabeza en mi hombro. Solo ahí pasé mi mano por detrás de su espalda y lo apreté un poco más a mi cuerpo. Comenzó a cabecear, el sueño era notable en todas sus formas, me paré y jalé de su brazo, tan solo, me senté en el sillón, él colocó su cabeza entre mis rodillas y se durmió mientras le acariciaba sus cabellos.
No tenía nada que decirle, él tampoco a mí. Me quedé acompañándolo, hasta que despertó nuevamente de su sueño.
Todavía no articulábamos palabras, y eso que habíamos pasado horas ahí. Se dirigió al baño y sentí como prendía el calefón. Fui hasta su cocina, para ver si tenía algo que le pudiera preparar, pero no había nada. Sus padres ni siquiera llegaban aún.
Me quedé viendo unas fotografías de Edward y Emmett cuando eran pequeños. Una me llamó bastante la atención, ambos salían dentro de la enorme piscina que tenían de plástico. Me acuerdo que Emmett intentó enseñarle a Alice a nadar 'a lo perrito' y mi hermana nunca pudo aprender. Aquella tarde que estuvimos en su casa, Emmett nos interpretó una canción en el teclado que tenían, y después jugamos al Mario Bross en su computador, era el año 1998, los computadores eran un lujo para algunos, y ellos siempre lo tuvieron todo.
–¿Tienes hambre?
–¡Oh! Vine a la cocina para ver si te podía preparar algo… pero no había nada…
–¿Compremos chocolate?
–Bueno –le contesté, sonriéndole.
Ambos salimos de su casa, fuimos al negocio más cercano, y compró una extra barra de chocolate. Seguimos caminando en silencio por la carretera que daba a la salida de la ciudad, el bosque comenzaba a hacerse más espeso, y la hora del crepúsculo llegaría pronto. Encontramos una roca enorme, que estaba a la sombra de dos pinos que se alzaban majestuosos hacia el cielo, ahí decidimos sentarnos a comer el resto del chocolate.
No hablamos en ningún momento de la muerte de Emmett, solo recordábamos antiguas anécdotas, nos preguntamos el por qué de nuestra falta de comunicación, si vivíamos en un lugar tan escaso de personas, por qué no nos habíamos dado nuestros números telefónicos, nuestros mails… por qué no nos habíamos juntado, si Emmett visitaba constantemente mi casa.
La brisa del anochecer comenzó a elevarse por el sector, y ese fue nuestro impulso para hacer abandono de aquel lugar de descanso y partir rumbo a nuestras casas. Ya nos pondríamos de acuerdo a través de mensajes de textos o por correos electrónicos para juntarnos de nuevo.
A las dos semanas del fallecimiento de su hermano, supe que Edward había terminado su relación con Tanya, su novia de hacía ya tres años atrás. Habían tenido una disputa enorme, ella había comenzado a palabrearlo con mayor intensidad y Edward, trató de hacerle la competencia. Decidieron que lo mejor era cortar.
Mi novio y yo tampoco la estábamos pasando muy bien… las cosas con Mike parecían haberse enfriado, a pesar de llevar casi el mismo tiempo de la relación que tenía Edward con su chica. Nuestro noviazgo se había vuelto poco romántico. Sí, le quería y mucho, él siempre me cuidó y estuvo atento de que no me faltara nada, pero que lo viese todos los días porque íbamos al mismo curso, que tuviésemos el mismo grupo de amigos, el que no saliéramos los dos solamente, fueron algunas de las razones que me hicieron pensar en que la relación comenzaba a decaer, y antes de que nos terminásemos odiando, decidí por romper con él de forma amorosa. Comprensivamente, Mike lo entendió, y fuimos de las pocas personas que acaban bien con una relación. Seguimos siendo los mismos amigos de siempre, sin confundir las cosas.
La navidad se acercaba, y Edward prácticamente vivía en mi casa. Comenzábamos a retomar todo el tiempo perdido de estos años, y no es que me molestara. Verlo en la puerta de mi casa me hacía sentirme feliz, recordábamos siempre los momentos vividos, mi goma de borrar, el regalo de cumpleaños que le obsequié, la primera cachetada que le di, nuestro primer pleito, nuestro primer examen colaborativo, los intentos de hacerlo ligar con las chicas que le gustaban, los abrazos de 'oso' que nos había enseñado Emmett a regalar… todas las tardes tenían algo especial.
Porque estar con Edward, era como retomar un dibujo antiguo y comenzar a colorearlo, a darle vida.
