Holaa a todos! Wisdombird aquí reportando de su habitación de ideas! Sé que dije que no comenzaría una nueva historia hasta que "Recuerdos del Atardecer" estuviese terminada y la verdad que mi musa ha estado insistiéndome desde una semana atrás a darle iniciativa a este proyecto. Perdóneme, nosotros los escritores no podemos resistirnos cuando nuestra inspiración este dispuesta a quedarse tan sólo un breve tiempo. Entretanto disfruten esta historia mientras yo averiguo cómo sacarme de este bloqueo fastidioso al escribir el siguiente capítulo de "Recuerdos del Atardecer" titulada Augurios.Gracias por la comprensión!
Pd: Kagome no será tu típica doncella en apuros. Pateará traseros divinos. Es todo lo que puedo decir. Ah...cambiaré algunas cosas en los enfrentamientos contra los dioses.
Pd 2: Saintia Sho y Lost Canvas son canon en esta historia.
Sinopsis:¿Qué pasaría si Saori nunca renació como Atenea sino Kagome? Atentada desde temprana edad a penas Saga se hizo con el Patriarcado y salvada por el Caballero de Sagitario, Aioros, la pequeña niña fue encargada a cuidado de dos mortales en Japón por órdenes de Zeus. Su identidad divina fue oculta en secreto por su seguridad, su cosmos sellado hasta que su misión en derrotar al malvado Naraku fuese cumplida. Ahora, ya completamente libre de su servicio en destruir la perla de Shikon, Kagome tendrá que enfrentarse a un nuevo desafío: convertirse en la divinidad que da su vida para enfrentar el mal cada dos siglos por el bien de la humanidad y el planeta Tierra. ¿Podrá poner convertirse en aquella Diosa que tuvo destinada a ser? o ¿caerá bajo sus inquietudes y miedos de mujer mortal? Tal vez...sólo el Destino lo sepa.
«A Palas Athena, ilustre diosa, comienzo a cantar,
la de ojos de lechuza, rica en industrias, que un indómito corazón posee,
doncella venerable, que la ciudad protege, valerosa,
Tritogenia, a la que solo engendró el industrioso Zeus
en su santa cabeza, de belicosas armas dotada,
doradas, resplandecientes.»
28º Himno Homérico, c. s. VII a. n. e., tr. J. Torres
En lo alto de los cielos, más allá del lo que el ojo mortal podía ver, se imponía el majetuoso Olimpo, Hogar de los Dioses, ciudad blanca celestial revestida en oro y plata. Por sus sendas empedradas iluminadas con oro se paseaba una majetuosa mujer guerrera. Aquella dama de imponente figura caracterizada por el casco dorado bien elevado en la frente con un penacho rojo y adornado con grifos, cordero, esfinges y caballos, su busto cubierto por la legendaria égida que llevaba encima de su túnica blanca sin mangas o peplos no era ni más ni menos que la mismísima Atenea Ageleia – la que impera en las batallas- quien se preparaba para un nuevo renacer como mortal habiendo previsto que la Tierra se encontraba amenazaba nuevamente. Sus sandalias griegas la llevaban algo presuroso por la Ciudad Blanca. Como era costumbre antes de descender a su Santuario donde sus Caballeros la protegerían, Atenea intercambiaba breves palabras con su padre Zeus, Rey del Olimpo, sobre su desición de convertirse en una indefensa bebé humana.
Las enormes puertas de marfil con ornamentos de plata revelaron una sala amplia y elegante. Pilares corintios sujetaban el interminable techo cristalizado que dejaba ver las estrellas y las galaxias que rondaban por el infinito Universo. Los elegantes vitrales posicionados en las inmaculadas paredes infiltraban la luz del astro rey en el salón, realzando el aire de misticismo y inquestionable divinidad. Una alfombra roja acariciaba el suelo baldoso liderando hasta un precioso trono que brillaba tan intensamente como un diamante puesto a la luz. Dos columnas griegas se posiciaban a lado del asiento principal del Todopoderos Padre; en ambas un águila dorada se encontraba posada encima del ábaco con las alas desplegadas. Animal consagrado a su padre.
