Notas introductorias: No sé si me recuerdan, nos vimos hace muchos años cuando terminé La Nivelación en el 2011. El 2014, La Nivelación Reloaded ve la luz. Esta historia se enorgullece de ser parte del foro Desafío Shinobi ¡Hi-yah!, particularmente para la campaña Creatividad mata carita.
Música inspiradora: Get Lucky - Daft Punk.
Fantasía
1
Dio un vistazo rápido por la ranura y volvió a su puesto. Raidô contó a los hombres a partir de la imagen que desvanecía lentamente en su cabeza, impresa sobre su retina. Había tres en total, dos a la izquierda y uno a la derecha. El capitán refunfuñó al sentir la pared fría detrás de su espalda, era una noche cercana al invierno pero ya estaba helando demasiado como para considerarse otoño. El quemado suspiró con inquietud, sino podían moverse rápido, la misión que se presentaba ante él como algo medianamente fácil comenzaba a verse como un dolor de cabeza.
No podían simplemente entrar, debían reunir información sin alterar los sucesos de ese recinto.
—¿Cuántos? —preguntó Aoba y Raidô lo miró por el rabillo del ojo antes de responder. Su instinto lo tentó a mirar otra vez por la ranura pero hacerlo una vez más significaba otra oportunidad para descubrirlos.
—Tres. —Su voz le sonó muy brusca para el momento y empuñó las manos cuando las sintió rígidas por el frío. A su lado, la rubia tiritaba inconsciente—. Podemos encargarnos de ellos si queremos…, de otra forma no se me ocurre entrar.
—No —respondió el de lentes oscuros y luego miró a la chica que estaba sobre recostada en la muralla—. Esperemos un momento más, Ino está buscando una entrada.
Aquello no lo tranquilizó en lo absoluto, la florista llevaba ida cerca de diez minutos, lo suficiente como para suponer que no existía una entrada o que la rata que había usado la chica había caído en un problema. Sin más que hacer, Aoba se recostó en la muralla a un lado de Ino y la miró con curiosidad, o al menos eso le pareció a Raidô tras esos lentes oscuros. Al cabo de un momento, la mano del jouunin menor le tocó la piel del hombro y luego, la de la frente, como si estuviera buscando fiebre. El quemado resopló una risa antes de hablar.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó en un susurro el quemado y Aoba se encogió de hombros, ambas manos terminaron en su regazo.
—¿Qué se sentirá estar fuera de tu cuerpo? —Raidô no respondió y alzó las cejas con sorpresa—. ¿Se sentirá frío? —Hizo una pausa—, me refiero a que es como si estuviera muerta…, o desmayada —se corrigió como si no quisiera que lo primero sucediera. El mayor de los tres abrió la boca para responder algo rápido, incómodo de estar hablando de la chica estando ella ausente a su manera, pero Ino tiritó violentamente dos veces antes de abrir los ojos.
Los dos hombres se acercaron a ella y la florista les sonrió tímidamente al tiempo que respiraba profundamente, recuperándose de su posesión con lentitud. Luego negó con la cabeza.
—No encontré nada —les dijo con la voz baja de una somnolienta pero los hombres no se sorprendieron de la respuesta—, me vieron y no tuve más remedio que correr al bosque —aquello le dio un escalofrío de disgusto, las ratas no eran sus preferidas—. Al menos pude comprobar que sólo hay hombres ahí adentro.
—Si hubiesen mujeres me sentiría mucho mejor —bromeó Aoba pero sólo Ino sonrió ante su intervención, Raidô gruñó. No se sentía de ánimos para bromear cuando se acercaban peligrosamente al día de pago.