Regalarle parte de tu esencia.
Ese año nuevo no estuvo para fiestas, su familia se fue a Alaska, donde tenían a más parientes. Todos los días recibía un mail de él, y eso me sacaba más de una sonrisa en mi rostro. Yo le escribía cualquier cosa que se me viniese a la mente. Estábamos organizando las vacaciones, yo le enseñaría a cocinar y él a conducir.
En uno de sus tantos mails, me confesó que le había pedido a Tanya que volviesen. Había sido su culpa el haber acabado con la relación, en aquel tiempo no se encontraba muy bien, y había cometido muchos errores, uno de ellos había sido el haber culminado la extensa unión.
Esa noticia me puso en jaque; tenía que estar feliz porque obviamente, Tanya le había respondido que lo perdonaba, que no había podido vivir más tiempo sin él, que siempre sería el amor de su vida y toda esa palabrería de novios. Edward tenía más ganas de regresar a Forks porque se vería con ella, habían surgido otros planes para su verano donde la flamante chica sería el centro de atención de estos.
Pero no estaba feliz. Me di cuenta de eso por muchas razones. La primera fue que mientras leía el mail, mi sonrisa se iba borrando poco a poco de mi rostro, lo noté por el reflejo de la pantalla del monitor. Mi corazón se aceleró al leer lo positiva y prometedora que se anunciaba la relación. El no tener a Edward en las cantidades mutables… me hizo sentir apagada.
Mi dibujo estaría escaso de colores.
Al parecer, los sentimientos de la niñez comenzaban a borbotear dentro de mí. No me conecté a internet aquella semana. Edward me mandaba mensajes al celular, pero no los contestaba. Le hacía la ley del hielo, porque trataba de acostumbrar a mi corazón al dolor que sentiría al verlo con su novia. Me planteaba las situaciones de él visitándome, junto a ella, tomados de la mano.
Una lágrima cayó de uno de mis ojos. Esto de asimilar lo que pronto vería no me simpatizaba por ningún motivo.
Edward llegó, pero para su desgracia, los padres de Tanya la obligaron a vacacionar con ellos, por lo que volvería en quién sabe, unas dos, tres, cuatro semanas más. Me disculpé con Edward por haberle hecho preocuparse por mí, me di cuenta que había actuado como una niña de doce y no de diecisiete años. Mi madurez se había escapado al mundo de los marcianos, y todo por culpa de las alocadas hormonas. Ya no podía verle a la cara, me daba vergüenza, le gritaba y mandaba como cuando éramos pequeños, todas esas actitudes, nos llevaron a una conversación a principios de febrero.
–Te pareces a la Bella de cuarto de primaria –me recriminaba, mientras yo intentaba cambiar la programación de la televisión. Estaba echada en la cama de mis padres, él subía y bajaba su cabeza para que el control remoto no enviara la señal al televisor.
–Debo de parecerme, si soy la misma.
–¿Enserio?
–Sí, solo que más madura, en ese tiempo era mucho más gritona.
–Hablando de esa época… ¿Podría confesarte algo, Bells? –se quedó quieto y gateó hasta mi cuerpo, se sentó a lo indio al frente de mí.
–¿Algo como qué? –alcé una ceja, de seguro me saldría con alguna broma.
–Es algo serio, no me mires con esa cara –al verle a los ojos, noté como sus orbes me dedicaban total atención. Edward me confesaría definitivamente algo importante.
–Bueno, dime.
–Cuando te conocí, y supe que me sentarían al lado de ti, creí que era el niño más afortunado –se echó hacia atrás, para adoptar la misma posición que yo tenía. Le había bajado el volumen al televisor y miraba el cielo–, apenas te vi, habías flechado mi corazón –culminó riéndose–, pensé que iba a ser un sentimiento fugaz, una semana, un mes, pero pasó todo primero, segundo, tercero, cuarto y quinto.
Se quedó callado. Lentamente me senté de la misma forma en que Edward estuvo instantes previos. Él mantenía sus ojos cerrados, con una sonrisa en sus labios. Si tan solo hubiera sabido esto aquellos años. Podría creer que cuando mayores, un noviazgo entre nosotros no hubiera sido extraño.
Me provocaba dolor que me confesara tales cosas ahora. Saber que yo, Isabella Swan le gusté al chico que me gustó en los mismos años, y que más encima, ninguno de los dos supiera de este sentimiento…
–Ya que estamos con confesiones, yo también debería de decirte lo siguiente entonces… –acaparé toda su atención. Nos mirábamos fijamente–, tú también me gustaste, desde primero, hasta sexto.
