Es mi primera historia de Rizzoli and Isles, así que, lo siento si no plasmo bien los personajes. Intento hacerlo lo mejor que puedo :)

¡Espero que os guste! Comentad plis.


Jane pulsó con fuerza e insistencia el botón de la planta baja del ascensor. Estaba sola en aquel pequeño cubículo gris de cuatro paredes, y quería continuar así. Se dejó caer contra una de las paredes, apoyando la cabeza, un suspiro escapándose de sus labios.

Las puertas grises estaban a menos de dos palmos de distancia cuando una mano familiar se interpuso entre ellas, abriéndolas de nuevo. Jane trató de poner mejor cara, no quería que Maura detectara su estado de humor y comenzara a hacerle un tercer grado lleno de su "googletalk", como la detective llamaba a cuando su amiga comenzaba a soltar estadísticas y datos como si de Wikipedia se tratara. Quería mucho a Maura pero eso noche necesitaba estar sola cuando los fantasmas del pasado la emboscaran. Iba a tener que deshacerse de la forense, y comenzó a preparar las excusas que podría usar cuando Maura le propusiera ir a cenar o hacer algo juntas.

- ¿Te ibas sin mí? – preguntó la forense, con sus ojos verdes brillando con fuerza al sonreír.

Jane se quedó sin palabras ante aquella sonrisa, desarmada; cosa que le venía pasando desde hacía tiempo. Sacudió la cabeza y miró hacia otro lado mientras mentía.

- Pensé que habías bajado ya.

- No, Frankie me entretuvo contándome una historia muy graciosa…

La detective dejó de escucharla. No era algo que hiciera premeditadamente, solo que a veces sus pensamientos se volvían el centro de atención y todo lo demás desaparecía. Y hoy lo que le rondaba la cabeza era, con diferencia, más importante que la graciosa historia por la que Maura se estaba riendo en esos momentos.

Hoy hacía un año que Charles Hoyt había desaparecido definitivamente de su vida.

Hacía un año que había hundido un bisturí en el pecho de Hoyt, notando su sangre caliente mojarle las manos.

Un año pudiendo dormir tanquila sin temer despertarse con las manos clavadas al colchón.

Solo pensar en ello hizo que las cicatrices que adornaban sus palmas comenzaran a dolerle. Jane abrió y cerró varias veces las manos, masajeándose la zona.

- Y entonces nos desnudamos y tuve sexo con tu hermano. – dijo Maura, despertando a la detective de su ensoñación.

- ¿¡Qué tuviste qué?! – exclamó ésta.

La forense se río al ver la cara de su amiga.

- Es mentira, Jane, lo dije para llamar tu atención.

- Ya la tenías, siempre la tienes. – bromeó la morena. Pero se arrepintió de haber dicho eso. ¿Habría sonado para Maura como le había sonado a ella?

La forense se aclaró la garganta y miró como las puertas del ascensor se abrían. Caminaron una al lado de la otra, en silencio. Estaban bajando las escaleras de entrada de la comisaria cuando Maura sujetó a la detective del brazo, frenándola. Jane miró la mano que agarraba su muñeca, los dedos de la forense quedando justo encima de su pulso, y alzó la vista para encontrarse con unos ojos verdes que la miraban preocupados.

- ¿Por qué no vamos a cenar al Dirty Robber? Yo invito.

- No, gracias. Estoy muy cansada.

- Solo cenar, Jane. Vengaaa – pidió Maura, haciendo morritos.

La detective miró esa cara tan adorable y le dolió decir que no.

- Sabes que no me gusta esa comida para cebras.

- Vale, pues hagamos otra cosa. Este caso nos ha tenido muy absorbidas.

Rizzoli tuvo que admitir que aquello era verdad. Habían pasado unos días viviendo por y para resolver aquel complicado y enrevesado asesinato. Lo más odioso era que habían tenido al asesino todo el rato frente a sus narices y nadie se había dado cuenta. Jane se culpaba un poco por ello, si lo hubiera visto, no habría habido dos víctimas más.

- Lo siento pero me voy a casa – contestó finalmente, algo brusca.

Se apresuró a bajar en dirección a su coche, sin mirar hacia atrás, sabiendo que como lo hiciera no podría irse sin disculparse con Maura. Arrancó el coche y salió rápidamente de allí, tratando de borrar de su mente la cara asombrada de la forense, aun parada en las escaleras.

- Mier… coles – masculló Jane, cambiando la palabra en el último momento.

Estiró el cuello para poder ver mejor pero su sospecha inicial quedó confirmada: no había hueco frente a su casa. Puso marcha atrás y retrocedió en busca de un sitio donde poder aparcar, deseando poder retroceder en el tiempo y no haberle contestado de aquella forma tan seca a Maura. Su amiga solo se había preocupado por ella. Cuando por fin quitó las llaves del contacto decidió que a la mañana siguiente, antes de ir a la comisaria, iría a disculparse con ella.

