Notas del Autor: Lo debía y lo debía mucho. Aquí mi primera historia en el universo de TW, cumpliendo con el pedido de una persona muy especial. Sterek a buenas y primeras, de la nueva vida de Derek Hale y sus desventuras con un poco fortuito Stiles. Espero lo disfruten, no duden en dar su review. Copyrights a los debidos dueños de la franquicia.

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Derek

Antes de ser El Alfa, lobo amargado, Líder de la manada, Aquél que supero las barreras de la licantropía, Derek Hale había sido un joven relativamente normal, portador de energía cargada con un bastión de personalidad. Las mañanas le recordaban esos tiempos, donde la soledad se vuelve compañera y habla del pasado. No de maderas que crujían por ceniza sino quejumbrosas al peso y la edad que portaban; hasta un niño vería que aquél fuego aún quemaba su templanza por dentro. Nadie supera con facilidad las pérdidas de la base de una vida porque al caso ni los años le eran amigos, aunque agraciaran su figura con la masculinidad que acarreaba.

El bóxer se ajustó a la silueta con la facilidad que lo haría su chaqueta al torso, contorneada figura de musculo puro que escondía su desnudez a ojos ajenos, si los hubiera. Un único café, cargado, sin azúcar, directo de la máquina a su taza a punto para levantar a un muerto, o lo que era lo mismo, un hombre lobo de más de ochenta kilogramos de masa. Lo sorbió de un solo trago, practicando un gruñido resultado frente al espejo, una densa cabellera oscura y cejas a juego que con mínimo pliegue daban aires intimidantes. Con la facilidad de un tempestad transformó el gesto en una sonrisa de puro encanto de esas capaces de derretir las almas envueltas en el más frío hielo. No era otro que Derek Hale, lobo dueño de aquél territorio con la fiereza del animal que habitaba dentro.

Un día levemente nublado que dio pautas para portar negro sobre blanco, de un cuero que podía valer casi tanto como la motocicleta que esperaba fuera. Los viejos jeans iban ajustados por un cinturón que acomodó haciendo uso de los pulgares en un gesto que rayaba lo vulgar. Nadie miraba, y si lo hacía, allí el culpable. Era lo suficiente mayor para admitir ciertas responsabilidades sociales, pero no lo suficiente para ser consciente de la pedagogía colectiva a tener en cuenta, tampoco tenía en planes ser niñero de alguien. Sin embargo, de giros inesperados se arma el destino y para su mala suerte no es una fuerza que puedes vencer a simples amenazas y golpes.

En las calles el mundo se preparaba para un día de rutina, niños y jóvenes esperando que el amarillo de los autobuses diera señal de arribo y así dirigirse a sus respectivos ámbitos. El motor rugía con la cadencia de un león amaestrado a los caprichos del amo que había dado la vuelta a la llave. La estructura de aquél chasis era amenazante, de sombras sobre ébano con el acero reluciente otorgando líneas gruesas en detalle. Una madre que paseaba a su hijo en cochecito le echó un vistazo, una mezcla de repudio mezclado con la curiosidad del peligro que emanaba a torrentes. No reparó en devolver respuesta, solo el ensordecedor volumen de la motocicleta que dejó las inmediaciones como a un hecho del pasado.

La paz no era plausible en Beacon Hills. El día a día era una calma ilusoria, porque de haberla las personas sonreirían con mayor naturalidad. En un pueblo chico la prisa no es cuestión; noches de calles abandonadas, donde los ataques "animales" son una costumbre demasiado tradicional. Si detienes a escuchar, entre el piar de escurridizas aves y el particular zumbido de la tecnología, más allá de viejos y crespitos árboles aguarda el sonido de bestias. Gruñidos despedidos de una boca infernal, el siseo de criaturas que harían palidecer el veneno de una serpiente. Podía continuar enumerando, porque la lista crecía con el pasar de los días, sin siquiera incluir lo peor que la naturaleza pudo haber engendrado. Sangre de la sangre, quien de nombre se conoce como Peter Hale. Interrumpido el pensamiento con la única moción de no tentar a la suerte, porque hay un límite de veces a la que puedes escapar de las garras de tan encarnada maldad. Quizás ello, y su mal humor, tenían idéntica raíz.