—Tengo una idea —les informó mientras se levantaba de golpe y comenzaba a desvestirse, sin pudor de que la vieran sus compañeros. Ninguno de los dos dijo algo hasta que vieron que el chaleco verde caía pesadamente sobre el suelo y junto a él, el estuche de medicinas y armas—, como esos hombres no paran de moverse durante la guardia y no puedo usar mi shintenshin a esta distancia y condiciones, tendré que hacerlo de otra forma. —Por algo la habían reclutado, pensó Raidô, mirándola sin poder decir algo. Pero no hubo necesidad, Aoba lo hizo por él. Para ese entonces, Ino estaba vestida sólo con su uniforme morado, desbotonado y mal puesto.
—¿Qué es lo que pretendes hacer? —La chica no atendió a su llamado y se soltó el cabello rubio que cayó como una cascada amarilla sobre su espalda. La florista lo despeinó un poco con las manos.
—Esperen mi señal, capitán Raidô, capitán Aoba. Es la única forma que veo por el momento —y se fue caminando por el sendero. A cinco pasos pegó un grito desgarrador y se adentró corriendo al recinto, tropezando una vez para decorar su actuación.
Al saber que estarían atentos a ella, el quemado se arrimó sobre la ranura de la muralla y se puso a espiar, con el corazón en un hilo al no estar familiarizado con ese nuevo plan. Aoba le preguntó a sus espaldas muchas veces qué estaba sucediendo allá sin que Raidô pudiera responderle, estaba demasiado absorto como para ponerse a hablar. Después la escucharon llorar con agudeza y sollozar unas palabras inteligibles.
—¡Me han robado…! ¡Pero qué horrible! —Se alcanzó a oír y dos de los tres hombres se acercaron a ella sin pensarlo, el tercero observó de lejos al sendero por donde había entrado—. ¡Por favor! ¡Estoy tan asustada…!
—Métanla adentro, está haciendo mucho ruido —les ordenó el tercero con algo de molestia y los dos restantes la escoltaron hasta el recinto, en donde Raidô les perdió la pista. Por más que mirara, ya no se escuchaban ni sus lloriqueos falsos y con pesar, se alejó de la ranura con los ojos abiertos.
—¿Cuál es la señal? —quiso saber Aoba y el quemado negó con la cabeza, tampoco la sabía—, ella nunca dijo cuál era la señal. Ahora estamos en aprietos…, ¿qué va a suceder si le llegan a hacer algo? ¡La chica es una chunnin! ¡Y es la aprendiza de la señorita Shizune! Dios, la señorita Shizune nos va a matar…
—Deberíamos ir adentro —sugirió el mayor con la mano sobre la boca y luego miró por la ranura una vez más. El tercero seguía vigilando esa entrada—, podemos distraerlo. —Miró a Aoba cuando se recostó sobre la muralla, lejos de la ranura—. Usa tus cuervos y aléjalo de aquí. Que chillen en esa dirección lo suficiente para que camine al sendero y lo retengas ahí —informó y el de las gafas oscuras asintió muchas veces con la cabeza.
El más joven de los dos comenzó a hacer los sellos correspondientes a su invocación y el mayor se puso en una posición que pretendía ser relajada pero que se sentía rígida, por el frío y la inactividad. En una nube de humo apareció la bandada de pájaros negros y chillones que se movieron en conjunto hacia el sendero, siempre guiados por su creador, y captando la atención nerviosa del vigilante rezagado.
—¿Qué es ese alboroto? —se escuchó a lo lejos y el vigilante miró a sus espaldas, temeroso—, parecieran ser cuervos dándose un festín. ¡No seas cobarde y ve a ver qué les ocurre a esos cuervos!
—Deberíamos haber pensado en esto antes —murmuró Aoba con un esfuerzo, hablar y controlar a sus invocaciones era extenuante. Raidô sólo sonrió a modo de respuesta.
El vigilante miró a la nube de cuervos cuando estuvo a escasos pasos de ellos, sin comprender lo que estaba sucediendo, y el de las gafas oscuras no dudó envolverlo de plumas y picos, como si su bandada fuera una plaga de moscas. El hombre no tardó en chillar tanto como los pájaros y pidió a gritos ayuda al tiempo que daba patadas y golpes para salir de ahí, sin tomar en cuenta que estaba corriendo en círculos. Sus compañeros no tardaron en salir del recinto pero no corrieron hacia él al instante.
