La historia NO ES MIA, es una adaptación de Sylvia Day.

Los personajes por supuesto son de la fantástica S.M.

Como Atracción incontrolable está a punto de terminar he decidido publicar esta nueva ADAPTACION y espero que os guste la historia tanto o más que a mi *O*

Prólogo

Había algo irresistiblemente excitante en observar a un par de hombres atléticos luchando el uno contra el otro. La crueldad y la violencia dominaban la naturaleza animal y tomaban el control, y sus cuerpos desprendían tal poder que despertaban los instintos más primitivos de cualquier mujer.

Y lady Isabella Swan no era una excepción; ella no era inmune a tal visión, como se suponía que tenía que serlo una dama.

Isabella no podía apartar la vista de los dos hombres que estaban peleando con tanto empeño en el prado que bajaba hasta la otra orilla del diminuto lago. Uno de ellos no tardaría en convertirse en su cuñado; el segundo era amigo del primero, un caradura cuyos encantos habían evitado que se le criticase y censurase tanto como merecía.

—Me gustaría revolcarme en la hierba como ellos —suspiró su hermana.

Alice también los estaba mirando, sentada a la sombra del viejo roble. Una brisa muy agradable se coló por entre las ramas y agitó las briznas de hierba que cubrían el impresionante prado de la mansión Cullen. La casa se elevaba plácidamente, cobijada tras la colina repleta de árboles; su fachada de piedra dorada con las ventanas del mismo color resplandecía con los rayos del sol y ofrecía serenidad a todo el que la visitaba.

Bella volvió a centrar su atención en el bordado y lamentó tener que reñir a su hermana por algo de lo que ella también era culpable.

—A las mujeres sólo nos está permitido jugar cuando somos pequeñas. De nada sirve desear cosas imposibles.

—¿Por qué los hombres pueden comportarse como niños toda la vida mientras que a nosotras nos hacen envejecer cuando todavía somos jóvenes?

—El mundo es de los hombres —contestó Bella en voz baja.

Por debajo del ala del sombrero de paja, miró de reojo a los dos que seguían revolcándose en la hierba. Una orden dada a voces desde lejos los detuvo de repente y Isabella irguió la espalda. Los cuatro se volvieron al unísono en la misma dirección y ella vio a su prometido acercándose a los dos jóvenes. La tensión que la había invadido abandonó su cuerpo poco a poco, dejándola abatida, igual que una ola después de romper en la orilla. No por primera vez, se preguntó si algún día perdería la aprensión que experimentaba siempre que presentía un desacuerdo, o si estaba tan acostumbrada a temer la ira de un hombre que jamás podría deshacerse de ese instinto.

Alto y vestido con suma elegancia, Emmet Cullen Tarley, vizconde de Tarley y futuro conde de Cullen, atravesó el prado, consciente del poder que emanaba de él a cada paso que daba.

A Isabella, la arrogancia inherente de la aristocracia la tranquilizaba y asustaba a partes iguales. Algunos hombres se conformaban con saber que eran importantes, otros necesitaban demostrarlo constantemente.

—¿Y qué papel se supone que tiene la mujer en el mundo? —le preguntó Alice con una expresión tan obstinada que la hizo parecer más joven de los dieciséis años que tenía. Impaciente, se apartó un rizo de un color un poco más oscuro que el pelo de su hermana de la mejilla—. ¿Servir a los hombres?

—Crearlos —contestó Isabella, tras devolverle el breve saludo a Emmet.

Al día siguiente iban a casarse en la capilla de la familia Cullen, ante un selecto grupo de miembros de la buena sociedad. Isabella estaba impaciente por que llegara el momento por muchos motivos, aunque sin duda el más importante era que por fin se libraría de los impredecibles e injustificables ataques de ira de su padre.

Era consciente de que el marqués de Swan estaba sometido a mucha presión y que tenía derecho a inculcarle a su hija la importancia de cumplir con las normas sociales, pero eso no justificaba que la castigase con tanta severidad cada vez que ella erraba en su cumplimiento.

—Ésas son las palabras de padre —se burló Alice.

—Y la opinión de la gran mayoría del mundo. Y tú y yo lo sabemos mejor que nadie, ¿no?

Las fallidas tentativas de su madre para darle a Charlie Swan un hijo varón habían acabado costándole la vida. El marqués se había visto entonces obligado a buscar otra esposa, que le dio otra hija, aunque cinco años más tarde la mujer dio a luz por fin al ansiado heredero.

