Hay veces que extraño ser invisible.
Pero muchas más son las veces en las que deseo tener fuerza. Tal como el Capitán América. Él es fuerte, no llora, no mea la cama, y tampoco no hace enfurecer a Padre y Madre. Es el mejor amigo de papá, él está orgulloso de ese héroe. Representó a Estados Unidos, dice Madre. Pero eso no es nada comparado a tener el orgullo de Padre.
El orgullo que yo nunca podré hacerle sentir como hijo. Soy su sangre, su niño, sin embargo él no me reconoce como uno. Madre tampoco lo hace, no al menos de esa forma. Solo soy un objeto para ser intercambiado, soy dinero, soy un futuro desarrollador de armas, un hombre que tiene la obligación de producir un heredero.
No merezco tener una familia que me quiera, soy un monstruo.
Me dí cuenta de ese hecho hace mucho, mucho tiempo.
Sus manos temblaban mientras leía la última nota del cuaderno cubierto con stickers del Capitán América. Soltó una carcajada por la usual e imaginaria pesadez en su pecho. Tiró el cuaderno junto a la caja de recuerdos y la corrió hacia la esquina con el pie. Se encogió de hombros, una sonrisa divertida era clara en su rostro.
No, no se sentía triste.
Tony Stark nunca se sentía triste.