Nos dejamos de sostener las miradas. Edward fue mucho más sutil para confesarme su amor. Yo fui algo bruta, pero las cartas ya estaban echadas, solo quedaba o no vernos más o…
Reírnos por nuestra tardía confesión.
–¿Qué crees que habríamos hecho en aquel tiempo si nos hubiéramos confesado?
–No lo sé, a lo mejor tú me habrías dado mi primer beso –hablé como si nada. Sentí el calor en mis mejillas. Edward también se sonrojó.
–Estoy seguro que habrías sido mi novia.
El silencio se hizo incómodo. Mi corazón comenzó a latir de una forma tan mágicamente hermosa que me importaba un carajo que él estuviera de novio con otra, porque sentir los labios de Edward en los míos no tenía ni precio ni culpa.
Fue el mejor beso de mi vida. Sentí el calor que recorre cada parte de tu cuerpo, toda la electricidad que provoca cuando un hombre te acaricia el cabello, para amoldar de mejor forma su cabeza con la de uno para que el beso sea más perfecto.
Sentía las ganas de no respirar, con tal de no separarme de él.
Mi problema era que ya sabía lo que me pasaba, estaba completamente enamorada de quien había sido mi primer amor. Aquel amor dulce, que se esconde con golpizas amachadas por parte de las féminas, con palabras feas, con gestos grotescos y simulaciones de odio tan bien recreadas por Helga de 'Hey Arnold'.
Mi problema era que ya no podría disimular, porque él conocía mi secreto, y yo el de él. Ya no podría mirarle a la cara de la misma forma que lo hacía hasta minutos atrás. Porque había conocido el sabor de sus labios, aquel sabor que formaba parte de mi aroma, y que por nada del mundo quería abandonar.
Mi problema era que de ahora en adelante, seguiría en una constante duda.
Mi problema era que de ahora en adelante, comenzaría a sufrir por un amor no correspondido, porque, ¿Edward sentiría algo por mí? ¿Ahora?
Tanya y Edward se paseaban por todo Forks tomados de la mano, se besaban en cada esquina que encontraban y profesaban su amor como si se tratase del fin del mundo. Él dejó de ir a mi casa, comenzó a rebelarse frente a sus padres, yo comencé con mi último año escolar, mientras menos lo viera, mejor para mí. Se hacía difícil el poder estar en un mismo lugar, porque mi corazón se transformaba en un fuerte tronar, creía que todos los presentes lo podrían escuchar…
Edward estaba cambiando, odiaba que su madre hablase de su difunto hermano, le recriminaba y se encerraba en su cuarto. La distancia se hacía similar a la de un principio. Creía que era lo mejor, porque me dolía verlo con su novia. Él se había disculpado conmigo cuando nos dedicamos a besarnos toda la tarde en la cama de mis padres, aquello había sido un error, un impulso pasajero de nuestras hormonas al descubrir tal secreto perfectamente guardado. Fingí que pensaba lo mismo que él, que estaba de acuerdo con cada palabra suya. Edward se fue sonriendo de mi casa esa noche. Yo lloré desde que desapareció en mi portal hasta la mañana siguiente.
Los meses fueron pasando con mayor rapidez. De vez en cuando charlábamos por el MSN, me comentaba que las cosas con Tanya no marchaban del todo bien, y pensaba en terminar nuevamente la relación, pero esta vez definitivamente. Me pidió que nos encontráramos en el mismo lugar donde pasamos la tarde el día del funeral de su hermano. Ahí volvimos a besarnos con la misma locura y necesidad del verano.
Eso provocó que ambos creáramos un lazo bastante peculiar.
No me gustaba 'ser la otra', pero tener parte de Edward en mi vida me completaba, me relajaba de mis problemas, me hacía sentir viva, que alguien dependía de mí, aunque no fuese mío completamente. Veía la culpa que sentía cuando estaba conmigo. Yo también me juzgaba de ese modo. Tanya no es una mala persona, no se merecía todo lo que hacíamos Edward y yo a escondidas, que se limitaba a besos y abrazos.