—Vuelvo en diez —masculló de pronto el quemado y desapareció en la oscuridad de la noche, aprovechando la distracción de los guardias.
—Estaré esperando —susurró más para sí que para su compañero. Aoba permaneció vigilante sobre la copa de un árbol, escondido entre las ramas, con un brazo extendido y el otro empuñado en un sello, moviendo a sus invocaciones como un cardumen de sardinas en el agua.
Raidô llegó como una sombra rápida al recinto cerrado, valiéndoselas de sus oídos y sus ojos para encontrar a la rubia dentro de esa casa de mafiosos. No era un ninja sensor, por lo que le fue más difícil de lo que imaginaba que sería. Caminó por los pasillos con sólo el tambor de la sangre en sus oídos como sonido, el corazón le latía con fuerza como siempre que se encontraba en terreno hostil y buscó refugio en lo oscuro. Pasillo tras pasillo avanzó sintiéndose extraviado hasta que el timbre peculiar de su subordinada sonó por las paredes y se dirigió con rapidez hasta ella.
Estaba teniendo una conversación aparentemente calmada con el que sería uno de los jefes de esa mafia pequeña, un hombre robusto que intentaba sonar pacífico pero remarcaba demasiado las palabras con rabia. La florista simulaba ser la víctima indefensa y por más que el mafioso estuviera receloso de que alguien pudiera ubicar su posición, era un hombre y no podía dejar de comportarse como tal ante una mujer joven y bella como lo era Ino. El que la intentara seducir le atrajo una sonrisa tonta a Raidô y aprovechó un descuido del gordo para escabullirse tras una rejilla dentro de la habitación que iba del suelo al techo, como un biombo.
La sombra dibujaba rayas horizontales sobre su piel y el quemado esperó con paciencia. El hombre robusto dio un par de vueltas alrededor de Ino con una copa de vino en las manos y vio que la chica tenía otra, frente a ella sobre una mesa. El mafioso quedó de espaldas a él, una posición perfecta para que lo matasen pero esa sería otra misión. Ino, en cambio, estaba frente a él y podía verle la cara con detalle, pero jamás pensó que ella a él también. Los ojos celestes de ella lo miraron a través de la rejilla y Raidô se sobresaltó cuando le guiñó el ojo de una forma lenta, casi coqueta, avisándole que ya sabía que estaba ahí. Por un momento dejó de pensar que estaba en territorio hostil, por un momento dejó de pensar que esa niña era veinte años menor que él.
Raidô se descubrió pensando en lo pequeña que la había visto, tan poco atractiva para él cuando Ino tenía escasos doce años, durante el primer examen chunnin que había rendido. Había recibido comentarios de ella pero no recordaba uno que no la ligara con ser la famosa hija de Inoichi. Era tan sólo un bebé y como tal la había visto. Raidô además se consideraba un hombre correcto y por ello, jamás le había dedicado más de una mirada hasta que la vio a sus dieciséis, encorvada sobre el cadáver de Asuma; sollozante, inconsolable. Por primera vez aceptó que la chica era hermosa y lo era todavía más porque el contraste era horroroso. Ese día había encontrado consuelo en la belleza de la chica que rápidamente estaba dejando la adolescencia hacia una adultez exquisita, esa de la que su padre estaría receloso si estuviera vivo.
En ese momento, detrás de la rejilla, la florista cumplía con una misión relativamente sencilla, haciendo lo que ella mejor sabía hacer. Criada en una familia de tradición espía, y gozando de una belleza excepcional, Ino seducía al hombre con facilidad pero su vista celeste buscaba los ojos de Raidô, como si en ellos encontrara alivio. Era como si la florista intentara seducirlo a él cuando en realidad lo hacía al jefe de la mafia. Al menos eso le pareció a Raidô. Al menos eso quiso pensar Raidô.