La de ojos de lechuza miró alrededor, notando los catorce tronos de los dioses vacíos. Sabía que sus hermanos y hermanas se encontraban cumpliendo sus deberes o inmiscuyéndose en la vida de una joven mortal – algo concurrente con Ares, Hermes y Apolo- cosa que no podía evitar sentirse exasperada. Así eran desde el principio. Su forma de cambiar no podía reformarse, eran dioses después de todo. Y como Dioses eran de naturaleza orgullosa y soberbia.
Un resplandor sumió la sala en completa luz antes de desvanecerse conforme una figura intimidante pero no menos venerable de su padre sujetando su cetro ocupaba el trono antes vacío, emanando un poder exorbitante que sólo podía tener uno de los tres grandes: Zeus, Poseidón o Hades.
— Atenea — retumbó Kronion en forma de saludo con una sonrisa cálida en sus labios— . ¿A qué debo el honor de la visita de mi más amada hija?
— Padre — saludó con una inclinación de la cabeza antes de mirarlo seriamente— . Mi tiempo de descender a la Tierra ha llegado nuevamente para protegerla de las amenazas contra ella y sus habitantes. Antes de marcharme, te pido solamente tu bendición en defenderla como lo he hecho a través de los incontables siglos.
Un silencio inundó la sala mientras el omnipotente Zeus deliberaba las palabras de su amadísima hija. Aquella a quien le había confiado la Tierra desde que el Olimpo se fundó sabiendo que era más que apta para la responsabilidad con dicha tarea.
— Hija mía, tu petición será concedida — respondió y hizo un ademán para que ella se acercase, la susodicha caminó unos hacia él para luego detenerse a pocos metros del trono. El Señor de las Tormentas se levantó de su asiento y alzó sus manos en gesto de bendición donde brevemente una luz entre dorada y azúl elétrico rodeó sus manos. Zeus pronunció unas palabras en griego antiguo para luego posar ambas manos en la cabeza de Glaucopis. La luz posteriormente rodeó la figura de Atenea para después desvanecerse.
— Gracias, Padre — agradeció la Virgen Perpetua a lo que Zeus asintió con la cabeza antes de volverse a su trono para sentarse y sujetar su cetro.
— Que Tiqué y Niké te sonrían, hija querida.
Atenea hizo una reverencia y acto seguido se teletransportó en un haz de luz.
o-o-o-o
En el Santuario de la Diosa de la Sapiencia, un hombre con ropajes largos miraba el manto estelar en señal de espera de que la Protectora de la Humanidad descendiera del Olimpo para defender a la Madre Tierra de todos los males en contra suya. El Patriarca que resguardaba la nueva generación de guerreros a servicio de Atenea era un ex-combartiente de la previa Guerra Santa contra Hades, Shion de Aries.
Shion miraba expectante a las orbes celestes notando cómo algunas susuraban entusiasmandas, las estrellas habían estado algo emocionadas días previos y eso le daba claro indicio que Atenea Prómacos estaba próxima a nacer. Y por ello había estado rondando alrededor de la estuata principal de su diosa, donde sabía que ella aparecería como recién nacida a pies de su propia escultura.
No tuvo que esperar mucho pues, a cabo de un rato, las estrellas empezaron a brillar con más intensidad que antes. El Sumo Sacerdote contuvo su aliento al ver una estrella fugaz emerger entre la luz y salir disparada como cometa hacia la base de la sagrada estatua.
Todo el Santuario se vió cegada por el intenso resplandor que desprendió aquella estrella para luego verse sumida nuevamente en penumbra.
«Ya está aquí», pensó Shion, caminando apresurado hacia la base donde el destello estelar reveló un bulto envuelto en un manto de algodón blanco con detalles griegos alrededor de la costura y a la pequeña divinidad que lloraba tan fuerte como sus pulmones lo permitían, haciéndole a todos saber que ha llegado.