Pero eran besos y abrazos tan inexplicablemente maravillosos, que cualquier rastro de cordura en nuestros encuentros se borraban cuando decidíamos entregarnos a las caricias. No se articulaban palabras de nuestras bocas, hablábamos con nuestros cuerpos. De vez en cuando un gemido, y eso era la alerta de que debíamos de parar con nuestros encuentros. Nos arreglábamos la ropa, esperábamos a que nuestros labios no estuviesen hinchados, hacíamos tiempo mientras él me hablaba de automóviles y yo de recetas de cocina.
El primer aniversario de la muerte de Emmett se recordó en todo Forks. Se inauguró un nuevo gimnasio de nuestra antigua primaria con el nombre de Emmett Cullen días antes de la fecha exacta, su madre recibió todos los honores y quién la acompañó en dicho evento fue Rosalie, con ambas hijas del difunto.
Carlisle no podía con la pena, todas las noches, seguía visitando el lugar donde su hijo mayor había perdido la vida. Se encontraba a unos quince minutos de la salida de Forks, camino hacia La Push. Los amigos de Emmett le construyeron una animita, que marcaba el lugar exacto donde el cuerpo de este había sido expulsado por el impacto. Si bien fue él el único que falleció, muchos de los pasajeros del bus quedaron heridos de gravedad, el chofer culpable del choque perdió ambas piernas, y nunca pudo perdonarse; esperó el juicio que le dictó el tribunal de justicia, y toda su familia emigró. No sé dónde se encuentra ahora, cumpliendo con la sentencia.
En aquel lugar de encuentro vi a Carlisle llorar, desahogarse, sobre todo cuando se hacían misas en la animita del bosque, a Esme la vi deshidratarse en lágrimas, gritos, arranques sicóticos, a Rose, muchas veces tuvieron que llevarla al hospital, tenía síntomas de pérdida constantemente, y su segunda hija nació con siete meses de fecundación por lo mismo.
Pero a Edward jamás lo vi llorar, quitar el dolor de su vida. En casi un año, nunca lo vi demostrar su pena. Ni en la animita, ni en la iglesia, ni en su casa… en ningún sitio.
Tanya me dijo que Edward no asistiría a la misa que le harían a su hermano. Recordé que aquella vez no me encontraba en casa, y no fui capaz de decirle algo o consolarle. Aquel signo volvió nuevamente a mi cabeza, y decidí del mismo modo que él, no acudir a la parroquia.
Me dediqué a escribirle un mail, como muchos de los que le escribía.
Edward:
Sé que ha pasado casi un año de aquella lamentable noticia, que inconscientemente, nos volvió a unir. Cuando supe de tal acontecimiento mi cuerpo reaccionó de manera extraña, el sudor frío recorría mi cuerpo y mis recuerdos inundaban mi cabeza. Habían dicho que tú eras el fallecido, y me quise morir ahí mismo. Me recriminaba una y otra vez por todo el tiempo perdido que dejamos de vernos, el no saber de ti… después cuando confirmaron que era tu hermano, no me sentí mejor. Con él tengo hermosos momentos grabados en mi vida, y con mayor razón, sentí la necesidad de hablar contigo. Corrí hacia el teléfono la mañana siguiente del accidente, pero no pude esperar a que alguien me contestara. Me oculté en mi pieza, con la respiración agitada, esperando a que mis neuronas funcionaran y pudiese decirte algo… pero fuiste tú quien me consoló. Eras tú, con tu voz muerta, sin vida, la que me decía que todo iba a estar bien. Tenía miedo de volver a verte me sentía hipócrita. La gente suele aparecer cuando la persona sufre algún mal, hace acto de presencia y luego desaparece, y yo no quería que pensaras eso de mí. Siempre has sido importante en mi vida, y me volvía a arrepentir por el tiempo que no nos dedicamos a nosotros.
Pero esta desgracia nos hizo frecuentar, me hizo recordar cosas que tenía poco visibles, complementabas la base de mi vida, como también, a través de las experiencias vividas, íbamos alegrándonos, poco a poco.
Y las cosas se salieron de control una tarde de verano. Rebasamos el límite de la amistad, y dejamos en claro que no sucedería más. Pasaron unos meses, pero caímos nuevamente en lo que fue, encuentros que no los puedo encasillar en algún tip de relación.
Quiero que sepas, que suceda lo que suceda, yo siempre estaré ahí para ti. No dejaré que el tiempo pase entre nosotros, que nos perdamos de paseos a la playa, al bosque, que compartamos el asiento del transporte escolar… porque primero que todas las cosas, eres mi amigo, fuiste mi mejor compañero de banco, el mejor que alguien puede tener. A pesar que nos gritábamos, golpeábamos, insultábamos… aquellos recuerdos son mínimos comparados a las tardes donde me intentabas enseñar matemáticas y yo castellano, dónde tratábamos de acoplar nuestras voces para cantar la canción del festival de invierno.
