Hace mucho tiempo que no escribía nada en este fandom, pero como hoy es el cumpleaños de mi hermoso Rey de Hielo, no me podía quedar sin escribir nada 3
Esta historia está contada desde la perspectiva de Atobe. Es un two-shot y la segunda parte será subida el día del cumpleaños de Mitsu.
Declaración: Los personajes de Prince of Tennis no me pertenecen… sólo me obsesionan.
El Rey de Hielo.
Agua en estado sólido.
Frío al tacto.
Color blanco níveo.
Él no era flexible ni maleable, más bien era firme e inamovible. Podían pasarle miles de desastres, pero él siempre permanecía inmutable a todo, como si nada lo afectara: como capitán de Hyotei, como heredero de la familia Atobe, como amigo, como adolescente… Él era sólido.
A pesar de su avasalladora personalidad, él no era alguien efusivo, ni le gustaba demostrar en público sus sentimientos. Es más, en toda la historia de Hyotei no se sabía que le hubiera dicho un te quiero a nadie, ni siquiera a sus amigos más cercanos… Él era frío.
Y su piel, suave y aterciopelada, de un color anormalmente pálido, daba la impresión de ser de nieve pura.
¡Tal parece que la denominación de Rey de Hielo le quedaba perfecta!
Ni siquiera recordaba la primera vez que lo llamaron así, pero tuvo tal popularidad dentro de Hyotei, que no pudo librarse más de aquel título que parecía haberse acoplado tanto a su personalidad, que ahora podría jurar que hasta sus más cercanos no dudarían en catalogarlo así.
Tal vez era algo que él mismo se había buscado. Tal vez debería tratar de ser más sincero en sus sentimientos, más abierto a los demás mortales, no ubicarse por sobre los demás… Tal vez así recordarían que no era ningún iceberg, que también tenía sentimientos, que también podía sufrir, que también podía desmoronarse, que también él se sentía solo. Que él era un adolescente como todos los demás.
Sacó su mano derecha del bolsillo delantero de su pantalón de jeans negro y se la pasó por los ojos sin aminorar el paso, aun cuando no tenía ningún lugar a donde ir. Hace minutos que sentía un tibio liquido recorrer sus mejillas y la garganta apretada, pero se negaba a sí mismo reconocer que estaba llorando, por suerte, la sorpresiva lluvia otoñal que caía a esas horas en Tokio, camuflaba a la perfección sus lágrimas.
Se detuvo en medio de la acera y exhaló un fuerte suspiro. No tenía idea de cuánto tiempo había estado caminando sin rumbo fijo, sólo sabía que lo único que quería era alejarse de ese elegante pero tedioso restaurant y no volver a ver a sus padres en lo que le restaba de vida ¡Es que ni siquiera sabía por qué se seguía desilusionando con ellos!
Lo sorprendente con él era que después de conocerlos durante toda su vida, aún seguía esperando algo de ellos: esperando preocupación, atención y afecto. Pero después de lo sucedido hoy, estaba más que convencido de no significar absolutamente nada para sus progenitores, sólo una obligación más dentro de una interminable lista ¡Ellos ni siquiera habían recordado que hoy era su cumpleaños! Y en vez de celebrar juntos como él había esperado, lo habían obligado a asistir a otro más de los innumerables compromisos sociales que siempre parecían tener… Que parecían ser más importantes que él mismo.
Su figura se encorvó y agachó la cabeza cuando sus lágrimas se hicieron más intensas, sus hombros se agitaban con suavidad, acoplándose a sus sollozos. Sentía cómo la gente caminaba apresuradamente a su alrededor, algunos corriendo para salvaguardarse de la lluvia, mientras él era la única figura inamovible en aquel lugar.
—¿Atobe? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Acaso no ves que está lloviendo?