Dohko...Atenea está aquí...¡Está con nosotros!, comunicó vía cosmos a su mejor amigo que se encontraba custodiando las 108 estrellas malignas de Hades en las antiguas cascadas de Rozán, en China.
Lo sé amigo, sentí su cosmo dorado cruzar como estrella fugaz desde aquí. Virgo pareció eclipsar el resto de las doce cuando pasó esto..., le respondió divertido su compañero de armas. Dohko debió darle gracia su entusiasmo pues añadió: Te siento ansioso amigo, me recuerdas a esa vez que me comentaste lo feliz que estabas cuando ganaste tu armadura de Aries en aquellos tiempos cuando aún éramos unos jóvenes inexpertos y llenos de vida.
A Shion no se le pasó el subyacente detrás de esas palabras. El ex-santo de Aries soltó un bufido de incredulidad ante eso y le hizo saber a ese sin vergüenza mientras hablaba:
Que osado viniendo de tu parte, Dohko. ¿Acaso me estás insinuando que era rebelde? Recuerdo bastante bien que eras tú el que se metía en problemas y yo tenía que limpiar tu desastre como costumbre.
Escuchó la risa de su amigo desde donde estaba y no pudo evitar volver a esos tiempos cuando aún era un joven aprendiendo a luchar, a sobrevivir y a preserverar junto a sus demás compañeros que hace mucho tiempo dejaron atrás este mundo para salvarla de la amenaza de Hades y sus tropas.
Extraño esos tiempos..., suspiró Shion con nostalgia en su voz, A veces me pregunto qué dirían nuestros compañeros si estuvieran aquí para ver esto. Hasgard...Manigoldo...Aspros, Deuteros, Manigoldo, Régulus, Asmita, Sísifo, El Cid, Dégel y Albafica...Todos ellos dieron sus vidas para crear un mundo mejor. Y para que nosotros podramos vivir para resguardar la siguiente de generación de Santos de Atenea. Shion miró el cielo y quizás lo atribuyó como imaginación suya pero brevemente pudo sentir los cosmos de sus viejos camaradas. Siento que a veces no hago lo suficiente en honrar su memoria, ¿sabes? Que no soy apto para toda esta responsabilidad. Si Sísifo estuviera aquí él seguramen—
No vayas por ahí, amigo mío, le advirtió Dohko al ver el rumbo donde iban sus pensamientos, Atenea te encargó ese puesto porque sabía que tu tienes las habilidades necesarias para liderar a sus soldados en su ausencia. Y protegerlos con todo tu poder para que ella nuevamente pueda alzarse victoriosa como siempre lo ha hecho. Deja tu inquietudes atrás, Shion. Sísifo te hubiera dicho lo mismo. O quizás te hubiese golpeado por semejante estupidez. Y yo no lo hubiera detenido.
Shion bajó la cabeza arrepentido y avergonzado. Dohko tenía razón, debía dejar de pensar así. No lo llevaría a ninguna parte.
Lo sé, Dohko...Es sólo que...
Sé que piensas, Shion. Dohko suspiró fatigado, tal vez por estar exasperado o porque realmente estaba cansado debido a su edad, Shion no lo pudo decir. No he pasado doscientos años junto a ti para no aprender nada. Y te digo que tú ya los honras, Shion. Lo has hecho y lo continuas haciendolos orgullosos. Varias generaciones de Santos han pasado, y tú mas que nadie lo has visto a través de estos años. Recuerda tu promesa, amigo mío, aquella que juraste en nombre de Atenea cuando ella misma te otorgó el puesto como Comandante de su Armada. Prometiste velar por todos ellos, pasado, presente y futuro. Recuerda eso, Shion. Y no tendrás razón para dudar.
El peliverde asintió solemne y le dió su agradecimiento antes de despedirse. La noche veraniega resultaba maravillosa para caminar y organizar reflexions, pero era tarde y Shion necesitaba descansar para luego dar órdenes a los Santos el día siguiente. Sin embargo, podía aprovechar este momento sólo para estar con la pequeña diosa.