—A mí me parece que Emmet no se casa contigo sólo para que le des hijos —señaló Alice—. De hecho, creo que le gustas.

—Seré afortunada si es así. Pero la verdad es que no me habría pedido matrimonio si yo hubiese carecido del linaje adecuado.

Bella observó que Emmet reñía a su hermano por haberse estado peleando. Jasper Cullen parecía arrepentido, pero Edward Masen ni lo más mínimo. Su postura, sin ser desafiante, desprendía demasiado orgullo como para que estuviese sintiendo el menor remordimiento.

Los tres hombres constituían un grupo de lo más atractivo; los hermanos Cullen, ambos pelo castaño y su físico imponente, y Masen, con el pelo cobrizo y un rostro perfecto.

—Dime que serás feliz con él —le susurró Alice, inclinándose hacia adelante.

Los iris de la muchacha eran del mismo Azul como el cielo despejado que las cubría y brillaban de preocupación. Alice había heredado el color de ojos de su madre, junto con su tez pálida. Bella tenía en cambio los ojos marrones de su padre. Era lo único que éste le había dado. Una circunstancia que a ella no le parecía nada lamentable.

—Eso pretendo.

Nada podía garantizarlo, pero ¿de qué serviría preocupar a su hermana si no podía hacer nada para evitarlo? Emmet había sido elegido por su padre, y Bella no tendría más remedio que acostumbrarse a él, pasara lo que pasase.

—No quiero que ninguna de nosotras dos se vaya de este mundo con la misma resignación que mamá —insistió Alice—. La vida está hecha para saborearla y para disfrutarla.

Bella se volvió en el banco de mármol en el que estaba sentada y, con cuidado, guardó el tambor de bordado en la bolsa que tenía junto a ella. Rezó para que Alice conservase siempre aquella naturaleza tan dulce y optimista.

—Emmet y yo nos respetamos el uno al otro. Siempre he disfrutado de su compañía y de sus conversaciones. Es un hombre inteligente y considerado, paciente y educado. Y es enormemente atractivo. Un detalle que sin duda ninguna mujer puede pasar por alto.

La sonrisa de Alice iluminó el lugar con mucha más eficacia de lo que lo habría hecho el sol.

—Sí, sí, lo es. Espero que padre también elija a un hombre tan apuesto para mí.

—¿Piensas en algún caballero en particular?

—No, la verdad es que no. Todavía estoy buscando a alguien que tenga la combinación de características que me gusta. —Alice desvió la vista hacia los tres hombres que ahora estaban hablando seriamente—. Me gustaría casarme con alguien con el estatus de Emmet pero que tuviese la personalidad jovial del señor Cullen y el aspecto del señor Masen. Aunque me parece que Edward Masen es el hombre más guapo de toda Inglaterra, o del mundo entero, así que creo que en ese sentido tendré que conformarme con menos.

—A mí me parece que él todavía es demasiado joven para que puedas hacer tal afirmación —dijo Bella, observando el sujeto en cuestión.

—Tonterías. Es muy maduro para su edad, lo dice todo el mundo.

—Es un malcriado al que nunca han educado con mano firme. Es distinto.

A diferencia de Bella, que había crecido rodeada de restricciones, Masen nunca las había sufrido. Sus tres hermanos mayores desempeñaban sus respectivos papeles de heredero, militar y clérigo a la perfección, lo que lo había dejado a él sin ninguna ocupación, y si a eso se le sumaban los mimos exagerados de su madre, el resultado era que el joven nunca había aprendido a ser responsable.

Edward era famoso por los riesgos que corría y porque nunca se amedrentaba ante un desafío. Desde que Bella lo conocía, Edward Masen era más impetuoso con cada año que pasaba.

—Dos años de diferencia no es nada —dijo Alice.

—Quizá no cuando comparas treinta con treinta y dos. Pero ¿y si comparas dieciséis con dieciocho? Es toda una vida.

Bella vio a la madre de Emmet acercándose hacia ella apresurada y comprendió que el respiro que se había tomado de los preparativos de la boda había terminado. Se puso en pie.

—Sea como sea, es mejor que te fijes en otro. Es poco probable que el señor Masenn haga nada bueno con su vida. Su lamentable estatus social como cuarto hijo lo convierte prácticamente en prescindible. Es una lástima que haya decidido no aprovechar la reputación de su familia y que sólo sea un vividor, pero es mejor que pague él y no tú las consecuencias de dicha decisión.

—He oído decir que su padre le ha dado un barco y una plantación de caña de azúcar.