—A lo mejor debiese irme —sugirió la rubia con una turbación fingida, su victimario se contrarió con visibilidad—, he abusado demasiado de su hospitalidad.
—No puedes irte aún —le dijo el hombre de la mafia—, acabas de escapar de un maleante —le recordó e Ino frunció los labios con aprehensión. El hombre se percató de que estaba asustándola pero no que era una buena actriz y se acercó a ella con los brazos extendidos para abrazarla—. No debes asustarte, no te haremos nada malo. —Ino sonrió y recibió con gusto el abrazo de un gordo maleante que Raidô pensó debería haber sido de parte de él.
—Y yo estoy agradecida de haber caído aquí —le dijo y pasó sus brazos bajo las axilas de él. El quemado le vio las manos juntas en la espalda masculina y reconoció los sellos que ella hacía—…shintenshin...
Pasó poco tiempo para que Ino cayera desmayada sobre su víctima y el hombre robusto la sujetó de los hombros para devolverla al asiento. El mafioso le hizo una seña para que saliera de su escondite y Raidô obedeció un tanto más receloso que antes. Si bien sabía que el hombre ahora era Ino y que Ino era un cuerpo inanimado, seguía sin sentirse cómodo interactuando con un desconocido.
—Tome mi cuerpo y salga de aquí, capitán. —Era una visión espantosa de ver, un hombre gordo y desconocido hablándole como la chiquilla que había despertado su deseo—. Ya sabe lo mucho que demoro en regresar —añadió y se puso a buscar en los recuerdos del jefe mafioso con los ojos cerrados. Era como si estuviera con migraña.
El capitán quemado se vio caminando hacia la Ino inanimada, la que estaba sentada frente a la mesa con la cabeza deprimida, y la miró con diligencia. Tenía la urgencia de tocarla pero sabía que le era prohibido, no con esos pensamientos en la cabeza. Finalmente la atrajo para sí tomándola de una muñeca y el cuerpo colapsó sobre su hombro ancho. El hombre quemado pasó el brazo con el que la sujetaba por la muñeca y la pasó por detrás de su cabeza, y la agarró de sus muslos tiernos, desnudos bajo su mano. Raidô cerró los ojos cuando le llegó el perfume de su subordinada.
«—Por supuesto que huele a flores —se dijo en silencio y sintió el latir de su corazón contra su espalda—, a flores…»
El quemado pensó en Aoba y en cuánto más podría estar entreteniendo a los guardias. Luego miró a Ino, encapsulada en el cuerpo de ese jefe de la mafia, incapaz de decidir si estaría terminando su lectura o no. Al cabo de un rato, el jefe de la mafia abrió los ojos de una forma exagerada y le comenzó a hablar de nuevo.
—Listo, ahora váyase —ordenó la chiquilla mientras tomaba asiento frente a la mesa, donde había estado sentada en su verdadero cuerpo. Raidô esperó a que liberara para comenzar a caminar, con la chica a cuestas, pero al asomarse por la puerta, vio a unos guardias acercándose a donde estaban.
Sin pensárselo dos veces, tomó la forma del jefe contrabandista e Ino se comenzó a mover en su cuerpo, más dormida que despierta. La escurrió de su hombro hasta que estuvo parada con sus propios pies, sobre él. La cara de ella lo miraba con los ojos cerrados y la boca entreabierta, como si esperara un beso de él y se sonrió ante la tontería que pensaba en un momento así. Aun así la abrazó contra su pecho con la excusa de sostenerla para que no se diera contra el suelo. La chica murmuró cosas mientras despertaba.
—¿Señor? —preguntó uno de los vigilantes, más sucio que cuando había salido. Los cuervos de Aoba los habían salpicado de suciedad, plumas y piojos. Ino murmuró más cosas para el tormento de Raidô, no esperaba que los descubriera por sus problemas al volver a su cuerpo.