Escuchó esa voz seria y monótona reconociéndola enseguida, e instintivamente un gesto de fastidio se dibujó en su rostro. Justo ahora tenía que encontrarse con ese tipo. Justo ahora que se sentía más frágil que nunca debía mostrarle su debilidad a él ¡Este día realmente auguraba ser completamente desastroso!
—¿Te sientes bien? —escuchó como el otro joven volvió a preguntar y pudo notar un tono distinto en su voz ¿Acaso era preocupación?
—¿Con quién crees que estás hablando Tezuka? —dijo levantando el rostro, encarándolo con la mirada, y con el tono arrogante que ya se había vuelto habitual en su voz— El gran Ore-sama no conoce la palabra problemas.
—¿Entonces el gran Ore-sama llora por gusto?
Lo escuchó preguntar con voz seria nuevamente y su cuerpo se tensó de manera automática, desviando la mirada hacia la derecha buscó evadir la potente mirada parda fija en él ¿Cómo era que se había dado cuenta? Se supone que el perceptivo era él, no Tezuka. Se suponía que Tezuka no se daba cuenta de nada y no se interesaba en nada.
—¿Qué te pasa? —preguntó con voz suave.
—¿Por qué tanta insistencia Tezuka? Voy a terminar pensando que te interesas por mí —respondió altivamente de manera automática.
No sabía por qué lo hacía, era algo intrínseco a él, como una forma de autodefensa, era incapaz de mostrar su verdadero ser por miedo a ser lastimado. Y de todas formas, era verdad que nada de eso incumbía al capitán de Seigaku, quien de todas las personas del mundo, era quien menos podría entenderlo en estos momentos… Era obvio que el castaño tenía una vida perfecta. De hecho, era tan perfecto que lo sacaba de quicio.
—Lo último que quiero es tu compasión, Tezuka. De ti podría soportarlo todo, menos eso.
Volvió a desviar la mirada y se pasó el dorso de la mano por el rostro, para quitarse las lágrimas y la humedad de la lluvia, escuchó como el otro muchacho soltaba un suspiro largo y cansado. La lluvia no parecía menguar, por el contrario, caía cada vez más fuerte sobre la ciudad y lo tenía a él completamente empapado. Se llevó ambas manos al cuerpo, rodeándose con ellas, en un vano intento por conservar el calor corporal que se le escapaba a través del delgado abrigo de lino azul, tratando de controlar los visibles temblores de su cuerpo. No supo precisar hace cuánto tiempo había pasado, pero de pronto se dio cuenta que la lluvia ya no caía sobre él y levantando la cabeza hacia el cielo, pudo ver aquel paraguas transparente que se encargaba de protegerlo.
Fijó su mirada enfrente otra vez y se dio cuenta que Tezuka había dado un par de pasos en su dirección y se le había acercado, de modo que ahora el paraguas del castaño los cubría a ambos. Pudo percatarse que la mirada marrón del capitán de Seigaku lo inspeccionaba con el ceño levente fruncido en un gesto que no era de molestia, sino más bien de inquietud. Él lo recorrió con la mirada, traía una bolsa plástica en sus manos, por lo que dedujo que había salido a comprar, e iba vestido adecuadamente para la lluvia, con una abrigadora chaqueta impermeable al igual que las zapatillas.
—¿Quieres ir a mi casa?
—¿Qué? —preguntó alzando el tono de voz, sinceramente impresionado por la propuesta del castaño— ¿Te volviste loco? ¿Por qué Ore-sama habría de ir a tu casa?
—Tal vez porque es obvio que Ore-sama no tiene a donde ir.
—¿De dónde sacaste eso Tezuka? ¡Y ya deja de llamarme así! —dijo con voz fuerte y autoritaria en lo que trató de ser un reclamo, pero que terminó por sacarle una pequeña risa al castaño.
—¿Entonces por qué estás solo bajo la lluvia?
—Está bien, es verdad que no quiero ir a mi casa, pero eso no significa que no tenga a dónde ir —respondió con seriedad, sintiendo que los temblores de su cuerpo se hacían cada vez más intensos.