—Es muy probable que Anthony Masen lo haya hecho con la esperanza de que su hijo lleve sus malas costumbres a costas distantes.

Alice suspiró.

—A veces me gustaría poder viajar muy, muy lejos. ¿Soy la única que desea tal imposible?

«En absoluto», quiso decir Bella. De vez en cuando, ella también soñaba con escapar, pero su papel estaba estrictamente definido.

En ese sentido, salía mucho peor parada que una mujer de clase baja. Era la hija del marqués Swan y la futura esposa del vizconde Tarley. Si a ninguno de los dos les apetecía viajar, ella jamás tendría la oportunidad de hacerlo. Sin embargo, sería injusto que le confesase sus deseos a su impresionable hermana pequeña.

—Dios mediante —optó por decir—, algún día tendrás un esposo que se desvivirá por hacer realidad todos tus deseos. Te lo mereces.

Bella soltó la correa de su querida mascota, Temperance, y le indicó a su doncella que le cogiese la bolsa de la labor. Cuando pasó junto a su hermana, se detuvo y le dio un beso en la frente.

—Esta noche, durante la cena, fíjate en lord Black. No es muy guapo, pero es encantador y acaba de volver de su Grand Tour. Serás una de las primeras bellezas que conozca desde su regreso.

—Todavía faltan dos años para mi presentación en sociedad. Tendrá que esperarme todo ese tiempo —se quejó Alice, molesta.

—Por ti vale la pena esperar y cualquier hombre con dos dedos de frente se dará cuenta.

—Lo dices como si yo pudiese hacer algo al respecto. Aun en el caso de que le resultase fascinante, tendría que esperar igualmente.

Bella le guiñó un ojo y bajó la voz para contestarle:

—Jacob es amigo de Emmet. Estoy convencida de que, llegado el momento, Emmet hablaría a favor de él ante nuestro padre.

—¿De verdad? —Alice levantó los hombros con el vigor propio de la juventud—. Tienes que presentarnos.

—Por supuesto. —Bella se despidió—. Mantente alejada de los inútiles hasta entonces.

Su hermana se tapó los ojos con un gesto muy dramático, aunque Bella estaba convencida de que volvería a mirar babeante a los tres hombres en cuanto pudiese.

Ella haría lo mismo.

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—Emmet está muy tenso —comentó Jasper Cullen sacudiéndose el polvo, sin dejar de mirar la espalda de su hermano mientras éste se alejaba.

—¿Y qué esperabas? —Edward Masen cogió la chaqueta del suelo y le quitó las briznas de hierba que se le habían pegado—. Mañana le ponen la soga al cuello.

—Pero se la pone el Diamante de la Temporada. No es un verdugo nada desagradable. Mi madre dice que ni Helena de Troya empequeñecería su belleza.

—Y ninguna estatua de mármol rivalizaría con su frialdad.

Jasper lo miró atónito.

—¿Disculpa?

A través del lago que los separaba, Edward miró cómo lady Bella Swan cruzaba el prado hacia la mansión, con su perrita detrás. Su perfecta silueta estaba cubierta desde el cuello hasta los tobillos por un delicado vestido de seda estampado con flores, que se le pegaba al cuerpo con la brisa. Lady Isabella tenía la cara ladeada y se la protegía con un sombrero, así que no podía verla, pero Edward se sabía sus facciones de memoria. Se sentía irresistiblemente atraído por ella. Igual que muchos hombres.

El pelo de lady Isabella era un milagro de la naturaleza. Él nunca había visto unos mechones tan largos y espesos en ninguna otra castaña. Su cabellera era tan castaño que parecía de chocolate y las vetas más oscuras eran del color del rojizo oscuro, añadiéndole una riqueza que dejaba sin aliento. Antes de su presentación en sociedad, llevaba el pelo suelto en algunas ocasiones, pero ahora se lo peinaba tan tirante como su actitud. Para ser tan joven, lady Isabella se comportaba con la frialdad y el distanciamiento propios de una mujer mucho mayor.

—Tiene el pelo muy castaño y su piel parece de seda —murmuró—. Y esos ojos achocolatados...

—¿Sí?

Edward detectó la burla en el tono de su amigo y le siguió el juego.

—Reflejan a la perfección su personalidad —añadió al instante—. Es la Princesa del Hielo. A tu hermano más le vale dejarla embarazada cuanto antes o se le congelará la polla en el intento.

—Y a ti más te vale morderte la lengua —le advirtió Jasper, intentando alisarse su melena castaña con ambas manos— o tendré que ofenderme por tus palabras. Lady Isabella pronto será mi cuñada.

