La Mangosta Roja.
Prólogo: UA. Posguerra. Dos años después de la batalla final, Zuko descubre una amenaza latente en la parte baja de Ba Sing Se: un grupo de rebeldes liderados por un viejo y poderoso enemigo. Junto a Katara, deberá hacer todo lo posible para eliminar esa amenaza.
Disclaimer: Avatar, The last airbender es propiedad exclusiva de Nickelodeon y de sus creadores, Michael Dante DiMartino y Bryan Konietzko. No obtengo ningún beneficio económico con esta historia.
Hay cuerdas en el corazón humano que sería mejor no hacerlas vibrar.
Charles Dickens, escritor británico.
El viento había arreciado, al igual que la tormenta. Katara fue a la ventana, la abrió de par en par y respiró una bocanada de aire fresco y neblinoso. Le temblaban las rodillas y tenía la boca seca y ardiendo. Sintió el pánico al fondo de la garganta.
Afuera caía una llovizna sesgada desde el sureste, y varias gotas sueltas le mojaban la piel.
—Ahora que la guerra ha terminado, hay algunos indicios de que tal vez, y sólo tal vez, podría existir un grupo reducido de… rebeldes —Aang hizo una pausa para inspirar profundamente y luego añadió con la voz estrangulada—: Zuko cree que podría ser peligroso.
Katara seguía sin darse vuelta, pensando en este nuevo giro del destino. Mientras que Sokka, por su parte, frunció las cejas hasta que prácticamente se juntaron en medio de su frente. Ambos se mantenían expectantes, esperando oír buenas noticias.
—Aún no se sabe bien quiénes son o cuáles sean sus intenciones, pero creo que lo mejor sería hacer algo al respecto, prevenir. Anular el problema antes de que inicie.
—Muy bien —accedió Sokka—, ¿cuál es el plan de acción?
Aang hizo una mueca de fastidio con la boca y se encogió de hombros. Un cansancio demencial ensombrecía su semblante.
—Bueno, en realidad, Zuko tiene una idea —cerró los ojos un instante y se frotó las sienes con las yemas de los dedos—. Él cree que los rebeldes se reúnen en la parte baja de Ba Sing Se, y para descubrirlos, debemos trabajar comos agentes encubiertos. Él mismo se ofreció a ayudar, pero definitivamente no puede hacer esto solo. Alguien debe acompañarlo.
Sokka dirigió la mirada a Katara, que aún continuaba en pie, de espaldas a la lumbre, y luego desvió su atención hacia Aang. Debía proteger a su hermanita, aún cuando está no necesitara protección.
—Yo lo haré —dijo finalmente—. Aang, tú debes encargarte de otras cosas, cosas más importantes que esto, no puedes perder el tiempo en una investigación de esta clase. Además, Toph podría ayudarme, ya pasó demasiado tiempo descansando.
—¿Y qué pasará con Suki? Ella te está esperando en la Isla Kyoshi para organizar la boda, ¿recuerdas?
Sokka lo descartó con un gesto de la mano.
—No importa. A mí no me molestaría para nada postergar la boda un par meses —guiñó un ojo—. Al contrario —agregó—, los nervios prenupciales me están volviendo loco.
Katara esperó a tomar aire unas cuantas veces más para calmarse y se volvió para mirar a su hermano.
—Pero a ella sí le molestaría —afirmó severamente—. Yo iré con Zuko, ya hemos trabajado juntos antes, y hacemos un buen equipo.
Los muchachos intercambiaron una mirada de perplejidad.
—¿Estás segura, Katara? —inquirió Aang.
—Por supuesto que sí. No es problema —sonrió—, de verdad.
—Katara —intervinó Sokka, serio por primera vez—, ¿ya no quieres ir al Polo Sur… y ver a Gran Gran?