—¡Se supone que me llevarías a ver eso que tienes en tu habitación! —exclamó con el ceño fruncido y abrió los ojos celestes con somnolencia. Tanto el vigilante como el disfrazado Raidô la contemplaron con sorpresa—, muero por verlo. —Sus orbes celestes calaron hondo en el quemado. La rubia seguía actuando y él era un pésimo actor.
Pero Ino no estaba en absoluto molesta con él por su mutismo y se puso de puntitas para alcanzar su cara. Su lengua era experta y el beso que le dio le erizó todo el vello del cuerpo, como una electricidad que subió desde los pies hasta su cabeza. Apenas alcanzó a responderle cuando ella se separó de su cuerpo para obligarlo a caminar de nuevo a la salida. Una mirada severa de parte de Raidô y el vigilante dejó de demandar la atención del que supuestamente era su jefe y los dejó ir. Pronto estuvieron lejos del recinto y descubrirían al verdadero jefe despertando con un grave dolor de cabeza. Ino estaba segura de que el jefe mafioso fingiría recordar lo que le hizo a la desconocida cuando le contaran lo que habían visto y por reputación, su estadía ahí quedaría olvidada con rapidez.
Ante las murallas de la propiedad, Raidô dejó la forma del mafioso robusto con el corazón latiéndole con insistencia, totalmente asombrado por la nueva forma que tenían los de Infiltración para zafarse de los problemas. Ino se separó de él para caminar más adelante, totalmente ajena a la perplejidad con la que había dejado al quemado, que nunca había hecho algo parecido en su vida. Sus infiltraciones eran una pobre actuación en comparación a lo que había demostrado Ino.
—Es un mal actor, capitán —admitió entre risas la chica y se detuvo frente a su bolso de medicinas para extraer un papel y una pluma. Anotaba lo que había memorizado de la cabeza del jefe—, pero no se preocupe, soy buena improvisando.
Ino levantó la vista de su papel para dedicarle una sonrisa divertida y Raidô apenas pudo imitarla, se sentía torpe y ansioso por otro beso. Aoba apareció desde la copa de un árbol cercano, se veía ansioso.
—¡Al fin salieron! —respiró Aoba con alivio—, los vigilantes no se quedaron mucho tiempo con los cuervos. Después de eso no supe qué otra cosa más hacer para entretenerlos.
Raidô sonrió un tanto más turbado pero no menos feliz e Ino hacía como si no hubiese pasado nada, quizás aparentando para Aoba. No le importó en lo absoluto.
—Vamos por unos tragos, ¡invita la misión completada! —repuso el jounnin menor y la florista exclamó contenta con las palmas juntas frente a su cara.
Eligieron un bar popular en el centro de la ciudad, cercano a la Torre. Ino ocupó el puesto en medio de los dos hombres, para deleite de ellos, y conversó amenamente con Aoba y Raidô sin notársele una pizca de incomodidad, como si estuviera inmersa en su ambiente.
—Entonces eres alumna de Shizune y vas a la Academia de Artes Femeninas —concluyó el de los lentes oscuros con un sonrisa amplia luego de la explicación de la rubia de su creciente especialización, visiblemente más relajado por el alcohol. Ino asintió a orgullo y se permitió beber un sorbo modesto de cerveza, sólo para aparentar—. Y eso es aparte de las técnicas de tu clan.
—Podría seguir especializándome —les contó con un movimiento hacia la barra para dejar su jarra por un momento—, pero mi clan tiene otros planes para mí. —Aoba levantó las cejas hasta que fueron visibles tras sus gafas, el quemado se limitó a beber de su jarra en silencio. Inoichi había muerto durante la Cuarta Guerra por lo que Ino era la heredera viva más directa que tenía el clan Yamanaka, era su líder de momento. Aunque a Raidô no le parecía lista para serlo todavía—. El señor Ibiki dice que me falta entrenamiento para sustituir a mi padre en el Cuartel de Tortura y Espionaje, pero ya sirvo en Inteligencia, en la rama de Seducción. —Más orgullo se oía en la voz de ella, para pesar de Raidô, y tuvo que cerrar los ojos para mantener a raya su imaginación creativa. Aoba no parecía tener mayores problemas, era más joven y más atractivo que él, era más del tipo que Ino podría elegir para juguetear un poco.