Edward asintió sin prestar demasiada atención y volvió a fijarse en aquella joven de físico y estatus social perfectos. Estaba fascinado con ella y buscaba ansioso alguna grieta en aquel inmaculado exterior de porcelana. No dejaba de preguntarse cómo una mujer tan joven podía soportar tanta presión; la misma a la que lo habían sometido a él y contra la que se había rebelado.

—Discúlpame.

Jasper lo observó un segundo.

—¿Acaso has discutido alguna vez con ella? Me ha parecido notar algo en tu tono de voz que lo sugería.

—Quizá sí esté un poco resentido —reconoció él a regañadientes—, porque la otra noche no me saludó. A diferencia de su hermana, lady Alice, que fue muy simpática, lady Isabella me ignoró por completo.

—Sí, Alice es un encanto —comentó Jasper con el mismo tono de admiración que había empleado él para hablar de lady Isabella.

Edward se percató y enarcó las cejas inquisitivamente. Jasper se sonrojó y retomó la conversación.

—Lo más probable es que lady Isabella no te oyese.

Él se encogió de hombros y se puso la chaqueta.

—Estaba justo a su lado.

—¿El izquierdo? Lady Isabella es sorda de ese oído.

Edward tardó unos segundos en asimilar esa información y poder contestar. Nunca se habría imaginado que lady Isabella pudiese tener alguna imperfección, aunque se sintió aliviado al comprobar que así era. Eso la hacía más mortal y la alejaba de su imagen de diosa griega.

—No lo sabía.

—La mayoría de las veces nadie se da cuenta. Lady Isabella sólo tiene problemas cuando hay mucho ruido a su alrededor o si hay mucha gente.

—Ahora entiendo por qué la ha elegido Emmet. Tener una esposa que no puede oír los rumores puede ser una bendición.

Jasper se rió por lo bajo y echó a andar hacia la casa.

—Es una dama muy reservada —explicó—, tal como se espera de la futura condesa de Cullen. Emmet está convencido de que es mucho más complicada de lo que aparenta.

—Hum...

—Veo que no terminas de estar de acuerdo con mi hermano, pero a pesar de tu gran atractivo, no tienes tanta experiencia con las mujeres como él.

—¿Eso crees? —le preguntó Edward con una mueca.

—Teniendo en cuenta que te lleva diez años, sí, eso creo. —Jasper le pasó un brazo por los hombros—. Mi consejo es que asumas que, dada su madurez, Emmet es perfectamente capaz de discernir si su prometida tiene cualidades ocultas.

—Nunca me ha gustado darles la razón a los demás.

—Lo sé, amigo mío. Sin embargo, me temo que no tienes más remedio que admitir que, si no nos hubiesen interrumpido, hubieras perdido la pelea. Unos segundos más y me habría proclamado vencedor.

Edward le dio un codazo en las costillas.

—Si tu hermano no te hubiese salvado, ahora mismo estarías suplicando clemencia.

—¡Ja! La victoria será para el primero que llegue a...

Y Edward echó a correr antes de que Jasper terminase la frase.

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Al cabo de unas horas estaría casada.

La oscuridad de la noche iba adquiriendo los tonos grises que precedían al alba cuando Isabella se abrigó bien con el chal que llevaba alrededor de los hombros y, con Temperance pegada a sus pies, se adentró en el bosque que rodeaba la mansión Cullen. Las ágiles patas de la perrita faldera hacían resonar la grava del camino y el familiar sonido tranquilizó a su dueña.

—¿Es necesario que seas tan maniática? —riñó a su mascota y el vaho de su aliento se condensó en el aire frío. Isabella añoró la cama en la que todavía no se había acostado—. Tendrías que poder hacerlo en cualquier parte.

Temperance la miró con una cara que ella interpretó como de exasperación.

—Está bien —dijo resignada e incapaz de resistir aquella mirada—. Iremos un poco más lejos.

Doblaron un recodo y Temperance se detuvo y olfateó. Aparentemente satisfecha con el lugar, le dio la espalda a su ama y se fue detrás de un árbol.

Bella sonrió al ver que buscaba cierta intimidad y, dándole también la espalda, observó los alrededores, decidiendo que los exploraría a la luz del día.

A diferencia de otras propiedades donde los jardines y los bosques estaban invadidos por obeliscos o reproducciones de estatuas y templos griegos, así como alguna que otra pagoda, en la mansión Cullen se valoraba el lenguaje sin artificios de la naturaleza. En algunos recovecos del camino una persona podía sentirse a kilómetros de distancia de la civilización y sus habitantes.

