Etiquetas: Alternate Universe - Different First Meeting / POV Sherlock Holmes / Omega Verse / Age Difference / Alpha-Omega-Beta / Mpreg / Omega Sherlock / Artificial Insemination / Other Additional Tags To Be Added

Ahh... ¿Qué se dice en este tipo de situaciones? ¿Did you miss me? Ná xD

Bueno, he vuelto de un considerable hiatus que por fortuna no me ha alejado de mi adorada escritura. Pero necesito volver a mis andanzas por estos lugares. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que con un poco de Omegaverse? Y smut, por supuesto, jajaja.
Esta idea tiene ya algo de polvo y telarañas recubriéndola, pero por fin saldrá a la luz. Y espero que, si es de su agrado, me lo hagan saber con un comentario que, por supuesto, agradeceré muchísimo.

Este, como otros fics en proceso, están dedicados y son un regalo a mi hermosa y perfecta musa


ꕥ│La Vida Perfecta│ꕥ

Capítulo 1: Tú eres la única razón por la que sigo vivo...

Nacer compartiendo la biología de un Omega, jamás ha sido un tema fácil de sobrellevar. Ha sido, de forma lamentable, un problema al que los Omegas se han tenido que enfrentar y, muchas veces, rendirse. Verse y sentirse, por palabras y tratos de otros, como un ser inferior jamás ha sido algo de lo que alguien pueda presumir, mucho menos sentirse orgulloso. Por mi parte, nacer en una familia comprensiva y respetuosa respecto a mi biología y lo que implicaba, fue realmente una fortuna. Jamás me vi obligado a recibir solo la educación básica que todos los Omegas debían tener. Disfruté del privilegio, no sin ayuda de mi hermano mayor, de poder estudiar en la mejor universidad de Londres, la cual, sin ayuda o consideraciones, terminé con una corta edad y sobresalientes calificaciones.

Pero todos aquellos beneficios e infinidad de oportunidades, que me fueron dadas a manos llenas, no solo fueron respecto a mi educación. Tras cumplir veinte años, pude por fin disfrutar de la comodidad de mi propio hogar. No era un lugar enorme colmado de riquezas y sirvientes como los que solía tener en casa, tampoco me pertenecía, pero era mi espacio, y eso era lo importante para mí. Aunque en un principio tuve que depender de una buena cantidad de dinero por parte de mi hermano y mis padres, el pago de aquel lugar que decidí sería mi hogar, corrió por mi cuenta tras conseguir mi propio y tan deseado trabajo. Aquello no fue fácil y, viéndome completamente solo y distanciado de mi familia, las oportunidades fueron casi imposibles de conseguir. Pero eso nunca me detuvo, ni siquiera el hecho de que mis estudios fuesen vistos como absolutamente nada ante los ojos discriminatorios de cientos de Alfas.

Scotland Yard, un lugar lleno de Alfas ocupando puestos importantes, fue desde un principio mi objetivo. Las incontables veces en que fui echado de aquel lugar, fueron las suficientes como para no poderse contar con los dedos de ambas manos. Las formas despectivas en que cada Alfa se refirió a mi cuando buscaba brindar mi ayuda y conseguir un trabajo con ellos, lejos de hacerme ver que aquel no era mi lugar, sólo sirvieron para incrementar mi insistencia y deseo por formar parte de ellos o, en su defecto, poder estar presente cuando llevasen a cabo su trabajo. Para mi inmensa fortuna, la oportunidad no tardó en presentarse frente a mis ojos. ¡Tres Alfas asesinados! Sólo tres pobres y desgraciados Alfas fueron los que cumplieron ese gran deseo que había llevado conmigo desde una edad muy temprana. Era realmente lamentable la forma en que habían muerto, pero para mí suerte, también parecía ser un total misterio difícil de resolver. Al final, rodeado de un puñado de Alfas de altos rangos y el Detective Inspector Lestrade, otro Alfa, me lucí explicando a detalle cómo aquellos pobres seres habían sido víctimas de un envenenamiento por demás discreto.

El saber que dicho envenenamiento había sido causado por un Omega, no me brindó puntos a favor, por más que yo no hubiese tenido culpa alguna por el hecho de compartir biología con ese otro ser. Era lamentable, por supuesto, pero absolutamente nadie se detenía a preguntarse qué habían hecho aquellos tres Alfas para orillar a ese Omega a cometer tal acto. Por desgracia, aquello no me fue permitido investigar a mí. Les había ayudado, sí. Había hecho el trabajo de un montón de Alfas incompetentes, pero aun así no me correspondía a mí ahondar en aquel tema. Sin embargo, aquella limitación poco tuvo que ver con el hecho de que me ganase un puesto, aunque mínimo, con el grupo de oficiales a cargo de Lestrade. No fue nada fácil en un comienzo, pero las incontables miradas de los demás Alfas, y comentarios que intentaban ser hirientes, jamás causaron más que burlas para mí.