Katara clavó la vista en el suelo entre sus pies. Luego de que la boda terminara, ella había planeado regresar una vez más a su hogar, y visitar a su abuela, ya que no la había podido volver a ver después de su partida. Ahora que Pakku se había convertido en el esposo de Gran Gran —y por ende en su flamante abuelo—, ya no debía preocuparse por ella; pero como su nieta, seguía haciéndolo de todos modos.
—Claro que quiero ir, Sokka, pero este es un asunto prioritario. Aang tiene razón, es mejor prevenir. Puede que esos rebeldes no sean más que unos cuantos niños malcriados queriendo jugar a la guerra, pero de todas formas debemos cerciorarnos.
Su hermano asintió con la cabeza, descontento pero resignado, y una sonrisa empezó a dibujarse en las comisuras de su boca. Ya lo había decidido, y ambos sabían bien lo determinada que ella podía ser.
—¿Qué clase de trabajo en cubierto tenemos que hacer?
— Zuko mencionó algo de una taberna llamada la Mangosta Roja, pero no tengo idea de a que se refería exactamente.
Katara abrió los ojos como platos, su expresión cargada de escepticismo. ¿Una taberna, en Ba Sing Se? Eso era difícil de creer. Allí, según su propia experiencia, sólo había puras tiendas de Té.
Zuko se arrellanó en medio de la cama y estudió minuciosamente el interior de su bolso. Debía partir sin llevar más equipaje que un poco de ropa vieja, algunas piezas del Reino Tierra, escasas y de corto valor, y unos cuantos objetos personales. Nada demasiado ostentoso.
Cuando Zuko finalmente se puso de pie, notó que tenía el cuerpo agarrotado, como si no hubiera cambiado de postura ni una sola vez en varias horas. Levantó perezosamente los brazos por encima de la cabeza y bostezó.
—Quizás podría aprovechar este viaje para distenderme un poco —murmuró para sí mismo.
Ser el nuevo Señor del Fuego implicaba realizar un sinfín de actividades agotadoras e irrevocables. No podía delegar nada, no podía postergar nada, todo era preponderante.
Alguien llamó con los nudillos a la puerta de su cuarto y vio la robusta figura de su tío en el umbral.
—¿Y bien? —dijo él en un murmullo— ¿Ya tienes todo listo?
Zuko se volvió hacia él, impasible pero sereno, y asintió con la cabeza.
—Sí, así es —señaló el bolso con el dedo—Empaqué lo que me dijiste, sólo lo imprescindible.
Iroh curvó los labios en una sonrisa y ladeó la cabeza para verle la expresión. Parecía divertido, por alguna razón incomprensible.
—Muy bien, sobrino. No necesitaras de mucho en las próximas semanas —Zuko gruñó algún comentario ininteligible y frunció el entrecejo, Iroh suspiró—; ¿por qué pones esa cara?
—Estoy… confundido, sabes. No sé qué me pasa, quisiera quedarme aquí, con mi gente, pero a la vez… no quiero —se mordió el labio—. ¿Eso es normal?
Su tío cerró la puerta tras de sí y cruzó la habitación para llegar hasta él. Luego, le dio unas palmaditas en el hombro, la mirada aún clavada en el rostro de su sobrino.
—Es perfectamente normal —le dijo con suavidad—. No quieres dejar a tu país, pero tampoco puedes desligarte de esta obligación. No tienes de qué preocuparte, Zuko; eres un buen líder, noble y altruista.
La tensión de su mandíbula se relajó gradualmente. Eso pareció ayudar un poco.
—Gracias, tío.
—De nada —volvió a sonreír y cambió de tema—. Entonces, cuéntame, ¿cuándo partirás?
—Mañana a primera hora. Aang me llevará hasta allí con Appa y luego regresará.
—Ya veo —musitó, rascándose la barbilla—. Y dime una cosa, ¿quién será tu compañero?
Zuko lo miró. No había pensando en eso antes.
—La verdad, no lo sé —dijo con sinceridad—. Cualquiera, supongo. Nadie tiene que acompañarme realmente, yo puedo hacer esto solo.