—¡Ya deja de ser tan orgulloso! ¿Qué no ves que si te quedas así corres el riesgo de padecer hipotermia? —dijo el castaño con gesto realmente molesto. Parecía ser que finalmente había agotado su limitada paciencia— ¡Vamos!
Vio incrédulo cómo Tezuka lo tomaba del brazo, justo por sobre el codo, y lo obligaba a girarse para avanzar nuevamente con rumbo desconocido, sólo que ésta vez se devolvía por el mismo lugar por donde había llegado. Trató de zafarse del agarre del castaño, pero le fue imposible, éste lo sostenía con fuerza y lo guiaba con la vista fija en frente, prácticamente sin reparar en su presencia o en su molestia.
—¿A dónde vamos? —preguntó fastidiado cuando por fin se dio cuenta que el otro no lo soltaría.
—Ya te dije que a mi casa —le respondió con voz seria y neutral.
—¿Queda muy lejos? —preguntó con voz cansada y temblorosa, producto del terrible frío que sentía.
—Ya casi llegamos, está a la vuelta de la esquina.
Y como prometiera el castaño, luego de unos cuantos metros más de caminata, por fin se detuvieron frente a una hermosa casa de estilo japonés tradicional y soltándole el brazo por primera vez en todo el trayecto, Tezuka sacó de su bolsillo la llave y entraron.
Agradeció internamente haber llegado ahí, el ambiente estaba temperado, por lo que el interior era cálido y agradable. Tezuka se quitó las zapatillas y él lo imitó con movimientos torpes, pues sentía que sus manos habían perdido la movilidad debido al frío.
—Ven —pidió el castaño mientras colgaba la chaqueta y el paraguas en el recibidor y lo miraba con seriedad— Te voy pasar ropa seca y sería bueno que te dieras una ducha, a ver si así logras revivir un poco.
—¿Qué les dirás a tus padres? ¿Crees que se molestaran porque me trajiste aquí? —quiso saber, principalmente porque no le gustaba ser una molestia.
—¿Por qué habría de molestarles? —el castaño se dio la vuelta para mirarlo extrañado, esa pregunta había sido rara— De todas formas, ellos no están, estoy solo en casa.
—¿Por qué estás haciendo todo esto Tezuka? —lo miró enarcando una ceja— Ni creas que te lo voy a agradecer, como dije, bien pude haber ido a un hotel, fuiste tú quien me trajo en contra de mi voluntad.
—¿Puedes dejar de ser tan paranoico? —le preguntó con voz seria.
No le quedó otra más que guardar silencio y frunciendo el entrecejo, siguió al castaño hasta lo que parecía ser su habitación. Había un par de raquetas colgadas ordenadamente en la pared y varias fotografías de cumbres importantes del mundo, no le sorprendió el excesivo orden, pues ¿Qué más se podría esperar de Kunimitsu Tezuka? Recorrió con la mirada la habitación por completo, hasta que sus ojos grises se toparon con la mirada entre curiosa y sorprendida del castaño.
—Seguro que te sorprende que alguien pueda tener una habitación tan pequeña —le comentó evidentemente irónico.
—No, sólo me sorprendió que era justo cómo la imaginaba.
—¿Te habías imaginado mi habitación? —le preguntó levantando las delgadas cejas en un gesto lleno de asombro.
—¡No! Yo… No… —tartamudeó un par de veces sin saber qué responder, hasta que finalmente volvió a tener el control de sí mismo— ¡Mejor dime dónde está el baño de una buena vez!
—Ahí —el castaño soltó un suspiro cansado y le indicó con la mano la puerta ubicada a sus espaldas, donde no dudó ni un segundo en entrar.