El zumbido que reverberaba en su pecho le obligó a apartarse a un lado, dejando el motor encendido con la intención de proseguir camino. Uno casi sin rumbo pues era conocido, a conciencia popular, que el único Hale en el pueblo no tenía real oficio.

—¿Qué? — Una pausa generada cuando no reconoció la voz del otro lado, porque pocas personas tenían su número y a muchas menos le contestaba. Una mueca de sorpresa se apoderó de su rostro, tan extraño como la nieve en pleno julio. Una propuesta a la que aceptó a buenas y primeras, a pesar de las infinitas quejas en privado que soltaría en un futuro. Era una oferta de trabajo, una suplencia al profesor de geografía en la secundaria donde Scott y el resto asistían. La manera despectiva en la que pensaba en ello daba tono suficiente del poco cariño que tenía por el grupo de lobos adolescentes; y Stiles. Bocafloja Stiles. Se obligó a no pensar en ello antes de que la sangre hirviera hasta el punto de ebullición, sin retorno; porque no había racionalidad suficiente para explicar cuanto le desencajaba de su zona de comodidad con una sola palabra. Sólo quería callarlo, como fuera.

Unas horas más tardes tenía el contrato firmado, recibiendo una sonrisa por parte del director que no dejaba de alabar el orgullo de tener a un Hale en su establecimiento, disculpándose por la tragedia de años atrás. En apariencia cincuentón, de cabello fino y oscuro que tornasolaba hacia añeja plata. No le cayó mal en primera impresión, pero tampoco era de los que se ganan su sonrisa gratuitamente.

—De efecto inmediato — algo en su cara había cambiado lo suficiente para hacer encoger al hombre mayor a un mísero punto, aunque estaba seguro de solo haber alzado una ceja. Tenía lo que duraba un parpadeo para transformar su atuendo en algo decente, dejar el cuero y el desgaste de los tejanos por algo que luciera con algo de sabiduría y profesionalismo. No le sentó ni un poco a gusto personal, pero en la decisión su opinión poco valía. La sociedad, a diferencia de una manada, no obedece a los gustos o estricta orden de un único cabecilla.

Surcó las calles como alma que lleva el diablo, deteniendo el paso en la primera tienda de hombres que encontró. El encargado, un joven que ni lo superaba en edad quedó callado en su sitio cuando a momento de ofrecer su ayuda el moreno lo empujaba de un gruñido al sitio de donde había venido, tirando de las prendas hasta dar con un aspecto moderno sin entrar en los terrenos señoriales. Un suéter de cuello amplio, fino tejido, camisa cuidada de un solo color, pantalones a juego y los zapatos más sencillos que supo encontrar. Y corbata, por supuesto corbata aunque a los tres pasos quisiese desgarrarla hasta no dejar más que hilachas de su entereza regadas por el suelo.

Obtuvo la aprobación de la secretaria en conjunto al libro de texto que marcaba en que temática habían quedado los alumnos en su clase anterior. Un suspiro pesado abandonó su pecho cuando tuvo que chasquear los dedos antes de que la mujer se ahogara en sus propios fluidos. Una costumbre adquirida que no dejaba de ser molesta. Dejó el resguardo de aquel escritorio para trazar el circuito de los pasillos que clandestinamente conocía por sus desventuras con el grupo de McCall. El libro dio un golpe seco al llegar a su objetivo, clamando el espacio como propio así como la atención de toda la sala. Alzó el cuello, teniendo plena vista de todos los presentes, tenso, marcando el ancho y la figura de autoridad. Solo el sonido sordo de una caída con pupitre y todo le obligó a mirar a un lado, rompiendo lo que se hubiese considerado una entrada perfecta. Esos ojos abiertos le miraban llenos de dulce pavor. Un único nombre abandonó la garganta de Hale, grave, amenazando con castigos peores que la detención escolar.

—Stilinski—