El Patriarca recogió a la criatura con suavidad y acomodó sus brazos para sujetarle mejor. Sus ojos rosáceos examinaron cada detalle de ella: desde su pequeños mechones azabaches que tenía como cabello, tan negros tal cual la pluma de un cuervo, su nívea piel y sus ojos grisáceos que lo miraban curiosos bajo pestañas largas y espesas. Todo en ella le informaba sobre su perfecto estado de salud.
La bebé había cesado de llorar a penas Shion la cargó en sus brazos, optando por examinar a aquél sujeto ataviado con ropajes extraños. Sólo eran ellos dos en ese lugar, mirándose entre sí, tratando de hallar algo en aquellas ventanas del alma que revelaban más de lo que parecían hasta que la bebé alzó sus manitas para posarlas en ambas mejillas del Patriarca. Su mirada se tornó más profunda y más antigua, con un de brillo de saber en sus ojos. Gorgoteó y palmeó sus mejillas como saludándolo como un viejo amigo.
A Shion le fue invadida la sensación que ella le reconoció y no pudo evitar sentirse honrado que su propia diosa le recordase tras doscientos años de verse por última vez.
Hasta que la pequeña Atenea agarró un mechón de su cabello para distraerse.
Shion sonrió enternecido y ajustó su agarre para acomodarle mejor y empezar el trayecto hacia la cámara del Patriarca, donde la depositaría en una cuna de madera en una habitación cerca de su recámara y la dejaría a cargo de las doncellas a su servicio para ver todas sus necesidades cumplidas.
—Bienvenida al mundo, diosa Atenea.
Y así fue como un 8 de septiembre del año 1976 el Santuario recibió con gozo a su diosa en presencia del Patriarca Shion y las constelaciones brillando sobre ellos como un manto protector que los refugiaba de los peligros que muy pronto comenzarían a hacerse notar. Pero hoy, solamente la paz y la alegría reinaban toda la Acrópolis Ateniense. Y todos los Santos que conformaban las filas de la Diosa de la Guerra tenían fe que esta paz -aunque frágil- perdurara a medida que la pequeña Atenea crecía para convertirse en la divinidad en la que darían sus vidas para servirle y protejerla.
Sin embargo, poco sabían que los tiempos buenos no perduran para siempre. Ya que un mal se alojó en cierto Caballero Dorado, donde planería en asesinar a la recién nacida y usurpar el puesto del Patriarca y así tomar el control total del Recinto Sagrado gobernándolo en completa tiranía y desolación.
[Nota de la Autora]
Bueno chicos aquí tienen el primer capítulo de esta maravillosa historia inesperada que va dedicada a todos ustedes! Dígame qué les pareció y si tienen alguna duda me mandan un mensaje en mi perfil y yo con gusto les responderé como pueda. Antes de despedirme haré unas declaraciones para que sepan cómo irá la historia.
La trama seguirá los eventos conocidos de Saint Seiya como conocemos aunque con cambios en algunas partes.
Kagome seguirá siendo Kagome. Eso no hay duda. Sin embargo no sólo sus pensamientos se podrán ver sino haré conversaciones entre ella y el espíritu de Atenea que alberga en su interior. Durante toda la cruzada para destruir a Naraku, Atenea estará algo dormida pero de vez en cuando proporcionará ideas para que nuestra protagonista derrote obstáculos como preparación de su camino a convertirse en Diosa. Por que esto se trata, de la travesía de Kagome a ser humana a plena divinidad.
¿Habrá romance? Si mis hermosos lectores, habrá romance. Aunque será un largo camino para que esto pase.
Por último, quisiera pedirle a aquellos que leyeron el manga de Saintia Sho me pasen todos los datos importantes a tener en cuenta porque no quiero evitar ningún evento importante ya que Saintia Sho va en una línea paralela a lo que sucede en el Santuario antes de que los de Bronce combatan a los Dorados.
Eso es todo, nos vemos pronto!