Sentir la tibia agua cayendo por su cuerpo fue lo mejor de la vida y poco a poco, notó cómo los músculos de su cuerpo que se sentían atrofiados por el frío, comenzaban a revivir. Permaneció minutos simplemente de pie bajo la regadera, disfrutando del masaje que le daba el agua a su piel, hasta que finalmente alargó la mano para alcanzar el gel de ducha. Sólo fue hasta cuando lo estaba esparciendo por su cuerpo que notó que ahora él y Tezuka compartirían aquel aroma y no pudo evitar que su ceño se frunciera.
—¡Maldición! Además ahora debo soportar que mi propia piel me recuerde a él.
Completamente enfadado, comenzó a quitarse de manera casi desesperada aquella aromática sustancia que le llenaba las fosas nasales y los recuerdos de la imponente figura del capitán de Seigaku. Estaba terminando de enjuagarse cuando los suaves golpes en la puerta y el sonido de la misma al ser abierta enseguida lo hicieron tensar el cuerpo instintivamente.
—Lo siento, se me olvidó pasarte la ropa —el castaño se disculpó con voz suave— Te la dejé sobre el lavabo. Cuando estés listo me buscas, voy a estar en el living.
—Gracias —susurró con voz ronca.
Salió del baño mucho más recuperado, vistiendo las ropas de Tezuka que le quedaban casi perfectas, debido a la similar contextura física que tenían ambos, y se dirigió al encuentro del castaño. Lo encontró donde le había dicho, leyendo un libro concentradamente, sentado junto a uno de los amplios ventanales corredizos que daban al patio interno, mientras la lluvia se había intensificado afuera y era el único sonido audible en toda la casa. Tezuka estaba tan enfocado en la lectura, que no pareció darse cuenta de su presencia ahí hasta que le habló.
—Gracias por la ropa y la ducha —admitió metiéndose las manos en los bolsillos delanteros del jeans— ¿Qué pasó con mi ropa? Salí de la ducha y no la encontré.
—La metí a lavar —le contestó cerrando el libro y poniéndose de pie— ¿Aún tienes frío? ¿Quieres algo de beber?
—Whisky estaría bien —dijo mientras se encogía de hombros— ¿Dónde está el bar? ¿O acaso tu padre y tu abuelo no toman?
—¡¿Qué?! —lo miró sorprendido por unos instantes, pero a los segundos, su actitud neutral se recompuso— ¿Por qué tendría que dejarte tomar? Dame una razón mínimamente aceptable y te lo diré.
—Porque me va a terminar de quitar el frío y simplemente quiero tomar —habló con voz autoritaria mientras comenzaba a recorrer el lugar con la mirada, claramente en busca del bar.
—Mínimamente aceptable, dije.
—Porque hoy es mi cumpleaños y puedo hacer lo que quiera —dijo cruzándose de brazos— Lo que significa que tú me debes un regalo, así que tráeme un whisky y beberás conmigo.
—¿Estás hablando en serio? —lo miró ladeando la cabeza. Presentía que el peliplateado le estaba tomando el pelo, porque eso no podía ser verdad ¿O sí?
—¿Qué parte no te quedó clara? —preguntó esbozando una sonrisa autosuficiente.
—¿Hoy es tu cumpleaños?
—Sí, lo es —dijo con voz indiferente— ¡Así que tráeme mi whisky!
—Lo haré si me dices por qué estabas llorando.
—¡Yo no estaba llorando! —protestó con voz indignada mientras le lanzaba al castaño una mirada llena de odio— ¡Y ese tampoco era el trato!
—Entonces no hay whisky —le contestó con voz firme sentándose en uno de los sillones del living.
Él sólo pudo soltar un suspiro mientras dirigía su mirada gris hacia el patio interior. Era un jardín japonés tradicional precioso, donde se notaba en cada planta el cuidado y amor puesto en ellas ¡Si sus padres dedicaran tan sólo la mitad de ese tiempo en él! Tal vez así él podría ser casi tan hermoso y perfecto como esas plantas. Un aire de melancolía tatuó su rostro y sus ojos adquirieron un brillo de profunda tristeza.