Aquello le borró la sonrisa de la cara.
—Por favor, Zuko, no empieces con eso. Ningún hombre es una isla. Para hacer frente al buen combate, necesitamos ayuda.[1]
—Lo sé, es sólo que…
Su rostro se sonrojó de vergüenza. No tenía ni idea de cómo iba a terminar esa frase. Desvió la mirada hacia otro lado.
—¿No te gusta sentirte incapaz de resolverlo por tu cuenta?
Zuko tragó saliva.
—Algo por el estilo —admitió con voz inexpresiva.
—Cualquier persona en cualquier lugar puede reconocer tu rostro ahora, eres el Señor del Fuego, ¿recuerdas? Necesitas a alguien que te ayude, que pueda pasar desapercibido. No tiene que ver con tu habilidad.
Zuko reflexionó un momento. Sabía que tenía razón. En realidad, aunque odiaba admitirlo, la cicatriz de su rostro era una característica física perfectamente identificable. Todos los habitantes de la Nación del Fuego sabían cuál era el aspecto de su rey.
—Buen punto. Supongo que no me vendría tan mal una mano después de todo.
El anciano se rió, satisfecho con cómo marchaban las cosas.
—Me alegro que lo hayas comprendido, Zuko. Ahora ven —apuntó con el pulgar hacia el pasillo, afuera de la habitación—, tenemos otro tema importante que discutir. A propósito, ¿el Avatar sabe sobre… aquello?
—¿Sobre la verdadera razón de todo esto? Sí, lo sabe —Zuko se restregó los ojos con el dorso de la mano—. Estoy verdaderamente cansando, tío, ¿podemos hablar de eso después?
Iroh asintió con la cabeza, giró sobre sus talones y desapareció.
Zuko se dejó caer de espaldas en la cama otra vez y comenzó a pensar a su madre. Ozai había insinuado que continuaba con vida, en algún lugar del mundo, y la idea de buscarla resultaba una tentación. Si ya había recorrido una vez el globo intentando purgar su honor, ¿por qué no podría hacerlo de nuevo para encontrar a su madre? ¿Sería eso tan malo? ¿Acaso lo entendería su gente? Suspiró, no podía averiguarlo.
Ursa era una mujer fuerte, decidida e independiente, pero aún así era una mujer, y quizás podría necesitarlo. Si un hombre había sido capaz de quemar el rostro de su propio hijo como un recordatorio permanente de su cobardía, ¿por qué no sería capaz de encerrar a su esposa en una cárcel fría y solitaria?
El sol brillaba alto sobre el horizonte cuando Katara despertó a la mañana siguiente. Momo olisqueaba sus orejas, y ella trató de ignorar las cosquillas que sus bigotes le hacían al rozarle la piel. Una nariz fría y pequeña husmeó sus mejillas.
«Basta, Momo», pensó en su fuero interno, pero no dijo en ni una sola palabra. Aquella noche había dormido a pierna suelta, muy tranquilamente, y no tenía intención de despertarse todavía. El lémur emitió un chillido estridente y agudo, y Katara entreabrió los ojos a los primeros rayos de luz. Hacía calor, y un intenso olor a tierra mojada flotaba en el aire.
Katara se desperezó a sus anchas, estirando bien las extremidades, y luego se puso en pie.
—Hora de bañarse —dijo alegremente, y se apresuró hacia el baño dando grandes zancadas.
El aroma del lavabo era agradable, sutil y mañanero, ideal para empezar un nuevo día. Rápidamente se lavó la cara, las manos y los pies, y luego peinó su cabello enmarañado. Le llevó unos minutos confeccionar su peinado habitual, que consistía en una trenza rebordeada.
—Buenos días, Katara. Dormiste bien, por lo que se ve.
—Sí, dormí muy bien, hasta que Momo me despertó —Katara puso los ojos en blanco—, ¿y tú?