Parte de mi vida mejoró mucho tras aquel logro. Pero aunque yo estaba en proceso de tener la vida perfecta, Mummy no dudaba un solo segundo en expresarme su preocupación al no tener conmigo un Alfa con quien compartir mi vida. Yo comprendía su preocupación, perfectamente, pero aquello jamás influyó en mis planes. Compartir mi hogar con alguien no era una opción, mucho menos pasar a ser "propiedad" de un Alfa. Tuvo que pasar un tiempo considerable para que mi madre dejase de lado esa preocupación, pero el tiempo no pasó en vano.

En el trayecto de los días, semanas y meses, yo conseguí sobresalir más en mi trabajo. Abandoné la oficina que me habían ofrecido por varias razones, pero la más importante y que había considerado realmente molesta, había sido el hecho de que todo el lugar apestaba a esos Alfas insoportables que esperaban encamar al primer Omega que se topasen en la calle. Aquello era demasiado difícil de soportar. Para mi fortuna, mi ayuda indispensable para Scotland Yard me permitió continuar con mi trabajo sin estar más de lo necesario en aquellas instalaciones. Lestrade, que se convirtió en un buen amigo, no tuvo jamás problema en comunicarme sobre los casos, ahorrándome tener que presentarme en su oficina. Donovan, a quien siempre consideré alguien insoportable, se empeñó en hacerme creer que bajo aquellos buenos actos, había una segunda intención. Y de cierto modo tenía razón. Yo no era tonto, no pasaba desapercibido el hecho de que Lestrade era un Alfa; un Alfa sin unión, pasando sus mejores años… Yo era un Omega solo, sin unión, viviendo solo, y con cientos de supresores en mi sistema… Era realmente una bomba que podía estallar en cualquier momento, pero lo cierto es que aquello jamás ocurrió, ni ocurriría.

Con el trabajo que había deseado, mi hogar y un apoyo familiar incondicional, podía asegurar, a pies juntillas, que mi vida ya era perfecta. Tenía veintidós años y varios logros de los que me enorgullecía. El respeto de todos en Scotland Yard y aquellos que habían escuchado de mí, me había sido otorgado. No podía pedir más. O eso creí hasta que un caso en especial, me llevó a ser consciente de que algo faltaba en esa vida llena de logros…

Aquella pobre mujer había vivido un infierno desde el comienzo forzado de su unión con un Alfa agresivo. Ver las marcas que aquel ser despreciable había dejado en ella, causaba escalofríos a Alfas y Omegas por igual, pero aún dentro de aquel infierno, aquella mujer conservó lo que, tal como nos aseguró entre llanto, era lo más valioso para ella, aún más que su propia vida. Su bebé, que tenía un año, fue quien le dio la fuerza para hacer frente a aquel infierno. Yo me encargué de ser quien la interrogase, y debido a su natural apego a su hijo, en ningún momento se apartó de él, obligándome así a ser espectador de cómo aquella mujer Omega cuidaba de su hijo. En un principio no había supuesto para mí absolutamente nada ver tal apego y amor. Pero una vez que los días trascurrieron, estando en la soledad de mi hogar y en una noche cualquiera, llegó a mi esa necesidad… Aquella pregunta… ¿Algún día podré tener un bebé? ¿Realmente puedo tener uno? ¿Soy capaz de traer al mundo a un pequeño ser como aquel? Si aquello se suponía que fuese solo una curiosidad, el propósito falló irremediablemente.

Aquellas dudas se convirtieron en pensamientos, y aquellos pensamientos se convirtieron en una desesperante necesidad; algo vital, algo imprescindible y que, tal como había terminado por comprender, y debido a mi biología y natural instinto, haría de mi vida la verdadera perfección. Fue así como, acompañado de aquel deseo, terminé en aquella clínica en la que fui inseminado artificialmente. Desde un principio me había desagradado la idea de tener el esperma de uno de esos odiosos seres en mí, pero no había ninguna otra forma de conseguir lo que deseaba si no lo hacía así. Sin embargo, y gracias a mi hermano, pude tener el privilegio de elegir el esperma de quien presentase el mejor perfil a mi parecer. Y así, con la promesa de la de efectividad de aquel método, seguí con mi vida en proceso de ser por fin perfecta.

