Notas: Vale, no dejo de escribir de esta gente. Esta idea la tenía medio pensada desde hace tiempo, pero la inspiración ha venido mientras escribía otro fic suyo (del que llevo ya como 2000 palabras, no os libraréis de mi), y la he esbozado en un momento. Sigue siendo ese mundo idílico del que juré que dejaría de escribir (y para el que debería buscar nombre). Pero, ¿sabéis qué? Me gusta demasiado como para dejarlo. So, enjoy. Y los RR me hacen feliz :D
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Chuck siempre le llamaba por su nombre. Dan siempre era Dan. Ya no era ese Humphrey musitado entre dientes ni ese Daniel dicho con retintín, como si el nombre le viniera grande. Ahora siempre era Dan. Cuando le llamaba por teléfono a media mañana y decía:
–Dan, quiero follarte esta noche.
Y él ya no era capaz de pensar en otra cosa en todo el día.
Era Dan cuando le decía que le tocaba a él sacar al perro, era Dan cuando hablaba de él con alguien, era Dan en la agenda de su teléfono móvil.
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Sólo era Humphrey cuando se enfadaba. Cuando, por la tontería más nimia acababan gritándose, a cada cual más testarudo.
–¡Que te jodan, Chuck!, me voy a casa de mi padre.
–¿Qué me jodan? ¡Que te jodan a ti, Humphrey! Me voy a la suite.
–¡Vale!
–¿Cómo que vale? No necesito tu maldito permiso.
–¡No te lo estaba dando! …Imbécil.
–Lárgate de mi casa.
–Ah, ¿ahora es tu casa?
–Vete antes de que digas algo de lo que te vayas a arrepentir mañana, Humphrey.
–Eso ya lo has hecho tú.
–¡… Ya lo sé!
–¡Dale de comer al perro!
–¡Vale!
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Volvía a ser Dan cuando se disculpaba. Cuando le llamaba a la mañana siguiente.
–Dan... Si no quieres no tenemos por qué ir a esa gala benéfica. De verdad.
–No, da igual, quiero ir. Es importante para ti.
–En serio, puedo mandar un cheque.
–No, quiero ir.
–Dan. No empieces otra vez.
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Pero era Daniel cuando, en mitad de la noche, apoyaba la cabeza en su pecho y entrelazaba sus piernas para dormir, y Chuck se quejaba:
–Daniel, joder, das mucho calor.
Y él se acurrucaba más contra su cuerpo y ronroneaba ya casi medio dormido, y Chuck sólo podía sonreír ligeramente y acariciarle el pelo. Porque llamarle Daniel era la única forma que tenía de decirle te quiero.