Su poca concentración se fue a la basura cuando descubrió que Ino lo estaba mirando, quizás con la intención de preguntarle algo, y no pudo evitar sentirse tonto como cuando era más joven. ¿Hacía cuánto tiempo que no se le daba coquetear con una chica? Suzume había sido la última y de eso ya habían pasado dos décadas. Ahora eran dos adultos que se encontraban de cuando en cuando para rememorar sus aventuras de adolescentes, ambos solos en la madurez.
—¿Y qué hay de ti, capitán Raidô? —le cuestionó con voz de niña y el quemado no supo a qué venía esa pregunta, se había perdido el inicio de la conversación—, ya sé mucho del capitán Aoba pero de ti no sé más que es guardaespaldas de los Hokage y lo poco que vi cuando estuvimos juntos en el Niju Shotai. —El Namiashi arqueó las cejas sin saber qué decir—. ¿Tu clan es de tradición guardaespaldas? —La pregunta era más bien una broma pero Raidô no pudo reírse.
—No, en lo absoluto —respondió con cordialidad—, mi clan no es grande como el tuyo.
Aoba se excusó para ir al baño aprovechando que el tema se había vuelto algo aburrido. Ino sonrió silenciosamente al tensar sus hombros, contraídos contra sí para endurecer los músculos. El quemado no pudo evitar pensar que estaba haciéndolo para mostrarle sus pechos. Y tomó un sorbo abundante de su cerveza para relajarse en un momento así. La florista rio juguetonamente y lo imitó. Una advertencia apareció como un susurro frío que le acarició la nuca.
«Veinte años de diferencia», le susurraba.
—Entonces no eres el líder de tu clan —concluyó ella como queriendo salvar su conversación.
—No existe un líder del clan. Somos sólo una familia —explicó—, pero soy miembro del consejo Jounnin de la Aldea —repuso como un consuelo y ella volvió a sonreír. Raidô supuso que le atraía un poco el poder y se recostó sobre el respaldo de su asiento un tanto más relajado al saber que había conseguido una buena impresión. Su antigua manía se hizo presente cuando se puso a girar el anillo que llevaba en el dedo meñique con la mano contraria.
—Entonces me entenderás —le dijo apoyada sobre la barra, los hombros en alto. Desde su posición más rezagada le vio la espalda femenina y diminuta, y la cola de pelo platinado caerle como una soga. Raidô fantaseó con enredar su mano en ese río rubio de cabello y tirar de ella. Ino terminaría recostada junto a él con una cara suplicante, una de sus tantas actuaciones que había aprendido en la Academia de Artes Femeninas—. Es duro ser una mujer y la futura líder de tu clan a los veinte años —le dijo sin mirarlo y le frunció el ceño a un punto enfrente de ella, quizás imaginando a uno de sus consejeros al interior de su propio clan. Raidô imaginó que sería algún primo de Inoichi o un tío abuelo. «Miente, aún tiene diecinueve años»—. Quieren que me case con alguien y engendre hijos…, sinceramente pensé que los matrimonios por conveniencia ya no existían en la villa.
Una punzada de desilusión inquietó a Raidô, incapaz de creer que en su fuero interno sintiera celos por el desconocido futuro marido que tendría la rubia cuando él recién comenzaba a fantasear con ella. Terminó por no prestarle atención a sus sensaciones que tildó de tontas, y se aclaró la garganta antes de mirar por el rabillo del ojo a dónde estaba Aoba. Había salido del baño y había sido detenido en el camino por una camarera, alguna conocida del pasado. Ino rio cuando miró hacia el otro capitán.