El placer y orgullo de haberme graduado de la universidad, poco significó en comparación a la alegría y plenitud que me invadió cuando, tras dos meses de aquel procedimiento, la buena noticia llegó. Iba a tener un bebé, la inseminación había sido un éxito y estaba, aunque me era aún difícil de procesar, embarazado… Aquello, como era de esperarse, me obligó a muchas cosas, entre ellas dejar los cigarrillos que, aunque fueran pocos y cada cierto tiempo, causarían algún posible problema a mi bebé. La obligatoria alimentación fue lo siguiente. Jamás creí que me vería en la necesidad de alimentarme todos los días, pero al parecer, aquello era indispensable para el pequeño ser que crecía dentro de mí. No fue difícil ceder a ese par reglas, en lo absoluto. Estaba realmente feliz, complacido, orgulloso y emocionado. Pero parte de esos sentires disminuyeron cuando las reglas a cumplir para tener un embarazo sin riesgos, se extendieron con una más. Una que por supuesto no me gustó absolutamente nada…

─ Sherlock, necesito hablar contigo… ─ escuché a mis espaldas. Aquella petición, viniendo de Lestrade y con aquel tono serio, nunca significaba algo bueno, y dudaba mucho que en aquel momento hubiese una milagrosa excepción. Cerré los ojos un momento y dejé escapar un largo suspiro, recordando que cualquier tipo de alteración podría generarme problemas serios.

─ Por si no lo ha notado, Inspector… Estoy intentado hablar con uno de los sospechosos en este caso del que al parecer aún no es conocedor. Y si es así, permítame hacerle sabedor de las últimas y más recientes noticias ─ respondí, abriendo nuevamente los ojos y mirando sin emoción alguna al hombre frente a mí, sospechoso del actual caso que teníamos entre manos. Me giré y miré a Lestrade con seriedad, comenzando a recitar con un tono neutral de voz: ─ Hay un hombre muerto en el interior de ese edificio. Cuarentainueve años, alemán, cortes profundos en el vientre, espalda y extremidades. La posible causa de muerte: un golpe certero en la cabeza con un objeto que resulta ser una posesión de este hombre aquí presente, y quien, de ser encontrado culpable, pasará el resto de su vida en prisión ─. La mirada seria que Lestrade siguió obsequiándome, no hizo más que asegurarme que esta vez había un problema del que realmente yo no era consciente. Sin embargo, aquello no me detuvo para seguir diciendo: ─ Si no tiene nada que decir al respecto o que sea relevante para el caso, le agradecería que fuese con aquel grupo de incompetentes que no paran de tocar toda la eviden—

─ Vete a casa ahora mismo, Sherlock ─ sentenció con seriedad, interrumpiendo mis palabras y dejándome completamente desconcertado. Se cruzó de brazos y observé, atónito, cómo bajaba la mirada sobre mi cuerpo, deteniéndose expresamente en mi vientre que no mostraba aún indicio de mi estado.

─ ¿Acaso te has vuelto loco, Gavin? No puedo marcharme ahora, estamos a mitad de un caso importante. Estoy interrogando a este hombre y hay una mujer que también es sospechosa dentro de esa casa ─ refuté, apuntando en dirección al lugar en el que aquel desafortunado hombre yacía muerto. Aunque mi voz sonaba firme y ajena al pensar y palabras de Lestrade, mi cuerpo estaba tenso y comenzaba a sentir una mezcla de nervios y preocupación. No se suponía que alguien supiese sobre mi embarazo.

─ Es increíble que hagas esto, Sherlock… ¡INCREÍBLE! ─ exclamó Lestrade, esta vez expresando aquello con movimientos exagerados de sus manos y una expresión de incredulidad extrema. ─ Desde que te conozco me he dado cuenta y descubierto que eres un chico raro y especial en ciertos aspectos, pero jamás creí que serías capaz de llegar a este extremo. Sé que te gusta arriesgar tu vida en esto, y de forma inútil, pero no puedes jugar con la vida de un bebé. ¡No está bien!

Aquellas palabras terminaron por inundar mi ser con un intenso nerviosismo. Me quedé quieto frente a él, notando de soslayo cómo los presentes, entre ellos Donovan y Anderson, se quedaban de una sola pieza y otros comenzaban a murmurar entre ellos. Pasé saliva con dificultad, queriendo mantener la calma ya que aquello no se suponía que llegase a oídos de nadie, NO DEBÍA. Miré fijamente a Lestrade y le respondí:

─ No sé quién te ha dicho semejante tontería, pero desde ya puedes ir a reclamar que te engañasen con esa broma inútil y sin sentido alguno ─. Esperé ver su expresión de resignación; una risa divertida ante un malentendido, pero la tensión de sus facciones siguió presente. Un nudo comenzó a formarse en mi garganta y temí lo peor, temí aquello que, sin un segundo pensamiento, Lestrade reveló.