—Está bien. Te lo diré si bebes conmigo —aceptó con voz suave.
Tezuka no le respondió nada, se limitó a ponerse de pie y salir del living, para regresar a los pocos segundos con dos vasos anchos de vidrio y una botella de Johnnie Walker en la mano. En medio del más completo silencio, se sentó frente a la mesita del living y sirvió los dos vasos que ya tenían en su interior los rigurosos tres cubos de hielo.
Él se dejó caer en el suelo, sentándose con las piernas cruzadas sobre la alfombra y tomando uno de los vasos, bebió un sorbo. Su ceño se frunció de manera automática y sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda al sentir el fuerte sabor en la boca. Debía reconocer que no estaba acostumbrado a beber alcohol y que de hecho, esta era la primera vez que lo hacía, pero hoy realmente lo necesitaba, por lo que llevándose nuevamente el vaso a la boca, volvió a tragar aquel líquido intenso.
—¿Y bien? ¿Me dirás ahora? —le preguntó sin haber probado aún del licor que tenía en su mano izquierda.
—¡Por qué tanto interés en ello, no lo entiendo! —repuso tratando de evadir el tema— Además, el trato era que tú debías tomar también.
Tezuka lo miró con severidad unos segundos y luego se llevó el vaso a la boca, para beber un pequeño sorbo del licor. La chimenea a sus espaldas le sacaba pequeños destellos dorados a su cabello y hacía un juego de luces y sombras en su rostro, dándole más expresividad, por lo que fue claro su gesto de disgusto al probar el whisky.
—¡Eso no es suficiente! Debes tomarte como mínimo el vaso completo para que te lo diga —insistió con voz divertida mientras terminaba con su primer vaso y se apresuraba a rellenarlo.
—¡Está bien! —el castaño volvió a tomar el vaso y se bebió de un trago todo el contenido— Supongo que ahora ya no tienes ninguna excusa.
—¡Vaya! En serio quieres saberlo… —comentó algo impresionado— Aunque no tiene caso que te lo diga, tú no lo entenderías.
—Pruébame —lo retó.
—Hoy es mi cumpleaños, pero nadie se acordó, ni siquiera mis propios padres —comentó con voz triste mientras su mirada gris se perdía en la contemplación de las llamas— ¿Alguna vez te ha pasado algo así? ¡¿Que nadie, absolutamente nadie, te felicite por tu año más de vida?! Realmente lo dudo.
Aun se encontraba con la mirada perdida, moviendo acompasadamente el vaso sobre la mesa, cuando sintió cómo el castaño se ponía de pie y dejándose caer de rodillas junto a él, le pasaba un brazo por los hombros, mientras con el otro atrapaba su mejilla y lo acercaba a su cuerpo.
—Feliz cumpleaños —le susurró al oído.
—¿Qu… Qué estás haciendo? —preguntó más que sorprendido mientras se alejaba bruscamente del cuerpo del castaño.
—Creo que es obvio que te felicitaba por tus dieciséis años —repuso con seriedad en una actitud completamente imparcial.
—Que tú me felicites no cambia el hecho de que mis propios padres no reparan ni en lo más mínimo en mí —dijo con voz frívola mientras tomaba otro largo trago de alcohol.
—Y tampoco lo hace el hecho de embriagarte como un estúpido —le respondió con voz firme.
—¡Para de ser tan malditamente perfecto, Tezuka! —gritó mirando con enfado al castaño— Simplemente hay días en los que no tengo fuerzas para seguir, como por ejemplo hoy. Hoy día quiero olvidarme de quien soy… Quiero olvidarme del Rey de Hielo.
Tezuka no respondió. Se limitó a mirar al peliplateado sentado junto a él y luego se estiró por sobre la mesa para alcanzar su vaso y la botella, rellenando el contenido de ambos, ante la mirada perdida de Atobe. En la nueva posición, ambos estaban sentados lado a lado sobre la acolchada alfombra blanca, apoyando la espalda en el sillón de atrás.