—¿No quieres casarte? —le preguntó cuando dejó de ver por el rabillo del ojo y se encontró con sus iris celestes. De pronto a él le pareció que Ino estaba más cerca de su silla que antes. Ambos sonrieron con complicidad.
—No por ahora, primero quiero vivir —explicó con una risa y recostó una mejilla en el dorso de su mano, apoyada a su vez del codo sobre la barra—. Quiero vivir muchas cosas antes de casarme con algún viejo, gordo y feo miembro del clan. Bueno, supongo que no me importaría un viejo.
Raidô intuía que la parte de «viejo» iba dirigido para él y exhaló una risa por la nariz mientras miraba hacia abajo y le daba un sorbo a su cerveza para ocultar su sonrisa. Ino no disimuló la suya, apoyada sobre la barra lo observaba mordiéndose su dedo índice. Sus uñas estaban pintadas de aguamarina.
—No subestimes a los viejos —le pidió fingiendo sentirse ofendido, haciendo reír a Ino.
—Algunos de los viejos son atractivos —sinceró ella para regocijo de Raidô, el que le dijera que era guapo era una de sus fantasías aunque sabía que lo más probable era que si lo hiciera, estaría mintiendo—. A lo mejor me toca un viejo atractivo —le dijo recostada sobre la barra—, uno alto, fuerte…, y quemado...
Si antes tenía dudas de que le estaba coqueteando, en ese momento ya no las tenía. Sonrió ampliamente y la miró directamente, Ino tenía los ojos adormecidos por el alcohol y la situación, y sus labios se curvaban en un arco travieso. Esa chica estaba apenas cumpliendo los veinte años el mes siguiente del que él cumpliera los cuarenta y no se le notaba, o eso quería mentirse Raidô. Si Inoichi hubiese sobrevivido a la guerra, sin dudas el quemado se habría parado del frente de la barra y se hubiese alejado de la rubia, por respeto a su antiguo superior. Pero el viejo espía ya no existía y su hija le había puesto el ojo encima, sin entender por qué no lo había hecho con un hombre realmente atractivo como Genma. Su fantasía se mezclaba a ratos con la realidad y ya no podía distinguir la una de la otra.
Ino volvió a acercar su asiento al de él, de una manera disimulada y femenina, Raidô se aguantó las ganas de hacer lo mismo. De haber estado en cualquier otro lugar seguramente se habría dado más libertades…, pero estaban en un bar popular de la villa y podía reconocer muchos rostros en el ambiente, demasiados testigos de ese crimen. La vocecilla de su consciencia había adoptado la voz de Inoichi y lo comenzaba a torturar con discursos de honor y fidelidad para con sus superiores, virtudes hasta ese momento inquebrantables para el honrado Raidô Namiashi.
—¿Estás casado? —le preguntó con el mentón pegado al hombro y las pupilas altas. Sus palabras se alargaban por la coquetería y Raidô apartó la cabeza para dar un sorbo a su cerveza.
—Sí —dijo luego de un sorbo pero sostuvo la jarra contra sus labios. Ino se enderezó sobre su asiento, rígida por la sorpresa, como si hubiese comido una manzana y de pronto había descubierto que estaba podrida y agusanada—, con la villa.
La chica exclamó una risa suave pero que al hombre le sonó molesta y la observó tomar de su jarra en silencio para obligarse a beber hasta el último sorbo. En ese momento llegó Aoba, como atraído por el conflicto pero completamente ajeno a él, y palmeó los hombros de ambos con sus manos. La florista intentó sonreír pero seguía bajo el efecto del comentario de Raidô y se disculpó con ambos capitanes con los ojos cerrados.