Isabella nunca habría dicho que le gustase tanto esa sensación, pero le gustaba, en especial después de haber perdido tantas horas relacionándose con personas a las que sólo les importaba el título del hombre con el que iba a casarse.

—Cuando salga el sol, vendré a pasear por aquí —dijo por encima del hombro—, ataviada con la ropa adecuada.

Temperance terminó lo que estaba haciendo y salió de su escondite. La perrita retomó el camino hacia la casa y tiró de la correa con notable impaciencia, teniendo en cuenta el tiempo que le había llevado elegir el lugar adecuado para hacer sus necesidades. Bella se dispuso a seguirla cuando un ruido proveniente de la izquierda alertó a la mascota, que levantó las orejas y la cola y tensó el lomo, expectante.

A Bella se le aceleró el corazón. Sería catastrófico que se encontrasen con un jabalí salvaje o con un zorro. Se moriría si a Temperance le ocurriese algo malo; aquel animal era la única criatura que no la juzgaba cuando no lograba cumplir con todo lo que se esperaba de ella.

Apareció una ardilla en medio del camino y sintió tal alivio que incluso se rió por lo bajo. Pero la perrita no se relajó, sino que se precipitó hacia adelante, arrancándole la correa de la mano.

—Maldita sea. ¡Temperance!

En un abrir y cerrar de ojos, su mascota y la peluda criatura desaparecieron de su vista. Los sonidos de la persecución, el crujir de las hojas y los ladridos se perdieron en la distancia.

Bella levantó las manos, resignada, y abandonó el camino de grava para adentrarse en el follaje. Estaba tan concentrada siguiendo las pisadas de Temperance que casi se dio de bruces con una glorieta. Giró hacia la derecha para esquivarla cuando la risa profunda de una mujer irrumpió en medio del silencio de la noche.

Bella se detuvo de repente, asustada.

—Date prisa, Tony —urgió una voz femenina sin aliento—, o Riley se percatará de mi ausencia.

Tanya, lady Denali.

Isabella se quedó inmóvil, sin atreverse apenas a respirar.

Oyó el lento crujir de la madera.

—Ten paciencia, cariño. —La conocida voz de un hombre se unió a la de la mujer, con el mismo tono seductor de ésta—. Deja que te demuestre que valgo lo que me has pagado.

La glorieta volvió a crujir, esta vez con más fuerza. El sonido se hizo más rítmico y estridente y lady Denali gimió.

Edward Antony Masen in flagrante delicto con la condesa de Denali. Dios santo. La mujer prácticamente le doblaba la edad. Sí, era hermosa, pero podía ser su madre.

Que hubiese llamado a Edward por su segundo nombre era inquietante. Y probablemente revelador... Dejando a un lado lo obvio, quizá tenían una relación más íntima de lo que parecía. ¿Era posible que el crápula de Masen sintiese afecto por la bella condesa hasta el punto de que ella lo llamara con un nombre distinto al que utilizaba el resto del mundo?

—Tú —gimió la condesa— vales todo lo que te he pagado y más.

Dios santo. Quizá no tenían ninguna relación íntima y lo único que existía entre ellos era... una relación comercial. Un negocio. Un hombre que proporcionaba sus servicios sexuales a cambio...

Cruzando los dedos para poder irse de allí sin ser vista, Bella dio un paso hacia atrás, pero un ligero movimiento proveniente de la glorieta la detuvo de nuevo en seco. Entrecerró los ojos e intentó enfocar la vista a pesar de la poca luz que había. Por desgracia, ella estaba iluminada por el único rayo de luna que brillaba esa noche, mientras que el interior de la glorieta estaba completamente a oscuras gracias a la cúpula formada por las copas de los árboles.

Vio una mano aferrando uno de los postes de madera de la glorieta y otra más arriba. Las manos de un hombre que se apoyaba para empujar. A juzgar por la altura a la que estaban, Bella dedujo que Edward estaba de pie.

—Tony... Por Dios santo, no pares ahora.

Lady Denali estaba atrapada entre Edward y el poste de madera. Lo que significaba que él estaba de cara a Bella.

Unos ojos brillaron en medio de la oscuridad y parpadearon.

La había visto. De hecho, la estaba mirando.

Ella deseó con todas sus fuerzas que se la tragase la tierra. ¿Qué podía decirle? ¿Cómo se suponía que tenía que actuar una cuando la pillaban en semejante situación?