No sabía porque, pero el mero pensamiento de volver a ver a la forense al día siguiente, de pelearse y meterse con ella cariñosamente, le dio ánimos y la hizo sentir mejor. "Eso es lo que tiene la amistad" se dijo a sí misma. ¿Pero era amistad lo suyo con Maura? Jane desechó esa estúpida pregunta de su mente y buscó la llave del portal. Las manos le temblaban violentamente, y no era a causa del frío, estaban a principios de otoño y el ambiente seguía siendo cálido.

Cerró ambas manos en puños, apretando los labios, luchando por calmarse. La detective respiró hondo varias veces y miró al cielo, anaranjado por la puesta de sol. Volvió a centrarse en abrir la puerta, y a la primera lo logró. Subió las escaleras con rapidez, deseando llegar a su casa y meterse bajo las sábanas de su cama para no salir hasta el día siguiente.

- ¡Jo Friday! – silbó, llamando a su perro. - ¡Ya estoy aquí!

Colgó la americana del perchero de la entrada, sin fijarse si estaba bien colocada o no. Pulsó el interruptor de la luz pero no funcionaba.

- Ya estamos otra vez… - suspiró.

- ¡Bicho! – gritó, silbando otra vez para llamar a Jo Friday.

Pero el perro no venía, y eso era algo raro. "Se lo habrán llevado Tommy y TJ" pensó, cuando vio que todavía eran las 9.30 de la noche. Pero TJ estaba con su madre esa semana, se habían ido de vacaciones a nosédonde. Sus alarmas saltaron y desenfundó rápidamente la pistola. Un hormigueo se expandió por todo su cuerpo, llenando de adrenalina hasta el último nervio. Recorrió con la mirada el semi iluminado salón, y avanzó hacia su habitación, con el cuerpo en tensión y preparada para disparar en cualquier momento.

- No… - susurró cuando vio el cuerpo inerte de Jo Friday tirado de cualquier manera encima de la colcha de su cama.

Se acercó corriendo, dejando la pistola encima de la mesilla, olvidándose por un momento de que podría haber alguien en su casa. Cogió al perro en sus brazos y en seguida notó cierto alivio al notar que aun respiraba. Deseó que Maura estuviera con ella en esos momentos, no era veterinaria, pero sabría decirle que le había pasado a Jo Friday. Recordó cuando Korsak lo había encontrado y ella le había dicho que se deshiciera de él, pero al final había terminado quedándoselo la detective.

Depositó al perro en la cama otra vez, colocándole con cuidado las orejas, y echó la mano atrás para coger la pistola de donde la había dejado: encima de la mesilla. Tanteó en busca del arma, pero no lograba encontrarla, así que decidió que terminaba antes si simplemente se daba la vuelta y la buscaba con la mirada.

Pero la pistola no estaba ahí encima.

Saltó encima de la cama, ocultándose a la vista de quien estuviera debajo. Tenía que estar ahí escondido porque Jane había registrado hasta el último centímetro de la casa a excepción de ahí. Se quedó quieta y en silencio, casi sin respirar, los pulmones aprisionados entre la tensión y los acelerados latidos de su corazón. La detective tuvo miedo de que se pudieran oír de lo alto que parecían sonar. Con cuidado, intentando que la cama o el somier no soltaran ningún quejido que la pudiera delatar, trató de alcanzar el cajón de la mesilla, donde tenía escondida un arma de repuesto.

Cuando su mano se cerró alrededor del pomo del cajón, un brazo apareció de debajo de la cama y la agarró de la muñeca. Jane dejó escapar un gritó y tiró con todas su fuerzas, tratando de romperle el brazo a su atacante o por lo menos liberarse. Pero su opresor la tenía bien agarrada y solo logró hacerle soltar un gruñido. La detective notó, con desesperación, que no conseguía reunir la fuerza suficiente para soltarse, y de pronto, un fuerte tirón que le envió latigazos de dolor por todo el brazo, hizo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo.

El choque de su espalda contra el frio suelo de madera la dejó sin aliento, haciendo que el aire que todavía guardaba en los pulmones se escapara a través de sus labios en un quejido. Arqueó la espalda, tratando de ignorar el dolor y lograr reponerse, pero cuando abrió la boca para gritar, en un desesperado intento de que algún vecino o buen samaritano la oyera y llamara a la policía; un paño húmedo y con un olor dulzón le presionó los labios y la nariz. Sabía que aquello era cloroformo, y mientras luchaba en el suelo por liberarse, notó como la fuerza la iba abandonando poco a poco, siendo reemplazada por una agradablemente indolora bruma negra.

Abrió los ojos, capturando la última imagen del techo de su habitación antes de que los párpados se le hicieran demasiado pesados como para poder abrirlos. Una cara ocupó su campo de visión. Una cara que sonreía con la victoria y la satisfacción bien marcadas.

- Hola, Jane – susurró.

La detective trató de gritar pero sus labios no respondían y el paño impregnado de droga seguía presionando su boca. Sacudió la cabeza, pero algo frío al tacto y horriblemente conocido acarició la piel de su cuello y la hizo parar de golpe.

Un bisturí.