—¿Tan temprano, señorita Ino? —Aoba se veía sinceramente desilusionado y volcó su atención hacia el quemado, como buscando explicaciones. Raidô volvió a ser el capitán serio de antes—. Lamento haber tardado tanto —se excusó pensando que era su culpa. Ino rápidamente negó con la cabeza y una sonrisa femenina.
—Ya bebí suficiente —al menear la cabeza, su cola de caballo osciló como un péndulo. Era un movimiento altamente atractivo para el capitán mayor—, si sigo haciéndolo me arrepentiré de lo que haga por la mañana —Aoba rio con lo que sería una broma inocente pero el quemado no pudo imitarlos, su fantasía estaba siendo descuartizada brutalmente por la realidad—. Iré a darme un baño de burbujas —culminó—, nos veremos otro día, capitanes.
—Oh, no nos digas así —repuso Aoba con un poco de incomodidad y Raidô percibió un intento por hacerse el galán. Aquello lo hizo sentirse común, era uno más de todos los hombres que le coqueteaban a Ino. La chica platinada alzó una de sus cadenas y posó ambas manos en la cintura con la intención de verse enojada pero reía en vez de maldecir—, no somos tan viejos con Raidô. Además, ya somos colegas.
—Está bien —dijo—. Nos vemos después, Aoba. Raidô.
La mente del quemado imaginó un escenario en el que no estuviera cohibido por el público del bar, un lugar en otra villa, sólo la rubia y él, rodeado por extraños que no estaban interesados en sus veinte años de diferencia, la belleza de la chica y su deformidad. Por más que Raidô fuera un hombre adulto promedio, se consideraba un ser reservado que rozaba la timidez, al menos en el ámbito amoroso.
En su fantasía, estiraba el brazo para detener la fuga de la chica y ella lo veía con un desconcierto que pretendía ocultar su emoción. Raidô se levantaba de su asiento y quedaba más alto que Ino por dos cabezas, aquello le gustaba. Lo sabía por la mirada que le daba. Pero en la realidad, Ino no le había dedicado mayor miramiento en su despedida, quizás ofuscada por la respuesta que él había dado y que no entendía por qué había tenido ese efecto en ella.
—¿No prefieres que te acompañemos a tu casa? —Su intervención lo sorprendió y de igual forma, a Ino. Culpaba a la cerveza, generalmente era más callado.
La florista giró sobre sus talones y lo hizo con tanta gracia que Aoba no pudo contener una risa embobada.
—He sobrevivido a peores cosas que un pequeño viaje a mi propia casa —admitió con un tono divertido y volvió a darse la vuelta para no regresar más.
La sonrisa de Aoba seguía curvando sus labios mucho después de que la chica rubia se fuera del bar, cuando los dos hombres se quedaron callados bebiendo la poca cerveza que les estaba quedando. Pero Raidô no compartía la misma sensación, se sentía enfadado consigo mismo por recordar tanto a Inoichi cuando claramente su hija lo estaba seduciendo, sea cual fuere la razón en esa elección. El de los cuervos habló con premura algo que ya llevaba pensando mucho tiempo.
—Deberíamos seguir tomando misiones de Inteligencia —sinceró Aoba sin poder mirarlo a los ojos, como para que su verdadera intención pasara desapercibida, aunque le fuera totalmente obvia a Raidô—, casi nunca hacemos algo así. Es más tranquilo.
Raidô estuvo de acuerdo.
Nota de la Autorísima: Y bueno, espero que lo hayan disfrutado, y no, no es un oneshot. Como me encanta este crack pairing y resulta que es mi favorita, será una historia a capítulos. Lamento si fue poco o no fue lo que esperaban, estoy sacándome el polvo de encima con lo que respecta a este fandom. Lo dejé el 2011 y pensé que jamás volvería, pero me resucitaron para participar en el foro :)
Aclaraciones de las edades: aquí Ino está a meses de cumplir los 20, Raidô de tener los 40 y Aoba tendría unos 36 años.
Raidô es mi elder favorito de Naruto. Besos, RP.