—Tal vez tengas razón. Creo que esto escapa a mi comprensión —le comentó sin mirarlo dando un sorbo a su bebida— No puedo entender cómo tus padres pueden ser así de fríos, pero ahora no estás solo. Ahora estás conmigo.
Él tosió un par de veces, trapicado con el licor que tenía en la boca y cuando se recompuso y pudo volver a respirar con normalidad, ladeó el cuello en la dirección del castaño inmediatamente, sobresaltado con sus palabras, o más que con sus palabras, con aquella última frase, que podía ser fácilmente malinterpretada.
—Ahora estás conmigo.
—¿Qué es lo que estás insinuando? —preguntó con voz dudosa.
—Que ya que estás aquí y estamos en plan de celebración, vamos a celebrar debidamente tu cumpleaños —le respondió girando el cuello para mirarlo a la cara.
—¿Eso qué significa? —preguntó mirándolo cada vez más extrañado.
—Que ahora estamos de fiesta y las caras tristes están terminantemente prohibidas ¿Me oíste? —le preguntó mientras le tocaba el entrecejo con los dedos, obligándolo a relajar su expresión facial.
—¿Por qué? ¿Por qué haces esto? —preguntó quitándose la mano del castaño del rostro— ¿Sientes lástima por mí?
—No —le respondió con seriedad y una expresión facial sin ninguna duda—. Es sólo que no me gusta verte así… Así de triste.
—¿Por qué? ¿Desde cuándo te preocupo?
—Porque es extraño y no sé —le respondió a ambas preguntas con su seriedad habitual, pero en su voz pudo notarse cierta cuota de duda.
Él no le respondió, volvió a dirigir la mirada hacia el frente y cogiendo nuevamente su vaso, se bebió el contenido de un trago y ya completamente harto e importándole lo más mínimo las reglas de buenas costumbres, tomó la botella y comenzó a beber directamente desde ahí frente a la mirada impactada del castaño.
—¿Quieres? —alargó el brazo, pasándole la botella, cuando vio que Tezuka se había terminado su vaso.
—¿Por qué no? Ya que estamos en estas… —le dijo recibiendo la botella y dando un trago.
Él no pudo apartar la vista del castaño en ningún momento. Le resultaba tan extraña toda esa situación, pero por sobre todo, aquel comportamiento en una persona tan rigurosa y disciplinada consigo misma, como Tezuka. Lo vio fijamente mientras estiraba el cuello al beber de la botella y tuvo que pasarse la lengua por los labios cuando vio las pequeñas gotas de licor que se instalaron en las comisuras de su boca y que rápidamente se secó con el dorso de la mano.
—¿Quieres?
—Claro —recibió la botella y estaba alzándola hacia su boca cuando dándose cuenta de lo que acaba de pasar, tuvo que bajarla de golpe por la impresión, mientras giraba el rostro para ver a Tezuka—. Oh por Dios… ¡Oh por Dios! ¿Te diste cuenta de lo que acabamos de hacer?
—¿De qué estás hablando? —lo miró alzando una ceja.
—¡No! ¡Por supuesto que no te diste cuenta!
—Por eso ¿De qué estás hablando? —le preguntó con voz impaciente.
—¡Nos acabamos de dar un beso indirecto!
—¿Un qué? —Le preguntó soltando una risa suave por la nariz.
—Un beso indirecto. Se dice cuando dos personas beben del mismo vaso —le explicó pacientemente.
—¡Qué estupidez! —comentó riendo.
Él nunca había visto a Tezuka reír, así que se quedó mirándolo fijamente, con la boca levemente abierta y las cejas alzadas en un signo de sorpresa. Su risa tenía una extraña musicalidad, era suave y calmada, con un timbre grave… Se le hizo la cosa más tentadora del mundo.