─ ¡Sé que estás esperando un bebé, Sherlock! No es una broma, no es un cuento que alguien me dijese. Lo sé, sé que estás embarazado aunque tu vientre no lo delate. ¡Cualquier Alfa que tenga olfato funcional es capaz de percibirlo! Así que puedes dejar de negarlo y marcharte a casa ahora mismo ─ sentenció de nueva cuenta, dejándome completamente claro que aquellas palabras, lejos de ser una petición, eran una orden que esperaba que cumpliese.

─ Sí, estoy esperando un bebé ¿Y qué? ─ espeté en respuesta, cruzándome de brazos y frunciendo el ceño. Hasta aquel momento, nada me había doblegado, ni un solo Alfa, y Lestrade, por más que tuviese mi respeto, no sería el primero en tener tal privilegio. ─ ¿Acaso me vas a prohibir seguir trabajando solo porque soy un Omega embarazado? ¿En serio, Lestrade? ¡¿Después de todo lo que han logrado gracias a mí?! ─ exclamé, comenzando a exasperarme realmente. Era ridículo creer que estaba a punto de ser despedido solo por el deseo de querer tener un bebé como cualquier otro Omega. Me resultaba increíble que justo en aquel momento, todo lo que había conseguido me fuese arrebatado por el hecho de querer dar aquel paso como muchos otros Omegas. Pero aún dentro de aquella cortina de molestia e incredulidad que me cubría la vista, observé cómo Lestrade parecía relajarse, cosa que yo hice de igual manera e intenté ignorar el agrío aroma que desprendía Lestrade en aquel estado.

─ Escúchame bien, Sherlock… No sé en qué estabas pensando cuando… cuando ocurrió esto ─ murmuró, apuntando vagamente sus manos hacia mi vientre, después manteniéndolas contra su pecho, como si realmente mi estado supusiese algo realmente incómodo para él. ─ Pero no puedes embarazarte y seguir arriesgándote como hacías antes. Ahora no solo mantenerte fuera de peligro es lo importante, sino cuidar de ese bebé que llevas en ti… Esto no es un juego, Sherlock… no es uno de esos experimentos que si salen mal desechas en la basura y comienzas otro… ─. Lestrade fijó su mirada en mí, con una candidez que yo conocía de sobra; pero lejos de causar en mí algo positivo, al igual que sus palabras, aquel comentario realmente me molestó, por lo que, sin poder hacer nada por detenerme, le exclamé:

─ ¡¿Qué sabes tú sobre lo que yo he decidido hacer?! ¡No eres nadie para juzgar mis decisiones o deseos! Sé que esto no es un juego, sé lo que implica tener un bebé, Lestrade. ¡Lo sé! He dejado de fumar desde que la prueba resultó positiva, me alimento como debería por el bien de este bebé, e incluso duermo más horas de las que había hecho en toda mi vida. Si eso no demuestra que estoy siendo responsable con lo que hago, entonces no sé qué lo hará. Pero bajo ningún motivo voy a permitir que vengas y me digas que venir a hablar con un sospechoso, me pone en riesgo a mi bebé o mí, Lestrade. ¡Eso no lo permito! ─. Sabía de sobra que aquel estado de alteración que dejaba ver a todos los presentes, no era ni por asomo algo bueno para mí, pero era imposible no tener una reacción semejante mientras veía cómo Lestrade tenía toda intención con frenarme en mis propósitos.

Esperé, después de aquel recital que esperaba hiciese entrar en razón a Lestrade, que este comprendiera lo que intentaba expresarle. Cuando le vi bajar los brazos y suspirar de forma cansada, di por conseguido el hecho de que me dejaría seguir con mi trabajo; pero contrario a mis pensamientos, mostrándose más calmado, se acercó a mi y me tomó del brazo con suavidad, tirando de mi en una silenciosa indicación de que le siguiera. Yo no supe cómo reaccionar en aquel instante, pero fui consciente de que, impulsado por la casi sumisión de mi biología ante un Alfa, mi cuerpo se movía junto con el de Lestrade, siguiéndole a donde fuese que tuviese planeado llevarme. Sentía esa mezcla de confusión, preocupación y rabia ante el injusto trato que me estaba siendo dado. Pero aquello quedó en segundo plano cuando, mientras seguía de cerca los pasos de Lestrade, escuché a Donovan murmurar a aquel incompetente forense sus dudas sobre cómo es que alguien como yo había terminado en aquel estado, o cómo era posible que me permitiesen hacerme cargo de un bebé. Aquello, que en otro momento no habría tenido mayor reacción de mí más que un gruñido bajo, en esta ocasión me hizo hervir la sangre y espetar sin miramientos en dirección a ellos:

─ ¡No he dejado que ningún maldito Alfa me preñase como si fuera animal de la calle! ─. Sin darme cuenta, y cegado por la rabia de aquel momento, forcejé con Lestrade hasta lograr soltarme de su agarre. Fijé la mirada en Donovan, quien ante mi respuesta, se había dignado a verme a la cara. Acorté la distancia que nos separaba y, apuntándole con el dedo índice, continué diciéndole: ─ Puedes murmurar lo que quieras, inventar la historia más magnifica que te plazca con tus compañeros Alfas, pero no eres nadie para señalarme como alguien incapaz de cuidar a su hijo… No eres más que otra Alfa que intenta despreciar a quien no comparte tu biología… ─. Si aquello no servía más que para hacerme acreedor de más burlas y críticas en aquel lugar o Scotland Yard, no me importaba. Había expresado por fin mi forma de sentir ante el asqueroso trato de aquella mujer, y el hecho de que se atreviese a poner en duda lo que yo era capaz de hacer, había dinamitado todo. Podía, aún entre aquel ataque de rabia, olfatear cómo desprendía de su ser aquel amargo olor de su ser, pero poco me importaba. Si tenía que hacer frente a aquella mujer en aquel momento, lo haría sin problema alguno, me costase lo que fuese.

─ ¡Deténganse de una buena vez! ─ ordenó a mis espaldas Lestrade, volviendo a tomarme del brazo con la misma gentileza con la que había hecho anteriormente. Yo me dejé asir, pero solo por el querer dar fin a aquella idiotez que para mí debería ser insignificante. ─ Donovan, quedas suspendida de todo caso durante un mes. Márchate ahora mismo ─ sentenció, sin decir una sola palabra más, ni siquiera cuando Donovan abrió la boca para objetar sobre lo injusto que aquello era. Yo, aunque aquello fuese una acción por demás infantil, me permití el gusto de burlarme de ella a espaldas de Lestrade, para después seguirle paso. Aunque estar cerca de Lestrade siempre me había brindado cierta seguridad y protección, en aquel momento su cercanía no era bien recibida por mí, y así se lo expresé entre dientes cerrados.

─ No es necesario que me defiendas de Donovan. Yo puedo cuidar de mí perfectamente ─. Tiré con suavidad de mi brazo y logré tener de nuevo mi tan preciado espacio. Pensé en detener mi caminar y hacer frente a Lestrade a media calle, sin importarme nada; aquello estaba volviéndose cada vez más ridículo. Pero la calma con la que Lestrade me devolvió la mirada, no hizo más que convencerme de que por lo menos lo mejor era evitar más escándalos. Lo seguí hasta que se detuvo en el callejón tras el edificio en el que estábamos y no pude esperar un segundo más. Lo miré con firmeza a los ojos y, cruzándome de brazos, le dije: ─ Será mejor que tengas una buena excusa para querer mandarme a mi hogar justo ahora, Lestrade.

Él, manteniendo en todo momento una calma que pocas veces había visto en él, me regresó la mirada y prosiguió a responderme: ─ Sherlock… no quiero que tomes esto como algo malo, ¿entiendes? Yo de entre todo Scotland Yard, sé cómo eres, y lo difícil que ha sido para ti llegar hasta este punto y tener este trabajo. Pero por eso mismo soy yo quien tiene que decirte lo que ocurre, y el por qué no puedes seguir asistiendo a los casos… ─. Lo vi suspirar largamente y frotarse la nuca, como si aquello fuese realmente algo difícil de hablar. Me obligué a mantener la calma y esperé hasta que volvió a hablar, esta vez con una seriedad y mandato que no terminó de gustarme siquiera un poco.

─ Tú y yo somos compañeros de trabajo, Sherlock… Más que eso, somos amigos… ¿Entiendes? No quiero que tomes esto como una agresión o una ofensa por lo que eres, pero siendo un Omega… uhm… ya sabes…, embarazado…, no puedes estar en estos lugares. Sé que puedes cuidar de ti perfectamente, pero hay algo que olvidas, algo que estás intentando ignorar y que te expone a un peligro enorme… ─ advirtió, mostrándome de forma explícita en su voz que incluso él temía de aquello que aún no se atrevía a decirme. Mis manos, que hasta aquel momento se habían mantenido firmes contra mi pecho, terminaron por deslizarse hasta mi vientre; algo que desde hacía días había comenzado a hacer cada vez que algo me preocupaba en demasía. Pasé saliva con dificultad y, aunque todo mi ser me demandaba expresar algo sagaz y cortante en respuesta para dar fin a esa tontería, me mantuve callado. Algo en mi mirar, o más explícitamente, en mi aroma, pareció dar la señal necesaria a Lestrade para decirme por fin aquel temor tan grande.