No quiero que te guardes los sentimientos dentro de ti, eso hará que no te sientas bien. Es bueno llorar, desahogarse, decir lo que uno piensa, cree, eso es querer volver a vivir, levantar las alas que nos dio Dios cuando nacimos. Volar una vez que la tormenta se calme y las lluvias no lagrimeen más, porque nuestras alas se dañarán con la caída penetrante de los hilos acuosos y perecerán nuestros sueños de seguir creciendo.
Tienes un angelito en el cielo que te está observando todos los días, también tienes a alguien aquí, en la Tierra, que desea que nunca más sufras, que no le tengas miedo a seguir con la vida, que seas siempre, aquel chico tierno, bueno, amoroso y atento que has sido eternamente.
Tu compañera de banco, Bella Swan.
Quería escribirle que lo quería como años atrás, quería practicar las palabras que le había enviado en aquel mail, no guardarse los sentimientos, pero no podía, ya estaba decidida a sacar de mi mente a Edward Cullen, a sacarlo de mi corazón. Que permaneciera como la fiel imagen que había optado de él antiguamente; mi compañero de asiento y nada más.
La mañana siguiente desperté atrasada, salí de mi casa apresuradamente. A pesar de hacer todos mis esfuerzos físicos –que no eran muy convincentes– no pude llegar a tiempo al terminal de buses, y me quedé abajo. Llegaría tarde a mi colegio, ya estaba en mis días finales como estudiante de secundaria, el próximo año iniciaría la universidad. Me era de vital importancia el no perderme alguna clase por lo que, decidí sacar boleto para la próxima locomoción que hiciera el recorrido de Forks a Seattle.
Había varios estudiantes, no todos entrábamos a clases en el mismo horario. Ya amanecería y la alborada se haría presente sobre nuestras cabezas, cuando vi a Edward entre la multitud, acompañado de su amigo James.
No corrí a su encuentro como lo solía hacer antes, me hice 'la que no los vi' y traté de doblar a la esquina y sentarme en alguna banca. Pero Edward me tomó de la mano, me volteó y me abrazó fuertemente.
Sentir el calor de su cuerpo en el mío, su respiración agitada que se comenzaba a acompasar, los dulces latidos de su corazón que se adentraban a mi oído…
–Te quiero, te quiero mucho –musité en su pecho, abrazándolo del mismo modo que lo hacía él conmigo–, te quiero mucho, demasiado.
–Yo también te quiero, y no sabes cuánto.
Aquella mañana, donde la alborada ya se posaba en el cielo, donde la gente comenzaba a subirse a sus transportes, donde no me importaba el llegar tarde o no a mi clase, y agradecerle al despertador por no haber hecho eco en mi cuarto y provocarme el retraso…
Aquella mañana, ambos, por primera vez, nos decíamos te quiero.
Haber dicho 'te quiero' esa mañana cambió las cosas. Ya no nos encontrábamos en lugares para hacer de nuestras pláticas comunes y corrientes intercambios de saliva y caricias. Ahora Edward sabía que yo sentía algo por él, y él de cierta forma, había articulado algo similar a lo mío. Teníamos vergüenza de mirarnos a la cara, no nos llamábamos y visitábamos.
No teníamos ninguna relación, no necesitábamos darnos o pedirnos excusas, cada uno podía hacer lo que quisiese, y ahí nacía el problema. No sabíamos que hacer de ahora en adelante. Porque él seguía con Tanya, como si nada, y yo dudaba de sus palabras. Pensaba que estábamos peor que teleserie venezolana.
Noviembre se esfumó y llegó el cumpleaños de mi hermana Alice a principios de diciembre. Edward había ocupado el cargo que tenía Emmett en mi hermana, ensayaban unas dos veces por semana, y tratábamos de no vernos. Obviamente estaba invitado a la fiesta de cumpleaños de Alice, pero estar rodeado de niños de diez años no era algo muy entretenido para él y para mí, que teníamos en ese entonces diecisiete años.
Se acercó al lugar donde me encontraba, y me preguntó si queríamos que fuésemos a dar una vuelta. Hacía tiempo que no dábamos un paseo, por lo que acepté y salimos de mi casa.