Sokka hizo una mueca semejante a una sonrisa.
—Más o menos, con este calor endemoniado es muy difícil dormir —se quitó el sudor del rostro con la palma de la mano—. El verano en la Nación del Fuego es sencillamente insoportable. No sé cómo puede tolerarlo esa gente.
—Están acostumbrados, Sokka, como nosotros al frío —escudriñó la habitación en busca de alguien más—. ¿En dónde está Aang?
—Salió temprano, al palacio real.
—¿Qué? —inquirió airada— ¿Por qué no me despertó?
—No quería molestarte, supongo. Además, mira —rebuscó en los bolsillos traseros de su pantalón azul y sacó un pergamino arrugado y amarillento—, Toph escribió una carta.
—¿Toph la escribió?
—Muy gracioso, Katara. Ya sabes a lo qué me refiero, su madre la escribió.
—¿Y? ¿Qué dice?
Sokka carraspeó para aclararse la garganta y empezó a leer parsimoniosamente.
Queridos amigos:
Estoy terriblemente aburrida, no hay nada que hacer aquí. A Katara le hubiese encantado este lugar, pero a mi no me interesa para nada. La parte alta de Ba Sing Se jamás será tan divertida como la baja. Extraño las peleas callejeras y las apuestas.
Papá aún insiste en que regrese a casa y me convierta en una señorita educada, pero eso no sucederá. Estoy ansiosa por volver a golpear a Pies Ligeros y a darle su merecido a Sokka. Esos dos sí que necesitan disciplina.
Visítenme pronto,
Toph.
P.D. No tengo suficiente paciencia para las cartas, pero seguiré escribiéndoles de todas formas.
Katara se quedó pensativa un momento. Todo parecía aleatorio e intranscendente. Sokka reprimió un suspiro.
—Vaya —dijo finalmente, más al aire que a su hermano—. Parece que le va muy bien.
—Sí, eso parece —hizo una larga pausa—. Me alegro de que haya podido solucionar las cosas con sus padres, realmente los necesitaba.
—Claro que los necesitaba. La familia es lo más importante del mundo, Sokka, aunque tal vez ella sea demasiado joven para entenderlo.
—¿Demasiado joven? —Sokka enarcó una ceja— Tiene la misma edad que Aang.
¿La tenía?
Katara miró al suelo y se retorció las manos.
—Sí, es cierto, ambos tienen catorce y… ¿ya le has contestado a Toph?
Él negó con la cabeza.
—No, todavía no le contesté.
Katara sonrió, a ella sí se le daba bien escribir cartas.
Durante las horas siguientes redactó con esmero una reseña sucinta de la vida que llevaba en la Nación del Fuego, y el clima, por supuesto, era el tema principal. ¿Quién se podía acostumbrar a esas temperaturas tan altas? ¿O encontrarlas normales, por lo menos?
Sokka guardó la carta y la respuesta junto a su boomerang, una atada a la otra. Katara lo miró extrañada.
—¿Qué estás haciendo? —quiso saber.
—No te preocupes, la enviaré después. Primero quiero leer lo que escribiste.
—¡No puedes leerla! —se envaró—. No es asunto tuyo. Si quieres hacer algo productivo, ten —le tendió bruscamente un pergamino y una pluma—, escribe tu propia respuesta.
—No seas tonta —replicó—, no quiero invadir tu privacidad. Sólo intento asegurarme de que no hayas hablado de más. Cualquiera podría interceptar el halcón.
Katara se volvió y le dio la espalda, estaba sencillamente enfurruñada.
—Iré a esperar a Aang afuera —dictaminó.
[1] Frase de Paulo Coelho. El Peregrino de Compostela.
Notas del Autor: Nunca fui buena para los primeros capítulos, pero de verdad creo que este no me salió tan mal.
Esperó apoyo, consejos y críticas.
¿Sabías que la mangosta es el único animal que es inmune al veneno de la cobra?
Gracias por leer ^^