─ ¿Tienes idea alguna del daño que te podría hacer un Alfa molesto, Sherlock? No intento aterrarte con la idea de que cualquier Alfa te atacará solo porque así lo desea, sino que intento hacerte consciente de que, el trabajo que compartimos, y especialmente esa habilidad que tienes para leer a las personas… no es precisamente algo que te haga ganar la amistad de las personas a las que interrogas… No quiero pensar un solo segundo en lo que pasaría, Sherlock… Y estoy seguro de que tú, si en verdad te importa mantener a salvo a ese bebé, tampoco querrás pensar en las posibilidades… Ahora no te ordenaré que vayas a casa, Sherlock… te lo pido, te lo ruego… incluso te lo imploro si es necesario… Aléjate de este entorno, y resguárdate en tu hogar.

Aunque me hería en esa necesidad de poder hacer lo que quisiera, de conseguir todo lo que siempre había querido, me encontré teniendo que aceptar que Lestrade tenía razón en lo que decía. Había estado tan cegado ante todo lo que pasaba, pensando solo en lo bueno que aquello traía a mi vida, que no consideré los peligros, que olvidé el mundo en el que había tenido que vivir, y los riesgos a los que tenía que hacer frente por no poder mantener la boca cerrada. Una notable opresión se instaló en mi pecho al pensar en un escenario como aquel y mi cuerpo se estremeció. No había forma alguna de que yo quisiera que alguien dañase a mi bebé. Estaba siendo tan egoísta sobreponiendo ante todo lo que yo quería, lo que me haría feliz…

─ Lo lamento… Yo no… ─ balbuceé, negando inconscientemente con la cabeza, mientras mis manos seguían sobre mi vientre. Respiré profundamente y miré de nueva cuenta a Lestrade, a quien noté sin duda alguna más calmado ante mi respuesta. ─ Lo siento. En verdad no había pensado en eso… Ni siquiera lo había considerado como un posible riesgo… No sé qué se supone que haré al regresar a casa… Esto es de lo que vivo… ─ murmuré, pensando en que al quedarme en la salvedad de mi apartamento, no habría forma alguna de que siguiese ganando dinero, el cual necesitaba para dar seguimiento y debido cuidado a mi embarazo.

─ No deberías preocuparte por el dinero, ¿sabes? ─ comentó Lestrade, dedicándome una sonrisa que me hizo sentir un poco incómodo. No era costumbre para mi tener aquel tipo de conversaciones con él. Carraspeé un poco y rehuí la mirada hacia la entrada del callejón, sin querer hacer frente alguno a aquella situación tan incómoda.

─ Escucha, Lestrade… Sé que somos… eso… amigos… Y que tú te preocupas por mí, pero no hay forma alguna de que yo acepte cualquier tipo de ayuda económica que quieras darme, ¿de acuerdo? ─ aclaré, sin atreverme aún a mirarlo. Por lo menos no hasta que lo escuché reírse de forma incómoda. Volví a mirarlo, con el ceño fruncido ante la forma en que se empeñaba en negarse a lo que parecía ser un malentendido.

─ No, no… No pienses mal, Sherlock, por favor… Aunque quisiera, no puedo permitirme ayudarte de esa forma. Cuando te dije que no tenías que preocuparte por el dinero, lo decía porque tu hermano se puso en contacto conmigo. Él dijo que una vez que accedieras a quedarte en un lugar seguro, tu preocupación sería el dinero. Así que, me dijo que él te daría el dinero necesario para no tener problemas ─ explicó, dejando de lado la vergüenza que seguro le había invadido. Aunque para él aquella aclaración supuso un alivio, para mí fue nuevamente esa chispa que dinamitó mi rabia.

─ ¡Sabía que Mycroft tenía que estar detrás de esto! ─ exclamé. No podía creer que hubiese caído en aquella excusa. ─ ¡Lo sabía! Y tú, Lestrade… ─ lo miré fijamente y con toda la rabia y seriedad que podía tener en aquel momento. ─ ¿Cuánto te pagó para que te inventaras toda esa historia? ¿Qué fue lo que te ofreció? ─ reclamé, pero mi enojo, enorme como era en aquel momento, solo me permitió girarme y partir en dirección a la acera, buscando de inmediato un taxi que me llevase de regreso a Baker Street. Escuché a Lestrade a mis espaldas, llamándome y seguramente esperando a que me detuviese y poder venderme más de sus mentiras disfrazadas. Pero a pesar de la insistencia, no me detuve un solo segundo.