Terminamos en la casa de él, en su habitación, en su cama, haciéndolo por primera vez, ambos. Fue incómodo por la culpa, fue doloroso porque ni él ni yo sabíamos cómo ponernos o cómo amortiguar el dolor. Fue gracioso porque la vergüenza se coló en nuestros sonrojados rostros al vernos desnudos, por romper todos los límites. Pero fue hermoso, porque el amor de mi vida tendría algo que a ningún otro hombre le podría regalar, y yo me convertía en la merecedora de su virginidad. Edward y yo nos entregábamos lo más valioso de nuestras vidas en un acto que quedaba chico en la palabra 'amor'. Juntos entendimos que al principio duele, avergüenza, pero al encontrar el ritmo, las palabras, las caricias y la entrega total, se conoce el cielo y te sientas en las estrellas. Fácilmente, podríamos decirle al mundo que Edward y yo, habíamos hecho de todo en nuestra vida, menos, tener una relación normal, claro.
–¿Qué sucederá con nosotros, Edward?
–Tengo que romper definitivamente con Tanya.
–Eso quiere decir que…
–Sí, es irreal que tu y yo no estemos juntos Bells, como se debe.
Confiando de sus palabras nos entregamos el uno al otro unas cinco o seis veces durante el verano. Tarde reaccionaba que Edward aun no terminaba con Tanya, y que su compromiso cada día se hacía más irrompible.
Dejé de verlo definitivamente, volví a entablar una relación con Mike, el cual me 'acosaba sutilmente' desde el año pasado. La universidad agotaba cualquier momento libre que tuviese, me hacía pensar en cualquier cosa, menos en mí.
Comprendí entonces que no podía estar toda mi vida esperando a que Edward se decidiera por mí. Ya había tenido un pasado cargado de momentos inocentes, y lo había ensuciado con encuentros que nunca levaron una palabra de cariño o amor. Nos confesamos una mañana, y eso dio pase a que nos entregásemos en un acto de iniciación, de que ahora sí, por fin, estaríamos juntos, pero provocó el distanciamiento total. Si durante todo este tiempo no pudimos entablar algo, ¿Por qué tendría que seguir esperándolo? ¿Por qué no podía seguir con mi vida, así como lo hice cuando era menor?
Porque lo seguía queriendo, a pesar de todo, estaba realmente enamorada de él, sabiendo que comprendía que las cosas negativas, las mentiras y desaires que nos regalábamos me volverían loca si no cambiaba el curso de las cosas.
Ya habíamos tenido muchas oportunidades desde que lamentablemente, las malas noticias nos volvían a unir.
Me había acostumbrado a vivir sin Edward. Y ahora era vital para mi existencia.
Había olvidado por completo todas sus facetas, la del chico bueno, amoroso, divertido y sonriente. Aquel que no le importaba decir algo, porque lo decía, le nacía de su interior como a cada uno de nosotros le nace respirar, incluso en los brazos de Morfeo.
Fue así que una mañana del 2010 le pedí a Dios que me diera una señal, que me mostrara algo que me hiciese pensar si seguía acallando mis sentimientos en mi pecho, o me arriesgaba, y no pensara más en Mike, Tanya, las penas y las culpas.
Y me señal apareció, cruzando la esquina de la calle.
Nota de la autora:
Hola a todas las personitas que acaban de abrir este escrito y han llegado hasta aquí. Sé que en mi último shot dije que esperaría a terminar ambas historias de Crepúsculo que estoy subiendo, pero como ya acabé una y me falta subir ambos capítulos, decidí comenzar con esta historia, que tendrá este shot, y las prontas continuaciones serán Drabbles.
Me encanta jugar con los tiempos en los relatos. Encuentro hermoso que la literatura y el lenguaje tengan la capacidad de transmitir y traspasar cultura no de manera ordenada, manual y lineal, sino que pueda enredarse, transportarte en años, épocas y situaciones que se recuerdan y vuelven a la vida a través de las palabras.
Los drabbles, serán todos los recuerdos que Bella nos contó durante este shot. Todos estos serán las experiencias pasadas de ella y Edward, las que harán al término de la historia, tomar una determinación definitiva; enfrentarse y de una buena vez tener algo con Edward, o desistir de todos los momentos vividos y comenzar una relación con otra persona.
Muchas gracias a quienes seguirán leyendo esta nueva ocurrencia :D
Y muchas gracias a ti, compañero de banco de toda la vida, que me hiciste conocer y sentir las cosas más incalculables de la vida, te quiero.