—¡Antony!, maldito seas. —La madera se quejó de las acometidas que recibía—. Tener tu miembro dentro de mí es delicioso, pero es mucho mejor cuando te mueves.

Bella se llevó una mano a la garganta. A pesar del frío, tenía la frente perlada de sudor. El horror que debería sentir por estar viendo a un hombre practicar el acto sexual brillaba por su ausencia. Porque aquel hombre era Edward y éste la tenía cautivada. La fascinación que Isabella sentía por él era de lo más extraña; por una parte envidiaba su libertad y por otra la horrorizaba que no le importase lo más mínimo la opinión de la gente.

Tenía que irse de allí antes de que la viese lady Denali. Dio un pequeño paso hacia adelante...

—Espera... —dijo Edward, con la voz más ronca que antes.

Jessica se quedó helada.

—¡No puedo! —se quejó Lady Tanya sin aliento.

Pero no era a ella a quien él se había dirigido.

Había soltado una mano y la tenía extendida hacia Bella. La petición la dejó completamente petrificada.

Pasó un largo momento durante el cual su mirada siguió fija en las rutilantes pupilas de Edward. A éste se le aceleró la respiración de manera audible.

Entonces, vio que volvía a sujetarse del poste y que empezaba a moverse.

Al principio lo hizo despacio, hacia adelante y hacia atrás; después, sus movimientos se tornaron frenéticos y mantuvieron un ritmo creciente. La madera se quejó al mismo compás y el sonido envolvió a Bella. No podía ver nada más que las dos manos y la ardiente mirada de él, pero los sonidos que oía llenaron su mente de imágenes.

Edward no dejó de mirarla ni un segundo, a pesar de que estaba follando con tanto vigor que Isabella se preguntó cómo podía la condesa sentir placer con unos movimientos tan violentos. Lady Tanya decía incoherencias; entre grito y grito soltaba palabras malsonantes para halagar a su amante.

Bella se quedó hipnotizada al descubrir esa vertiente hasta entonces desconocida para ella del acto sexual. Sabía básicamente en qué consistía, su madrastra se lo había explicado.

«No pongas cara de dolor y no llores cuando entre dentro de ti. Intenta relajarte; así te hará menos daño. No hagas ningún tipo de sonido. Y nunca te quejes.»

Sin embargo, Bella había visto la mirada de muchas mujeres cuando hablaban del tema, las confidencias que compartían, ocultas tras sus abanicos, e intuía que el sexo consistía en algo más. Y ahora tenía la prueba de ello. Todos y cada uno de los gemidos de placer de lady Tanya se repetían dentro de Isabella y recorrían sus sentidos igual que una piedra rebotando por la superficie del agua. Su cuerpo reaccionó instintivamente; se notaba la piel más sensible y tenía la respiración entrecortada.

Empezó a temblar bajo el peso de la mirada de Edward. A pesar de que quería huir de aquella desconcertante sensación de intimidad, era incapaz de moverse. Le resultaba imposible. Era como si él estuviese mirando en su interior, como si hubiese penetrado la armadura que las manos de su padre habían forjado sobre ella.

Las invisibles esposas que la retenían la liberaron sólo cuando Edward se liberó a su vez. El rugido de placer que salió de sus labios cuando alcanzó el orgasmo tuvo el efecto de una fusta espoleando el costado de Isabella.

Echó a correr, aferrando el chal con ambas manos por encima de los pechos, que no dejaban de temblarle. Cuando Temperance salió de unos arbustos para ir a su encuentro, Bella suspiró aliviada. Cogió a la perrita en brazos y corrió hacia el camino de grava que conducía a la mansión.

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—¡ Isabella!

Al oír su nombre cuando estaba ya a salvo en la parte trasera del jardín, el corazón se le aceleró de nuevo al pensar que la habían descubierto. Se dio media vuelta, con la falda de seda azul ondeando a su alrededor, y buscó con la vista a su interlocutor, temiendo que fuese Edward Masen para pedirle que fuese discreta, o algo mucho peor, su padre.

— Isabella. Dios, te he estado buscando por todas partes.

Se sintió muy aliviada al ver que era Emmet quien se acercaba a ella desde la casa, pero el alivio pronto se convirtió en suspicacia. Su prometido avanzaba entre los árboles con paso firme y decidido. Isabella tuvo un escalofrío. ¿Estaba enfadado?

—¿Sucede algo? —le preguntó con cautela en cuanto lo tuvo cerca. Sabía que algo tenía que haber pasado para que él fuese a buscarla a esas horas.