Al detener con éxito un taxi, subí sin un segundo pensamiento, sin intención alguna de seguir discutiendo por algo que al final no tendría ningún resultado favorable para mí. Odiaba que Mycroft estuviese tras todo aquello; que él, de entre todo el mundo, fuese el primero en revelar a alguien mi estado. No podía culpar a Lestrade, después de todo, dudaba mucho que mi hermano le hubiese dado mucha opción una vez que lo tenía frente a él y asustándolo con esa cara larga. Pero aún tras ese disgusto y molestia, lo cierto era que Lestrade y mi hermano tenían razón. Yo no podía andar por las calles como si fuese un Beta común y corriente. Estaba comenzando en aquella etapa de mi embarazo, debía tener cuidado; el mayor posible.

Con una resignación que no terminaba de aceptar como propia, me relajé en el asiento trasero del taxi, mirando al exterior y aquellas nubes grises que se mostraban en el cielo. No tenía realmente problema con quedarme en casa, pero sabía que después de un par de días de inactividad y sin poder fumar un cigarrillo, mi vida comenzaría a ser un infierno. ¿Qué se supone que hace un Omega embarazado durante todo ese tiempo? No podía comprarme con uno de ellos… Los demás podrían simplemente encontrar entretenimiento en los programas aburridos de televisión o paseando con sus Alfas…

─ De ninguna manera ─ murmuré para mí mismo, sin apartar mi propia mirada del cielo. Yo no necesitaba ningún tipo de entretenimiento más que el que me daba mi trabajo. Pero mientras estuviese esperando a mi bebé, no iba a poder acercarme a Scotland Yard.

Me recosté contra el asiento, respirando profundamente y pensando en el o los siguiente posibles pasos a dar. No iba a ser nada fácil, pero nada en la vida de un Omega lo había sido. No podía negar que, aunque yo lo negase rotundamente, tener un Alfa a mi lado podría hacer más llevadera la situación; pero sinceramente no terminaba de convencerme en una posibilidad como aquella. Ni siquiera estaba dispuesto a compartir mi hogar, mucho menos mi vida o mis decisiones. Definitivamente no.

─ Amigo, no me ha dicho a qué lugar quiere que lo lleve ─ murmuró el conductor, de quien noté su mirada a través del retrovisor. Suspiré largamente y sin ánimo alguno, le respondí: ─ A Baker Street… ─. Cerré los ojos un momento y deslicé mis manos sobre mi vientre, pensando en lo que tendría que ser forzosamente un plan B.

- oOo -

Me había sorprendido bastante lo fácil que había comenzado a comprender y aceptar el hecho de que valía más mi seguridad que las ganas de seguir formando parte activa de un caso. El día anterior, tras aquella charla con Lestrade y haber tomado un taxi, comencé a creer que realmente podía hacer frente a un par de meses en Baker; nada podría salir realmente mal. Había leído, a principio de semana, que los Omegas en ese estado, podían hacer muchas actividades que resultarían buenas para el bebé, y aquello me animaba; pero mi pensar cambió cuando me encontré con el hecho de que aquellas actividades, como era de esperarse, se tuviesen que hacer en compañía de un Alfa.

Después de aquel mal descubrimiento, fue que terminé de aquella forma… El té pocas veces había formado parte de mis mañanas, mucho menos las galletas o un pequeño aperitivo, y sin embargo ahí me encontraba, sentado a la mesa y teniendo que terminar con la última miga de galleta que mi adorada y persistente casera había hecho para mí. Faltaba poco para que el reloj marcase el mediodía, y yo seguía usando mi pijama y bata. Aquello poco a poco y lentamente se estaba convirtiendo en un infierno.

─ ¿Qué crees que sea? ─ preguntó mi casera, una adorable mujer mayor a la que prefería que le llamasen por su apellido de soltera. Era un verdadero encanto cuando se lo proponía, pero desde que se había enterado de mi embarazo, la dulzura de sus acciones hacia mí, se había vuelto empalagosa. La miré de soslayo, observando cómo daba un pequeño sorbo a su té y esperaba pacientemente por mi respuesta.

─ Aburrimiento… ─ respondí, haciendo uso de mis dedos sobre el plato de galletas vacío para lanzar al suelo una pequeña chispa de chocolate. ─ Si estoy un solo segundo más así, me voy a volver loco. O peor aún, mi cerebro se echará a perder… ─ bufé, posando mi mejilla sobre mi mano descansando en la mesa. La risa de la Señora Hudson no me sorprendió en lo absoluto; siempre tendía a reír en respuesta a mis comentarios, por más sarcásticos que fuesen. Pero esta vez no se conformó solo con reír, pues a aquel chillón sonido, se le unieron un par de palabras.