—La verdad es que sí —respondió encogiéndose de hombros mientras sus labios esbozaban una sonrisa sutilísima, la única sincera que había tenido en todo el día—. Pero ya que estamos hablando de besos ¿Alguna vez has besado a alguien, Tezuka? —su voz volvió a tener ese tinte arrogante.
—A ti —le respondió con seriedad.
—¡Muy gracioso! Pero yo estaba hablando en serio —se quejó indignado—. ¿Qué hay de tu joven pilar que tanto te admira? ¿O del cieguito que te sigue como perro faldero?
El castaño rio suave al escuchar las ácidas declaraciones del peliplateado, ya sentía que volvía a ser el mismo niño rico engreído y petulante de siempre. Dirigió su mirada hacia el fuego que había bajado su intensidad y su ruido crepitante se le hacía hipnótico, estiró el brazo y cogió la botella, volviendo a beber de ella olvidando por completo las buenas costumbres, relamiéndose los labios cuando terminó el sorbo.
—¿Por qué lo quieres saber? —preguntó sin apartar los ojos del fuego.
—Simple curiosidad —admitió—. ¿Por qué no me quieres decir?
—No he besado a ninguno de los dos —respondió secamente.
—¿Acaso lo que percibí fue desilusión en tu voz? —quiso saber. Giró abruptamente el cuello y lo miró a la cara. Su mirada se veía ansiosa— ¿Por qué no? ¿No te gustan? ¿No se ha dado la ocasión?
Tezuka rodó los ojos y soltó un suspiro. Lentamente, giró el cuello en su dirección y lo miró intensamente a los ojos mientras sus labios se estiraban en una sonrisa suave.
—No voy por la vida besando a mis amigos… O a mis kohai —aclaró. Su voz se oía más animada de lo normal—. ¿Y qué hay de ti? ¿Existe alguien digno de probar los labios del gran Ore-sama? —preguntó con una ironía extraña en él, pero sonreía.
Su cuerpo se tensó automáticamente al oír aquella pregunta ¡Por qué rayos le había preguntado eso! Él no tenía tiempo para esas estupideces, era más que obvio que no había besado a nadie, pero no podía decírselo a él.
—Sólo tú eres digno…
—Te acabo de besar a ti —respondió con una sonrisa de lado—. Y ahora te voy a besar otra vez.
Tezuka arrugó el ceño instintivamente al oír esta declaración y su cuerpo se tensó al ver cómo el peliplateado volteaba por completo su cuerpo hacia él y lo miraba sonriendo confiadamente. De pronto, el chico se llevó los dedos a la boca y se los besó con sutileza y estirando el brazo, posó sus dedos en la mejilla contraria.
—Ese es otro tipo de beso indirecto —especificó.
—Ya estás ebrio ¿verdad? —el castaño lo miraba con seriedad, alzando una ceja.
—Es posible… quién sabe… quizás… —su mirada gris se perdió en la chimenea frente a ambos.
—Sí, definitivamente estás ebrio —declaró volviendo a tomar un trago de licor.
—¿Y qué hay contigo? ¿Ya estás ebrio?
—Definitivamente sí —Tezuka respondió sinceramente. Giró la cabeza para mirarlo y ambos chicos se largaron a reír sin motivo aparente—. ¿De qué te estas riendo?
—¡No lo sé! ¿Y tú? —confesó sin poder parar de reír. Ahora podía asegurar que realmente estaba ebrio.
—Me río de ti… Tu risa es graciosa —el castaño confesó sonriendo.
—¡Hey! —se quejó golpeando a su anfitrión con uno de los cojines del living.
Debido al alcohol, Tezuka ya no tenía tan buenos reflejos y no pudo esquivar el fuerte golpe del cojín directamente sobre su cabeza, haciéndolo sentir mareado, pero eso no se podía quedar así ¡Una guerra se iba a desatar! Con rapidez, se arrodilló sobre la suave alfombra e imitó al peliplateado, golpeándolo con fuerza con uno de los cojines.