—Llevas mucho rato fuera. Hace media hora, tu doncella me ha dicho que habías llevado a Temperance a pasear y cuando se lo he preguntado ya hacía quince minutos que te habías marchado.

Isabella bajó la vista para que Emmet no creyera que lo estaba desafiando.

—Me disculpo por haberte preocupado.

—No hace falta que te disculpes —le dijo él, serio—. Sólo quería hablar contigo a solas. Hoy vamos a casarnos y quería disipar cualquier inquietud que pudieses tener.

Bella parpadeó y lo miró atónita, sorprendida por que su futuro esposo tuviese tal consideración con ella.

—Milord...

—Emmet —la corrigió él, cogiéndole la mano—. Estás helada. ¿Dónde has estado?

La preocupación que tiñó su tono de voz era innegable. Isabella no sabía cómo responder. La reacción de Emmet era completamente opuesta a la que su padre habría tenido.

La había pillado con la guardia baja y Isabella se sentía tan confusa que empezó a hablar sin pensar lo que estaba diciendo. Mientras le contaba cómo Temperance se había escapado para perseguir una ardilla, estudiaba el rostro de su futuro esposo con más detenimiento que en mucho tiempo.

Emmet se había convertido en el eje de su vida, en una obligación que ella había aceptado sin cuestionárselo. En la medida de lo posible, Isabella se había hecho a la idea de que, inevitablemente, iba a compartir su vida con aquel hombre. Pero ahora se sentía inquieta. Seguía alterada por el modo en que Edward la había utilizado para incrementar su placer.

—Habría salido a pasear contigo si me lo hubieses pedido —le dijo Emmet cuando ella terminó su explicación, apretándole ligeramente la mano—. En el futuro, me gustaría que lo hicieras.

Envalentonada por la ternura que le estaba demostrando su prometido y gracias también probablemente a los efectos del vino que había bebido durante la cena, Bella se atrevió a continuar:

Temperance y yo hemos encontrado algo más entre los árboles.

—¿Ah, sí?

Y le habló a Emmet de lo que había visto en la glorieta; lo hizo en voz baja y tropezándose con las palabras, pues carecía del vocabulario y de la madurez necesarios. No le contó que la relación entre la condesa y Edward se basaba en un intercambio económico y también omitió la identidad de los sujetos.

Emmer permaneció inmóvil durante su relato y, cuando ella terminó, se aclaró la garganta y dijo:

—Maldita sea, me horroriza que te hayas visto expuesta a una conducta tan desagradable la noche antes de nuestra boda.

—A ellos dos no les parecía en absoluto desagradable.

—¡ Isabella...! —exclamó él, sonrojado.

—Antes has dicho que querías disipar las dudas o los nervios que tuviese —lo interrumpió ella, antes de perder el valor—. Me gustaría ser sincera contigo, pero tengo miedo de abusar de tu paciencia.

—Si eso llegase a suceder, te lo haría saber.

—¿Cómo?

—¿Qué quieres decir? —le preguntó Emmet, confuso.

Bella tragó saliva.

—¿Cómo me lo harías saber? ¿Hablarías conmigo? ¿Me castigarías y me quitarías algún privilegio? ¿O harías algo más... drástico?

Él se tensó.

—Yo jamás te pondría la mano encima, ni a ti ni a ninguna mujer. Y jamás te castigaría por haber sido sincera conmigo. La verdad es que presiento que seré mucho más indulgente contigo que con el resto de la gente que me rodea. Tú eres muy importante para mí, Isabella. He esperado impaciente a que llegase el día de hacerte mía.

—¿Por qué?

—Eres una mujer muy bella —contestó Emmet con timidez.

Isabella se quedó atónita y, acto seguido, la embargó un inesperado sentimiento de esperanza.

—Milord, ¿te enfadarías si te dijese que rezo con todas mis fuerzas para que la vertiente física de nuestro matrimonio sea... agradable? Para los dos.

Él se aflojó el elegante nudo del pañuelo, demostrando así que el tema lo incomodaba.

—Yo siempre he tenido intención de que lo fuese. Y lo será si confías en mí.

—Emmet. —Bella inhaló el aroma que emanaba de él, a tabaco y oporto. A pesar de que era obvio que Emmet jamás había esperado tener esa conversación con su futura esposa, le había contestado con la misma franqueza con que la estaba mirando. Con cada segundo que pasaba, a Isabella más le gustaba su prometido—. Te estás tomando todo esto muy bien. No puedo evitar preguntarme hasta qué punto puedo seguir planteándote dudas.