─ Me refería a cuál crees que sea el sexo del bebé que estás esperando ─ aclaró, acercando su silla a la mía para al parecer poder mirar mejor mi vientre. ─ Estoy segura de que será un niño ─ comentó, filtrando su mano entre la mesa y mi cuerpo para acariciar mi vientre. Aquella acción, junto con su comentario, me hicieron sonrojar sutilmente; pero a pesar de ello no me prohibí el hecho de carraspear para hacerle saber que de nuevo estaba teniendo más atención de la que podría considerar cómoda.

─ Al parecer es imposible por ahora saber a ciencia cierta si daré a luz a un niño o una niña, Señora Hudson… Así que, asegurar ahora mismo que es un niño, es una tontería mayúscula ─ expliqué, haciendo amago de ponerme de pie y lograr así que la mujer me devolviese mi espacio. Ella pareció comprender y, con otra risa chillona, se dedicó a apartar de la mesa los platos y tazas que habíamos usado.

─ Deberías tener en cuenta que yo nunca me equivoco, Sherlock querido. Incluso durante mis embarazos supe decir de qué sexo serían ─ aseguró, volviendo a reír pero de forma más seria. Yo no le di mayor importancia al tema. No quería hacerme ideas especificas sobre si tendría un niño o una niña. Prefería pensar en las posibilidades de ambos, y los nombres que probablemente consideraría para ponerle a mi bebé. Desestimé las palabras de la Señora Hudson con un gesto vago y me lavé las manos, volviendo después a rehacer el nudo de mi bata y ciñéndola a mi cuerpo.

─ Si no le molesta, Señora Hudson… Me gustaría poder estar a solas ahora, por favor ─ le pedí, recibiendo con inmensa gratitud un asentimiento de parte de la mujer que, con la bandeja que había llevado en manos, salió por la puerta de la cocina. Suspiré largamente y al necesitar todo el silencio posible en mi espacio, cerré todas las puertas y dejé las cortinas corridas, al igual que una de las ventanas abiertas. Tocar un poco el violín me parecía la mejor opción en aquel momento de inmenso aburrimiento. Busqué mi arco entre el desorden que había hecho la tarde anterior, y me acerqué hasta la ventana, visualizando por un momento el exterior. Decenas de personas pasaban frente a mi hogar, con distintos destinos y pensamientos en mente. ¿Alguno de ellos pensaría siquiera en el deseo de ser padre? Seguramente sí.

Dejé escapar un largo y cansado suspiro, queriendo hacer uso de toda la poca paciencia que tenía para poder enfrentarme a aquellos meses que sin duda prometían ser una tortura lenta. Posicioné mi violín bajo mi barbilla y contra mi hombro, y di inicio a una suave melodía que aprendí tras un par de tardes en casa de mi abuela. Pensar en ella siempre traía a mi una especie de calma instantánea, y en aquel momento me venía de maravilla. Cerré los ojos y me dejé envolver por la notas dulces y suaves que me brindaban mi violín, hasta que a mis espaldas, y destruyendo sin piedad alguna la poca clama que me quedaba, escuché un tocar insistente en la puerta. Apreté con más fuerza de la necesaria el arco en mi mano y arranqué una nota chirriante de mi violín, mismo que dejé sin cuidado alguno sobre mi escritorio. Me reacomodé la bata de forma brusca sobre los hombros, a pesar de que no se había movido un solo centímetro, y me giré en dirección a la puerta, misma hasta la que avancé con grandes zancadas, pensando ya en la respuesta que escupiría en el rostro de aquel que osase interrumpir mi momento de calma.

Con la perilla firmemente sujeta, abrí la puerta y exclamé sin un segundo pensamiento: ─ ¡No sé ni me interesa quién eres, qué quieres, vendes, o a qué te dedicas! ¡FUERA DE MI HOGAR AHORA MISMO! ─. Una vez que las palabras danzaron fuera de mi boca con toda la frustración acumulada en aquel momento, cerré la puerta frente al rostro de aquella persona de quien no me había tomado la molestia siquiera de mirar. Pero grande fue mi sorpresa cuando la puerta, en lugar de hacer un sonido estrepitoso a cerrarse, de detuvo de golpe contra algo que me impidió cerrarla. Gruñí por lo bajo, completamente desconcertado e hice amago de empujar la puerta, pero toda acción que hubiese tenido en mente llevar a cabo, se esfumó de mi cabeza cuando escuché a la persona al otro lado de la puerta revelar:

─ Espera un segundo, por favor. Tienes que escucharme. Tú eres la única razón por la que aún sigo vivo… ─. Aquellas palabras, por más que pudiesen sonar a una burda mentira para conseguir ganar un tiempo que no deseaba dar, me paralizaron frente a la puerta, misma contra la que dejé de ejercer presión, y que vi abrirse de nueva cuenta frente a mis ojos, revelando tras de sí al hombre a quien pertenecía aquella suplica sin sentido.