Él trató de defenderse, se cubrió el rostro con las manos y le arrojó todos los cojines que había a su alcance al castaño, pero pronto tuvo que dejarse caer riendo sobre la alfombra, tratando de huir. Tezuka ya sin más municiones que descargar en contra de su visita, se limitó a reír mientras gateaba y se dejaba caer boca abajo en la alfombra, muy cerca de él.
—Oye ¿Aún vives? —el castaño le tocó la mejilla con uno de los dedos.
—Tezuka… Estoy muy ebrio.
Tezuka rio, esa misma risa melodiosa y calmada otra vez, era como música para sus oídos. En ese instante pensó que era una suerte que el castaño no reía a menudo, porque sólo él quería ser dueño de esas risas.
—¡No te rías! Hablo en serio… Creo que estoy muy, muy borracho —dijo ladeando el cuerpo en dirección al castaño.
—Yo también lo estoy y creo que es normal después de habernos tomado una botella entera de whisky —le respondió con seriedad ladeando el cuello para que sus miradas se encontraran.
—¿Es la primera vez que te embriagas? —Atobe preguntó divertido, riendo de vez en cuando. Había puesto uno de sus brazos como cabecera y ahora sus rostros estaban realmente cerca.
—Es la primera vez que tomo ¿Y tú?
—¡También! —confesó emocionado, sin siquiera saber por qué.
—¡No te creo! —el castaño le contestó riendo.
—Oye Tezuka ¿Estás bien? Te estás riendo demasiado, esto no puede significar nada bueno —comentó con voz preocupada, apoyándose sobre uno de los codos.
—No… Me siento muy mal… Creo que estoy muy borracho.
—También yo —reconoció dejándose caer de espaldas nuevamente, pero como no controlaba sus movimientos a cabalidad, terminó golpeándose la cabeza con fuerza en el piso.
Soltó un quejido y cerró los ojos con fuerza mientras dirigía ambas manos a la zona adolorida. No estaba seguro si era efecto del alcohol o del golpe, pero ahora se sentía muy mareado y cómo un hormigueo recorría las extremidades de su cuerpo.
—¡Atobe! ¿Estás bien? —el castaño se incorporó de inmediato y se acercó al rostro del peliplateado, mirándolo preocupado.
—¡Ayúdame, no quiero morir! —pidió abriendo los ojos con dificultad mientras se sobaba la cabeza.
—¿Qué? —le preguntó riendo ante tal súplica— ¿De qué estás hablando Atobe?
—No quiero ser como esos ebrios que mueren ahogados en su propio vómito —confesó con voz somnolienta y los ojos cerrados, pero riendo de vez en cuando.
—¡No seas tan exagerado! —le respondió riendo abiertamente— No te va a pasar nada.
—¡No! No dejes que me quede dormido —le pidió en lo que parecía ser una súplica alargando la mano, para sostenerlo del brazo—. Tengo miedo de dormirme y no despertar más.
—Lo único que sé es que tú no debes volver a tomar en tu vida ¡Nunca había oído de un borracho tan latoso como tú! —le dijo mientras se afirmaba con un codo en el piso, sin dejar de vigilarlo con la mirada.
—Tezuka por favor… No dejes que me duerma… —pidió con voz cada vez más suave producto del sueño.
—¿Y qué quieres que haga? ¡Ya te estás quedando dormido!
—Haz cualquier cosa…
Tezuka se le quedó viendo fijamente por varios segundos. Él tenía uno de los brazos sobre la cabeza y sus ojos estaba cerrados, sus labios estaban entreabiertos mientras que un sonrojo se había instalado en sus mejillas debido al licor y al calor de la chimenea cercana. De pronto el castaño se acercó a su rostro y luego de mirarlo a tan sólo centímetros de distancia se dirigió directamente hacia sus labios.
—Supongo que no hay nada malo en un beso —Tezuka susurró con voz baja, con la mirada fija en la boca del peliplateado, antes de besarlo.