—Habla con absoluta libertad, por favor —le pidió él—. Quiero que vayas al altar libre de cualquier duda o inquietud.

Bella dijo, casi sin tomar aire:

—Me gustaría ir contigo a la glorieta que hay junto al lago. Ahora.

A Emmet se le aceleró la respiración y su rostro se endureció. La mano con que estaba sujetando la de ella se cerró con fuerza.

—¿Por qué?

—Te he hecho enfadar. — Isabella apartó la mirada e intentó retroceder—. Perdóname. Y, por favor, no dudes de mi inocencia. Es tarde y no sé qué me pasa.

Emmet le levantó la mano y se la llevó al pecho, tirando de ella para que volviese a acercarse.

—Mírame, Isabella.

Ella lo hizo y casi se mareó de alivio al ver su mirada. Emmet ya no la observaba incómodo ni preocupado.

—Apenas unas cuantas horas nos separan del lecho matrimonial —le recordó él, con una voz mucho más ronca de lo que Isabella le había oído nunca—. Soy consciente de que la escena que has presenciado entre los árboles ha despertado en ti unos sentimientos que todavía no comprendes y ni te imaginas cómo me está afectando saber que estás fascinada por dicha reacción y que no sientes asco, como les sucedería a algunas mujeres. Pero vas a ser mi esposa y mereces que te respete.

—¿Y en la glorieta no me respetarías?

Emmet se quedó perplejo un segundo y después echó la cabeza hacia atrás y se rió. El sonido gutural y sonoro se extendió por el jardín. Bella observó embobada cómo el rostro de su prometido se transformaba al reír, volviéndolo más cercano y, si eso fuese posible, más atractivo.

Emmet la acercó más a él y le dio un beso en la frente.

—Eres un tesoro.

—Por lo que tengo entendido —susurró Isabella, apoyándose en él—, las relaciones matrimoniales son por obligación, mientras que las extramatrimoniales son por placer. ¿Tengo algún defecto si te digo que prefiero que me trates como si fuese tu amante y no tu esposa? Al menos en la cama.

—No tienes ningún defecto. Eres tan perfecta como cualquier otra mujer que haya visto o haya podido conocer.

Ella distaba mucho de ser perfecta, como atestiguaban las cicatrices que tenía en la parte trasera de los muslos, pero no había tenido más remedio que aprender a ocultar sus defectos.

¿Cómo había sabido Emmet que aceptaría su petición de que se quedase a observarlo? ¿Cómo había descubierto ese aspecto de su personalidad que hasta entonces incluso ella desconocía?

Pero ahora eso ya no importaba e Isabella se sentía profundamente aliviada de que a Emmet no le pareciese mal su recién descubierta sexualidad y que ella no le resultase indeseable. La comprensión de su prometido la dotó de un coraje inusual.

—¿Crees que es posible que quieras tener ese tipo de relación conmigo?

—Es más que posible.

Los labios de él cubrieron los de ella, silenciando cualquier palabra de alivio o de agradecimiento que Isabella hubiese podido decirle. Fue un beso de prueba, tierno y cuidadoso, pero al mismo tiempo tranquilo y reafirmante. Ella se sujetó de las solapas de la chaqueta de él y le costó recuperar el aliento que le estaba arrebatando.

Emmet le deslizó la lengua por la comisura de los labios e insistió seductor hasta que los abrió. Y cuando entró en su boca, a Isabella se le derritieron las rodillas. Él la estrechó contra su cuerpo y le dio pruebas del deseo que sentía, apretando su erección contra su cadera. Le acarició la piel con los dedos y su caricia delató lo excitado que estaba. Cuando se apartó, Emmet apoyó la frente en la de ella y le dijo con la respiración entrecortada:

—Que Dios me ayude. A pesar de tu inocencia, me has seducido sin remedio.

La cogió en brazos y la llevó con paso apresurado hasta la glorieta.

Consciente de la tensión que se palpaba en el ambiente, Temperance los acompañó en silencio. Una vez llegaron a su destino, la perrita se quedó fuera y, con una calma inusual en ella, miró salir el sol.

¨OoOoOoOoOoOoOoOoOoOo

Aquí estoy con esta nueva adaptación titulada igual que el originar… de lo que leyeron aquí al capitulo próximo Habrá una gran diferencia y de ahí entenderán el titulo *Siete años para pecar*

Si les gusta o no díganme :D

Espero actualizar pronto un abrazo a todas/os gracias por leer!

XoXo

¿Review?